viernes, 7 de abril de 2017

POR LOS CAMINOS DEL ESPARTO



Los Barrancos, desde Castilléjar





Dedicado a los esparteros, que tanto penaron en los Barrancos, y a Jesús García, que ya reposa en ellos para siempre



Aquella mañana del 15 de diciembre de 2002, había quedado con Jesús García, el agente de Medio Ambiente, en el bar de Emilio. Y después de tomar café, enfilamos con el todoterreno para los Barrancos. El antiguo oficio de guarda lleva demasiados nombres a sus espaldas: guardarríos, guardamontes, guardacampos, guardabosques, guardapesca... Y en Extremadura también existe el oficio de guardabellotas y guardahabas. Hasta la denominación de guarda forestal, como lo fue Julio Martín Ambel, allá por los años sesenta en Castilléjar. Pero a Jesús se le nota que vive su profesión, le gusta el campo, y de paso me va indicando.
Ahora mismo vamos por la cañada del Gallar y, siguiendo este camino espartero, se sale a la torreta de teléfonos de Galera y a la vieja carretera de Huéscar. Calculo que estarán a unos 6 ó 7 kilómetros de aquí. En cambio, El Margen queda al suroeste, por detrás de aquellos montes –luego, una vez en lo alto de los cerros, Jesús va señalando-. Hace años, los Barrancos eran de los Portillo de Huéscar; mientras que los López eran propietarios de la parte baja de la vega y de la fábrica de electricidad. Allí al fondo vemos a Castilléjar; y aquí más cerca están Los Olivos, el Lago y el depósito del agua. Entre Los Olivos y Los Carriones, se encuentra el barrio de Dolosa; y ya, en dirección a Castril, se ve el cerro del Diablo. Como parajes más cercanos tenemos el Cerrico Redondo y el camino de Mojón Alto, que sale a la carretera de Castril. Mientras que al Norte destaca el pico de la Sagra –2.383 metros de altitud– dominando el Altiplano, pero hoy tiene una capa de nubes encima. A sus pies se encuentra el embalse de San Clemente; y al Oeste, la Puebla de don Fadrique entre campos de almendros y cereales. Por detrás de la Sierra de la Sagra pasa la carretera que va a Santiago de la Espada.
Hay un viejo dicho popular: Si la Sagra fuera romana y Marmolance un pilón, ¿cuántas arrobas pesaría el Cerro de Jabalcón? Esto me lo contaba Aurelio Gómez, mi tío político. Jesús continúa con sus explicaciones de guía, como quien anda todo el día en el campo. Se conoce el terreno como la palma de la mano, hasta las madrigueras de las zorras.
Aquellos tajos rojizos que ves pertenecen a la sierra de Marmolance, pero ya en el término de Huéscar. Las montañas que hay a la izquierda del Cerro del Cubo (1.369 metros) –aunque, en realidad, tiene forma de pirámide, como si la mano del hombre hubiera cincelado el cerro a propósito–, es la Sierra de Castril; y un poco más abajo, se aprecia la Sierra de Cazorla, ya en la provincia de Jaén –la Sierra de Castril es una prolongación de ella–. En el Cerro del Cubo pasa el límite del término de Castilléjar y, un poco más acá, se encuentra la Loma de las Presas. El paraje natural de las Presas es uno de los paisajes más bonitos de Castilléjar y, además, han puesto barbacoas y una especie de área recreativa. Ese monte pequeñillo que vemos, casi enfrente de nosotros, es el Campo del Rey (1.088 metros), que es la única franja de pinar que tiene el pueblo. El Cerro de Jabalcón (en el siglo XIX se le decía Jabalcool) lo tenemos al Sur, pegando a Baza (la antigua Basti) y a su parque natural. Y si te fijas un poco, allá a lo lejos, se ve hasta el pico del Mulhacén. Guadix se encuentra más acá de la ladera norte de Sierra Nevada. Y aquella montaña oscura que destaca al Este, es la Sierra de Periate.

