miércoles, 24 de septiembre de 2014

'EL CASCAMORRAS'

Muy entrañable y sentimental. Mi tía estuvo viviendo en Baza, después de la guerra, y me decía: "Le tirábamos tomates". Manuel, un viejo accitano, me decía hace poco: "Le tiraban membrillos". En los años ochenta salió un reportaje en televisión, denunciando los abusos pues llegaban a pegarle al 'Cascamorras'. Y la cosa se suavizó. En cambio, la Tomatina de Buñol es más famosa, pero el 'Cascamorras' es más histórico, emocionante y más de todo. Cuentan que, cuando el guadijeño Juan Pedernal descubrió la imagen en Baza, ésta exclamó: "¡Ten piedad!". Y entonces decidieron llamarle la Virgen de la Piedad. Leyendas. En Guadix se podían ver estos días las calles llenas de pinturas y, en ambas ciudades, le han dedicado un monumento al 'Cascamorras'. 



jueves, 11 de septiembre de 2014

RECUERDOS DE GUADIX


Antiguo Seminario de Guadix



A primeros de septiembre de 1964 entré en el Seminario de Guadix, para hacer el primer curso de bachillerato. Con anterioridad, posiblemente en junio, me examiné de ingreso. Yo tenía once años y recuerdo que el padre Pascual me sacó a la pizarra y me hizo unas cuantas preguntas, delante del tribunal que estaba formado por tres sacerdotes jesuitas. Creo que lloré, pero al final me aprobaron por los pelos. Me acompañó mi paisano Mariano, que estaba en el Seminario Mayor. El día anterior habíamos llegado a Guadix y dormimos en una pensión, que se encontraba en la calle próxima a la Puerta de San Torcuato. En septiembre me incorporé al Seminario con tres paisanos de Castilléjar, que estaban en segundo de bachillerato. Nada más bajar de la autedia, los limpiabotas –casi unos niños– se nos tiraban encima para ganarse unas pesetas: “Límpia, límpia”.

 Al poco llegamos al internado y, después de hacer la cama y de arreglar la maleta y las cosas en la ‘camarilla’ –cuatro tabiques sin puerta–, nos fuimos a comer a una bodega, en la calle donde paraban las autedias. La bodega tenía unas enormes tinajas de vino, de color pastel, que llegaban hasta el techo. Pedimos algo de bebida y nos comimos los bocadillos que nos habían echado nuestras madres. Poco después, nos refugiamos entre los setos del parque de Pedro Antonio de Alarcón y empezamos a recordar a nuestra familia, mientras echábamos de menos el pueblo. Unos minutos después, aquello se convertía en un funeral: “Mis padres se han quedado sin dinero, para pagar el trimestre”, decía el mayor, que se llamaba Andrés. “Hasta dentro de tres meses no iremos al pueblo, y dentro de unas horas tenemos que encerrarnos en el Seminario…”. Y así, medio ocultos entre los setos, el sepelio se convertía en una letanía de sollozos, suspiros y lágrimas.

 Hasta que llegaba la hora de recogerse, sobre las 19:30 o 20 horas. Entonces pasábamos con nuestra cara de pena por la Puerta de San Torcuato –sin saber que por allí había hecho la entrada a Guadix los restos del apóstol–, cruzábamos la plaza de las Palomas y subíamos por la estrecha calle de Santisteban, para desembocar en la Puerta Alta, donde se encontraba la enorme puerta del Seminario que parecía engullirnos. Enfrente había una fábrica de harinas, que tableteaba hasta por la noche, de manera que llegué a acostumbrarme a ese ruido a pesar de lo delicado que yo siempre fui para dormir. En la portería del Seminario se encontraba Juan, un hombre de treinta y tantos años, que se pasó no sé cuántos años metido en aquel cuarto. Juan era gordo, alto, desproporcionado y feo, sin embargo, le gustaba la ópera y alguna que otra vez lo oías entonando zarzuelas, de manera que hacía sus pinitos: “Eugenia de Montijooo”. Juan era como el pájaro cantor, pero enjaulado como un canario, posiblemente, hubiera sido un buen tenor. Cuando cortaban el agua, los seminaristas bajábamos al bello patio con arcadas con nuestros barreños y el portero sacaba pacientemente el agua del pozo con un cubo. Al final terminaba reventado de tanto tirar de la cuerda.


