viernes, 20 de mayo de 2022

IN MEMORIAM, JOSÉ ANTONIO CARRASCOSA

 


El pasado día 21 de febrero de 2006,  me enteré de la muerte de José Antonio Carrascosa Castilla, a través de una nota necrológica de su familia en el periódico Ideal. Cuando la leí, me costaba trabajo creerlo, por lo que llamé a la Delegación de Medio Ambiente y aquí me sacaron de dudas. José Antonio estuvo ingresado un mes en el hospital a causa de una bronquitis, luego la enfermedad se complicó, lo entubaron y al final murió en la UCI el 16 de diciembre pasado, con cuarenta y tantos años. ”Era muy cumplidor y un buen compañero, y hacía favores a la gente”, me dijo un funcionario que lo trataba a diario.

 Solía llegar temprano al trabajo, a las 7:30 de la mañana, en su turismo Polo de color blanco y, últimamente, le costaba bastante trabajo andar –cojeaba desde hacía años– a causa de una enfermedad degenerativa: “Sé que al final me está esperando una silla de ruedas”, me decía, ya resignado, cuando trabajábamos en la Agencia del Medio Ambiente, en la Gran Vía, hará de esto unos diez años. Entonces salíamos juntos a desayunar y ya iba con su paso cansino y torpe, pero nunca lo veías quejarse. Durante los meses de verano se le acumulaban sobre la mesa centenares de solicitudes de quemas de rastrojos, pero se ocupaba de llevarlas al día y de avisar a los guardas para que estuvieran presentes durante la quema. Recuerdo que el trabajo se me hacía agradable con José Antonio en aquella pequeña oficina del AMA y, de vez en cuando, esbozaba una sonrisa, en medio del hastío de su vida.

 Poco antes de irme a otra Delegación, tuvo el detalle de grabarme seis cedés de música antigua, con canciones de los años cuarenta y cincuenta: ésa música que sin querer te transporta a la época de tus padres o, en el mejor de los casos, te abre de par en par las ventanas de tu infancia: ‘Ojos verdes’, de Concha Piquer –apoyada en el quicio de la mancebía–, ‘Mirando al mar’, ‘El barrio de Santa Cruz’, ‘Dos cruces’, ‘Angelitos negros’... ¡Cuánto habré disfrutado oyendo estas canciones románticas, pues él fue quien me aficionó a ellas! De manera que podemos decir que toda una época se va con José Antonio Carrascosa.

Un compañero suyo me dice que “quizá le faltaron ánimos para seguir viviendo”, pero también es cierto que el destino se ensañó con él. Y me informa que en la oficina del Infoca quedan algunas pertenencias suyas, como unas botas y algunos cedés de música antigua, mientras exclama entristecido: “¡Nos hemos quedado sin él!”. Y tanto. Creo que la mejor dedicatoria que podríamos escribirle sería: “Aquí, en medio de estos papeles y solicitudes, trabajó el agente de Medio Ambiente, José Antonio Carrascosa, mientras veía cómo su vida se iba apagando”. La humildad y la generosidad fueron el lema de su vida.

jueves, 5 de mayo de 2022

TIEMPO DE LEER

                                                                                                                                                           




A decir verdad, me pidieron que escribiera un libro sobre el pueblo de Gabia y aquello me lo tomé como un reto. Pero, lo que son las cosas, al final acabé pagándolo de mi bolsillo. En unas páginas he intentado describir lo que cuentan los gabirros, los secretos de los viejos rincones y aquello que te sugieren los paisajes. Y cuando todo esto lo recoges en una novela de costumbres, entonces empiezas a ver el pueblo como si realmente hubieras nacido allí, y a los personajes como si los conocieras de toda la vida. Todo lo demás es accesorio, pues no debe uno esperar gran cosa: hay gente que te anima y también hay quien no te mira bien.

 He tratado de captar el ambiente de sus calles y plazas, pasearme por sus verdes campos, oír el murmullo del río a su paso por el viejo puente, reflejar el alma del pueblo y, sobre todo, grabar las voces de los lugareños. Precisamente los más viejos han fallecido ya, pero esta vez sus palabras no se las ha llevado el viento: ¡Yo he sufrío y he llorao mucho en el cortijo Santonino! ¡Que pregunten por Carmen ‘la Barragana’, que no me he peleao con nadie ni he bebío nunca! Sebastián Beltrán ‘el Ramales’ aseguraba poco antes de morir: ¡Estoy hecho una mierda y ya no valgo para nada! Con noventa y seis años que tengo se me ha pasao tóo por la historia... Sí, definitivamente, ese pueblo ya forma parte de la vida de uno, pues he querido rescatar del olvido los recuerdos que vagaban perdidos en el tiempo.

