domingo, 28 de octubre de 2018

EPISODIOS HOSPITALARIOS II






Madrugada en Hospital Virgen de las Nieves
 
 
 
 
 
Unos años antes, me hicieron una endoscopia en el Hospital Virgen de las Nieves. Unos 15 pacientes hacíamos cola en la puerta del especialista, cuando me tocó el turno, me introdujo la sonda por la boca sin contemplaciones y sin pausas. Aquello fue arcada va y arcada viene, sin darme tiempo a que me repusiera. Yo pensé que me iba a morir tumbado en la camilla y abundantes lágrimas brotaban de mis ojos, a causa del esfuerzo tan grande que hacía, pues aquello más que una endoscopia era una verdadera tortura para los pacientes. Al poco, salí de allí con los ojos muy enrojecidos y en casa comprobé que las lágrimas me habían quemado la piel alrededor de los ojos, pues la tenía morada. El médico de digestivo trataba a los pacientes como si fueran borregos. Años antes, un especialista me había hecho una endoscopia en otro hospital y apenas sentí daño, porque me introdujo la sonda despacio. ¿Tanto trabajo costaba introducirla lentamente, en vez de provocar aquel sufrimiento tan grande en los pacientes?

De casualidad, he encontrado esta reclamación de hace treinta y cuatro años. El diagnóstico era bastante preocupante. Habla de un bebé de dos meses, con taquiarritmia respiratoria, abdomen meteorizado, faringe enrojecida, deposiciones verdosas, vómitos, fiebre... Entre otras cosas, me quejo de que el 10 de septiembre de 1984, un ATS trata de administrarle un medicamento equivocado. Al día siguiente le ofrecen un biberón, con leche que contiene lactosa, la sustancia que precisamente le provoca diarreas, vómitos y fiebre. Y para qué hablar de la comida deficiente, que no hay jabón en los lavabos, etcétera. El 13 de septiembre, mi mujer y yo nos quejamos verbalmente al director del hospital, de todas estas anomalías y deficiencias, y lo mejor que se le ocurrió fue darnos el alta al día siguiente, “sin medicamentos, sin leche vegetal y recorriendo farmacias por Jaén". Tres días después, el 17 de septiembre, presenté una reclamación al director del antiguo “Hospital Princesa de España”, de Jaén, por el trato recibido en el Pabellón de Pediatría, donde mi hijo ingresó con urgencia. El director del hospital ni siquiera se molestó en contestar a la reclamación.

 

Entonces no había libros de reclamaciones pero había gente sin alma, que ponía en peligro la salud de los pacientes. Por aquellos años había un pediatra en Jaén, don Eufrasio Martínez Galiana, que era un ejemplo para la profesión médica, lo mismo que otros médicos. Tengo guardada esta reclamación como un  recuerdo de mi hijo, para enseñársela algún día, pero había olvidado por completo los malos ratos que pasamos en el hospital. Hace varios años, me hicieron una radiografía de cadera pues me dolía cuando estaba acostado. El médico observó la radiografía al trasluz y me dijo que no encontraba nada anormal, que estaba bien. Al cabo del tiempo, se me ocurrió mirar la radiografía en casa y resulta que la cadera afectada por el dolor no salía en la placa, pues el radiólogo había enfocado mal. Digo yo que, por eso mismo, el doctor no observó nada anormal. Copio este titular del diario ‘Público’, del 3 de agosto de 2009: “Tribunales. Las denuncias de pacientes a doctores y hospitales por supuestas malas praxis suponen cada año 100.000 nuevas contiendas a dirimir en los juzgados. 274 demandas al día por errores médicos…”.

