lunes, 26 de noviembre de 2018

EL LABERINTO DE LA CÁRCEL









¿Qué es esto? ¡La cárcel! Aquí reposa la libertad del pensamiento. Mariano J. de Larra




A las 10:30 de la mañana del “Día del Apocalipsis”, llego al Centro Penitenciario de Albolote. Atrás he dejado el pantano de Cubillas y un anodino paisaje de olivos, pero ahora llaman mi atención las nubes de color plomizo que coronan la cima del monte cercano. En el bar un abuelo se entretiene jugando con la nieta, mientras que un matrimonio de jubilados apura los cafés con cierta indolencia. ¿Quién lo diría? Esto más bien parece la “Venta de la Tía Quiteria”, aunque los días de visita aquí hay un trajín de gente la mar de grande. ‘Acabaico’ de llegar aparece mi amigo, el maestro Juan Chirveches, que me ha invitado para que hable a los internos sobre mi libro “Diálogos en la Tierra de los Ríos”. Eso es. “Las cárceles han cambiado mucho, ¿sabes?”, me dice a modo de bienvenida. Luego paso por un detector de metales y por  R-3 y R-4, unos robots primitivos en forma de rastrillos que se cierran a mis espaldas.

Juan me van enseñando las dependencias y entramos en el Módulo Sociocultural: “¡Te vamos a pisar!”, le dice a un chaval que está dando bandazos con el mocho de la fregona. “¡No importa!”. A través de los cristales contemplamos el Polideportivo, que está completamente cubierto. “¿Cuántos pueblos quisieran tener este pabellón?”, exclama Juan. Subimos al gimnasio y aquí tenemos de todo: desde bicicletas estáticas a espalderas y, si a uno le gusta dar cates, tenemos unos sacos de boxeo. Al otro lado se encuentran el salón de actos y la piscina. “En el verano se bañan dos veces a la semana”. ¡Evidentemente –pienso–, aquí hay más personal que en los Baños de Graena! En el estudio de pintura la monitora nos dice que van a montar una exposición de cuadros, a finales de este mes, en el palacio de Alcázar Genil.

En la planta baja se encuentran el taller donde escriben la revista de la prisión, la biblioteca que está cerrada “y esto es la sala de máquinas”, me explica el maestro. Son máquinas de escribir y algunos ordenadores. Seguidamente visitamos la guardería, que aquí la llaman “Escuela infantil”. Hay 28 niños, de seis meses a tres años, repartidos en varias clases y dormitorios, según la edad. Pero lo curioso que tiene es que los sofás, las mesas, sillas, retretes, lavabos, etc., son del tamaño de los ‘peques’; y algunos de estos muebles han sido hechos en el Centro por los mismos presos. En cambio, los 22 niños lactantes están con las madres en el módulo de enfrente. De nuevo recorremos la ciudad, la “Gran Garita”: “En esa torreta están los funcionarios, con circuito cerrado de televisión y toda la pesca”, me dice Juan Chirveches y luego me señala el campo de fútbol y, un poco más allá, los Módulos de los Hombres y la Enfermería. Hace unos pocos años las cárceles eran oscuras y malolientes galerías; hoy son laberintos de interminables pasillos donde al menos entra la luz del día.

Finalmente entramos en la clase, donde saludo a los maestros de Prisiones y de paso me cuentan su problema: resulta que dependen del Ministerio de Educación y Ciencia –‘territorio MEC–, pero ellos quieren pasar a la Junta, porque se ve que son ‘junteros’. La clase es acogedora, con pupitres fabricados en el Centro: “Ya quisieran muchas Escuelas de Adultos tener este mobiliario”, apunta un maestro. Comienzan a entrar las internas y, está visto y comprobado, que en cuestión de cultura las mujeres nos ganan por goleada. El aula se llena y observo cierto nerviosismo en algunos. "¿Cómo ha dicho que se llama el libro?”. Un joven gitano que está sentado a la derecha parece algo tímido, sin embargo exhibe un mostacho mejor que el de Iñigo en sus buenos tiempos, cuando presentaba en televisión “Hora 14:15”.









