domingo, 22 de mayo de 2016

LA ACADEMIA FIDES Y DON CARLOS VILLARREAL


 
Antigua entrada de la Academia Fides
   
       




 A finales de agosto del pasado año me pasé por la calle Ángel Barrios, en la esquina con Arabial, donde al principio de los años setenta se encontraba la Academia Fides, que entonces dirigía el profesor don Carlos Villarreal. Era delgado, con gafas, siempre iba mal afeitado y tenía la cara llena de granos. Cojeaba de la pierna derecha y tenía la voz cascada, pero esto no parecía influir en su buen ánimo. Don Carlos tenía fama de ser persona liberal y culta. En la academia estuve dos meses y pico, cursando el COU (Curso de Orientación Universitaria), que en aquella época se implantó en España sustituyendo al antiguo PREU (Preuniversitario), por lo que aprobaron el curso la mayoría de los alumnos. A pesar del poco tiempo que estuve internado en la academia, tengo recuerdos imborrables. Las clases eran a base de tomar apuntes, con el fin de prepararnos para la universidad, y una de las asignaturas era Historia Contemporánea. Nos daba la clase un profesor achacoso, muy moreno y con bastantes arrugas. Fumaba en boquilla y, a veces, se entretenía contándonos su vida.

Durante varios días estuvo explicándonos la Revolución Francesa, toda una novedad porque el Régimen de Franco –la censura– abría un poco la mano y permitía el estudio de los revolucionarios franceses. Comentando el asesinato del presidente John F. Kennedy, en 1963, el profesor sostenía que los Estados Unidos no eran una verdadera democracia, pues no se había logrado averiguar toda la verdad sobre el atentado, debido a oscuros intereses. La muerte de Kennedy dio mucho que hablar entonces e hizo correr ríos de tinta, pues el joven presidente estableció una nueva forma de gobernar y llegó rodeado de profesores de la Universidad de Harvard, en comparación con el anterior presidente, el general Eisenhawer, que había ganado la II Guerra Mundial.

La Academia Fides ocupaba la planta baja y el sótano de un bloque de pisos, lindando con la calle Ángel Barrios, el callejón de atrás y el campo. En la planta baja se encontraban varias aulas y las oficinas, mientras que en el sótano estaban el comedor y los dormitorios. En los recreos los alumnos paseábamos por el descampado, lo que hoy es la calle Arabial, mientras que las huertas de la Vega se extendían al otro lado de una vieja tapia. Ésta era la línea divisoria entre la ciudad y el campo. También nos íbamos andando por el Camino de Purchil, pues entonces no pasaban los vehículos. La Huerta de San Vicente era desconocida entonces, a pesar de que la teníamos enfrente –hoy se encuentra en el Parque de García Lorca–, pues el escritor de Fuente Vaqueros estaba censurado al comienzo de los setenta y apenas se le mencionaba. Por las noches, cuando apagaban las luces en el dormitorio, decía el gracioso de turno: “¿Os acordáis del chiste número seis?”, y entonces nos reíamos a carcajadas. “¿Y del número ocho?...”. Y así estábamos de choteo hasta la una de la madrugada. Estaríamos internos unos cuarenta alumnos, más los que venían a las clases.

      Un día, a comienzos de diciembre de 1971, la comida fue más pésima de lo habitual. El caso es que no pude contenerme y, delante de mis paisanos y de las mujeres que servían la comida, hablé mal del director. El incidente llegó a oídos de don Carlos y me expulsó de la academia, aunque, más tarde rectificó y me readmitió. Sin embargo, mi padre aprovechó aquel castigo para decirme que se acabó el colegio para mí. Pasé unas vacaciones amargas, sobre todo al ver que mis paisanos regresaban a los colegios después de la Navidad, mientras yo me quedaba solo en el pueblo sin saber qué hacer. Sólo tenía una salida: marcharme a trabajar. En febrero, harto de estar en casa y de no hacer nada, cogí un autocar pequeño de un particular, que se dedicaba a hacer viajes piratas (de forma ilegal) a Barcelona y me marché a trabajar.

Entrada por la calle Arabial




Un tiempo después, cuando yo viajaba en ‘el Catalán’, el tren de Barcelona a Granada –en Cataluña creo que le dicen ‘el Andaluz’, aunque han suprimido la línea hace unos meses, por las obras del AVE en Antequera–, oí a un matrimonio francés que hablaba de don Carlos Villarreal. Les pregunté y en su idioma me dijeron que eran amigos de él y que los visitaba cuando iba a Francia. Recuerdo que don Carlos nos hablaba con admiración de los diferentes quesos que comían los franceses, de su cultura y de sus estancias en el país vecino. En la Academia Fides también dieron clases en los años setenta el poeta Antonio Carvajal y el arabista Emilio de Santiago, que falleció hace unos meses. Pero de esto me enteré hace unos años, pues me costó trabajo reconocer a aquellos jóvenes profesores de entonces. Durante bastante tiempo, perdí el contacto con Granada y no sé cuándo falleció don Carlos Villarreal ni en qué año desapareció para siempre la Academia Fides.

