lunes, 30 de diciembre de 2013

'LOS CAMPANILLEROS', LA NIÑA DE LA PUEBLA

La Niña de la Puebla cantando con Tomatito, en Cúllar Vega, en 1988. Cómo se pasa la mano por la boca y va siguiendo el rítmo del villancico, mientras se agarra a la silla. Memorable. Un minuto dura la presentación.
 

FUNCIONARIO CAMINA LIGERO

El video es genial, un derroche de imaginación, asín que yastás pulsando el play o el pon

jueves, 19 de diciembre de 2013

LOS CUADRILLEROS DE LA NAVIDAD

Hermandad de Ánimas, de Castilléjar, años 60. Leandro García




“El Día del Nacimiento (25 de diciembre), vuelta por lucha: a misa, merienda y juerga”, me dice Dolores Mañas, ‘la Manca’. “¡Entonces hacíamos unos bailazos!... Yo, comparación, estaba bailando con mi novio, y llegaba otro y decía: ‘Dos pesetas porque se vaya el novio y no baile más’”. Y, claro, éste subía a cuatro pesetas. “Pues yo doy seis”, replicaba el otro... “Pero cuando uno decía, ¡ánimas benditas!, entonces se plantaba, y al otro le tocaba pagar todo lo que habían apostado”. Así era el ‘baile de Pujas’ en Castilléjar. En esto, Dolores no puede evitar un ramalazo de nostalgia: “Nosotros nos ‘casemos’ después de la guerra y la tía María ‘la Bolilla’ fue la guisandera”. Josefa, la del pan, va directamente al grano: “Con tres celemines de harina, salían unos siete panes de a quilo... En los años 50, teníamos que hacer turnos por Navidad: diez o doce mujeres venían por las noches a hacer sus dulces caseros, y por el día cocíamos el pan”. Josefa recuerda que entonces las mujeres amasaban en su casa, “en una artesa, y nosotros íbamos por las casas recogiendo los panes en una tabla. También teníamos que salir todos los días a por una carga de leña al monte, aunque estuviera nevando”. En estas andanzas me acompaña Rafaelillo, el municipal, y me cuenta que algunos niños, cuando no se portaban bien, “la víspera de Reyes encontraban los ‘alpargates’ en la ventana llenos de cagarrutas de las cabras”. Y luego, cuando se anima, me larga este villancico: “Esta noche es Nochebuena y mañana es Navidad, / saca Perico la bota que nos vamos a ‘chispar’”.

Andrés Martínez, el molinero, es la viva memoria de lo que ocurría en Castilléjar en los años treinta: “Por abrazar a la novia, vale tanto”, señalaba el encargado del baile de las Ánimas. “Y tú tenías que pujar: ‘¡A ver, tráeme a fulana que quiero bailarla!’”. Pero Andrés asegura que “hubo muchos palos por esto y que entonces, con una peseta, te corrías una juerga”. ‘Rafa’ Cuevas, director de las revistas ‘Úskar’ y ‘Cuadernillos de la Sagra’, de Huéscar, me acompaña a la aldea de La Parra a visitar a Roque Rodríguez, apodado ‘el Abujeros’, que escribe trovas y también canta con ‘los Cuadrilleros de San Clemente’: “¡Abran las puertas del templo!, / que venimos a adorar a Jesús Sacramentado / que está puesto en el altar”. Este canto “lo hacemos en la ‘mesma’ puerta de la iglesia y luego le vamos cantando al cura mientras se viste. Tocamos hasta cincuenta coplas en la misa del Día del Nacimiento”. Y el juglar nos canta esta trova popular: “¡Santo, Santo, Santo, San Antón! / ¡Qué Santo tan ‘afortuno’! / Tú ya tienes tu lechón, / ¿pero cuántos no tendrán ninguno?”. Mariano Teruel, ‘el Barranquero’, también se deja caer: “¡Oh divino San Antón! / Antes de que se cumpla el plazo, / si me guardas el lechón, / yo te traeré un espinazo”. Y a ‘Rafa’ le sienta bien el relente del pantano: “Ojalá, que en vez de ir dando voces por la vida, pudiéramos sentarnos a la lumbre a contar nuestra historia, o cantar como hoy una improvisada trova. Seguro que nos iría mejor”. 

