He tomado prestado el título de la película de Vittorio De Sica, rodada en 1948, y que fue una de las obras cumbres del neorrealismo italiano: el protagonista encuentra trabajo fijando carteles, pero necesita comprar una bicicleta. Sin embargo, unos rateros se la roban el primer día de trabajo y, si no la recupera antes del lunes, lo despedirán. El protagonista tiene que dar de comer a su familia y, desesperado, roba una bicicleta pero, tras una persecución, lo capturan los viandantes. Le pegan, lo insultan y deciden entregarlo a la Policía, pero el dueño de la bicicleta repara en el hijo pequeño que lo presencia todo, y le dice a la multitud que no va a denunciar al ladrón. En cambio, esta otra historia que me han contado es completamente diferente: ocurrió a la puerta de una biblioteca de Granada y que cada cual saque sus conclusiones. Una mujer, que estaba paseando con su perro, entra en la biblioteca y le dice a los empleados que un individuo está robando una bicicleta, en la valla del exterior. Sale corriendo un funcionario y se acerca al ladrón (de unos 40 años de edad, 1,85 cm de estatura y aspecto un tanto desaliñado, según el atestado de la Policía), que está manipulando el candado pitón de la bicicleta, del que sólo quedan unos pocos alambres.
Había aserrado un cable con la cizalla y le faltaba rematar el otro. ¡Oye, estás robando la bicicleta!, le dijo al caco, pero éste le respondió con todo la tranquilidad del mundo: Esta bicicleta es mía, lo que pasa es que se me ha olvidado la llave. El empleado se mantuvo a cierta distancia, temiendo una agresión, pero trató de disuadir a aquel energúmeno: El vigilante jurado ha llamado a la Policía y, como no te largues, te veo en la Comisaría dentro de poco. El ladrón era de estos tipos fríos y calculadores, que parecen no inmutarse por nada, pero se dio cuenta de que todo el mundo estaba pendiente de él, por lo que decidió emprender la retirada: tranquilamente, se fue andando por una calle lateral, como el que acaba de sacar un libro de la biblioteca. Al poco llegaron dos coches patrulla y, entre unos y otros, dieron las señas del delincuente a la Policía. Veinte minutos después, lo trincaron en la calle Méndez Núñez, pues un hombre tan corpulento no pasa desapercibido. Un coche zeta regresó a la biblioteca y un policía le preguntó al empleado si quería identificar al delincuente. Sin pensárselo, se montó en el coche patrulla y desde el interior identificó al ladrón, que estaba de pie y al lado de varios policías, cuando pasaron por la esquina de la calle Rector López Argüeta.
Más tarde, el funcionario se enteró por el jardinero que el ladrón había robado con anterioridad varias bicicletas, que estaban aparcadas en la valla de la biblioteca, pero muy pocos denuncian los robos porque piensan que no merece la pena perder el tiempo en la Comisaría. El ladrón las venderá a algún perista (por menos de 200 euros) y con esto se costea la droga. Con posterioridad, el propietario de la bicicleta le dio las gracias al funcionario en varias ocasiones, pero éste tuvo que convencerlo para que fuera a los juicios: Si no vas al juicio, todo el trabajo de la Policía, la detención del delincuente y la declaración mía no van a servir de nada, y el ladrón va a salir absuelto. Al menos, esta noche dormirá en los calabozos y el intento de hurto no le va a salir gratis. Y en otra ocasión, le dijo: No me des las gracias y, cuando veas a alguien en una situación parecida, ayuda a la víctima. A veces he necesitado a un testigo para ir a declarar o para un juicio, pero no he encontrado a nadie. A mi hijo le robaron la cartera en el Metro de Madrid y se vio completamente solo, sin saber adónde ir…