Según Pascual Madoz, Orce se encuentra sobre una colina entre dos ramblas que bajan de la sierra de Periate. Desde lo alto de los Barrancos –a 800 metros de altitud– la vista que se ofrece al viajero es impresionante. Uno piensa que Baza, Castril, Huéscar, Orce, Guadix o Cúllar quedan lejos, demasiado lejos. Pero aquí los tienes casi al alcance de la mano, lo abarcas todo con un golpe de vista: unos ciento cuarenta kilómetros a la redonda. O quizá más. Aunque a veces tengo la impresión de que estoy delirando. La Sagra hoy presenta un color azulado –azul cielo– y todavía no tiene la cima cubierta de nieve. En abril pasado, cuando la escalé, tenía su corona de nieve y en invierno aparece como el blanco pecho de una mujer. Pero este año el frío está tardando en llegar. Mientras que Jabalcón es ese inmenso peñasco, de color leonado, que rompe el paisaje de la llanura. A su vera se encuentra el “mar chico” del Negratín –20 km de largo y unas vistas impresionantes–, uno de los pantanos más grandes de Andalucía.

Aspecto de los Barrancos, al atardecer



Lo que es el término de Castilléjar no tiene montañas grandes ni altas, sino los cerros de tierra salitrosa y margas yesíferas. Antes, los albañiles salían a buscar los espejuelos –¡centenares de ellos resplandecen al sol!– y luego separaban las láminas y las cocían. Después tenían que golpear el yeso –ya con su característico color blanco– con unas mazas de madera porque salía hecho una pelota. Esta finca de quinientas y pico hectáreas –los Barrancos– la compró la Junta de Andalucía en el 92, y ha hecho algunas repoblaciones de pinos. Este pino carrasco que ves, plantado en mitad del cerro, es propio del terreno árido. Está agarrado, pero no crece por el yeso que tiene el suelo –hasta el verdín presenta un color lechoso, propio de los terrenos calizos. ¡Yo nunca había visto nada igual!–. Por aquí se da la perdiz, el conejo y la liebre, y he visto hasta un búho real. Pero cada vez se ve menos fauna, debido a los cazadores y la sequía. En cambio, los jabalíes se han convertido en una plaga, pues bajan a la vega y destrozan los ‘maíces’. Zorras también hay muchísimas, algún que otro tejón y, en las fuentes del Guardal (viene de Guahardal), se ven nutrias. Las águilas culebreras anidan por el pinar del Campo del Rey y, estos años atrás se veían bandadas de milanos comiendo en el basurero; pero ya lo han sellado. También viene a cazar por esta zona alguna que otra águila real.
Ahora vamos en el todoterreno camino del Cerro de la Cruz, y pasamos por delante de la ‘Cueva de los Señores’ –así viene señalizada en el mapa–. El agente asegura que la cueva tenía el suelo alfombrado de esparto, y todavía se observa el yeso de las ventanas y las corralizas para las caballerías. Aquí, en los años del hambre, los señoritos venían en carretas a cazar; a veces acompañados de las autoridades militares y eclesiásticas. Ocurría algo parecido a la película ‘La escopeta nacional’, de García Berlanga, pero en estos inhóspitos espartizales. Los terratenientes se divertían pegando escopetazos a los jabalíes y a todo bicho viviente; mientras que los esparteros andaban desriñonados entre los matorrales, arrancando atochas con un ‘cogeor’ para ir malviviendo. Jesús García afirma que, el importe de la subasta del esparto en el monte público, allá por el año cuarenta, ascendía a 900.000 pesetas de entonces, y el Ayuntamiento de Castilléjar era uno de las más ricos de la provincia. Nunca pensé que los Barrancos dieran para tanto, aunque también el pueblo sería de los que más pobres tendrían por kilómetro cuadrado.

¡Mira, estas son huellas de jabalí! Una grande y otra más pequeña, la del jabato –al poco, me dice señalando a lo lejos–. Hasta las Presas llega la vega, y todo lo que pega al río Guardal está plantado de álamos. ¡Fíjate la vista que tiene ahora el pueblo, que se encuentra en esa esquinilla! Parece una cuña y, justo en el vértice, es donde se unen los ríos en el Puente de las Juntas.
Conforme se viene por la carretera de Huéscar, al doblar el recodo de la carretera, Castilléjar aparece de pronto, como encaramado en el cerro y con sus casas escalonadas recortándose en el horizonte. Mientras que abajo, verdean los campos de la vega que bañan sus ríos. Pero desde aquí, desde Cerro Alto, Castilléjar se dibuja al fondo, como un puñado de casitas blancas y apiñadas en una ladera del monte, cual si de una maqueta se tratara.

