He estado varias veces en Francia, en París y en el Departamento de Burdeos (la Gironda), y estas son las impresiones que he ido sacando aunque puedo estar equivocado. En las carreteras secundarias y en una autovía de Burdeos apenas se ven señales de tráfico, ni siquiera las de curvas peligrosas, la circulación es fluida y la máxima velocidad permitida en Francia es 130 km. En cambio, en España, ocurre todo lo contrario: las carreteras están literalmente sembradas de señales de tráfico mientras que la máxima velocidad permitida es 120 km. En la A-92, de Granada a Sevilla, se encuentra uno señales de velocidad a 80, 90 y 120 de forma continua y caprichosa, de manera que a veces no te da tiempo a reducir la velocidad. ¿A qué vienen tantas señales, de disminución o aumento de velocidad, en tramos rectos y con visibilidad, al mismo tiempo que los radares en las carreteras españolas se han multiplicado en los últimos años? No queda otra explicación que el afán recaudatorio de la Dirección General de Tráfico, que ha reconocido que el pasado año las multas han aumentado bastante. Pongo un ejemplo: la cuesta de las Pedrizas, en Málaga, es uno de los puntos negros en España, en cuanto a multas de tráfico. Bajando o subiendo la cuesta se encuentra uno constantemente la señal de 80, cuando se puede ir perfectamente a 100 en muchos tramos, de manera que tienes que ir pisando el freno porque el turismo se embala solo.
Hace unos meses, un vecino me decía: “Me han echado
dos multas yendo a Málaga, una al ir y otra, al volver”. Resulta que han
abierto una autopista que nace en la Cuesta de las Pedrizas y llega a Málaga,
para que sea rentable, nada mejor que poner multas a mogollón en la carretera
para que el conductor se vaya por la autopista. Y en las ciudades no digamos, tenemos
el ejemplo de Granada que recauda más que las ciudades de Málaga y Sevilla
juntas, creo que unos 16 millones de euros el pasado año. Es sabido que Granada
está sembrada de trampas (de cámaras), cuya finalidad es cazar al conductor. En
Francia se ven arboledas y bosques por muchas regiones –sobre todo en Burdeos–,
porque los han respetado o los han plantado. Y sin embargo, en España no han
hecho otra cosa que talar los árboles, y así nos encontramos con los paisajes
desérticos de Castilla y de Andalucía, en que apenas se ve un árbol en el
horizonte. Esto decía el naturalista Félix Rodríguez de la Fuente: “Pero el
paso implacable de los siglos, el fuego, el hacha, la agricultura, el pastoreo
abusivo hicieron desaparecer, una tras otra, las más importantes de nuestras
selvas (…) El paso del tiempo fue
transformando la selva del águila imperial en la estepa de la avutarda”.
En España
recalificaron muchos terrenos rústicos para hacerlos edificables, y han
construido pisos y chalés, donde apenas se ven zonas verdes. Era tanta la
connivencia entre ayuntamientos y promotores, que el terreno valía la mitad del
precio de la vivienda. En Francia, los pueblos y ciudades se han ido agrandando
pero han respetado la vegetación y los bosques que había, de manera que los
chales y las urbanizaciones conservan en sus jardines árboles que fueron
plantados hace cincuenta años. Las viviendas se integran con la naturaleza y no
dañan al medio ambiente. Un chalé allí puede costar unos 120.000 euros, lo que
vale un piso aquí. De forma que un trabajador en Francia puede comprarse o
construirse una casa o un chalé, con jardín, mientras que en España tiene que
optar por un piso. En las ciudades españolas un piso nuevo valía entre 150 y
200.000 euros, aunque con la crisis económica el precio de la vivienda ha
bajado un 40%. Debo aclarar que en París, la ciudad más visitada del mundo, los
precios de los pisos o de los alquileres están por las nubes y es más cara que
cualquier ciudad alemana.
En Périgueaux (Burdeos), una ciudad de unos 30.000
habitantes, la gente se saluda cuando pasea por el campo o por las afueras. Y
en un cementerio cercano he visto varias tumbas de españoles republicanos (o
sus descendientes), o de emigrantes y de sudamericanos. En España el saludo
sólo se conserva en los pueblos pequeños y entre la gente mayor. Las palabras merçi y s’il vous plait –con ese tonillo tan característico que le dan– están
siempre en la boca de los franceses y por lo general son bastante educados. También
es cierto que los parisinos tienen cierta fama de soberbios y malafollás, como los granadinos. En
Francia la educación con los niños es más estricta. En España, el niño es el
centro de atención de la familia, de los padres, de los abuelos… Allí, como en
Alemania y los países del norte de Europa, los niños se crían en guarderías y,
cuando dejan de estudiar, se buscan un trabajo y se independizan de la familia.
Cuando se casan los padres no les ayudan, como ocurre en España. Así aprenden a
valerse por sí mismos. En cuanto a la hora de comer, ellos observan más el
protocolo. Si un francés te invita a su casa, te servirá el vino y estará
pendiente como recordándote que eres su invitado. Y en los postres siempre
habrá queso, pues tienen mucha variedad y es muy apreciado.
