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| Familia materna y mis padres en Orce. 1961 |
Primero: Que doña Adoración Castellar es dueña en pleno
dominio de la mitad indivisa de la siguiente finca, con su hermana María del Carmen: una tierra de riego
de primera clase, llamada Suerte de los Pobres, por bajo de la era de Maeso,
que mide una fanega y cinco celemines, que linda... Título: La adquirió por
adjudicación, que se le hizo en la partición de bienes de doña Mercedes Ortiz Martínez, aprobada por escritura otorgada el
veinte de diciembre de 1927... Su valor, seiscientas pesetas (precio de 1948)... Cuando leí estas líneas en agosto de 2001 a mi tía sor Carmen, la monja, debieron de
acudir a su memoria no pocos recuerdos: ¿Y de dónde has sacado tú esta
escritura? Le respondí que la encontré entre las pertenencias de mi
madre, cuando falleció. La escritura de división de la herencia, debido a los
años, despedía un fuerte olor a papel rancio. Fue entonces cuando mi tía me
contó una antigua historia que yo ignoraba: La abuela Adoración
Castellar murió a consecuencia del parto de tu madre y, entonces, doña Mercedes Ortiz, que fue una bienhechora para el pueblo, puso a
nuestro nombre ese trozo de tierra para que, según ella, ‘no les falten
alimentos a las niñas’.
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| Simón Castellar en Barcelona, años 50 |
A
continuación me contó lo que le pasó a su tío, Simón Castellar, el alcalde republicano de Orce: Durante la
guerra se lo llevaron preso y estuvo varios años en el Penal de Burgos; cuando le dieron la libertad, tus padres que
vivían en Galera fueron a recibirlo,
pues entonces no había coche de línea a Orce.
Decía tu madre que daba pena de verlo, y él también sintió mucha vergüenza que
lo vieran en ese estado: ‘Llevaba los pantalones atados con una guita, una
camisilla medio rota y unas alpargatas viejas’. Lo acompañaron montado en un
burro, que entonces tenía tu padre, y de esta guisa el pobre Simón hizo su entrada en Orce, aunque él tenía miedo de ir al
pueblo. Vivía en Los Caños y, como
la guerra lo había dejado arruinado, poco después se marchó con su familia a Barcelona. Luego pasó a
decirme que, cuando eran niñas, se entretenían en tirar piedrecillas por las
chimeneas de las cuevas. Y claro, como resulta que las chinas caían en el caldo
de los pucheros, algunas viejas salían con las tenazas en la mano,
diciendo: Mal dolor sus dé... Aquella tarde mi tía, sor Carmen, disfrutó contándome
muchas historias de su pueblo, pues, desde los 18 años en que salió, apenas si
había vuelto a visitarlo. Se acordaba de los pregones del Pinchaúvas: Por
orden del señor alcalde, se hace saber lo siguieeente... O bien me
decía: Este pobretico le daba al ‘pirriaque’, y este otro estaba todo
el día como el marranico de San Antón.
Yo entonces le enseñé un escrito muy antiguo de mi madre, que en
las largas noches de invierno nos leía alguna que otra vez. Eran las Hordenanzas que son para la conservación y buen gobierno de la villa de Horce. Y
mandaban que nadie tomase uvas sin licencia de su amo, pero el que
fuere de camino pueda tomar un racimo e no más. En cuanto a los harineros, se les ordena que tengan las cribas
sanas, para que no se mezcle el
trigo con las granzas. Y en el invierno se permitía la corta de
carrascas para leña, pero no por el pie del árbol, y dejando
siempre horca y pendón, so pena de 600 maravedíes y pérdida del hacha. Esta
otra ordenanza obligaba a los mesoneros que, por una cabeza de carnero,
con sus garbanzos y cebolla asada, lleven un real y un cuartillo. A
los panaderos mandan que den el pan cabal, bien cocido y sin salvado
(...). No se eche centeno en la era, do se eche el trigo (...). En
tiempos de tempestades y avenidas de lluvias se favorecerán unos a otros, pues
es obra de caridad... Yo nunca había visto así de alegre a mi tía,
pero al anochecer, cuando nos despedimos, me hizo esta confesión: He
venido a verte, hijo, porque tengo ya 80 años y no sé si para el próximo verano
podremos echar otro ratico como éste.
Hace
unos cuantos años cogí el coche y me presenté en Orce. Hacía cuarenta y tantos que no me pasaba pero, llevado de la
intuición, atravesé la Plaza Nueva,
torcí por la calle de las Tiendas y
por la cuesta subí hasta las Cuatro
Esquinas. Tal y como yo recordaba –mi imaginación infantil entonces lo
hacía todo mucho más grande–, allí seguía como siempre la casa de mi abuelo Paco,
el Fragüero, ahora cerrada a cal y canto, y puesta en venta:
como un testigo mudo del implacable paso del tiempo. Habían pasado demasiados
años, tantos, que en la descolorida foto que yo conservaba, donde a la puerta
aparecen sonrientes mis padres, abuelos, tíos y algunos niños, apenas si
quedamos unos cuantos para contarlo. Por curiosidad, le pregunté a una anciana
que vive enfrente: Me acuerdo de ti cuando eras muy chico –me dijo la
buena mujer–. Y tu madre se venía muchas veces a mi casa... Aquello me
llegó al alma, pues no podía imaginar que alguien se acordara de mí después de
tanto tiempo.