Se leen y comentan algunos artículos del libro, entre ellos el de “Juan López”: este albañil se cayó de un andamio en Alicante, quedándose parapléjico. Se casó pero enviudó a los dos años, en 1977. A pesar del tiempo transcurrido, todavía sigue enamorado de su mujer y aferrado a sus recuerdos y a la silla... “¿Qué hay que hacer para escribir un artículo en IDEAL? ¿Puedo entregárselo a usted para que se lo dé al director...?”, me suelta uno a bocajarro. Cuando termina el coloquio, la interna Isabel Román me entrega un folio con esta poesía, escrita a mano y en letras mayúsculas. Yo la he copiado tal cual, con sus faltas de ortografía, y que juzgue cada cual: “A ustedes señores jueces / quisiera verlos en mi lugar / para cuando me condenen / no lo hagan con maldad. / Pues mirando el libro de las leyes y el artículo criminal / les ‘vastan’ señores jueces / para poderme condenar. / Tiempo de mi vida pide el señor fiscal / como si no ‘tubiese’ unos hijos, una casa, un hogar. / Sólo quiero pedirle mi libertad / para poder abrazar a mis hijos y con ellos jugar. / Qué sentimiento más bonito cuando te dicen, te quiero mamá”. Otro interno también me confesó que le daba por escribir poemas.

Quiero tener un recuerdo para Concepción Arenal (1820-1893), la Visitadora General de Prisiones de Mujeres que escribía: “Hay que combatir esa idea de lo definitivo en la criminalidad, ya que el delito no es un estado permanente”. Y Victoria Kent, la directora general de Prisiones durante la II República, decía que "el presidio no era la solución para quienes su principal delito es la inadaptación social, sino que las causas hay que buscarlas en la familia y en la sociedad". En cambio, el criminólogo y médico italiano, Césare Lombroso, sostenía que estábamos predeterminados.



Posdata: este artículo lo escribí en marzo de 2004. Durante la visita, me llamó la atención una placa en la pared de un edificio, donde indicaba que en 1997 fue inaugurada la cárcel de Albolote, pero no decía nada de quién la inauguró. Fue el ministro de Interior, Jaime Mayor Oreja, pero no quiso que figurara su nombre, lo que da idea de la sencillez y humildad de este hombre. Y sin embargo, hay tanto personajillo por ahí que ha ido colocando placas con el fin de pasar a la historia: “En tal fecha, reformó el mercado de abastos el Excelentísimo Sr. Alcalde de…, o el Excmo. Sr. Ministro…”. Los maestros de Prisiones pasaron a depender de la Junta de Andalucía y Juan López falleció hace dos años, de una grave enfermedad.

domingo, 11 de noviembre de 2018

EL PASO DE LOS AÑOS


Jesús Valenzuela en campaña. Granada Hoy







Me paso por la Feria del Libro y saludo al presidente de CajaGranada, Antonio María Claret y, sin más preámbulo, le digo que el Teatro Isidoro Maíquez –un poeta de Cartagena y paisano suyo–, no es el nombre más apropiado para el Centro Cultural Memoria de Andalucía. Antonio María me explica los motivos que ya expuso en su artículo de opinión y me dice convencido que el poeta vivió en Granada los últimos días. “Un nombre ideal –le replico– hubiera sido Max Estrella”, el personaje de ‘Luces de bohemia’ de Valle-Inclán, donde cuenta la última noche del desdichado poeta Alejandro Sawa. Antonio María Claret tendrá sus razones, pero, ya me dirán ¿qué hace un poeta de Cartagena en el Centro que representa la memoria de todos los andaluces? Como lo tengo a mano saludo a Rafael Escuredo, que está sentado en la Caseta de Firmas con su libro ‘Te estaré esperando’. Le digo a modo de entradilla: “No todos los días puede uno saludar al que fue el primer presidente de Andalucía”. Entonces me cuenta que ya no escribe la columna en ‘El Mundo’, “que eso de escribir todas las semanas un artículo ata mucho”. Le informo que en la Delegación de Gobernación, de la Junta, hay una exposición de las elecciones autonómicas andaluzas, con fotos de los políticos y con las listas electorales de los partidos. ¡Cómo ha cambiado el rostro de Escuredo desde los años ochenta, cuando lo veías tan joven y con los pelos rizados! Saludo también al pintor David Zaafra, que firma su libro ilustrado ‘Leyendas de Nueva York‘, al Defensor del Ciudadano, Melchor Sáiz-Pardo, y al periodista Enrique Seijas.

