En la Escuela de Adultos |
Ángeles Domingo García, maestra del Centro de Educación de Adultos de Puebla de Don Fadrique, murió el pasado cuatro de febrero de 2005, en Galera, a consecuencia de un infarto. Uno no sale todavía de su asombro, mientras se pregunta: “¿Cómo es posible, con sólo 45 años? ¡Pero, si esta Navidad estuvimos juntos en su casa, tomando mistela y unos roscos!”. Entonces la encontré más alegre, incluso más bonica que en otras ocasiones, pero le costaba trabajo respirar pues fumaba un cigarro tras otro y, a veces, rompía a toser con esa tos cansina, cual Dama de las Camelias. Recuerdo que le dije, bromeando: “No me gustaría tener que venir al entierro de mi prima”. Angelita fue para mí como una hermana y, era tan humilde, que pasó por la vida de puntillas mientras derrochaba generosidad a espuertas. Era una mujer entrañable que se sacrificó por los demás; pero los demás no supimos valorar su espíritu servicial.
¡Qué ilusión tenía por vivir y, sin embargo, cómo le atizó la vida! Se comió sus lágrimas en silencio para que no la viéramos llorar y su alma generosa chocaba a veces con la mezquindad. La mala suerte parecía perseguirla, pero nunca le faltaba una sonrisa en los labios. ¡Cuántas batallas perdidas! A la mi niña la llamábamos todos Angelita, pues, en el fondo, estaba necesitada de afecto. Ahora es el tiempo de los ‘cáquiles’, me decía riéndose. Quizá ella debió de presentir algo porque, unas semanas antes le confesó a su padre, que también anda delicado de salud: “Si yo me muriera antes que tú, me gustaría que me enterraras en el nicho de mi madre”. Sentía veneración por su madre. Recuerdo que un día le pregunté que cuándo se iba a ir a su piso de Huéscar, y su respuesta fue: “Yo cuidaré de mi padre mientras viva”. Los fines de semana, cuando acababa sus clases en la Puebla, se venía a Galera, incluso no salía a la calle. Pocas veces una hija miró tanto por sus padres.
Me ayudó mucho y, en señal de gratitud, le dedico unas tristes líneas. Unos quince días antes de que muriera el párroco de Galera, Rafael Carayol, me lo presentó en el Bar Cirilo. El historiador había escrito varios libros sobre los moriscos y cristianos de Galera y Orce. En agosto pasado, yo me encontraba en Extremadura: fue ella quien me avisó de la muerte del escritor galerino, Jesús Fernández. Y artículos míos sobre la Puebla y Huéscar fueron posibles gracias a ella. Recuerdo que un poblato se quejó del ruido de las campanas, del reloj de la iglesia, y el pueblo andaba algo revolucionado. Entonces me llamó para ver si yo escribía sobre el tema. ¡Cuánto amó Angelita a la Puebla! Y muchos de sus alumnos poblatos, hasta su amiga Maria Eugenia, le devolvieron ese cariño viniendo a decirle el último adiós. En la heroica iglesia de la villa le hicieron el funeral, y los tres jóvenes sacerdotes de Galera, la Puebla y Huéscar oficiaron el ceremonial. Los tres destacaron su entrañable humanidad: “No. No es que queramos decir unas palabras ahora que ella ha muerto... Todos la llamábamos Angelita”.
Ángeles, a la derecha, en la escuela |
Publicado en La Opinión de Granada, el 12 de febrero de 2005 y en mi libro 'Artículos del Altiplano y de Granada' (2014)
Posdata: En los días posteriores
hice estas anotaciones. Dos días
antes, Ángeles tenía anginas y últimamente estaba algo tristona. María Eugenia,
su amiga de la Puebla, me dijo después del funeral: “En la caja no la conocí,
pues aquella expresión no era suya. Era tan generosa... Cuando leí tu artículo
me sentí más tranquila. Llevaba lo de la Escuela de Adultos, la teoría del
carné de conducir y lo de auxiliar de... Trabajaba mucho”. Luego me dio las
gracias varias veces. Pepe Domingo, el padre de Angelita, me decía: “Ya estoy
algo mejor, ¡vaya!, y he compuesto algunos romances. Como ella no había otra en
la familia. Hicieron un funeral en la Puebla y han repartido muchas fotocopias,
allí la querían mucho”. El párroco de la Puebla le dedicó esta bella frase en
el funeral: “Es un rosal cargado de rosas y ha venido un ángel y se lo ha
llevado al cielo”. Su hermano Pepe, al regresar del campo, encontró muerta a
Ángeles en la cama y llamó por teléfono
al Hospital Comarcal de Baza –donde estaba internado su padre–, sobre las 11 de
la mañana. Sus palabras a una hermana lo dicen todo: “¡No se mueve! ¡Que no se
mueve!...”. La foto de arriba está hecha "unos días antes de su fallecimiento, preparando el 28 F, Día de Andalucía", me dice su hermana Charo Domingo.
Esto me escribe su hermana Charo Domingo, por wasap. "La verdad es que has sabido concretar y plasmar su presencia y también has mencionado a mucha gente importante para nosotros. La quería mucha gente y eso es admirable en este proceso de vida física, Ángeles ha dejado un legado para aquellos que la siguen recordando y nos dio un gran ejemplo".
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