Buscando información, me he enterado que en las diferentes sedes que tuvo la Academia Fides se reunían a veces los ‘poetas rojillos’ de aquella época –Pepe García Ladrón de Guevara, Rafael Guillén, Elena Martín Vivaldi y otros intelectuales–, ya que don Carlos Villarreal era un intelectual de izquierdas y también fue el mentor y maestro del poeta Antonio Carvajal. Pero el mejor recuerdo que conservo de don Carlos es que era comprensivo con los alumnos. En aquella ‘pollería’ –como le llamábamos a la academia– vivíamos en la gloria pero me salió cara mi rebeldía de juventud. 

Posdata: la academia tenía las entradas por la calle Ángel Barrios (donde se encuentra Granaforma) y por la calle Arabial, a la altura de los garajes, por debajo de Granaforma.



 
Manuel Estévez nació en Tablones (cerca de Órgiva), en 1947, y ha escrito durante el confinamiento las dificultades que tenían los niños de entonces para estudiar. Incluyo la parte final del relato, donde cuenta su paso por la Academia Fides.

 EMPIEZAN LAS DIFICULTADES PARA PODER ESTUDIAR

                       La Academia Fides era un centro legalmente reconocido y adscrito al Instituto Padre Suarez, de hecho muchos profesores procedían de él y daban clase por las tardes en mi academia. El dueño era un tal D. Fidel Ferreiro Fernández de procedencia cubana, que vino a invertir en el negocio de la enseñanza. Se surtía de profesores interinos y algunos como he dicho anteriormente, del Instituto Padre Suarez. Esta academia ocupaba varios pisos en la planta primera y gran parte de la planta baja de un edificio muy nuevo situado en la Calle Melchor Almagro 12. En la planta baja estaba la Secretaría, el comedor, las clases e incluso una capilla, que era una clase normal que detrás de unas puertas de armario aparecía el altar, y cuando terminaba el culto se cerraban las puertas y era la clase de 6º de bachiller. La Educación Física y Formación del Espíritu Nacional la impartían profesores falangistas procedentes de la Escuela de Mandos de la OJE (Organización Juvenil Española)  eran las típicas marías que junto a la religión había que tenerlas en cuenta. Recuerdo en 6º a un profesor de Formación de Espíritu Nacional llamado D. Dionisio que se tomaba muy en serio su asignatura, y que nosotros lo sacábamos de sus casillas con preguntas impertinentes por supuesto no de política, el tema y la palabra política estaba prohibido, con amenaza de expulsarte e incluso hacerte de un expediente para que no pudieras estudiar más. Pero siguiendo con D. Dionisio un día un compañero que todavía no se me ha olvidado el nombre (Ibáñez) le preguntó: ”D. Dionisio, ¿que es el aparato urogenital?: este se puso muy cabreado y rojo y le contestó, “los huevos y lo otro”. Las habitaciones todas estaban todas llenas de literas metálicas, y en una habitación grande estábamos 10 niños, bueno no éramos niños sino algo más que adolescentes yo tenía 15 años. En la habitación mía si había un niño bastante pequeño que estaba en primero que se llamaba Montalbán, era cómo nuestra mascota. Sus padres tenían un restaurant en las afueras de Granada cerca del Pantano de Cubillas, y se ve que por su negocio no podían atenderlo debidamente y lo metieron interno, pero se le veía integrado y feliz. Para mí era la primera vez que me separaba de mis padres y aunque tuviera 15 años, era un niño de mentalidad, sin mundo, solo había estado en un pueblo pequeño. Lo que estaba claro es que yo sabía es que ya jamás volvería a mi casa y así fue, pues por estudios, mili, trabajo etc., ya solo volví a casa en temporadas cortas. Volviendo al colegio, lo más duro para mí eran las comidas. El primer día me pusieron arroz. El comedor estaba vigilado y yo en silencio mirando el plato, hasta que “el superior” (así se le llamaba a la persona que nos vigilaba, generalmente eran estudiantes universitarios de los últimos años de carrera que se ayudaban en sus estudios vigilándonos a nosotros en todos los momentos que no estábamos en clase). Cuando terminaba el tiempo de la comida daba dos palmadas y nos poníamos en pie, hubiéramos o no comido.