Posdata: Hoy ponen anestesia en la colonoscopia y el paciente no se entera, pero las listas de espera han aumentado. Hace unos días, me escribió esto una amiga: "A mí me han hecho dos colonoscopias, una sin anestesia, horrible, y otra con anestesía en que no me enteré de nada. Ahora estoy pendiente de que me hagan otra, pero desde marzo que la pedí todavía no me han dado fecha". El Servicio Andaluz de Salud ha mejorado pero es de los que menos invierte por paciente en España, pues Susana casi lo ha desmantelado desde que gobierna, tanto en medios como en personal, como han venido denunciando los sindicatos y los medios de comunicación. En los últimos días, los médicos de Atención Primaria de algunas provincias de Andalucía han llevado a cabo protestas y huelgas por la falta de medios y de personal, pero el problema se ha agravado por el decreto del Gobierno de Pedro Sánchez que establece la Sanidad Universal.



domingo, 21 de octubre de 2018

EPISODIOS HOSPITALARIOS I





Madrugada en Hospital Virgen de las Nieves




El 8 de junio de 2009, a las 17:40 horas, estoy citado en el Hospital Clínico de Granada, para que me hagan una colonoscopia. Un joven, de unos veintitantos años, también está esperando, acompañado de su mujer, para que le hagan una endoscopia. Lo llaman pero sale en un par de minutos. “Cuando me meten el tubo por la boca, me entran ganas de devolver y les he dicho que no quiero hacerme la endoscopia”. Entre unos y otros intentamos convencerlo, pero el joven no cede y al final se marcha. Seguidamente, entro en una habitación pequeña –como una sala de curas– para que me hagan la colonoscopia. Siguiendo las instrucciones de la enfermera, me desnudo, me pongo una bata abierta por atrás y me tumbo de lado en una camilla. La enfermera me pincha varias veces en el dedo pulgar para ponerme el suero y, acto seguido, el facultativo me introduce el endoscopio por el ano. El aparato consta de una pequeña cámara y al mismo tiempo va soltando aire en la tripa para que se vaya abriendo, aunque de todo esto me enteré después. Conforme avanza el endoscopio en el intestino, los dolores son atroces y en mi vida he gritado tanto como esa tarde. Me armé de valor y le dije al médico de digestivo que aquello parecía un matadero, pues ni siquiera me habían anestesiado, y que prefería dejar la exploración para más adelante. El facultativo me explicó que el Servicio Andaluz de Salud no tenía dinero para pagar a un anestesista y ni siquiera para la anestesia. “Pero, sí tienen dinero para costear operaciones de cambio de sexo”, le respondí secamente. Entonces, intervino la enfermera diciendo que ya no se hacen estas operaciones (siguen haciéndolas). “No te preocupes, que te ponernos la sedación”, me dijo el médico tratando de tranquilizarme. La enfermera me puso en la muñeca una inyección, pero al poco sentí un dolor fuerte. “La sedación duele un poco al principio, pues la vena de la muñeca es estrecha…”, me advirtió. Sin embargo, el dolor era cada vez más insoportable, peor aún que el de la colonoscopia, hasta que le dije: “Pero, no se da cuenta que tengo la muñeca hinchada”. Y es que me había inyectado él sedante fuera de la vena.

Pero mis penalidades no acabaron aquí. Al poco, tuve que avisarle de nuevo a la enfermera de que la goma del suero estaba llena de sangre, pues, al agarrarme con fuerza a la cama, a causa de los dolores que me provocaba la sonda en el intestino, la sangre había inundado la goma. Al final soporté la colonoscopia, sin sedación y sin suero, pero mayor torpeza y brutalidad no se puede pedir. El médico de digestivo se excusaba diciendo que mi intestino tenía muchas curvas y que por eso me hacía daño. ¿Y qué intestino no tiene curvas? Creo que la exploración duró unos 15 minutos –aquello era peor que los dolores del parto–, hasta que el médico me dijo que todo había salido bien, que no tenía nada y hasta dentro de cinco años… Vamos, que salí de aquel matadero pensando que había vuelto a nacer.