Otra cosa que nos diferencia es que ellos están muy
orgullosos de su himno nacional, La
Marsellesa, y de su bandera –igual que los británicos y norteamericanos–,
mientras que los españoles no exhibimos tanto los símbolos de nuestra patria. Las
palabras Liberté, Égalité, Fraternité se
pueden ver grababas en las fachadas de los colegios y liceos, en los Palacios
de Justicia y en los ayuntamientos de Francia, esto ya nos da una idea de lo
orgullosos que están los galos de sus derechos y libertades. En los dos atentados
del terrorismo islamista en París, contra la revista Charlie Hebdo y el del 13 de noviembre, los franceses formaron una
piña y estuvieron al lado del Gobierno. Los hemos visto cantando La Marsellesa cuando salieron del
estadio de Francia, donde acababan de estallar tres bombas en las cercanías, y
en los días posteriores en la calle y en las concentraciones. Hollande ha declarado el Estado de emergencia –la Asamblea francesa
se lo ha prorrogado por tres meses–, donde la policía puede registrar domicilios
y detener a personas sin orden judicial. Esto es impensable en España. En
cambio, con los atentados en los trenes de Madrid, en 2004, ya sabemos lo que
pasó: que si los terroristas eran etarras o islamistas, de manera que la
oposición cercó la sede del PP, en Madrid –en el día de reflexión, antes de las
elecciones–, en vez de estar todos unidos y al lado de las víctimas... Las dos
Españas de siempre, de las que se quejaba Antonio Machado, la discordia eterna
entre la derecha y la izquierda, cada una haciendo la guerra por su lado.
Entre los españoles y franceses, como vecinos, hay a
veces una relación de amor-odio, debido a que chocan los intereses económicos
de ambos países. Francia tiene en España su mercado y lo prueban los numerosos
hipermercados y fábricas de vehículos. Creo que es nuestro mayor proveedor y
será también uno de nuestros mayores compradores. Conviene recordar que siempre
que ha habido inestabilidad política o económica en España, por los golpes de
Estado del siglo XIX, por la Guerra Civil, por la crisis de los años sesenta y
setenta…, Francia ha sido un refugio o asilo para los españoles, con sus más y
sus menos, pero siempre fue el destino prioritario de nuestros exiliados y
emigrantes. Hace poco, Francia reconoció que fue un comando, con varios
españoles del maquis, el que tomó la emisora de París y anunciaron su
liberación en 1945. Y cuando entraron los tanques del general francés Leclerc,
en París, algunos llevaban escrito nombres de batallas españolas: Teruel,
Brunete… También, en el Cementerio de Père
Lachaise de París hay un monolito dedicado los combatientes españoles. El
primer ministro francés, Manuel Valls, visitó hace más de un mes un campo de
refugiados republicanos españoles y judíos, en el sur de Francia, y lo calificó
de autentica vergüenza, por las
condiciones inhumanas en que sobrevivieron allí.
Otra de las diferencias es que Francia es un estado
centralista, con escasa autonomía en las regiones y con un presidente de la
República con amplios poderes. Mientras que España es un estado
descentralizado, el estado de las autonomías, con gobiernos y parlamentos que
tienen tantas competencias como en un estado federal. Estos días Francia ha
sido golpeada por el terrorismo islámico y hay que recordar que ayudó a España
con el terrorismo etarra, ambos países son buenos vecinos.
Copio algunas conclusiones de un estudio del Instituto Elcano, que realizó encuestas
a ciudadanos de ambos países, en 2014: ‘España–Francia, visiones mutuas’. Comparación entre ambos países:
Los españoles están de acuerdo con los franceses en
que Francia supera a España en muchos aspectos: desarrollo económico, poder e
influencia en el mundo, perspectivas de futuro, bienes de lujo y moda, ciencia
y tecnología, calidad de vida, respeto hacia el medioambiente y calidad
democrática. Sin embargo, creen que España es superior a Francia en algunos
otros terrenos: atractivo turístico, riqueza cultural, producción artística y
calidad de bienes y servicios. Haciendo un balance cuantitativo, Francia
“vence” a España con un resultado de 8 – 4
Valoración general:
Aunque ambos países hacen una valoración muy
positiva del otro, Francia valora a España mejor que a la inversa. El 90% de
los franceses tiene una buena imagen de España, frente al 76% de los españoles
respecto a Francia. Algo semejante ocurre respecto a la confianza: los
franceses se fían más de los españoles (el 85% los considera fiables) que
viceversa (el 75%). Hay que acudir a la historia -lejana o más reciente- y el
poso que transmite para entender estas diferencias que no se basan en elementos
actuales. Tampoco están de acuerdo franceses y españoles respecto a la
semejanza de sus países: los franceses creen que son parecidos o muy parecidos,
mientras que la mayoría de los españoles se inclina por pensar que se parecen
poco o nada.
Conclusión:
Algo semejante ocurre respecto a la confianza: los
franceses se fían más de los españoles (el 85% los considera fiables) que
viceversa (el 75%). Aunque coinciden en muchos otros atributos, los franceses
asocian a los españoles con atributos ligados a una imagen antigua que
corresponde al estereotipo de “lo español” transmitido en el pasado -la
emotividad, la tradición, la religión y la solidaridad- mientras que los
españoles consideran a los franceses racionales, modernos, laicos y más bien
egoístas. Ambos grupos difieren además en la percepción de la semejanza. Los
españoles sienten una diferencia mayor entre ambos países que los franceses, o,
dicho al revés, hay más franceses que españoles que piensan que España y Francia
son similares en general.
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