sábado, 21 de abril de 2018

EL TREN DEL ACEITE





Antigua estación de Jaén



Dedicado a Rocío y Oliver



En las sofocantes tardes de verano de Jaén, una patulea de chiquillos jugaba como si tal cosa entre los raíles del Tren del Aceite, que venía de la estación de Espeluy. A comienzos de los años ochenta, sobre las 19 horas, resoplaba la renqueante locomotora mientras que sus vagones se ondulaban al bordear la ladera del monte. Al pasar cerca de las primeras viviendas de Jaén, el maquinista lanzaba pitidos que se desparramaban por el inmenso y sediento olivar para que la gente se apartara de las vías. Y cuando el tren llegaba por las Fuentezuelas, los niños que jugaban a la pelota en un pequeño descampado se apartaban de la vía y contemplaban el cansino y lento trotar del convoy, mientras algunos saludaban a los escasos pasajeros, que se asomaban por las ventanas para contemplar el paisaje monótono de los olivos.

Era todo un espectáculo ver pasar el Tren del Aceite, aunque para los que vivíamos cerca se había convertido en una rutina diaria, que rompía la cadencia de la tarde. Pero un día, a mediados de la década de los ochenta, el casi centenario tren de la línea Jaén-Espeluy dejó de chirriar y de resoplar por la vía. Lo habían retirado de la circulación y los niños ya no saludaron más a los pasajeros, mientras que los vecinos y viandantes no se asomaron más a los balcones para verlo trotar como un viejo potro por la vía. Poco tiempo después, una cuadrilla de trabajadores levantó los raíles y los dejó por allí tirados, junto a los maderos y los enormes tornillos. En los días siguientes, apareció la pezuña de una máquina que sin compasión extrajo toneladas de tierra y las piedras de la vía. Y a continuación, vinieron las máquinas que nivelaron el terreno.

Unas semanas después las potentes y ruidosas máquinas se marcharon, dejando un paisaje dantesco de tierra amontonada y caminos de polvo o de barro, según la época del año. Seguidamente, empezaron a llegar furtivos motocarros que descargaban escombros y toda clase de cachivaches en el descampado. Poco tiempo después, ya eran camiones y furgonetas los que descargaban cascotes de las obras, ante la impotencia de los vecinos y el asombro de todos. De manera que, donde antes crecía la hierba,  donde se oían las voces de la chiquillería y donde paseaban los viandantes, de la noche a la mañana lo habían convertido en una inmensa y maloliente escombrera de color ocre, que llegaba hasta las puertas del Instituto de Formación Profesional. Todos fuimos testigos mudos de aquel desastre medio ambiental. De forma insensata habían decidido cambiar la naturaleza y el paisaje, que servía de decorado al cansino paso de aquel tren romántico, que se deslizaba por el olivar, arrancando la vía a la vez que dejaban un enorme estercolero. Eran los años de la Transición y entonces no existían organizaciones ecologistas que protestaran, ni el pueblo tenía suficiente conciencia para movilizarse ante aquel desastre, lo cierto es que nadie se movió ni dijo nada.


El Tren del Aceite hacía un recorrido de 32 kilómetros, entre la línea de Jaén a Espeluy, que fue inaugurada el 18 de agosto de 1891, hasta que por decreto del Gobierno de Felipe González fue cerrada en diciembre de 1985, dirigía entonces el ministerio José Borrel. La provincia de Jaén era rica en olivos y en aceite, pero no había un plan de desarrollo industrial e incluso fue la última provincia andaluza en conectarse por autovía. En esa década, también se suprimieron las líneas Linares-Puente Genil, Guadix-Baza-Almendricos y otras, por falta de rentabilidad, cuando antes como hoy día la mayoría de las líneas férreas españolas son deficitarias, salvo la del AVE Madrid-Barcelona y alguna que otra. Unos años después, Felipe González apostó por el AVE Madrid-Sevilla, por la Expo-92 en Sevilla y por los Juegos Olímpicos de Barcelona-92. Todo aquello resultó demasiado costoso para un país atrasado como España. El embajador japonés dijo entonces que su país no hubiera podido organizar la Expo y los Juegos Olímpicos a la vez, por el inmenso coste que le hubiera supuesto. Y eso que Japón era y es un país de los más ricos.

Sin embargo, aquí tiraron la casa por la ventana como siempre y España quedó exhausta y arruinada. Fue un gran error cerrar numerosas líneas férreas deficitarias, porque decían que España no las podía costear, y luego se gastaron hasta lo que no teníamos en juegos y exposiciones florales. El mandatario socialista se había propuesto cambiar la imagen de España en el mundo y no sé si lo consiguió. Al rebujo de aquellas obras faraónicas, empezó también el auge de la construcción de manera que los pisos llegaron a doblar el precio en poco tiempo. Pero, volviendo a Jaén, fue tanto el destrozo que hicieron en la antigua vía del Tren del Aceite, que desecaron para siempre la pequeña fuente que había en aquel paraje, de forma que sólo ha quedado en su recuerdo el nombre de las Fuentezuelas.


