sábado, 18 de enero de 2020

CARTA A UNA MADRE

Mercadillo de Guadix






El 21 de abril de 2019, Domingo de Resurrección, decidí darme una vuelta por el Mercadillo de Segunda Mano de Guadix, para ver las antigüedades. En anteriores ocasiones, he comprado desde una lámpara de mesita de noche, donde un vendedor de Maracena me regaló un pequeño libro de Meditaciones, de Baltasar Gracíán,  editado por Calleja, en 1899; dos platos antiguos de bronce, con las cabezas en relieve de los Reyes Católicos y, últimamente, un lebrillo con el sello de Fajalauza, pintado de verde  y con la figura de un pájaro en el centro. Procuro no ir al mercadillo porque siempre hay algún trasto viejo que me llama la atención y, al final, lo compro a pesar de que no me hace falta. Ese día, un marroquí tenía expuestos en el suelo algunos utensilios y pequeños montones de libros usados. Me llamaron la atención dos folios de un bloc, tamaño cuartilla, que estaban doblados y escritos a bolígrafo. Cuando leí la palabra “mamá”, al momento pensé que era una carta. Introduje los folios entre las páginas del libro “Lágrimas y sonrisas”,  del escritor indio Khalil Gibran, y le pregunté al niño marroquí que atendía: “¿Cuánto vale este libro?”. El que podría ser su padre me dijo que dos euros, pero yo le ofrecí uno y aceptó. Es un libro viejo al que le faltan páginas, pero era la única forma de hacerme con aquellos folios escritos, cuya letra no podían entender los marroquíes.

Una vez en casa, comprobé que era una carta y la copio tal cual:
Granada, a 29-X-2001. Mamá, hace doce días que te fuiste, hasta hoy no me he atrevido a escribir, lo hago a la luz de una vela. ¡Ya sé que a ti no te gustaban!, pero para mí me supone recogimiento y reflexión. No sé por dónde empezar, ¡te necesito!, sé que puede ser egoísta mi postura, pero sé que donde tu alma esté la siento. Mamá, por ser la mayor de tus hijos me tocó saber más de ti y por ello me siento orgullosa, yo sé que todos te quisieron, sintieron y te amaron pero quiero vanagloriarme de tus secretos y los míos, tus miradas y las mías se cruzaban, tus gestos y los míos a veces se reprochaban, pero siempre nos entendíamos. Yo sé que me hiciste responsable de mi padre y de mis hermanos “por ser la mayor”, pero qué difícil era responsabilizarme de ellos cuando yo veía que tú eras la más necesitada. Tú me ayudabas y protegías como a los demás pero al final veías que quizás yo era un pelín de tu salvación. Tenía yo ocho años cuando apurada dijiste, “Sensita, ayúdame…”. Yo como niña hice lo mínimo que te hubiera dado en ese momento, lo que luego posteriormente intenté hacer dentro de mis posibilidades. Te faltaba calor, porque “tú” dabas mucho, te faltaba amor porque el tuyo era infinito, nos faltaba a nosotros valor y fe, porque tú los suplías y aumentabas. ¡MAMÁ, TE QUIERO DONDE ESTÉS! Tú lo sabes. Tus primeros secretos y los últimos. Tus despidos, testamentos y ayudas. Yo sabía cuando tú necesitabas. Te fuiste, pero sigues, tu alma sigue en nosotros y en mí, tu hija y tu nieto te adoran, tu semilla continúa en nosotros.

Cuando me fui a la Policía, a pesar de mi ausencia, tú me animaste diciendo qué valiente eres, hija. Pero la vida me demostró que la valiente, preciosa, madura, linda y buena fuiste tú, Y SÓLO TÚ. Nos has dado ánimos hasta la hora de tu muerte, te has preocupado por nosotros cuando no podías más, nos has pedido perdón por hacernos sufrir, cuando tu cuerpo ya era un calvario, has perdonado cuando tú eras el perdón, la bondad y el sufrimiento… Mamá, eres mi razón, mi fe, mi oración, rezaré siempre por ti, yo sé y los demás también que Dios se ha manifestado en ti y en tu creación. Desde ahora cada noche diré, ‘Madre mía que si estás en los cielos, santo sé que es tu nombre y tu vida, siga en nosotros tu bondad y hágase tu protección en nuestras vidas. Danos hoy lo que a todos dabas siempre, perdona nuestros defectos, si los tuvimos, y no nos dejes perder nunca lo que aprendimos de ti. Tu amor, tu fe, tu valentía, que mantuviste hasta el final. Madre mía que estás en el cielo, tu vida llena de llagas. Mamá, no hay duda que en el cielo estás, tus sufrimientos y heridas llegaron, hasta sufrimos contigo. Mamá, en nombre de todos, quisiera dedicarte nuestra oración (hay tres renglones tachados que dicen: a ti que tu fe te hizo firme, tú que nos mantuviste con tu valor hasta el final. Dios te hizo fuerte y su fuerza). Diste amor y paz a todos, todos te quisieron y te quieren, tuviste el calvario en tu vida pero en silencio. Cuando agonizabas, tambores de calvario se oyeron pero tu sufrimiento y resignación hicieron de nosotros el valor. Mamá, tu vida fue sufrimiento y entrega, la pasión de Xto. quedó reflejada en ti, el día que tu alma se unió a Dios sonaba un paso de saeta, desde el cielo con tu bondad infinita pide a Dios por todos nosotros”. Este último párrafo lo escribe más deprisa y algunas palabras son ilegibles.

Mientras leía la carta, hubo momentos en que se me saltaron las lágrimas porque la hija se desahoga escribiendo todo lo que lleva dentro, recordando las penurias, la enfermedad, el sufrimiento y el inmenso cariño de su madre. Sin embargo, todavía me pregunto cómo pudo llegar esta carta al mercadillo de Guadix y por qué extraños caminos había llegado a las manos del vendedor marroquí. Es posible que la autora haya fallecido también y que el hijo (como suelen hacer muchos) vendiera sus libros, con los dos folios escondidos entre las páginas de alguno de ellos. Yo los he encontrado de casualidad, dieciocho años después de escribirlos, pero resulta sorprendente que no aparezcan manoseados y que estuvieran allí sueltos, a la vista de todos, en medio de los libros, y sobre todo que nadie reparara en ellos. Hay frases que no se entienden o que no tienen mucho sentido, pero sin duda es una carta escrita con el corazón y con los sentimientos a flor de piel, pues la hija la escribió doce días después de la muerte de su madre. Y también resulta demasiado extraño que yo encontrara la carta precisamente el Domingo de Resurrección.