viernes, 2 de noviembre de 2012

EL CEMENTERIO DE PÈRE-LACHAISE

Tumba del escritor Oscar Wilde





En octubre de 2010 año visité el cementerio parisino de  Père-Lachaise, había oído algo de su fama, pero me quedé asombrado con los numerosos personajes célebres enterrados allí. Es el cementerio más grande de París y supongo que uno de los más famosos del mundo. En las 43 hectáreas del recinto hay 70.000 tumbas, 5.300 árboles, miles de pájaros y cientos de gatos, aunque yo no vi ninguno. Es un monumento histórico por los mausoleos y panteones que contiene, de manera que al año recibe unos dos millones de visitantes mientras que los parisinos lo utilizan como si fuera un parque. Entre las numerosas celebridades que yacen enterradas, quiero destacar algunas: los escritores Honoré de Balzac y el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, la cantante de ópera María Callas (el armador griego Onassis la abandonó por Jacqueline Kennedy), el egiptólogo Champollion (descifró los jeroglíficos egipcios de la Piedra de Rosetta)), los compositores Fréderic Chopin y Rossini, los escritores Alphonse Daudet y Marcel Proust, el pintor y dibujante romántico Gustave Doré (aquí le debemos un homenaje), que dibujó la Alhambra, los paisajes y las gentes de Granada, el pintor Amedeo Modigliani, amigo de Picasso, el fabulista Jean de la Fontaine, el dramaturgo Molière, el compositor Georges Bizet, recordado por su célebre ópera ‘Carmen’, el poeta Alfred de Musset y los malogrados cantantes Jim Morrison y Édith Piaf, sus tumbas son las más visitadas y siempre están adornadas de ramos de flores. Si algo me recuerdan las calles de París, son las canciones de Édith Piaf, como ‘La vie en rose’. Hasta el dictador dominicano Leónidas Trujillo (a sus enemigos solía echarlos a los tiburones), encontró cobijo allí.

Uno sale impresionado de sus fabulosos panteones y enormes obeliscos, que rememoran batallas, de los monumentos dedicados a las víctimas de la II Guerra Mundial y de sus calles de adoquines, flanqueadas de árboles centenarios. Una de las primeras tumbas que encontré fue la del pintor Eugene Delacroix, del que recordaba el famoso cuadro de ‘La Libertad guiando al pueblo. 1830’. Como el poeta Baudelaire lo elogiara demasiado, Delacroix le respondió: “Habla usted de mí como de un gran pintor muerto”. Llama poderosamente la atención la tumba del escritor irlandés Óscar Wilde (1854-1900), un enorme bloque de cemento cuadrado con un ángel con grandes alas, en una esquina. El monumento ha sido besado por centenares de mujeres, que han dejado el carmín de sus labios estampado sobre el cemento, hay pintados numerosos corazones de color rojo y frases como ‘Love Óscar’... ¡Quién te lo iba a decir, Óscar!, cuando fuiste juzgado y encarcelado y, al final, tuviste que exiliarte en París para morir sin haber cumplido el medio siglo. La importancia de llamarse Óscar. Un británico me pidió que le hiciera una foto, posando delante de la tumba del irlandés y, de paso, me preguntó si había algún español enterrado en el cementerio. Le respondí que no conocía a ninguno, pero luego me llevé algunas sorpresas.
 
Deambulando por allí, encontré el sepulcro de Gerda Taro (1911-1937), la compañera sentimental del húngaro Robert Capa (se hizo célebre por sus fotos sobre la Guerra Civil española). Una placa pegada a la losa está escrita en francés y en catalán. Lo traduzco así: “A fin de que nadie olvide tu lucha incondicional por un mundo mejor. 2008”. Gerda era reportera gráfica y murió en el frente de Brunete: un tanque republicano dio marcha atrás y la destripó. Fue enterrada en París como una heroína republicana. Sobre un pedestal de mármol, dos figuras esqueléticas recuerdan al visitante el campo de concentración nazi de Buchenwald, donde estuvo prisionero el escritor Jorge Semprún, recientemente fallecido en París. En otro monumento funerario se ven cuatro esqueletos humanos de hierro, mientras que otro lleva un carro de mano. En grandes letras, se lee: “De 1941 a 1945. Auschwitz… N’oublions jamais!”. En una tumba cercana, viene escrito: “Aux volontaries français des Brigades Internationales. Espagne 1936-1939”. En otra lápida, destacan en relieve varias cabezas y manos que sobresalen de entre las rejas de una cárcel. Lo traduzco así: “A la memoria de todos los españoles muertos por la libertad. 1939-1945. Esta urna contiene tierra de todos los campos de batalla, así como de los campos de concentración nazis, o de los miles de republicanos españoles, muertos por la libertad”. Los franceses, al menos, han tenido un recuerdo para los españoles que combatieron al lado de la Resistencia francesa contra el ejército de Hitler (como venían de la Guerra Civil, tenían más experiencia) y han sabido honrar a las víctimas de las guerras. Baste decir que en total murieron 4.769 republicanos españoles en los campos de exterminio.