            Por la noche el arroz que había sobrado, le echaban agua y nos dieron lo que llamaban sopa al cuarto de hora, y después una especie de albóndiga muy dura, y unas pocas patatas fritas que si me comí. Al día siguiente, macarrones con tomate que yo no los había probado nunca. Hay que imaginarse a un adolescente con el apetito que tiene, ya tres días sin comer, y no se te ocurriese protestar por la calidad o variedad de la comida porque suponía la expulsión inmediata del Centro. Por ello cuando llegó el cuarto día ya me comía lo que fuera, y no solo lo mío, sino lo que algunos compañeros no querían. Recuerdo que algún fin de semana que no estaban los cocineros nos subíamos por un montacargas hasta la cocina para “robar” algo de comida en la cocina. Lógicamente, mi vida a pesar del internado dio un giro muy favorable, por fin sabía lo que era un profesor especialista para cada asignatura, con lo que aprobé el curso satisfactoriamente. La vida del internado no era muy dura cuando te acostumbrabas, puesto que se te pasaba el día en clase, y por la tarde noche todos en el mismo aula en estudio vigilado con un “superior”, que a la vez que estudiaba iba recorriendo la clase y cuando te veía distraído o te atrevías a hablar, se acercaba a tu lado y te ponía la mano en el hombro y te decía muy flojito “tú te quedas”, lo que significaba que el sábado y domingo no podías salir al cine o dar una vuelta. Este “superior” que recuerdo estudiaba ya quinto de medicina, era de un pueblecito de el Valle de Lecrín que se llama Restábal al lado de Pinos del Valle, era un hombre muy alto, posiblemente, y merecidamente le pusimos el mote de “El quedas” pero se llamaba D. Francisco. Tengo que mencionar que más de cuarenta años después iba yo por la Carrera del Genil, frente al La Iglesia de La Virgen de las Angustias, y de pronto lo vi a 100 metros donde estaba yo, no había cambiado casi nada, no había perdido su pinta altiva reforzada por su gran estatura. Cuando lo iba abordar me sonó el móvil y con los nervios de descolgar y colgar, se me perdió en medio del gentío que había a esas horas en esa calle. Lamenté no poder hablar con él, pues aunque me castigó varias veces no le guardo ningún rencor.

 

Edificio donde estaba ubicado El Colegio “Academia Fides” en Melchor Almagro 12 .

Todo el primer piso estaba dedicado a internado y  cocina, y la planta baja las clases, secretaria y comedor. La clase más grande se dedicaba al de estudio vigilado de los alumnos internos.

 

 La foto no he podido colgarla

 

  Siguiendo con la vida dentro del internado, no nos podíamos quejar, eso sí como los dormitorios eran pequeños, había en algunos hasta 5 literas dobles metálicas. Todos teníamos de 14 años para arriba, menos el pequeño “Montalbán” que era cómo nuestra mascota  y estaba totalmente integrado. Pero algo bueno teníamos que tener en el citado dormitorio. Teníamos un compañero llamado Manuel Morales, que era de la provincia de Jaén, el cual era un gran aficionado a la novela policiaca, y devoraba todo lo que se publicaba de Agatha Christie, y se sabía de memoria un montón de casos de Hércules Poirot,  y de Arthur Conan Doyle, con sus personajes de Sherlock Holmes y el doctor Watson. Pues bien, nosotros estábamos deseando de acostarnos para oír narrar a nuestro compañero Manuel, un capitulo distinto diariamente, de cualquiera de estos personajes. Tenía una gran capacidad de síntesis de las historia, y le imprimía suspense. El caso es que estábamos todos callados hasta las doce de la noche y el “superior” ni se acercaba por allí porque sabía que por aquella zona estábamos todos callados. La Educación Física la dábamos en un solar tapiado que había enfrente de la Academia Fides, entre Melchor Almagro y Pintor Rodríguez Acosta. Era un campo de futbol con sus porterías. Hoy son unos grandes bloques de pisos. Cómo anécdota recuerdo por entonces practicaba allí algunas veces José Martínez “*Pirri”, que vivía en una residencia cercana, pues era de Ceuta y estudiaba medicina en Granada. El curso 1964-65, volví de nuevo a la Academia Fides después de haber estado dos años en Cartagena, para estudiar 6º de Bachiller. Tenía 17 años por lo que llevaba un año de retraso.      Este año para mí fue muy satisfactorio puesto que era el segundo curso que hacía “oficial”, con profesores para cada área, todos de características muy distintas, pero con ganas de trabajar y motivándonos para que estudiásemos. Yo ya era casi un adulto y tenía que aprobar, pero el Colegio Fides no se podía considerar un coladero, había que estudiar a fondo, por lo que me quedaron dos asignaturas para septiembre, que afortunadamente aprobé tras estar todo el verano interno. Cómo éramos poquitos y ya mayores nos íbamos algunas noches a un cine de verano que había cerca del Camino de Ronda. La clase que nos asignaron para sexto era la que se empleaba cómo capilla, cuyo altar estaba camuflado detrás de unas puertas correderas al fondo, al lado de la tarima del profesor. 

