martes, 29 de agosto de 2023

CARLOS ASENJO, MEMORIA DE UN SIGLO

 

Carlos Asenjo, a la izquierda. Foto de Granada Hoy


Sobre las 11:30 de la mañana caminaba con un antiguo amigo por la Avenida de Medina Olmos, de Guadix, y me paré a saludar al historiador Carlos Asenjo y a Jesús Gil, que estaban sentados en la terraza de un bar. Por indicación de Jesús, nos sentamos con ellos. A este lo conozco desde 1995, cuando era secretario general del Delegado de Agricultura, de la Junta de Andalucía, mientras que yo acababa de llegar a la Delegación de Medio Ambiente. Entonces, ambas delegaciones se encontraban en el mismo edificio de la Gran Vía, de Granada, junto al antiguo Gobierno Civil. Con el tiempo hicimos amistad y hará un año que nos encontramos de casualidad en la Plaza de las Palomas, de Guadix, pues en el verano se traslada a la casa que tiene frente a la Catedral. Han pasado veintiocho años, casi en un soplo, pero, cada vez que nos vemos nos saludamos como viejos amigos aunque vivimos alejados el uno del otro. Le digo en broma a Carlos Asenjo que tiene que escribir una carta a los filipenses, recordando las famosas cartas del apóstol San Pablo a los primeros cristianos.

Estatua dedicada a Pedro A. de Alarcón


 El historiador es una enciclopedia, me va contando episodios de la Guerra Civil en Guadix donde fue muy cruenta. Le explico que mi tío abuelo paterno pasó la guerra en la Catedral de Guadix, que entonces estaba ocupada por el ejército republicano, mientras que mi abuelo materno estuvo trabajando como prisionero en la carretera de Jéres del Marquesado, por pertenecer a la derecha. Ellos no se conocieron, ni siquiera después de la guerra. Carlos me habla de los destrozos e incendios en la Plaza de las Palomas, de los bombardeos… Nació en 1928 y tenía  ocho  años cuando comenzó la guerra, aunque poco después su familia se marchó a Alcudia, como cuenta su hermano José Asenjo en Conversación sobre la Guerra (1977). Le dediqué un artículo a esta novela que apenas se conoce en Guadix. A continuación hablamos del insigne escritor Pedro Antonio de Alarcón, que se marchó de Guadix con el propósito de no volver, y Carlos me recuerda que en los años cincuenta el Ayuntamiento le levantó la estatua en el parque que lleva su nombre, aunque yo creía que había sido por suscripción popular. También me habla de la tertulia que hacen en la terraza de la plaza del Campillo, en Granada, Jesús Gil, Pascual Dengra y algunos amigos más, donde se habla de literatura, política o del tema que toque. Yo asistí alguna vez a la tertulia, hace años, pero al residir en Las Gabias me resultaba complicado desplazarme.



Avenida Medina Olmos, de Guadix

 




Carlos Asenjo es la memoria viva de Guadix, confiesa que ahora escribe menos porque ve poco y solo oye por el oído izquierdo, pero es que ya tiene 96 años. Hace siete años le dediqué un artículo a su obra Las cuevas. Un insólito hábitat de Andalucía Oriental (1990). Copio estas frases de la obra: El arte de la alfarería es esplendoroso, pues es una herencia de los moriscos… la cueva era siempre una actitud de espera ahíta de reivindicar la propiedad de la casa, del terruño, de lo ancestral como posesión de los antepasados. Carlos siempre viene a Guadix durante el verano y le gusta sentarse en la terraza de un bar a echar un rato de charla con los amigos, va desgranando sus recuerdos y me habla sobre la obra del historiador Vicente González Barberán, que falleció hace unos meses: éramos amigos, me dice. Le respondo que era el personaje más famoso de Huéscar y que su biblioteca y obra fueron trasladadas por el Ayuntamiento oscense a un archivo  que lleva su nombre. Con motivo de su fallecimiento, publiqué el artículo Conversando con González Barberán, que recojo en mi libro Artículos del Altiplano y de Granada (2014). De Pascual Dengra, el historiador accitano me cuenta que su mujer apenas puede andar, por lo que apenas sale a la calle. Recuerdo que este guesquerino (hijo del famoso y olvidado maestro, don Pascual Dengra, porque miles de oscenses pasaron por su escuela unitaria) venía a visitarme a la Biblioteca de Andalucía, donde yo trabajaba, y echábamos un rato de charla. Siguiendo con la conversación, Carlos me cuenta la anécdota de un dentista, en el Guadix de los años cincuenta, que le deja la muela a medio sacar a uno, porque decía que era la hora y tenía que marcharse en el coche de un amigo a Granada, donde residía. Al hilo del tema, le digo que en mi pueblo, Castilléjar, había un sacamuelas que las sacaba con unos alicates y para ello ponía la pierna en el pecho del susodicho (como diría Carlos) para hacer fuerzas, según me contaron. Era también barbero y recuerdo que yo era un crío cuando me pelaba. Sobre las 12:45 horas vino Eugenio, el hijo de Carlos, para llevárselo y ya nos despedimos: Eres la memoria de un siglo, le dije a modo de despedida mientras se alejaba con pasos cansados. Media hora antes habían llegado dos jóvenes de la familia de Jesús Gil para acompañarlo, hace dos años le dio un infarto pero se ha recuperado. El caso es que escribo este artículo de verano porque conviene recordar a los viejos amigos y a los personajes ilustres.