Plaza Mayor de Huéscar. Turismo de Granada



Es la una de la tarde del Día de la Inmaculada y, en la plaza Mayor de Huéscar, la gente se va animando mientras los bares no dan abasto. Llama la atención un pequeño remolque con este letrero: “Peso 180 kg”. Por curiosidad, uno se asoma al remolque y descubre, con asombro, al cerdo –con perdón- más grande que haya visto en su vida. El animal, que parece un hipopótamo de secano, está echado sobre un poco de paja y lo único que mueve son los hocicos, como diciendo: “¿Qué habré hecho yo para que me miren tanto?”. Seguramente ignora que un poco más allá, en la otra esquina, están vendiendo las papeletas y preparando el saco: “¡Oiga, a cuarenta duros la tira!”. Pero, a las dos en punto de la tarde, Huéscar parece la ciudad sitiada de Kandahar: el estampido de los cohetes retumba sobre el azul cielo ‘güesquerino’, y los lugareños, presurosos, convergen desde las calles hacia la plaza Mayor, porque la función va a empezar: “¡Señores, hagan el favor, se va a proceder a la rifa del marrano de San Antón!”. Todas las papeletas vendidas, con el nombre de cada comprador, se meten en un saco. Y ya sólo queda esperar a que salga el número agraciado.  Pero estoy por decirle que el cochino –con sus 16 arrobas- va atando cabos: “¿Y qué estarán celebrando hoy con tanta gente y tanto petardo?”. Sin embargo, la tradición se ha perdido ya: "Antiguamente, al marrano lo dejaban suelto por las calles y se pasaba todo el verano comiendo –trigo, panizo o lo que le echaran-, hasta que lo rifaban por la Inmaculada”, señala Rafa Cuevas.

Ánimas, Cascaborras e Inocentes, de Puebla de Don Fadrique





De Puebla de Don Fadrique se dice que es la ‘Puerta de Andalucía’, pero el portal debe estar abierto porque un frío de nieve de la Sagra –sierra sacra- da la bienvenida al forastero. Esperanza Rodríguez, presidenta de la Asociación Local de Mujeres ‘Conmu’, me explica que, en la madrugada del 8 de diciembre, los tres ‘despertadores’ –que llevan dos farolas y un Cristo– van llamando a los componentes de la Hermandad de las Ánimas. La procesión del ‘Rosario de la Aurora’ comienza un poco después, a las seis de la mañana, y, al son de cantos y rezos, van despertando al vecindario mientras amanece en la Puebla. Y más tarde, sobre las ocho, se celebra la ‘Misa de los Despertadores’. Balbino Sánchez y José Gómez dirigen el Hogar del Pensionista y me invitan a la ceremonia de la ‘Entrega del estandarte de la Virgen del Carmen’ –que tiene lugar esa misma tarde– entre los miembros de la Hermandad de las Ánimas. El hermano que lo recibe debe guardar el estandarte en su casa durante un año.

 Tan singular ceremonia la presiden varios poblatos, disfrazados de autoridades y vestidos con trajes y gorros del siglo XVIII. Engalanados también con sus sombreros y trajes típicos, los acompañan cinco alegres ‘Inocentes’, y seis pícaros ‘Cascaborras’, que van pidiendo dinero por la calle, o lo mismo te arrean un vejigazo. Y ya, durante la Navidad, con el estandarte de la Virgen, van de puerta en puerta cantando villancicos o jotas. Por eso, en esta comarca del Altiplano, nada de extraño tiene que traten de usted a su padre, o que le hagan una cruz al pan antes de partirlo. Pero, es lo que le digo: si en estos días va buscando a alguien en particular, puede que lo encuentre entretenido en alguna matanza, aliñando el embutido o zampándose una buena morcilla. Como mandan la tradición y el Santo San Antón.