            De profesores no recuerdo muchos nombres, pero estaban D. Antonio Burgos que era a su vez el director académico, de Lengua uno de los más mayores que se llamaba D. Rafael Valverde, que había estado en la Guerra Civil cómo Alférez Provisional. Entonces no se podía hablar de la contienda española y menos con alumnos, pero nos repitió varias veces lo siguiente: “los italianos fueron unos cobardes, huían del combate en cuanto había la menor dificultad”. Se supone que vivió algún percance durante la guerra para hablar con ese convencimiento de un ejército extranjero que fue aliado de Franco. Otro de los profesores más duros era D. Alejandro Astruc de matemáticas, a nosotros nos imponía nada más verlo, con su bigote y su cigarrillo en la boca. Era un hombre muy joven, tenía un Seat 600 blanco nuevo que era lo más entonces, y llamaba la atención porque el coche iba ligeramente “tuneado”  poco corriente en aquella época. D. Dionisio, el cual ya he citado anteriormente, cómo profesor de Formación del Espíritu Nacional nos llevó varias veces frente a la fachada de la catedral, a presenciar actos institucionales de de la Falange Española en fechas señaladas en donde con la mano alzada y abierta, teníamos que cantar el “Cara al Sol”. El profesor de Religión no recuerdo como se llamaba. Era un sacerdote también mayor, posiblemente fuera de la parroquia de San Juan de Dios. Llevaba su sotana con un fajín en la cintura y por supuesto la tonsura. Nos organizó unos Cursillos de Cristiandad en una residencia que tenían los Jesuitas por la carretera de Sierra Nevada pasado el pueblo de Güéjar de La Sierra. Para llegar a la residencia citada lo hicimos en el Tranvía de la Sierra que iba desde el Paseo del Violón hasta cerca de la Residencia. El antiguo trazado de la vía, está aprovechado hoy cómo Vía Verde y por ella transcurren los senderistas y ciclistas disfrutando de magnificas vistas. La subida hasta la Residencia fue espectacular, la hicimos en el tranvía de la sierra, que llevaba su “jardinera” (remolque). Nosotros para no molestar a los pasajeros normales íbamos en la jardinera, haciendo imprudencias propias de jóvenes, como balancear el remolque todos a la vez, sin saber que aquello podía ser peligroso. Por ello puede decirse que pasé miedo pues se pasaban unos acantilados y puentes con la anchura justa de los raíles.