 Mis tres compañeros fueron expulsados del Seminario, por lo que no vinieron el curso siguiente. Se ve que e mayor hizo una pintada en una tapia del campo, criticando a los curas, el caso es que culparon a los tres de aquello. Yo me libré porque esa tarde no iba con ellos. Sin embargo, el curso siguiente vinieron otros dos paisanos por lo que no me encontré solo. Recuerdo que, la primera noche que llegaron, oí lloriquear a alguien cuando ya habían apagado las luces de los dormitorios. Me levanté de la cama, abrí una puerta y, al otro lado del tabique de mi camarilla, me encontré a mi paisano llorando a lágrima viva. “¿Qué te pasa, Tomás? ¿Por qué lloras?”, le pregunté. “Es que me acuerdo mucho de mis padres…”. Lo consolé como pude, le dije cuatro cosas y al poco se quedó tranquilo. Era muy dura la vida en el Seminario, en aquellos años de la década de los sesenta, y no todos aguantaban aquella disciplina. Meditación, misa, estudio, desayuno, clase, recreo, estudio… Y por la tarde: aseo, rosario, estudio, recreo, tiempo libre, lectura espiritual… Así era a diario. Muchos abandonaron el Seminario –era el internado más barato en aquella época–, pero a otros les sirvió para sacar después una carrera. Por entonces, el rector era don Leovigildo Gómez Amézcua, actual canónigo de la Catedral de Guadix, con el que tengo amistad y buenos recuerdos.

 Cuando nos dieron las primeras vacaciones de Navidad, siempre eran el 22 de diciembre coincidiendo con la Lotería de Navidad, lloré de emoción al ver a mi padre cuando me bajé de la autedia. Era la primera vez que estaba tres meses fuera de casa y tan lejos de mi pueblo, cerca de 80 km. De Guadix salíamos a las 10 horas y llegábamos a Castilléjar sobre las 18 horas, teniendo que esperar la mayor parte del tiempo en Baza, donde hacíamos trasbordo. Mientras que de Castilléjar salíamos a las 8 de la mañana y llegábamos sobre las 13 horas a Guadix. Y no digamos cuando cogíamos el tren de Guadix a Baza: salía a las 14 horas y llegaba a las 4:30. Hoy se tarda en coche cerca de una hora. Así me pasé cinco años en Guadix, el último los seminaristas fuimos a dar clases al entonces Instituto Mixto Pedro Antonio de Alarcón.


 Desde las tapias de la Alcazaba veíamos las cuevas, aunque estaba prohibido asomarse. Y los domingos tañían al viento las campanas de la Catedral, llamando a misa, para mí era ya un sonido que me resultaba familiar y agradable. Ese día era el único que no teníamos clase y el recreo duraba más. A veces los sábados íbamos andando hasta Purullena, con nuestras sotanas, por una vereda paralela a la carretera, pues apenas circulaban vehículos. Echábamos un partido de fútbol, en alguna rambla, y vuelta para el Seminario. O bien nos traían a pasar la tarde, donde hoy se encuentra el Parque Periurbano, o más arriba de la Estación de Guadix. Y en noviembre, íbamos montados en el remolque de un camión al Seminario de verano, de Jérez del Marquesado. Nos desparramábamos por la arboleda y pasábamos el día asando castañas, en un paisaje idílico. Aquel Seminario –donde muchos de nuestros padres hicieron los ‘cursillos de cristiandad’– lo vendieron y los castaños fueron arrancados.