Por la tarde llamé por teléfono a Jesús Valenzuela y me respondió como siempre: “¡Hombre, compañero!”. Y es que ambos estudiamos el bachiller en el Seminario de Guadix. Luego me pasé por el ‘Bar Las Tapas de Valenzuela’ y ya me contó que está intentando localizar a los que pasamos por el Seminario en los años sesenta, para reunirnos y celebrarlo. Me recuerda a muchos compañeros, varias veces descuelga de la cornisa del bar una foto, donde aparecemos los seis cursos del bachiller con los curas, y se la enseña a varios conocidos que están tomando copas en el bar, y hasta llama por teléfono a un cullarense que está en Melilla. Cuando hablo con éste, me recuerda que hace cuarenta y tantos años que no nos vemos. ¡Qué barbaridad! Valenzuela está nostálgico, pero yo no me doy cuenta en esos momentos. Hablamos de los jesuitas de Guadix, algunos han muerto ya y otros tienen ochenta y tantos años. El internado en el Seminario era bastante duro pero a casi todos nos sirvió para sacar una carrera, pues entonces era el más barato al estar subvencionado por el Estado. Valenzuela siente también nostalgia de la política y le aconsejo que no vuelva, pues no merece la pena, pero tiene el gusanillo royéndole las tripas. La política le ha dado más de una ‘corná’ y ya vemos cómo los va dejando tirados en las cunetas. Le conté esta anécdota: “Un día le dije al alcalde de Granada, José Moratalla, ‘a ver si tratas bien a Valenzuela, pues estuvimos estudiando juntos…’. No recuerdo cuál fue su respuesta, pero sí que me puso la mano en el hombro”, pues es un hombre afectivo y cercano. Noto que nos vamos haciendo viejos a pasos largos mientras que en la cornisa del bar tiene prendidos sus recuerdos de la política. Me despido de este guerrillero de pelo arisco y sonrisa afable, y quedamos en ir localizando al personal para reunirnos.



Posdata: este artículo lo envié a ‘La Opinión de Granada’, en abril de 2009, y por lo que fuera no salió publicado. CajaGranada, la antigua Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Granada, ha sido absorbida hace unos meses por Bankia, que es la antigua Caja de Madrid. Como sabemos, los políticos tienen mucho que ver en estos menesteres. Rafael Escuredo fue obligado a dimitir por su partido. El pintor David Zaafra falleció el pasado año, mientras que el periodista de Ideal, Enrique Seijas, murió hace dos años y con posterioridad le dedicaron una calle. A Melchor Sáiz-Pardo, el anterior director de Ideal (desde el año 1971 al 2002), lo saludé hace unos meses en el Ayuntamiento, con motivo de la presentación de un libro. Está tan delgado, como el viejo Azorín –que escribía un folio diario a pluma–, en todo esto se parecen ambos. Melchor es la memoria viva de Granada y el día que falte serán muchos quienes lancen lamentos y elogios, pero el reconocimiento hay que hacerlo en vida. Está visto que los españoles siempre llegamos tarde. Jesús Valenzuela dejó el bar y se jubila pronto, colaboró con Antonio Montes y yo para conseguir reunir, el 15 de octubre de 2016, a unos sesenta compañeros que estudiamos en el Seminario de Guadix. 
Jesús Valenzuela falleció en la madrugada de ayer, 30 de enero, de un infarto, cuando se había jubilado en octubre pasado. Descansa en paz, compañero. Esta palabra se la oí muchas veces y es que somos compañeros en la vida y en la muerte. 


Publicado en Wadi-as, periódico de la comarca de Guadix, octubre-noviembre de 2018