 La Residencia de los cursillos estaba situada en un paraje paradisiaco de la Sierra. Allí hacían sus retiros los seminaristas, y gente de los colegios previo importe de la estancia y comida. El Jesusita que nos dio el citado cursillo tenía unas facultades dialécticas fabulosas, y nos asustó con el horror del Infierno a la vez que nos inculco el deseo de entrar en el Seminario. Yo en mis plegarias le pedía a Dios que me quitara de la cabeza esa vocación tardía que me habían inculcado de ingresar en el Seminario. Afortunadamente una vez que salimos del “encierro” todo volvió a la normalidad. Por cierto en ese retiro vi por primera vez el papel higiénico, dándonos el cura la explicación de que era biodegradable. Desde luego el profesorado de la Academia podía decirse que era de lo mas variopinta, con profesores de muy distinta ideología, pero que nosotros no éramos capaces de identificar, por dos motivos en el año 1962 estaba perseguido el hablar de cualquier cosa que tuviera un trasfondo político, ellos no nos iban hacer ningún comentario y nosotros habíamos nacido y vivido con una única idea que era el Nacional Catolicismo. Por ello destacaba del resto el profesor D. Carlos Villarreal. Era un hombre joven, fumador con un poco de cojera en una pierna. Nos daba las asignaturas de Filosofía y de historia del arte de 6º y desde el primer momento le encontramos algo distinto a los demás y no era porque hubiera mayor acercamiento, no, sino la forma de tratarnos y de explicar la asignatura. Recuerdo el primer día de clase al presentar su asignatura, enseñándonos unos apuntes elaborados por él, que nos dijo: “¿Veis esto?”. Pues esta asignatura  no vale para nada, pero tendréis que saberla como el padre nuestro. Cualquier otro profesor hubiera ensalzado la importancia de su asignatura, pero él no. Empezó como si no fuera nada, y poco a poco nos fue enganchando. Nos inculcó la importancia de la Filosofía para saber pensar, pero de una manera discreta y sutil. Después nos hizo manejar los *Silogismos hasta tal punto que competíamos entre nosotros a ver quien encontraba la conclusión correcta. Más adelante nos resaltó la importancia de la teoría de los “empiristas ingleses” que tuvimos que estudiar con bastante profundidad. Tengo que hacer constar que mis años de estancia en la Academia Fides fueron constructivos y con balance muy positivo. Solo tuve un incidente negativo estando en 6º de bachiller con 17 años, iba yo por el pasillo que discurría entre las clases, en dirección a los aseos y me crucé con el (director-propietario) D. Fidel Ferreiro Fernández (de origen gallego-cubano), y al pasar sin mediar palabra me soltó un bofetón en la cara, el cual trascurridos 36 años del suceso no se a que fue debido ese despropósito. Llamaron a mis padres con amenaza de expulsión, por lo que tuve que llorar y pedir perdón por un hecho que se me imputaba y no sabía por qué. Hay que ponerse en contexto, yo tenia 17 años, 1.90 de estatura fibroso y atlético y podía haber cogido al citado Sr. en peso y sin embargo me lo tragué pero no lo olvidé. Don Fidel creo que murió muy joven, no guardo ningún rencor, pero si hay cielo allí no estará. Hoy cuando escribo esto 22 de agosto de 2020 y con 73 años de edad, tengo experiencia suficiente para dar explicación el porqué me ocurrió aquello.

            De compañeros de entonces guardo buen recuerdo y tengo recordar de 6º Curso:

-          Antonio Lozano Jimenez, era de Lanjarón, hizo magisterio y ejerció como maestro por la zonade Lanjarón.

-          Antonio Cabas Díaz, de Pinos del Valle, también hizo magisterio.

-          Laurentino Segura Requena, del Marchal (Guadix)

-          Fabian Belmonte Collantes, era de Nigüelas, al lado de Dúrcal, era hijo del Juez den Paz de dicho pueblo. Fuimos muchas veces de visita al pueblo, después estuvimos viviendo en una pensión en Granada de la que hablare mas adelante por lo que entablamos una gran amistad, incluso con su familia. Hizo la carrera de arquitecto técnico y después se hizo funcionario de de la Delegación de Arquitectura en Almería capital. Transcurridos cerca de cuarenta años nos localizo a casi todos y por medio de carta nos concentramos en un restaurante de Granada donde comimos, y disfrutamos todos de un magnifico encuentro. Dicen que esos encuentros no llegan a salir bien como consecuencia de que todos hemos cambiado con la edad, con el transcurso de los años, pero aquí salió todo estupendo y estuvimos todos riendo cómo si no hubiesen pasado cuarenta años.

-          Francisco Rivas Ceres, hijo del boticario de Albuñol, era el que más dinero manejaba de todos, nos invitaba a cerveza con tapa de cortezas de cerdo en un bar que había al lado de la gran via que se llamaba “El sótano H”. Paco era muy generoso, y nosotros no teníamos ni un duro. Era muy peligroso porque a veces estábamos con el bebiendo y comiendo y de pronto desaparecía y se iba sin pagar, con lo que nosotros teníamos que salir corriendo calle adelante, y el nos estaba esperando muerto de risa. Hizo farmacia cómo su padre, pero no continuó la tradición. Era el delegado de unas empresas farmacéuticas y vivía muy acomodado.

-Manuel Salas Rodríguez, primo de Rivas e hijo de médico de Albuñol. La ultima noticia es que estaba de profesor en un IES de Motril y que le dio clase a mi sobrino Carlos.

De este grupo de 6º de Bachiller el que más destacó del curso fue Enrique Rojas Montes, nacido en 1947 en Granada. Hizo medicina, ha sido catedrático de psiquiatría en Madrid. Es muy conocido por la infinidad de libros de psiquiatría y autoayuda que ha publicado. Pero quizá sea más célebre por su participación en programas de televisión. Con esto quiero demostrar, que aunque nuestra Academia Fides fuera un colegio de 2ª tenía un claustro de mente abierta y de corte liberal, cosa que sirvió para abrir nuestras mentes y para que esta cualidad la aprovechara quien pudiera.