 Y las vueltas que da la vida, cincuenta años después, en 2014, compramos una cueva en Guadix aunque la idea fue de mi mujer, pues yo no estaba muy convencido. ¿Quién me iba a decir que regresaría, al cabo de medio siglo? Unos meses antes, yo lo hubiera negado. A Pedro Antonio de Alarcón le ocurrió lo contrario que a mí: al final de sus días se marchó de Guadix, pues su espíritu aventurero e inquieto no podía quedarse encerrado aquí. Yo tampoco podía imaginar que los fines de semana me tomaría unos churros crujientes, al lado del parque, donde tanto lloré, bajo la mirada impasible del escritor guadijeño, que también pasó por el Seminario. Los sábados por la mañana cuesta trabajo encontrar una mesa en los bares. Nunca pensé que iba a vivir en el barrio de las cuevas, adonde un grupo de seminaristas veníamos en diciembre, a cantarle villancicos a los ancianos del barrio de Santa Ana, que vivían en unas miserables habitaciones, con humedades y en la pobreza más absoluta. También les di clases de catecismo a unos gitanillos, en lo alto del monte –porque no había un local–, donde pasaban frío pues apenas llevaban ropa. Antes habían comido en el comedor del ‘Auxilio Social’, que se creó durante la Guerra Civil para los más necesitados. Pero cuando entrabas en el comedor, despedía un fuerte olor a humanidad.

 Ahora uno se queda admirado, pues en Guadix el tiempo parece haberse detenido, la gente es más amable y sencilla que en Granada y la vida es más barata. En los mercadillos del sábado y del domingo encuentras de todo, hasta se ven a algunos hortelanos con sus cajas de frutas colocadas en el suelo, como se hacía a principios del siglo XX, mientras que las calles del centro se encuentran atestadas de gente de la comarca. Lo que no entiendo es que Jerez de los Caballeros (Badajoz) tiene menos patrimonio histórico que Guadix y, sin embargo, hace años que fue declarada Ciudad Monumental. Y también es una pena el abandono en que se encuentra la Alcazaba.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

LOS OLVIDADOS QUE LIBERARON PARÍS








·        EVA DÍAZ PÉREZ,  redactora del El Mundo. 28 de agosto. 
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París había dejado de ser la ciudad sonámbula, suspendida en el silencio y el miedo. Las radios clandestinas lo habían anunciado: se acercaban los carros de combate del general Leclerc. En las afueras ya se escuchaba el engranaje de metales de los blindados, el avance de las tropas, el murmullo que anticipa la victoria. París estaba a punto de ser liberada de la ocupación nazi.
Hace setenta años de aquella epopeya, uno de los episodios extrañamente felices de la Segunda Guerra Mundial, el comienzo del fin: la retirada de Hitler de la Francia ocupada. Esta semana se ha conmemorado esa fiesta de la liberación con varios homenajes. Los franceses saben celebrar las páginas ilustres de su Historia, aunque en realidad en buena parte las protagonizaran otros. Por ejemplo, los españoles republicanos que lucharon para expulsar al ejército alemán de París. Esos mismos que han permanecido en el olvido durante décadas, arrojados del tiempo y de la Historia. Durante años la historiografía francesa se ha ocupado de restar importancia a los extranjeros que lideraron su gesta, entre otras cosas porque había que maquillar el dudoso papel que Francia había hecho durante la Segunda Guerra Mundial al ser ocupada y admitir la farsa de la Francia libre de Pétain en Vichy.


Un andaluz lo narró en un libro valiente y estremecedor que permaneció durante décadas sin editarse. Se trata de La agonía de Francia, del periodista sevillano Manuel Chaves Nogales. Tras huir de España durante la guerra, consciente de que -como él mismo escribió- había contraído méritos suficientes para ser fusilado por un bando y por otro, Chaves Nogales se instala en París. Allí asiste a la caída de Francia, que era para los refugiados el último baluarte de la democracia ante la barbarie del totalitarismo. "Se encontraban con un nazismo vergonzante, larvado, con el cadáver maquillado de una República Democrática en cuyas entrañas podridas germinaba la gusanera del totalitarismo". Y aclara que para los españoles la decepción era doblemente trágica. "Era la segunda patria que perdíamos".