Unos días después, llamé por teléfono al paciente de 65 años que entró después que yo, pero su hija me informó que le perforaron el intestino y tenía que estar hospitalizado una semana. La semana anterior, el hombre había adelgazado ocho kilos, pues cuando uno lee la información que te dan sobre la colonoscopia (con o sin polipectomía o sedación), te entra pánico: “La administración de la misma es realizada por médicos no anestesistas”. El día anterior tienes que beberte, en siete horas, 16 sobres en cuatro litros de agua; y el día de la exploración hay que meterse un enema de un cuarto de litro, por detrás. En las instrucciones, te informan de una serie de complicaciones y riesgos (perforación, hemorragia interna, trastornos y complicaciones cardio-pulmonares…), y piden el consentimiento firmado del paciente. Al final, te entra el miedo en el cuerpo y se te quitan hasta las ganas de comer. Yo lo pasé fatal, pues sólo dispones de la información escrita, mientras que los médicos no te dan información.

De casualidad me enteré que, en la 5ª planta del Hospital Clínico, tienen un quirófano para realizar la colonoscopia, con anestesistas y facultativos, que trabajan por las tardes y se las pagan como horas extras. “Eso de que el SAS no tiene dinero para pagar a un anestesista por las tardes, ni siquiera para anestesiar a los pacientes en una colonoscopia, es un cuento”, me dijo un profesional que conoce el tema. Llama la atención que, en el Hospital Virgen de las Nieves, hay una lista de espera de unos tres meses para que les hagan una colonoscopia a los pacientes, mientras que en el Clínico no tardaron ni veinte días en atenderme. Aquí se apunta cualquiera a hacer horas extras por la tarde, aunque no tengan los medios más elementales para ello (sin anestesia), a la vez que ponen en riesgo la salud o la vida del paciente. Una sala pequeña, con una camilla, una enfermera que no sabe ni poner una inyección y un médico de digestivo, que te mete el endoscopio por el ano como si fuera una manguera (si lo hace lentamente, apenas te causa dolor), y no se conmueve ante los alaridos del paciente, mientras se excusa diciendo que no tienen anestesia. Nada de extraño tiene que más de uno termine con el intestino perforado y los demás estemos dando gracias a Dios.








domingo, 7 de octubre de 2018

LA VIEJA ENCINA DE MONTEVIVE









Recuerdo que una fría mañana de enero de 1996 llegué con mi familia a Las Gabias. Pero, antes de tomar posesión de la nueva casa, entre tanto follín del traslado y antes de que llegara el tío del camión con los muebles, nos dio por  comernos unos churros en el quiosco que había en la plaza de Armilla. En medio de tanta bulla, siempre es bueno hacer un alto en el camino para echar un bocado. El caso es que los churros, a las siete de la mañana, nos sentaron bastante bien y hay gente que tiene arte con los palillos en la sartén de aceite. Hace unos meses repetímos la misma operación pero el lugar y el precio ya no eran los mismos, pues el quiosco ha cambiado de lugar: “¿A cómo son?”, pregunté. El del mandil no supo decirme a ciencia cierta a cuánto salía el kilo de churros, aunque los churreros tienen salida para todo: “¡Hombre, nosotros siempre aconsejamos una rosca para cuatro personas!”. “Bueno”, le dije, con resignación. El caso es que me vine para Las Gabias con mi rosca de churros y con dos euros y medio menos en el bolsillo. En algunos sitios –como en una churrería que había por el Gran Eje de Jaén- te servían las roscas de churros atadas con un junco, si eran para llevar. Y la verdad es que quedaban la mar de bien.

El caso es que, al poco de llegar nosotros al pueblo, llegó el camioncillo con los muebles y los trastos. Era la película de siempre –maletas para arriba y maletas para abajo– y el viaje a ninguna parte, aunque ya llevaba unos pocos en el cuerpo. Quizá quedaba flotando en el aire la pregunta de cuánto tiempo íbamos a durar aquí. Luego nos pasamos un mes ordenando la casa, con el estrés que conlleva un traslado, pues todo te resulta nuevo y tienes que empezar prácticamente desde cero. Pero yo no tenía tiempo ni ganas de hacerme demasiadas preguntas: sólo sabía que llegaba a mi tierra y eso ya era suficiente. Había salido de Granada veinte años antes, aunque Carlos Gardel aseguraba que “veinte años no es nada”, y yo estoy por darle la razón pues la vida se pasa volando. El mísero mundo se volvió un poco más triste sin sus trinos de pájaro cantor. El caso es que, durante los años de ausencia, mis padres y algunos de mis mejores amigos se fueron quedando en el camino, calladamente, pero dejando un vacío en mi alma que nunca he podido rellenar. Ahora tenía que empezar de nuevo con la brega, pero esta vez sin los seres queridos y recordados.