Aquí se han registrado algunos inviernos hasta trece grados bajo cero, aunque lo normal son menos tres y cuatro grados –saliendo de Galera, esta mañana hacían dos grados; y por el viejo y recién asfaltado camino del Cortijo del Cura, el termómetro de mi coche marcaba medio grado–. Esto es un clima estepario que da lugar a un paisaje lunar. En los Barrancos es muy difícil identificar un paraje, porque son como la antesala del desierto, y no hay un punto de referencia. Y sobre todo ahora, en que apenas se transita por aquí. A esto le llaman el Barranco del Agua Salada, pero el  manantialillo se ha secado. Y por este camino, donde suelen pasar los pastores, se llega hasta La Alquería y El Margen     –Jesús lleva el todoterreno por caminos intransitables, trasponiendo por solitarios montes, donde no se ve ni un animal–. Y aquí, en el Cerro Montoya, encima de estas hileras de piedras –todavía permanecen dispuestas como las antiguas calzadas romanas–, se colocaban los manojos de esparto; con las puntas hacia fuera para que se secaran. La gente decía “Vamos a entibar el esparto (compactar)”. Luego venían los carros y se lo llevaban a las fábricas de transformación de Calasparra y Cabra de Santo Cristo. ¡Mira, allí a lo lejos, se ven las cuevas del Cortijo del Cura! Y aquellos cortes blanquecinos en los montes, es por donde están construyendo la nueva carretera. Esos árboles de color rosa son los tarales (Tamarix gallica), que están en el llano del Arique. ¡Y fíjate cómo se distingue hasta la torre de la iglesia de Huéscar (a unos doce km)! Los días que hace sol, brillan las cúpulas del Observatorio Astronómico de Almería (el Calar Alto), en la Sierra de los Filabres. Y aquella montaña que se distingue al suroeste es Sierra Mágina, en Jaén...

Castilléjar, los Barrancos y la Sierra de Periate



Vamos por la rambla hacia el Cerro Alto y Jesús asegura que esta tierra la está recorriendo a diario. Ahora estamos subiendo una pendiente, con un 35% de desnivel. Uno piensa que si las ruedas del vehículo resbalaran, irremisiblemente iríamos a parar al fondo del barranco. Pero el agente no es de los que se echan para atrás: No, si lo peor vendrá después, cuando bajemos la pendiente. Parece que te vas a comer el suelo. El vehículo va por un viejo camino espartero que, al no ser transitado, está lleno de matorrales. Poco después, estamos en el Cerro Alto, a 800 metros de altitud. A nuestra derecha quedan los cerros de los Mellizos (los ‘Merguizos’), porque parecen hermanos. Observarlos desde Castilléjar, es una de la imágenes más insólitas que uno pueda ver. Porque ya es raro encontrar a dos cerros tan semejantes, aunque no están juntos a pesar del efecto óptico. Al regreso nos detenemos en la Presa del Cura, donde tantas veces me habré bañado y tomado el sol en el recodo del río. Casi todas las tardes del verano veníamos a bañarnos a este remanso, y luego tomábamos el sol en la arena. Pero, cuando decíamos de venirnos, algún Sotero nos llenaba las espaldas de cieno. Y claro, había que tirarse al agua otra vez. Hasta que, cansados, salíamos pitando y el cieno nos lo quitábamos a un kilómetro de allí. ¡Nos ha jodido! Los ‘zagalitrones’ tenían la fea costumbre de tomar el sol en pelotas. Y claro, por la Presa del Cura nunca asomaban las mujeres.

Aquí el paisaje ya cambia por completo, por la vegetación que crece al lado del río. En la parte alta se recorta el solitario y monótono desierto de los montes, pero abajo están los sembrados de la vega. Y en medio discurren las aguas mansas del noble río Guardal, que durante siglos ha ido lamiendo la ladera del cerro, y hoy forma un tajo de unos treinta metros. Es raro que por aquí no veamos una garza real, me dice Jesús. Y al poco, como si lo hubiera oído, salió una garza volando de los juncos. Los Barrancos son una zona árida, formada por ‘badlands’ (tierras baldías) como el norte de Marruecos o el desierto de Arizona; y sólo se ven antiguos caminos de herradura y abundantes matas de esparto en la cara norte de los montes. Sin embargo, el paisaje impresiona a cualquiera: no se advierte ni una triste sombra de un árbol, ni siquiera el furtivo vuelo de algún ave. Sólo a lo lejos se divisan algunas casas, y todo lo demás es un mar de cerros blancos moteados. Pero, en aquellos años de miseria, estos montes se convirtieron en la despensa de los pobres y en el divertimento de los señoritos. Ya no aparece en el horizonte la insólita estampa de las cansinas reatas de burros regresando al atardecer y abriéndose paso por los antiguos y borrados caminos del esparto. Recuerdo que, cuando niño, los hombres se tiraban todo el santo día en los Barrancos, mientras que los viejos se sentaban a la puerta de su cueva y, con los manojos de esparto, pacientemente confeccionaban los serones y aguaderas, los capazos y esparteñas. Cuando bajamos, Jesús Martínez, el teniente de alcalde, me acompaña y le hace unas fotos a los cerros de ‘los Merguizos’, desde la antigua cueva del tío Romualdo ‘el Latas’.