Decía Chaves Nogales que el París de los nazis era una ciudad que "había tomado un aire siniestro": "Tenía una luz cernida de apocalipsis, una atmósfera cargada y espesa en la que las gentes se movían como espectros".
Otra andaluza también fue testigo de aquella ciudad siniestra. Se trata de la jurista y parlamentaria malagueña Victoria Kent, quien protagonizó una curiosa historia ya que estuvo oculta en un pequeño apartamento cerca del Bois de Boulogne durante los cuatro años que duró la ocupación de París. Kent se escondía de la Gestapo ya que temía que la denunciaran a la policía franquista. Por eso mantuvo una identidad falsa: Victoria Kent era madame Duval.


Para consolarse en esos larguísimos y tenebrosos años, Kent escribió un libro a modo de diario encubierto: Cuatro años en París. Y anota comentarios sobre aquella ciudad en la encrucijada de la Historia: "Se diría que la ciudad había sido sorprendida en un momento de escalofrío". Victoria Kent, cuya misión era alojar a niños sin familia en colonias infantiles, se refugia en los años felices de la infancia perdida en Málaga, recuerda el sol tibio ahora en esta fría ciudad silenciosa, el sabor de las naranjas, la dulzura de las pasas, la cal blanquísima de las paredes. Y también se refugia en el humor. Kent observa los camiones y vehículos alemanes pintarrajeados que circulan sin tregua por París: "A veces, tengo que hacer un esfuerzo para no determe y reír de buena gana, francamente, creo estar contemplando los preparativos para la romería del Rocío".


Los días se suceden y parecen los mismos, escucha en la radio las pesimistas noticias sobre España, observa hasta el hastío los objetos del pequeño piso, las voces de la vida tras las paredes, los pasos que suben por las escaleras, se obsesiona con el reloj y teme los sueños intranquilos.
Y por fin llega el gran día de la liberación con los tanques de Leclerc llenos de exiliados republicanos que habían luchado contra los nazis como la última salvación para liberar a España. Esta es la entrada que la malagueña Victoria Kent escribe en su libro: "¿Y esos tanques? ¿Veo claro? ¿Son ellos? Sí, son ellos. Son los españoles. Veo la bandera tricolor; son los que atravesando el África, llegan hasta los Campos Elíseos. Los tanques llevan nombres que son una evocación 'Guadalajara', 'Teruel', y son los primeros desfilando por la gran avenida. París aplaude. París aplaude a los españoles curtidos en una lucha de nueve años, que sonríen hoy al pueblo liberado. París aplaude a la España heroica de ayer, a la España libre, democrática y fuerte de mañana. Parece un sueño... Parece un sueño".

Con estos españoles ocurrió lo mismo que con los que sufrieron en los campos de exterminio, aquellos que llevaban un triángulo azul con un S de spanier, de rotspanier (rojos españoles). Los supervivientes regresaron a sus países porque había un país que los reclamababa, pero España era de Franco y los republicanos vencidos no tenían más opción que el exilio. Fueron los apátridas, los sin tierra, los más derrotados de todos los derrotados.
Pero regresemos a esa mañana de agosto en la que el general Leclerc entra con la Nueve -9º Compañía de la Segunda División Blindada de la Francia Libre- llena de republicanos españoles para liberar París. Son muchos los que protagonizan este episodio como el valenciano Amado Granell o los quellegan hasta el cuartel general de Von Choltitz, encargado de la defensa de París. Son el extremeño Antonio Gutiérrez, el aragonés Antonio Navarro y otro andaluz, el sevillano Francisco Sánchez quienes lo detienen. Choltitz creyó que eran franceses, pero se dio cuenta de que lo habían derrotado unos españoles. Aunque eso aparezca en pocas historias.
Hace unos días la web www.todoslosnombres.org, que se ocupa de rescatar las historias de olvidados y desaparecidos del franquismo, la Guerra Civil y el exilio, recuperó la extraordinaria historia de otro andaluz que participó en la epopeya de la Nueve: Manuel Pinto Queiroz-Ruiz, más conocido por su seudónimo Manuel Lozano. Era hijo de un barbero anarquista y trabajó como obrero en las viñas jerezanas. Su vida -que relató Laurent Giménez en 1985 en Agosto 1944. Los españoles en la Liberación de ParísTestimonio de un anarquista español- sigue el manual para el asombro de tantos personajes que protagonizaron estos tiempos salvajes.