Posdata: no he podido encontrar fotografías del Tren del Aceite.




lunes, 9 de abril de 2018

HISTORIA DE ZÚJAR, DE FRANCISCO ARREDONDO
















El historiador y catedrático, Francisco Arredondo Arredondo, es miembro del ‘Centro de Estudios Pedro Suárez, de Guadix’ y de la ‘Asociación de Escritores del Altiplano de Granada y Pozo Alcón’. Ha publicado varios libros, ‘Regadíos y pagos de la Vega de Zújar’, en el 2000; ‘Fiestas de Zújar en honor de Ntra. Sra. de la Cabeza’. La representación de Moros y Cristianos’, en 2007, así como diversos trabajos de investigación histórica, publicados en revistas. En 2016, editó de su bolsillo la obra ‘Notas de historia y geografía urbana de Zújar’, debo señalar que ha hecho un trabajo de investigación histórica muy completo y que el pueblo de Zújar puede sentirse orgulloso. El autor destaca la evolución urbana que ha tenido a lo largo de la historia y da a conocer las diferentes facetas por las que ha transcurrido la vida del pueblo: “La geografía y la historia han ido influyendo en las formas de vida, costumbres, comportamientos de las gentes y ello ha contribuido a elegir un asentamiento (…). El hecho de ser una zona cruce de caminos también ha influido para la continua presencia de pueblos del ámbito mediterráneo y europeo configurando un crisol cultural rico en matices”. La primera parte del libro trata de la ‘Evolución del urbanismo en Zújar’, abarcando la Antigüedad, la Época Medieval y los siglos que van del XVI al XX. La segunda parte la dedica a la ‘Morfología urbana’: el plano y el paisaje urbano, análisis de la vivienda, arquitectura religiosa (las ermitas e iglesia) y arquitectura de producción, con molinos y almazaras. Al final vienen unos cuadros de la población zujareña: por el lugar de nacimiento, por titulación, por calles, barriadas y caseríos, así como la población extranjera residente. También dibuja la pirámide de la población, con las edades de hombres y mujeres, la clasificación de los trabajadores en los sectores primario, secundario y terciario, etc.

En el Llano de la Jarea y el Camino de Guadix se han encontrado vasijas con restos óseos, de la época argárica (1.500 a. C.), debido a la vecindad de Murcia y Almería. La presencia de los iberos se manifiesta por la abundancia de trozos de vasijas, una figurilla femenina y trozos de molinos de mano. Esta zona fue romanizada en el siglo II a. C. y posiblemente hacían escala los viajeros que iban de Castulo a Málaga. La presencia musulmana durante ocho siglos dio lugar a unas construcciones diferentes, dejando huella también en el regadío, los cultivos, las costumbres y la toponimia, como los barrios de Alquería, Harasmontarit, Harasçocat, Sima-Xarea y Abatel. En época árabe, los contornos del pueblo eran muy distintos a los que conocemos hoy, afirma el autor: “La Vega, sin olivos y con cultivos diferentes a los actuales, constituía un vergel de naturaleza exuberante con acequias y fuentes de aguas cristalinas como la de Las Doncellas a la que acudían las zujaríes a solazarse en las tardes (…). Asimismo, los once molinos harineros constituyeron un elemento importante de trasiego, vida activa e ir y venir de todo tipo de gentes”.

“El ataque a la Alcazaba y conquista de Zújar se enmarca como acción previa al asedio de Baza, por los Reyes Católicos, en 1489”, señala Arredondo. Fernando el Católico aceptó la capitulación honrosa de los defensores zujareños, después de ocho días de asedio, permitiéndoles irse a Baza. Tras la rendición de la Alcazaba, los Reyes Católicos prometieron a los musulmanes que respetarían su religión “e los dexar en el uso de sus leyes y costumbres, otrosí, de nos les façer, ni consentir que les sea fecha fuerça, ni robo ni injuria”. Sin embargo, la reconquista de Zújar supone un cambio de población y de creencias. En las plazuelas de los barrios se agramaba el cáñamo y eran frecuentes los oficios de agramador y alpargatero, en cada uno de los barrios de Zújar había un horno de pan cocer. Como existían once molinos harineros, era un continuo ir y venir de arrieros, de los caseríos y cortijos. Los oficios más comunes eran, además de los citados, los agricultores, cesteros, talabarteros, tenderos, yeseros, carpinteros, alarifes, porqueros, herreros, jaboneros… Los cristianos nuevos o moriscos eran más de 2000 tras la sublevación, en 1571. Sin embargo, un año después,  no llegan a los mil a causa de la expulsión del Reino de Granada.  Se intenta suplir con la repoblación de cristianos venidos del Reino de Jaén, en su mayoría.