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| José Gibert. Ideal |
Esta
historia, como le digo, estaría incompleta si no tuviera un recuerdo para el paleontólogo catalán José Gibert, que
tuvo la dicha de descubrir en la cueva de Tomás Serrano –donde, según
éste, las piedras se le asemejaban huesos–, la cuna de la vieja Europa: donde se mecieron y echaron a andar
nuestros primeros padres, en medio de leyendas y de mitos que se pierden en la
noche de los tiempos. Y sin embargo, a pesar de las incomprensiones, Gibert ya forma parte de la historia de
Orce, y Orce es su patria. Durante muchos años, y cada cierto tiempo, he
tenido un extraño sueño que siempre era el mismo: yo estaba en Orce y me encontraba solo e indefenso
en mitad de la calle, vestido con un pijama que mi madre, en realidad, me
obligó a ponerme –pero que a mí me daba vergüenza–, en vez de mis
pantaloncillos cortos de siempre. Lo cierto es que, desde que hice aquella visita a la antigua casa de mi abuelo, no he
vuelto a soñar con Orce. Fue un reencuentro con mi pasado, donde
desaparecieron para siempre los fantasmas de mi infancia.
Posdata: También recuerdo, en
aquellos años del comienzo de los sesenta, que yo era amigo de Damián, el hijo del pescadero de Orce,
pero, un día, en la calle de las Tiendas,
me vi acorralado por tres zagales, que querían calentarme por el mero hecho de
ser de otro pueblo: ¡Que no se escape…! Todavía no me explico
–les haría un quiebro– cómo salí por piernas de aquella encerrona y subí la cuestecilla de la calle del Ángel
al trote, como alma que se lleva el diablo, porque la cosa no estaba como
para pedirles explicaciones. Por eso, cuando llego a Orce y paso por sus viejas calles –hablo con sus gentes o
simplemente veo unas habas desparramadas en la era, secándose al sol–, me
vienen recuerdos que ya tenía olvidados, pero que han quedado grabados en las
fotos que nos hacía mi padre. Estando en Granada,
en los años ochenta, fui a saludar a un castillejarano y, un hombre ya mayor
que estaba a su lado, me preguntó: ¿Tú tienes algo de Orce? Sí, mi
madre es de allí, acerté a responderle. Pero ya no me preguntó más ni
dijo esta boca es mía. Aquello, como es natural, me dejó intrigado. Ya decía el poeta Rainer María Rilke
que la única pátria que tiene el hombre es la infancia.
Publicado en Ideal el 10 de noviembre de 2001, y en mi libro Artículos del Altiplano y de Granada, 2014
Nota. Maribel Castellar
Cebollada me encontró por Facebook, el pasado septiembre, y resulta que es prima mía y nieta de Simón Castellar.
Este era hermano de mi abuela Adoración,
junto a otro hermano que emigró a Argentina. Si alguien tiene alguna noticia de
este o de sus hijos, lo agradeceríamos. Maribel
me escribió esto: “Siempre había escuchado que Simón Castellar estaba en una cantera de Dos Hermanas, ya que mi abuela
iba allí a visitarlo. Yo no lo llegué a conocer, murió antes de que yo
naciera, en Barcelona, creo que sobre el 62-63. Era muy alto. Un amigo
orcerino le propuso que ambos se pegaran un tiro porque sabía que iban a ir a
por ellos, pero mi abuelo no quiso porque no había cometido ningún delito. El
amigo se suicidó después. Me gustaría
volver a Orce algún día, tengo muy buenos recuerdos de cuando iba allí de
pequeña”.
Yo busqué en Google y encontré esta información. “El campo de Los Merinales fue un antiguo campo de concentración situado en el término municipal de Dos Hermanas, provincia de Sevilla. Durante la dictadura del general dictador Francisco Franco, entre los años 1940 y 1962, cumplieron condena de trabajos forzados en este lugar, unos 10.000 presos políticos que construyeron sin ninguna maquinaria, un canal de 150 km de longitud llamado Canal del Bajo Guadalquivir, también conocido como Canal de los Presos. El campo se clausuró en 1962, 23 años después del fin de la guerra civil española”. Hace bastantes años, Informe Semanal le dedicó un programa al Canal del Bajo Guadalquivir, construido por presos políticos. La foto de Simón Castellar es de Maribel.
Hay que recordar que se llamaba Simón Castellar, y no Simón
de Castellar, como erróneamente figura en la placa de la calle que le dedicaron en Orce.
Sus nietos, Maribel y Sebastián Castellar, otros tres nietos y un servidor,
sobrino nieto, estamos agradecidos a la corporación del Ayuntamiento por
el reconocimiento con quien fue alcalde
de Orce, durante la II República. Asimismo, esperamos que se corrija el error en el
apellido, como le pidió Maribel al
alcalde, José Ramón.





Hola Leandro, me ha gustado mucho leer este artículo, y sobre todo la referencia a mi abuelo Simon, y su llegada al pueblo después de su salida de la cárcel.
ResponderEliminarMi tía sor Carmen me lo contó así, parece sacado de una novela y ella tenía buena memoria. ESte artículo también salió en Ideal, creo que en 2001
EliminarGracias Leandro, me ha gustado mucho tu articulo y la referencia que haces de mi abuelo, pobrecillo, era un buen hombre que pago un alto precio por defender sus ideas políticas. Una guerra que nunca debió existir , donde nada se ganó y mucho se perdió.
ResponderEliminarAcabo de ver tu comentario. Gracias a tus comentarios en Las Niñas de Orce, me he enterado que Simón Castellar era hermano de mi abuela Adoración (por lo tanto tío abuelo mío), junto a otro hermano que emigró a Argentina. Y que nosotros somos primos segundos. La guerra civil fue una lucha fratricida que dejó a España en la ruina y que tardará un siglo en olvidarse, serán los bisnietos a quienes les sonará como a mi generación la guerra de Cuba.
ResponderEliminarMuchas gracias Leandro por recordar a mí abuelo y honrar su memoria, un buen artículo.
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias a ti, Maribel, por los datos que aportas de Simón Castellar, haces que me reencuentre con los Castellar
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