Posdata: Publicado en mi libro Diálogos en la tierra de los ríos, publicado en 2003. Castilléjar tiene una deuda pendiente con los antiguos esparteros, que al final conocieron el pan negro de la emigración. El Ayuntamiento debería dedicarles un monumento en su memoria, pues muchos de ellos viven todavía. Ignoro el nombre de los autores de las tres últimas fotografías.

Jesús García (izda) y su hijo Pablo, en 2002

A Jesús García lo saludé hace un añoen Castilléjar y, en las ocasiones que lo traté, lo recuerdo amable, sencillo y servicialPor un amigo suyo de Orce, me he enterado de su muerte, a causa de un infarto, el pasado cinco de marzo, cuando tenía sesenta años. Antonio Pinteño me dice que la vida de Jesús se resumía en su familia, en su gente y en su trabajo, no tenía ningún problema con nadie.  En 2009, a propuesta mía, la Diputación de Granada, a través de ‘Caminando por los Senderos de Granada’, llevó a cabo el sendero Castilléjar-Galera, y por un camino de los Barrancos fuimos más de un centenar de senderistas. Jesús fue quien elaboró el recorrido. Sus cenizas han sido esparcidas en los Barrancos y esto ya nos muestra el cariño que le tenía a estos parajes, donde desarrollaba a diario su trabajo. Gracias, Jesús, porque nos enseñaste a amar y conocer estos cerros moteados, que me traen recuerdos de la infancia. Descanse en paz.




Este es el escrito que publico el 25 de abril de 2017, en Facebook, sin que nadie haga comentario alguno. Sin embargo, todos se quejan del cambio de nombre:


"Los Barrancos es el nombre de los cerros de Castilléjar desde hace siglos, sin embargo, el alcalde le ha dado la denominación de Badlands, alegando que este anglicismo es su nombre científico y que sólo se refiere al sendero Badlands, de 12,3 km, que discurre íntegramente por los Barrancos, y con la excusa de que así vienen más turistas. Estos son los últimos comentarios del 18 de abril, en mi página de Facebook, donde el alcalde repitió una y otra vez que “los cerros se seguirán llamando barrancos”.
Leandro: Y en cuanto a tu invento de poner el nombre de Badland a los Barrancos, es un insulto a los castillejanos, aunque pongas la excusa de que es un sendero o un nombre científico. Te recuerdo que a los ingleses hay que darle lo que es de los ingleses, y a Castilléjar lo que es de Castilléjar. Déjate de polémicas que no llevan a ninguna parte
Jesus Raya Ibar: Y los cerros se seguirán llamando barrancos aunque tú te empeñes en que le hemos cambiado el nombre. Con esto me despido ya estoy cansado de repetir siempre lo mismo

Sin embargo, en la fotografía de arriba se demuestra que el edil no dice la verdad. La imagen de los Barrancos viene como Badlands, con los anagramas de la Junta de Andalucía, de la Diputación de Granada, del Grupo de Desarrollo del Altiplano y otra institución, mientras que en la parte superior se observa perfectamente el escudo de Castilléjar y debajo viene escrito Ayuntamiento. 

En fin, ya sabemos que todas las instituciones andaluzas le han cambiado el nombre a los Barrancos y han bautizado a la criatura con el disparatado anglicismo de Badlands, a espaldas de los castillejanos. Pero el alcalde, Jesús Raya, el promotor del invento, sigue negándolo. Compartido de Jose Miguel Ortiz Lozar". 

Publicado en Ideal el 8 de agosto de 2003