 

IDEAL EN CLASE 

viernes, 11 de agosto de 2023

LOS ROMANCES DE CIEGO, DE PEPE DOMINGO

 

En Castilléjar, 23 abril 2003. Foto Miriam Teruel




Pepe Domingo murió, durante la sofocante madrugada del 9 de agosto de 2005, en Galera, a la edad de 79 años. Nadie mejor que él recitaba los romances de ciego, de manera que todos los años lo llamaban para el Encuentro de Escritores, que se celebra en Castilléjar. Había que ver la pasión que ponía al declamar los romances. Él me contaba que, cuando era un niño, se pasaba por Galera un ciego, llamado Bernabé. Éste cantaba en la Plaza Mayor aquellos romances poéticos, sobre un suceso o una historia y, luego, escritos a pluma en unas viejas cuartillas, los iba vendiendo por la calle al precio de unos céntimos. Los pliegos de cordel eran obras populares, como romances, novelas cortas, comedias, vidas de santos, etc., que se imprimían en pliegos sueltos y, para venderlos, se solían colgar de unos bramantes puestos en los portales, tiendas y mercados. El pliego suelto era un artículo impreso, que vendían los ciegos cantores desde los primeros tiempos de la imprenta, en el siglo XV. De aquí le venía la afición a Pepe, de manera que componía la poesía y la conservaba, durante años, en su prodigiosa memoria.

 El domingo, día 8, observé junto a él, sentados en un banco de los jardines –pues ya no podía andar mucho–, el paso de la célebre procesión y, casi sin fuerzas, gritó: ¡Viva el Cristo de la Expiración!, pues era muy religioso y, además, hermano de la Hermandad de las Ánimas. Momentos antes me había dicho, tú grita conmigo. Es curioso, aquel ¡Viva el Cristo de la Expiración”, le sirvió para expirar al día siguiente. La religión tiene estas extrañas coincidencias, aunque uno no cree mucho en estas cosas. Su hija Ángeles –que cuidó siempre de él– había muerto hacía seis meses, pero Pepe ya no se recuperó del golpe; es más, en los últimos días se encontraba bastante débil y no hacía más que mentarla. A veces tengo la impresión como si Ángeles hubiera tirado de su padre para cuidarlo, y ahora están allí juntos, uno al lado del otro, en el viejo cementerio de Galera. Hace tiempo que aprendí de memoria estos sencillos y entrañables versos –¿por qué me dicen tanto?–, aunque los galerinos no supieron apreciar la valía de este hombre: 

En Galera, con Carmen y mi madre, 1949


 ¡Galera, pueblo querido, nunca te podré olvidar!, / con tus calles tan derechas para poder pasear, / tus cuevas-casas tan lindas para poder descansar. / Extranjeros y españoles que vienen a disfrutar, / con tus tres puentes hermosos que cruzan nuestra ciudad; / con un río caudaloso que lleva un buen caudal. / ¡Que al Santo Cristo Bendito todos podamos rogar!, / que nos dé salud y suerte para poderle cantar / unas coplas de la Aurora y otras en Navidad. / ¡Pepe Domingo se llama este compositor! En la iglesia no cabía un alma durante el funeral y, ahora, es de esperar que la figura oronda de Pepe el Bueno se agrande con el paso del tiempo. Que la tierra que tanto amaste –la República Tutugiensis, como solían llamarla los romanos– te sea leve: Sit tibi terra levis.

 Posdata: en la lápida, sus cuatro hijos tuvieron el detalle de escribirle unos versos, mientras que en el nicho de Ángeles nunca falta un ramo de rosas. Recordaré siempre a Pepe, mi tío político, cuando me recitaba en su casa la famosa coplilla, Galera es una gran capital, tiene un puente de hierro y una máquina de aventar. Yo lo propuse en Castilléjar para que declamara y su hija Rosario lo llevó en dos ocasiones, al final fue el que más aplausos cosechó en el Teatro-Cine.