Manuel Lozano se exilió en Orán en 1939 pero es arrestado e internado en varios campos de concentración de Argelia y Marruecos. Finalmente es liberado cuando las tropas angloamericanas ocupan el Norte de África y se incorpora a los Cuerpos Francos de África. Así llega a Francia con la División Leclerc en la Novena. El 24 de agosto de 1944 es el primero en entrar en París, ciudad donde muere en el año 2000. Pero ¿quién ha recordado su historia?
En el cementerio de Père Lachaise de París hay un monumento dedicado a los españoles que lucharon por la liberación de Europa y a los que sufrieron en los campos de exterminio. El memorial se realizó en 1969. En París el Memorial Leclerc en el barrio de Montparnasse recuerda el heroico episodio de la liberación, pero las referencias a los españoles son mínimas y eclipsadas por el papel de los franceses que con la victoriosa liberación y el papel de la resistencia intentaron borrar la vergüenza de la Francia de Pétain.
Republicanos españoles en Le Perthus.
Esa Francia que recibió a los republicanos españoles en campos de concentración. Así fue la respuesta que el país que había sido ejemplo y símbolo de la democracia ofreció a la moribunda República española: los campos de Saint Cyprien, Argèles-sur-Mer, Gurs, Le Perthus, Septfrand o Bacarés.

Otro andaluz, Manuel Andújar, que padeció el infierno francés de Saint Cyprien y lo narró en Saint Cyprien, plage, campo de concentración(1942), comprendió que la única forma de que no se olvidara su historia colectiva era escribirla. En el libro El exilio español de 1939 recordaba con pasión y rabia el papel de los desterrados españoles en la Historia: "Las legendarias hazañas bélicas, la convulsa geografía de los combates -Narvik, Tobruk, estepas y ciudades rusas, Indochina, resistencia francesa, los primeros tanques de Leclerc, tripulados por españoles en la liberación de París- unidas están para siempre en la Historia al denodado esfuerzo de los hombres de la España liberal, la expatriada. Su aportación también a raudales -cenizas, cadáveres, indelebles torturas- en los campos de concentración y exterminio nazi". No es demasiado tarde para contarlas ¿no?

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2 » Comentarios
1.     http://estaticos03.elmundo.es/social/img/avatars/medium-comments_default.pngCecilio Gordillo GiraldoCecilioGordillo01.sep.2014 | 08:33
#1
Cuanto trabajo "nos" queda aún por hacer Eva. Aunque algunos dicen que esto debería ser, también, un trabajo del Estado. jajajaja
2.     http://estaticos04.elmundo.es/social/img/avatars/medium-comments_default.pngboreas02.sep.2014 | 11:08
#2

Si el partido Popular tuviera de verdad respeto a la democracia, se tomaría más en serio el valor de estas personas, que ellas si que dieron un ejemplo de patriotismo y de coraje, luchando y muriendo defendiendo muchas de las cosas de que gozamos ahora, incluso que el PP sea un partido demócrata y pueda participar en unas elecciones, a ver si se aclaran, si eran rojos pero españoles de verdad.


casano03.sep.2014 | 12:20

#3

Miles de exiliados españoles vivieron después en Francia, los imagino en París y en otras ciudades pasando muchas faltas. Hoy, sus hijos son franceses. En el cementerio de Père-Lachaise están enterrados el expresidente de la República, Juan Negrín, Largo Caballero y la fotógrafa Gerda Taro, que fue la pareja de Robert Capa, a quien España le debe tantas fotografías de la Guerra Civil que dieron la vuelta al mundo. En el cementerio de Montparnasse estuvo enterrado el pintor Manuel Ángeles Ortiz. Después de todo, Francia ha sido nuestra segunda patria, cuando las cosas iban mal en España.