      Posdata: Este artículo salió publicado en Ideal de Granada, el 24 de diciembre de 2001 y en mi libro Artículos del Altiplano y de Granada (2014). Dolores Mañas y Andrés Martínez fallecieron unos años después de la publicación. Josefa murió el 7 de abril de 2018, mi madre amasaba en su horno todas las semanas, en los años sesenta, y recuerdo a aquellas mujeres con el pañuelo en la cabeza, dándole vueltas a la masa.

martes, 10 de diciembre de 2013

EL RINCÓN DE JUAN LÓPEZ

Juan y Engracia Marín






Estamos sentados al lado de la chimenea del bar ‘El Rincón’ y, cuando voy a hacerle la entrevista, Juan López me dice: “¡Es que estoy muy ‘cortao’, tú!...”. Nada, nada, tú tranquilízate. Al cabo de unos minutos, veo que Juan se ‘encarrucha’, coge carrerilla y se lía a pegarle capotazos al toro. La verdad es que cuando lo oigo en la cinta unos días más tarde, veo que se expresa bastante bien: dice lo que tiene que decir, sin pelos en la lengua. Y además, se nota que le sale de dentro del alma, como si fuera una confesión.

    –Nací en el 48 en Los Evangelistas, y recuerdo cuando bajaba al cine de Manolo, pues entonces valía a tres pesetas el gallinero. Pero allí se pasaba mucho frío. Y luego, con los amigos me daba unos interminables paseos por la calle Mayor, o bien nos íbamos al bar de Faustino. Llevábamos unas cabezas de conejo y unas botellas de vino, y allí cantábamos, bailábamos y cogíamos un buen pelotazo. Y, envalentonados, salíamos a la calle y nos acercábamos a alguna muchacha que nos gustara. Y que ésta te respondiera “pero,  ¿adónde vas, tío?”. Años más tarde, subíamos a Galera en bicicleta pero nunca hicimos ‘na’. Siempre íbamos al baile, ¡pero nadie quería bailar con nosotros! El caso es que subíamos todos los sábados y domingos, pero ya solamente a beber vino del país. Y lo único que conseguí fueron muchos porrazos en el camino de vuelta, en aquellas noches de ‘yelo’ y lluvia. Y hasta perdí un zapato en el Puente de Hierro de Galera. La última vez que estuve allí fue en el 71, con Emilio, ‘el Chache’. Después de hartarnos de vino, recuerdo que salimos de allí a las doce de la noche. ¡Y llegamos a Castilléjar a las diez de la mañana, del otro día! Con la que estaba cayendo y el barro que había en el camino, nos caímos muchas veces. Y bueno, empecé a trabajar, emigré y me hice soldador. Hasta que me caí de un andamio, desde una altura de dieciséis metros, en Crevillente (Alicante). Y me quedé parapléjico en una silla de ruedas. Antes de todo esto, me había ido con un amigo a un pueblo de Cuenca, donde conocí a una vecina suya y nos hicimos novios. Yo le escribía cartas desde Alicante –como la cantante Cecilia-, o cogía el tren y me presentaba en Cuenca. Luego seguí viéndola durante la mili y, cuando tuve el accidente, le pedí montones de veces que me dejara por mis circunstancias. Pero ella no quiso dejarme. Creo que entonces me salvó la vida, pues yo continuamente tenía la idea del suicidio en la mente. Había cumplido veintiún años y sabía que jamás iba a volver a caminar. Y bueno, ella tuvo muchos más cojones que yo y consiguió que nos casáramos, cosa que yo no quise en ningún momento.



El monólogo discurre sosegado junto a la lumbre, y ahora Juan está en uno de esos momentos en que se siente seguro de lo que dice. Pero, cuando se quede solo, es posible que se líe a pensar, a pensar, y a pensar... Y claro, eso no es bueno. Sin embargo, eso ocurre cuando se está sentado en una silla de ruedas (y sin estar sentado también): entonces la dichosa silla no la tiene uno debajo del culo, sino encima de la cabeza. ¡Por montera! Se podría decir que la dichosa silla sirve para todo, pero no aprovecha para nada; y además, pesa lo suyo, como el plomo. ¡Ahí está el misterio! Porque, cuando uno anda, va para arriba y para abajo, entra y sale; esto y lo otro.... Entonces mueves los pies mientras que a la cabeza le va dando el aire y te vas fogueando. Pero, cuando ‘te regalan’ un cacharro de éstos de por vida y te amarran a él, entonces la cosa cambia un montón... ¡Es tan difícil querer a una silla de ruedas y hablarle en susurros, en esos momentos de soledad, cuando el ánimo está por los suelos!... Como si fuera tu sempiterna compañera. Pero Juan, en medio de la penumbra de su mente, ve cómo el mundo sigue andando con sus miserias y completamente ajeno a su paraplejia.