Al principio, recuerdo que un pastor tenía la costumbre de pasar con su rebaño de ovejas y cabras por delante de mi casa. En cuanto oían los cencerros, mi mujer y una vecina salían a gritarle al pastor: “¡Oye, chaval! ¿Pero no te das cuenta que aquí vivimos personas? ¡Por Diooos!...”. Pero el pastor se hacía el sordo y yo mismo tenía que meterme entre los borregos para alcanzarlo, pues iba siempre delante del rebaño, acompañado de sus dos perros: “¡Pero, hombreee! ¿Es que no puedes echar por la parte de atrás?”. El resultado era que las cabras hispánicas y los borregos ibéricos dejaban en la calle un reguero de cagarrutas y una peste flotando en el ambiente de muy señor mío, pues es notorio que estos animales atufan demasiado. Así tuvimos varias escaramuzas, hasta que una tarde amenacé al rabadán: “Mañana te voy a poner una denuncia en el Ayuntamiento”. Aquello fue mano de santo, se convenció entonces que la cañada de atrás, llamada de Contreras, era más segura. El pastor encerraba el ganado en un corral que había dos calles más arriba y una vecina me decía que no podía abrir las ventanas en el verano. Por aquellos días, en la tapia de mi patio, solía encaramarse un lagarto verde, como haciéndote ver que aquel terreno era propiedad de sus antepasados; pero al poco tiempo desapareció. Y, enfrente de mi casa, en la chimenea del vecino, se posaba por las mañanas un búho pequeño pero también emigró.  

 
En los días de verano apenas si se distingue Las Gabias desde el mirador de San Cristóbal; pero la imagen mutilada, convertida en varios trozos y triste de Montevive –otrora un monte altivo y orgulloso, de color leonado– aparece entre cansina y agostada sobre el horizonte azul. El doctor Manuel Rodríguez Carreño describió así el paisaje que veía, desde la cumbre de Montevive, a mediados del siglo XIX: “(...) las apiñadas y pintorescas alquerías y casas de campo que cercan Granada, las cuales aparecen recostadas sobre la alfombra de sus deliciosas vegas y recrean el alma elevándola a meditaciones sublimes”. Llegando a Las Gabias por la carretera, llama la atención la diminuta silueta de la vieja encina, que se alza majestuosa y altiva en mitad de la cima del cerro, como si fuera la conciencia de los atropellos que allí se han cometido. Un gabirro centenario me contó un día que Montevive había sido testigo fiel de las viejas historias y leyendas de Alhendín, La Malahá y Las Gabias. Y en otra ocasión, una gabirra me dijo: “Antes de que lo destrozaran, Montevive se asemejaba a los pechos de una mujer”. Hasta hace pocos años, en la festividad de San Marcos, grupos de jóvenes subían al monte a pasar el día y se comían allí el hornazo, pero esta tradición se ha perdido pues el ayuntamiento reparte ahora los hornazos en el parque periurbano. La mina de estroncio está abandonada desde hace tiempo y la imagen de la vieja encina nos indica que aquellos parajes deformados han sobrevivido a la devastación (hay zorros, cuervos y otros muchos animales), que también afectó a los restos arqueológicos de una cueva. Montevive está vallado por los propietarios de la mina y un guarda me echó de los alrededores hace unos años, ni eso permiten. No llamé a la Guardia Civil porque no llevaba el móvilPor eso se ha convertido en un símbolo, como las Montañas Negras de los pieles rojas donde anidaban sus espíritus. Es de justicia que los Ayuntamientos de Las Gabias, La Malahá y Alhendín recuperen Montevive, para que pueda ser visitado y repoblado.