 Recuerdo a aquella mujer hojeando las fotos antiguas del libro: Te lo compraré a primeros de mes, cuando me paguen. Lléveselo usted, y ya me lo pagará, le contesté. En la novela venía retratado su marido, Salvador Solera, el cual murió unos meses más tarde. A José Córdoba ‘el Che’ lo encontré al lado de su letrero de pared, donde anuncia en letras de molde: Se echan culos de sillas en el matadero. Cuando vio su foto, se apalancó la novela bajo el brazo y empezó a regatearme el precio. A Pepe Rodríguez ‘el mendigo’ volví a encontrármelo a medio camino entre el bar y la Residencia de San Cristóbal, donde lo tienen recogido: Mira, Pepe, quiero regalarte este libro... Parecía un niño con unos zapatos nuevos, él que tantas noches había dormido envuelto entre cartones, en medio de la indiferencia, bajo el soportal del edificio de los Sindicatos. A Felipe ‘el Mediúva’ no hace falta que le des mucha conversación: Yo ahora estoy peor que nunca, tengo mi pensión pero la soledad es la peor enfermedad que hay... Pero te advierto que sé cuando la gente habla de oídas o por 'experencia'


Granada Hoy le dedicó una página al libro

A Manuela ‘la Merguiza’ la retraté ante la puerta de su humilde patio, mientras me hablaba de su vejez y de sus ‘escaparrones’ en vinagre: Bueno, yo rebusco aceitunas pa verdes y pa el aceite, y voy a por jigos. ¿Dónde? Pues, donde hay. Gabriel ‘el Pajarillo’ todavía recuerda con nostalgia a sus cabras: Empecé de pastor, pues entonces había muchos por aquí. Estaban Paco el Machacao, Pedro Cayetano, Paco el Merguizo, Miguel el del Concejo, mi padre Gabriel era también cabrero, Pepico el Garrota y su hermano Gabriel, y José el Mauro. Cuando me despido del octogenario Enrique Vargas, ‘el manijero de la cuadrilla de segaores’, le digo que el libro estará en un par de meses: ¡Ah, para entonces yo creo que viviré!

El poeta Carlos Nieto se volcó con los más débiles, pero en la Navidad pasada me confesaba: Creo mucho en Dios, a pesar de que me está haciendo la puñeta con el Parkinson. Maribel Lázaro, concejala de Izquierda Unida, recuerda que al principio, cuando vine al pueblo, tenía la sensación de que la democracia se acababa en Hipercor. Le gustaría hacer muchas cosas, pero cada día la veo más desengañada. Nieves Capilla es otro personaje que uno ya no sabe si es real o de novela, sin embargo el otro día vi que me sonreía: Mi niñez ha sido bonica de juegos, pero pobre. Nosotras hacíamos nuestra Candelaria y nuestro San Antón con palos de tabaco, en la placeta de la Guisa. Frasquito Capilla, después de cantarme unas coplillas de los años 20, me llama por teléfono: ¿En qué página dices que vengo yo? Mientras tanto, su hermano Adolfo apura los últimos días de su vida. En fin, el caso es que, cuando el editor José Rienda me entregó los libros de Gabia, la memoria perdida, y los acaricié con mis manos, me di cuenta de que el parto había sido doloroso, pues llevaba en el cuerpo no pocos disgustos y algún que otro insulto. Sin embargo, los personajes cobraban vida y bullían por sus páginas, y entonces fue cuando se me quitaron todas las pesadumbres de encima. ¡Pobres de aquellos pueblos y ciudades que depositan su porvenir en un equipo de fútbol, pero no tienen quien les cuente ni escriba su historia o intrahistoria! ¿Quién se acordará de ellos así que pasen cien años?



 

Hace un par de meses entré en una librería de viejo y, de casualidad, vi en el mostrador El segundo hijo del mercader de sedas, del desaparecido Felipe Romero. En otra librería también compré hace unos días El florido pensil, de un tal Andrés Sopeña; pero fue al abrirlo cuando leí esta lacónica dedicatoria: Regalo de Eloy J. 1996. Y en la misma página, lleva pegada una etiqueta: Librería Técnica. Ciudad Real. En unos pocos años, la novela ha pasado por no se sabe cuántas manos y ha recorrido ciudades. ¡Cuántos secretos e historias sentimentales encierran los libros entre sus prudentes páginas! Por eso creo que ahora es el tiempo de leer, y a ellos los pongo por testigos ante el juicio de Dios.

 Posdata: este artículo fue publicado en Ideal, el 3 de julio de 2004, y la mayoría de las personas que cito en el libro han fallecido. No quedan ya ejemplares, pero doné más de uno a la Biblioteca Municipal de Gabia  e hice sendas entrevistas a los bibliotecarios, pues me prestaron ayuda, sin embargo, en todos estos años nunca se acordaron de mí. Vaya mi agradecimiento a cuantos me ayudaron en la elaboración de la obra.


Mi agradecimiento a la alcaldesa Meri, el Día del Libro, 23 de abril de 2022