–Pues bueno, me casé de blanco. Yo no soy muy creyente, pero mi novia me dijo que no le quitara la ilusión de ir a la iglesia vestida de blanco; y me pareció que debía transigir en algo y darle ese capricho. Me casé y me vine al pueblo. Fui inmensamente feliz y siento no haber ‘vivío’ con ella antes del accidente que me dejó inválido. Pero murió a los dos años y creo que pasó conmigo lo peor de mi vida, porque yo me casé antes de que me dieran el alta del hospital. Entonces, yo no estaba adaptado a salir a la calle y a relacionarme con la gente en una silla de ruedas, porque me tiré tres años y medio encerrado en un hospital de Madrid. Tanto los médicos como las enfermeras me crearon una burbuja muy protegida y, después, cuando salía por Madrid, siempre iba con ellos. Yo entonces tenía el mundo que ellos me habían creado. Pero, volver a Castilléjar recién casado y en una silla de ruedas, fue una situación bastante terrible. Y bueno, cada momento, cada día que pasa, me duele mucho no tenerla a mi lado para compartir todo lo que yo pude haberle dado. Sin embargo, no se lo pude dar nunca, porque estuvo poco tiempo conmigo. Tras su muerte, me tuve que habituar a la silla de ruedas. También he sufrido en mis carnes la marginación de la gente, aunque paso mucho de ella. Los que fueron mis amigos de la infancia me ven y siempre me hacen un saludo, pero como lejano y de cumplimiento. Y si comparten conmigo un café o un vaso de vino, es por lástima; es como si, aparte de estar en una silla de ruedas, yo tuviera también algún coeficiente mental bastante bajo. ¡Cosa que no es así! Entonces paso de todo el mundo y no demuestro nunca que estoy triste; y cada noche y cada día, pues me acuerdo de mi mujer. Te diré que he tenido oportunidad de rehacer mi vida con alguna muchacha. Pero, cuando he estado próximo a hacerlo, a dar el paso para compartir mi vida, mi soledad y mis palabras con otra persona, siempre aparece el recuerdo de mi mujer –y matiza-. ¡Siempre me viene el recuerdo! ¡Ella es como la sombra que alarga su brazo desde donde esté!



Parece un ‘Volver a empezar’, como la película de José Luis Garci, donde trabajaba el desaparecido Antonio Ferrandis. Pero, ahora, Juan López va entreteniéndose con los recuerdos que se le escapan como el agua entre las manos: en esos momentos compartidos con su malograda Maricarmen. Y tras los titubeos iniciales, habla como quien hace tiempo lleva las cosas guardadas y te abre el corazón: corazón ‘herío’. Afirma que tiene amigos que viven con la ilusión de que encuentren el remedio –o el milagro–, que los libere de la tiranía de la silla de ruedas. Pero él está ya a vueltas de todo y cree que morirá sentado. Aunque hace unos años me confesaba sus esperanzas de poder andar algún día.

      –Yo no creo en el más allá, pero Maricarmen siempre me impide que yo pueda compartir mi vida con otra persona... Porque yo sigo queriéndola a pesar de que murió en el 77. ¡Es como si la tuviera todavía! Y cuando salgo a la calle, pues me pinto la cara como pueda hacerlo un payaso en una función. ¡Porque la vida continúa! Pero yo llevo dentro mucho más dolor que alegría, aunque creo que lo disimulo muy bien; y por otro lado, la gente se ríe bastante conmigo –y matiza–, aunque no de mí. Pero, vamos, por mi forma de estar y de comportarme, es un dolor oculto que yo llevo dentro. ¿Qué cómo ando ahora? Pues, aparentemente y de cara a los demás, muy bien; pero en mi intimidad, entre las paredes de mi casa, realmente estoy bastante ‘hundío’. Ando de depresión en depresión, aunque nunca nadie me lo nota. Y luego..., pues tarde o temprano tendré que buscar ayuda médica y de pastillas para seguir viviendo. Vivo con mi madre, que tiene 84 años y está muy mal de salud; y por eso me estoy manteniendo más o menos, llevando una vida normal. Pero el día que se muera mi madre, ¡no sé!... –Juan se queda un momento pensativo y, al poco, prosigue diciendo-: Podía explicar muchas más cosas, pero lo he ‘resumío’ porque no creo que yo sea lo bastante importante como para que llene páginas y páginas en un libro. Mi vida no tiene importancia para nadie, excepto para mí, aunque ya te digo que podría entrar en muchos detalles –y con ese orgullo, concluye diciendo-: te he contado muy poco para lo que realmente puedo contar...



