Un vecino quiere cambiar las ventanas de madera de su vivienda por otras de aluminio. Después de visitar y hablar con varios carpinteros, queda con el que le presentó la oferta más ventajosa para medir las ventanas de su casa. El metalistero le presenta un presupuesto escrito y le dice: “Son 1.700 euros y con el IVA sale a 1.900. Pero usted solamente me tiene que abonar 1.700”. El vecino se queda sorprendido y le responde: “Con este presupuesto yo estaría obligado a pagarle 1.900 euros. Yo quiero que me haga un recibo con el total de lo que tengo que pagarle, pero sin que figure el IVA”. Entonces se pusieron ambos a discutir: que si usted no se fía de mí…, yo tampoco me fío de usted… Al final, acuerdan que el carpintero le entrega un presupuesto sin IVA, por 1.700 euros. Unos días más tarde quedan en la carpintería, para la entrega de 700 euros a cuenta, a cambio de un recibo. El vecino se presenta a la hora convenida con el dinero, pero la metalistería está cerrada. Entonces llama al móvil del carpintero y tampoco responde, de manera que no le queda otra solución que marcharse.
Una hora más tarde llama el carpintero diciendo que estaba trabajando
en un pueblo y, sin dar más explicaciones ni excusas, le propone una cita para
que le pague al día siguiente. El vecino ya no pudo aguantar: “¿Le ha costado
mucho trabajo llamarme para decirme que no iba a estar en la carpintería y me
habría ahorrado el viaje al pueblo? Ayer saqué 700 euros del banco y desde
entonces los llevo encima, hasta el teléfono móvil lo tenía desconectado… Esto
es tener poca seriedad, de manera que las ventanas ya no me interesan”. Y
diciendo esto le colgó el teléfono, bastante enojado. El otro le envió dos
mensajes diciendo que había hecho un trabajo pasándose por su casa y casi
amenazándole. Pero ahí se quedó la cosa. El vecino se hacía cruces pensando:
“Si esto me lo hace cuando he ido a pagarle un anticipo, ¿qué no me hubiera
hecho después?”. En los pequeños detalles, hasta en los más simples, dan la
talla las personas.
Un amigo me contó este caso insólito que le pasó, hace unos meses.
Había terminado su jornada de trabajo y le faltaba poco para llegar a casa en
su vehículo. Como siempre, dejó la calle principal y torció para meterse en la
calle donde vive, pero se encontró de pronto con una mujer que iba andando por
mitad de la calzada, en vez de por la acera. El conductor tuvo que frenar el
turismo para no atropellarla y la mujer, en vez de apartarse y balbucear una
excusa, se planta en la calle y se le encara diciendo “¿Qué pasa?”. Mi amigo le
reprochó su actitud y le dijo, “Pero, ¿qué hace? ¿Quiere apartarse de la
calle?”. Sin embargo, la susodicha no se movió de la calzada mientras hacía
gestos desafiantes al conductor y, lo que es peor, trataba de llamar la atención
de los viandantes que pasaban por allí, con tal de echárselos encima, haciendo ver
que aquel tipo se estaba metiendo con una mujer indefensa. El conductor tuvo
que salir pitando de allí con el coche, porque barruntaba que iba a tener
problemas. Cuando se da con una persona así, con ganas de jaleo, no te puedes
poner a su altura. Meses después, un joven se le cruzó en la calle por lo que tuvo que frenar para no atropellarlo. Le llamó la atención y el chaval le respondió: "Subnormal, tú tienes un cruce de calles y tienes que pararte". Allí no había ni ceda el paso ni para los peatones...
No hace mucho, llevé el vehículo al mecánico pues tenía poca potencia. Tras
oír el sonido del motor, me dice que le fallan los inyectores. Al día
siguiente, me confirma por teléfono que los cuatro inyectores y la bomba del
agua (estaba rota) cuestan 840 euros. “Pero si hace un año que le reparaste dos
inyectores”, le digo. Me cobró doscientos euros, diciéndome que tenía que
desmontar la mitad del motor, cuando los inyectores se encuentran debajo del
filtro de aire. “De eso hará más de un año”, me responde el mecánico, un tanto
sorprendido, pues no se esperaba mi respuesta. Hacía exactamente un año que los
reparó, según la factura. “¿Cuántos inyectores están mal en el ordenador?”, le
pregunto. “Dos”, me responde. “Pues, arregla esos dos y la bomba del agua”. Al
final me cobró 555 euros, pero al principio intentó cobrarme los cuatro inyectores,
y eso que le he estado llevando el vehículo unos seis años.
El mecánico llevó
los dos inyectores a que los limpiaran a un taller y, cuando recogí el
vehículo, me dijo: “Hace unos años, estos mecánicos iban malviviendo como
podían. Hoy no dan abasto y es por el gasoil de bajo coste, que estropea los
inyectores… Lo mejor es que llenes dos depósitos de gasoil barato y un depósito
del bueno para que los vaya limpiando”. Este fue el consejo que me dio el mecánico,
y es que, como solían decir con frecuencia nuestros padres, “nadie da duros a
cuatro pesetas”. A la conclusión que llegué con el mecánico es que, cada vez
que le llevaba el vehículo, debía de tener preparada la cartera. Pero, cuando
uno tiene un negocio, debe de procurar transmitirle confianza al cliente,
porque si no al final lo pierdes. Me ha pasado con varias personas, después de llevar años siendo cliente y a veces de estarles agradecidos, te la intentan pegar o ves poca seriedad. La solución es no ir más, pues prefieren el dinero y engañar al cliente.
Publicado en el semanario Wadi-as, julio de 2016