En cuanto al tipo arquitectónico, en los siglos XVI y XVII, se impondrá el estilo cristiano-mudéjar. Se manifestará en la arquitectura civil, religiosa, excavada y de producción, con diferentes cubiertas, patios, fachadas y dependencias en casas, molinos, cuevas, etc. El escribano del concejo, José de Heredia, escribe en el siglo XVIII: “Está la villa de Zújar a una legua de distancia de la ciudad de Baza a el lado de occidente y al pie del cerro nombrado de Jabalcool, en lo hondo de una cañada por donde se vierten las aguas de los convecinos cerros y nacimientos naturales y lluvias a parar a el rio Grande llamado Bravata, después Guadiana (Menor)… con fortaleza que dominaba a todas partes para defensa de sus habitadores cuyas moradas tenían por uno y otro lado vaxo de su alcazaba…”. En otro capítulo, el autor explica: “La excavación de cuevas para vivienda se desborda ya en la segunda mitad del siglo XIX y continúa en aumento constante hasta la primera mitad del siglo XX”. En esta época desaparecen los cultivos tradicionales del lino y cáñamo, y se deja de cultivar la morera para la cría del gusano de seda. Aumentan el cultivo de los cereales y olivos y se introduce el de la remolacha azucarera. Se produce también “la inmigración de muchas familias de braceros y pegujaleros que buscan en la explotación del esparto un recurso económico para ‘satisfacer’, en cierto modo, sus necesidades (el Ayuntamiento recaudaba 6.000 pesetas al año) de aquí que en un período de cien años se triplique la población de Zújar”. En 1850 tiene 2.603 habitantes, en 1947 llega a 8.200, mientras que en 1954 alcanza 9044 habitantes, de los que unas 300 familias vivían en cuevas. Sin embargo, a partir de entonces se produce una emigración masiva llegando a descender un 23% la población, en 1974, según el catedrático Cano García.

Francisco Arredondo, foto de Antonio Arenas







Francisco Arredondo, a través del estudio de los archivos, cita la existencia de un hospital junto al Pósito, que también fue Tercia hasta la Desamortización de Madoz, en 1855, “en la que se almacenaban y guardaban los diezmos de pan en grano de la Iglesia y el cabildo de la Abadía de Baza que eran los cuatro novenos (las tercias reales se quedaban con los 5/9 restantes), después se utilizó para escuelas públicas”, hasta 1970 en que fueron demolidas. A finales de los años cuarenta, el Patronato de Santa Adela construyó la barriada de el Ángel 14 viviendas, las llamadas ‘Casas Baratas’. Pero, en los años setenta, la explotación y comercialización del esparto es cada vez más complicada, por lo que provoca una fuerte emigración a Francia, Alemania, Holanda…, así como a Cataluña, Baleares, Levante, etc. El autor se queja con razón de que “la fiebre constructiva del último tercio del siglo XX y primeros del XXI y los cambios de mentalidad han causado la pérdida de muchas viviendas tradicionales…, se han introducido modelos nuevos de construcción, ha desaparecido la costumbre de colocar balcones tradicionales en fachadas. Con la especulación del suelo…, se emplean cubiertas de uralita, puertas metálicas acristaladas, etc. de forma que se está perdiendo cierta estética, atractivo original y la esencia que ha caracterizado a un pueblo con una densa historia en todos los sentidos”.

Asimismo, va describiendo en qué años se construyen los edificios del Consistorio, del Cuartel, de numerosas viviendas, o cuándo son demolidas las antiguas, el mercado de abastos y las cuevas. Sabemos que la carretera se construye en 1890, mientras que la construcción de una fuente pública se aprueba en 1873, con un presupuesto de 1.500 pesetas. Francisco Arredondo ha desarrollado un trabajo de investigación intenso y prolijo, con muchas horas de estudio en los archivos de la Parroquia y del Ayuntamiento de Zújar, en los Archivos de la Real Chancillería y de Protocolos Notariales de Granada, y ha consultado numerosas obras de autores granadinos y españoles. El libro está ilustrado con abundantes fotografías y dibujos del autor, así como de otros autores. Zújar es un pueblo plagado de nombres árabes, escarbas un poco y encuentras calaveras de los moriscos, como no hace muchos años les ocurrió a unos albañiles al arreglar una calle, porque el pasado y nuestra historia están ahí, a la vuelta de la esquina. “Era costumbre colocar cruces o humilladeros en la entrada de los pueblos y en lugares donde se bifurcan caminos…”, leo en la página 235. He disfrutado leyendo este libro de Francisco Arredondo, que nos enseña y descubre la Historia de Zújar, su pueblo natal, del que me habla siempre cuando nos encontramos en la calle y al que siempre lleva por bandera.