Esta parte del cementerio está dedicada a la II Guerra Mundial, como un monumento que se eleva al cielo mientras que un prisionero, cargado con un saco lleno de piedras a la espalda, intenta subir los escalones: “Mauthausen, campo de exterminio hitleriano. 12.500 franceses fueron deportados allí. 1.000 fueron exterminados. Los 186 escalones de la ‘Escalera de la cantera’…”. Los prisioneros acarreaban piedras de unos 20 kg por la interminable escalinata, donde centenares de ellos murieron exhaustos o los tiraban por un precipicio, los españoles las llamaron “las escaleras de la muerte”. En cambio, en España, el olvido ha sido total con los republicanos españoles, fallecidos en los campos de concentración nazis: apenas si hay algún monolito, quiero recordar Zujaira, en Granada. Hace tres años, intenté establecer contacto con un republicano de un pueblo del Altiplano granadino, que reside en Francia, a través de su familia. Era ya el prisionero más antiguo de la provincia de Granada, hice gestiones en el pueblo, incluso escribí un artículo, pero nadie dijo esta boca es mía. Seguramente, el pobre Vizcaíno habrá fallecido. Su familia me dijo que no quería hablar de las penalidades que pasó en Mauthausen. “¿Cómo voy a contar yo esas cosas?”, decía.

Tumba del pianista Frederick Chopin







De casualidad encontré la tumba, perdida en aquel laberinto, de Francisco Largo Caballero, dirigente del PSOE y de la UGT, y presidente del Consejo de Ministros, durante la Guerra Civil. Le llamaban el ‘Lenin español’, por su postura radical. Hoy nadie se acuerda de él y su tumba parece olvidada por la Historia. Una lápida sencilla, con su retrato, recuerda al controvertido Manuel Godoy (1767-1851). Fue favorito y primer ministro de Carlos IV y le llamaron el “Príncipe de la Paz”. También se encuentra entre los personajes ilustres del cementerio, Juan Negrín (1892-1956), presidente de Gobierno de la II República. Por deseo expreso, en su lápida sólo figuran sus iniciales: “J.N.L.”. Más allá, en una especie de obelisco, dice lo siguiente: “La villa de París, a los trabajadores municipales”. Después de tres horas, me doy cuenta de que apenas habré visto la cuarta parte del cementerio, pocos sitios habrá en el mundo que uno pueda dar un paseo junto a tanta gloria y personaje famoso, y no las vanidades y lechuguinos que vemos hoy en revistas y periódicos. En 1804 tuvo lugar la primera inhumación, precisamente la de una humilde niña de cinco años. En aquel entonces, los parisinos no querían ser enterrados en este camposanto, porque decían que se encontraba a las afueras de Paris y, sin embargo, han tenido que ampliarlo en cinco ocasiones.
 

 Ahora que se acerca el Día de los Difuntos, me pasaré por el cementerio de Granada –creo que es el más antiguo de España y aquí también reposan personajes célebres– a visitar la tumba de mis padres y las de algunos amigos. En los cementerios encuentras la paz y el silencio que te niega el mundo, todo invita a la reflexión y a veces he salido reconfortado. Y sin embargo, en la ciudad y en la vida diaria todo es ruido, prisas, agobio, bullicio y pisotones: quítate tú. que me pongo yo. Lo cierto es que el tiempo ya pasó volando para nuestros padres y antepasados, que sufrieron la guerra y padecieron penalidades. Pero el tiempo pasará también para nosotros, que discurre casi sin darnos cuenta. ‘Carpe diem’. Hace unos días, una chica francesa que estudia en Granada me dijo que, si alguien quiere ser enterrado en el cementerio de  Père-Lachaise, tiene que pagar. Por eso será mejor dejarse de aventuras y reposar por estos pagos. Pero París bien vale una misa y una oración por los difuntos. El poeta Miguel Hernández nos sigue recordando desde el más allá la brevedad del tiempo:

Sigue, pues, sigue cuchillo,
volando, hiriendo. Algún día
se pondrá el tiempo amarillo
sobre mi fotografía.


Posdata: El pintor Manuel Ángeles Ortiz falleció en París en 1984 y fue enterrado en el cementerio de Montparnasse. Por expreso deseo, se lo llevaron años después al cementerio de Granada, junto a un olivo, pues quiso tener un recuerdo de Jaén, su tierra. Recordemos que Manuel Azaña está enterrado en Montauban (los agentes españoles en Francia quisieron apresarlo), la tumba de Antonio Machado está en Colliure y la de Goya, en Burdeos. París fue el destino de muchos exiliados españoles y no pocos estuvieron en la pobreza.
¡Cuántos españoles famosos y anónimos pasearían por las riberas del Sena su tristeza, su orgullo y su nostalgia! En cambio, Dalí, Picasso, Modigliani y muchos otros se montaban sus buenas juergas por el barrio de Montparnasse, unos 1.500 artistas deambulaban por allí. La bohemia, como diría Édit Piaf.

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