     Cuando Juan termina de hablar, le digo “y la función continúa, ¿no?”. Pero, lo que son las paradojas de la vida, el desigual reparto de suertes y la tornadiza rueda de la Fortuna: su hermano Manuel tiene una reluciente Harley-Davidson esperándole a la puerta, ¡como una jaca alazana! Mientras que a Juan, el andamio alicantino le regaló un sillín con sus dos ruedas, ¡como una penca mula cuatralba! No hace falta que entres en detalles ni nos cuentes más cosas, Juan. Porque nunca podremos comprender a quien está amarrado a una silla de por vida. Pero, ‘cucha’ que te diga, te podrán inmovilizar el cuerpo pero tú tienes que liberar tu mente.



De la novela, ‘Diálogos en la tierra de los ríos’ (2003), de Leandro García Casanova



Posdata: Juan recibió algunas críticas por esta entrevista que le hice, yo también recibí dos críticas por otras semblanzas, aunque en general ‘Diálogos’ tuvo muy buena aceptación en todos sitios, pues procuré no juzgar ni criticar a los demás, sino que traté de reflejar la intrahistoria (las pequeñas historias) de un pueblo, a través de mis recuerdos de la infancia. Sin embargo, no entiendo las críticas a Juan, teniendo en cuenta el accidente que tuvo, que lo dejó impedido en una silla de ruedas, y la pérdida de su mujer Maricarmen. ¿Tan difícil es ponerse en su lugar e intentar comprender siquiera un poco su situación de inválido? ¿O lo criticamos encima por lo que dice o deja de decir?

 A nadie le gusta estar en un hospital –al menos la mayoría tiene la oportunidad de que le den el alta–, o perder a un ser querido, y menos aún estar amarrado a una silla de ruedas de por vida, sin poder andar ni hacer muchas cosas que los demás sí podemos. En la entrevista, Juan se expresa libremente y da rienda suelta a su sinceridad, manifestando sus inquietudes, el sufrimiento que lleva dentro y afrontando la dura y cruel realidad del día a día. No ofende a nadie, sino que dice cómo se siente en la silla de ruedas, sin poder desplazarse, ni siquiera salir del pueblo para compartir sus problemas con otros impedidos como él. Sí, sin poder llevar una vida normal como sus paisanos y como todos nosotros. No hace falta decir que eso es muy duro.

 Ni a mí ni a nadie nos gustaría estar en esa situación, pues me faltarían fuerzas para sobrellevarla y posiblemente echaría de menos la comprensión y la ayuda de los demás, que es el problema de siempre, que nunca nos ponemos en el lugar del otro. Sólo nos importa lo nuestro y no somos capaces de ver lo que ocurre más allá del tabique de nuestra casa y de solidarizarnos con el prójimo o el vecino de al lado.



Estas frases las decía Irene Villa, el otro día, en una entrevista en televisión:

“Las barreras mentales son las más difíciles de saltar. Ya hemos llorado bastante. Hay que reírse de uno mismo. La autoestima lo es todo, pero hay que trabajarla”.


Juan López falleció el 27 de abril, tras una larga enfermedad. Con él se va un amigo y un ejemplo de la lucha por la vida. Esto es lo que me cuenta Mariquilla Galvez, pues chateaba con Juan López : "Hola buenos días pues si yo se lo que hablaba cómico, además es que tengo las conversaciones en el mesenger, y el lo tenia claro de que algo malo tenia, por la químico que le estaban dando que desvía que se ponía malísimo y que a cada un dos por tres tenía que estar en urgencias porque se le atoraba una sonda que creo que tenia,y como te digo están ahí las conversaciones, y me lo decía que lloraba mucho, y la ultima conversación que tuve con el me lo dijo que estaba llorando, yo trataba de animarlo, no le decía, no tu no tienes nada, sino que trataba de decirle que luchara, que los milagros existían...".
Ahora descansa en paz. Van más de 600 lecturas, a primeros de mayo

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