Publicado en La Opinión de Granada,  el 12 de agosto de 2005, y en mi libro Artículos del Altiplano y de Granada (2014).

sábado, 5 de agosto de 2023

AQUEL SUEÑO DE LA INFANCIA

 

Emigrantes, en la estación de Baza. 1978





A principios de los años sesenta tenía yo unos diez años y, por las tardes, me entretenía en quitarle las fajas de papel a los cuatro o cinco periódicos, que entonces llegaban a mi pueblo. Venían siempre con un día de retraso, en la vieja autedia de los Simones de Baza, por aquellos caminos carreteros de polvo y de tierra. Recuerdo que eran el ABC, el YA y PUEBLO de Madrid, el PATRIA e IDEAL de Granada. Me aficioné pronto y, a través de ellos, me asomaba al mundo y me enteraba de lo que ocurría al otro lado de los cerros: el asesinato de Kennedy en 1963, o la muerte del Papa Juan XXIII. Por las mañanas, sonaba por RNE en Murcia –porque las emisoras de Granada no se oían en la comarca del Altiplano– la pegadiza melodía de Protagonistas, nosotros, y por Radio Jaén daban el tostón los machacones anuncios de gaseosa La Revoltosa, o bien entre los novios se juraban amor eterno: Para la niña que yo más quiero... El parte de las dos y media (las noticias, el nombre venía de los partes de guerra que daban a diario) se oía siempre en la vieja radio de mi casa y lo anunciaba la marcha cuartelera de la banda del tirirí: Su excelencia, el jefe del Estado...

 

En el gallinero del Cine de Manolo me divertía con las ocurrencias de Pepe Isbert –siempre con su boina–, en medio del ruido de las cáscaras de pipas y algún que otro pescozón de los zagales. Y por entonces, todos los niños de España queríamos parecernos a Joselito. Pero, con el tiempo, el pequeño ruiseñor se fue quedando retaco y cabezón, mientras todos los demás crecíamos como Dios manda y haciendo cola para que nos dieran una bolsa de leche en polvo americana, que se te quedaba pegada en el cielo de la boca. En España, entonces el ministro López Rodó aprobaba el Primer Plan de Desarrollo y un periódico valía dos pesetas. En Granada solamente se podían estudiar cuatro carreras: Derecho, Medicina, Farmacia y Filosofía. En el Altiplano se sembraba la remolacha y el cáñamo, el esparto se cogía por arrobas mientras que la emigración clandestina era una auténtica sangría: había que ver aquellas escenas dramáticas donde las familias quedaban deshechas para siempre.

 

En las frías mañanas de invierno nos formaban en el sombrío patio de las escuelas y, mientras se izaba la bandera, todos los niños cantábamos el Cara al sol: ...que en España empieza a amanecer... Recuerdo también que me costaba horrores aprender aquellos conceptos huecos y grandilocuentes de la Enciclopedia del maestro Álvarez: El tercer mandamiento de la Iglesia es comulgar por Pascua florida. Y cuando nos desmandábamos, don Pedro, el maestro, que era algo sordo, ponía las cosas en su sitio: nos arreaba unos cuantos correazos y sanseacabó. En aquella época mi padre era el corresponsal del Patria en el pueblo –el carné lo guardo como una reliquia–, pero sospecho que nunca llegó a enviar ninguna crónica. Entonces –como Luther King–, yo tenía un sueño: enviar un apasionado escrito al periódico sobre algún partido de fútbol o un evento local: Ayer tuvo lugar en Castilléjar un reñido y emocionante encuentro de fútbol...

 

Pero allí no se movía ni una mosca y el sueño jamás se cumplió. Entonces me consolaba escribiendo a máquina la aventura que nos suponía cada partido de fútbol. Si el partido era en Galera, hacíamos unos dieciséis kilómetros en bicicleta por caminos de herradura, jugábamos a la pelota y regresábamos de noche, a veces con la rueda pinchada y la bicicleta al hombro. Llegábamos reventados, pero siempre lo hacíamos cantando para que nos oyeran. Y por las noches, matábamos la afición oyendo Radiogaceta de los deportes; y un buen un día, en el viejo estadio de Los Cármenes, no podía creer lo que estaba viendo: allí estaban pasándose la pelota Amancio, Pirri, Gento, Velázquez..., a escasos metros de donde yo estaba.


Comida en el campo. Castilléjar,1965


 

 Pero aquella tierra de frontera está siempre  abandonada a su suerte: donde los jóvenes tienen que emigrar, porque no hay trabajo; donde los pueblos se están quedando casi vacíos, porque el tiempo parece haberse detenido; y donde antes se extendía la vega hoy amarillean los rastrojos, porque ya no están las manos de escarcha del campesino que la cultivaba. Cuando llegas a Baza, junto al Cerro de Jabalcón, destaca a lo lejos el alma de emigrante de la madre Sagra, que estos días de primavera luce su toquilla blanca.

Publicado en Ideal, el 26 de abril de 2002 y en mi libro Artículos del Altiplano y de Granada (2014).

Posdata. En la foto de la estación de Baza, en la bolsa de plástico de la joven se lee: Castillo, El zapato grande, Baza.