El 21 de enero pasado me acerco a la consulta de un dentista, en un barrio periférico de Granada, aconsejado por un conocido porque me dice que “es bueno y económico”. Al subir las escaleras del bloque me dio mala impresión, pues eran pisos para gente humilde, con las paredes desconchadas y con escasa iluminación. Una mujer me hizo pasar a una sala de espera y, al poco, me entregó un formulario para que lo rellenara. Escribí los datos del paciente y lo firmé. Pero mi sorpresa fue al leer el folio por la cara de atrás, donde pone: “Historia clínica médica, cuestionario de salud”. Y debajo vienen quince preguntas (con una serie interminable de enfermedades, de manera que pocas habrán quedado en el tintero) y que transcribo literalmente, aunque lo he resumido debido a la extensión.
“1.¿Ha sido
hospitalizado en los últimos dos años? ¿Tiene problemas cardiovasculares?:
hipertensión; antecedentes de infarto de miocardio o angina de pecho;
arritmias; antecedentes de trombosis o endocarditis…
2. ¿Tiene problemas
endocrino-metabólicos?: diabetes, tiroides, otros.
3. ¿Tiene problemas
respiratorios?: asma, bronquitis, neumonía, tuberculosis…
4. ¿Tiene problemas
genitourinarios?: insuficiencia renal, diálisis, etc., problemas prostáticos.
5. ¿Tiene problemas
en el sistema hematopoyético?: anemia, problemas coagulación…
6. ¿Tiene problemas
digestivos y/o hepáticos?: úlcera gastrointestinal, hernia de hiato, enfermedad
de Crohn, colitis ulcerosa, hepatitis…
7. ¿Tiene problemas
en el aparato locomotor?: artrosis, artrosis reumatoide, otros.
8. ¿Tiene o ha
padecido alguna enfermedad infectocontagiosa?: herpes recurrentes, antecedentes
herpes zoster, antecedentes hepatitis, sida, tuberculosis…”.
Y así hasta completar
las quince preguntas, sin embargo, para no cansar demasiado, aporto la
fotocopia escaneada que me entregó la auxiliar del dentista. Al final de las
preguntas viene la guinda: “El paciente o el tutor se responsabiliza de la
veracidad de los antecedentes clínicos declarados y afirma que no oculta
ninguna información adicional en relación a su estado de salud. Granada, a…”.
Cuando yo vi aquella
ristra de preguntas, me negué a rellenar el formulario, es más, me indignó ver
tanta pregunta estúpida. En esto apareció el dentista y le aclaro: “Yo solo
vengo a hacerme una limpieza de boca, enséñeme la norma donde yo tengo que rellenar todo esto”. El
joven dentista me puso la mano en el hombro y me dijo: “Es usted el
primero, en diez años que llevo, que me
dice esto. Denuncie usted si quiere y no me caliente la cabeza”. Le respondí:
¿Encima que vengo a una limpieza de dientes, me dice que le caliento la cabeza?
¿Por qué no me enseña la norma donde estoy obligado a rellenar estos datos?”. Y
me marché. Salí
de la consulta bastante malhumorado, por la forma que tenía el odontólogo de
hablar y de tratar a los pacientes, y porque había perdido toda la tarde en
acudir a la cita. Estaba claro que aquel cuestionario de preguntas era una
invención suya, y no sé para qué le serviría tanta información innecesaria.
Como habrán
comprobado, el cuestionario de salud es
un examen concienzudo –una ficha policial–, donde no falta un detalle, y es más
completo que un historial clínico. Mi pregunta es: ¿Es necesario exigir tanta
información al paciente, para una simple limpieza de boca?, ¿es obligatorio
rellenar el formulario? ¿Estamos ante un abuso del dentista, que te exige más
información que si fueras a hacerte una operación en el hospital? A los pocos
días, me dieron cita para un dentista del centro de Granada. No tuve que
rellenar ningún formulario y sólo me hicieron dos preguntas: si había estado
allí con anterioridad y cómo me había enterado de la dirección de la consulta. Y
es que lo barato a veces sale bastante caro.
El 27 de agosto
recibo una carta en Las Gabias, que ha sido enviada desde Francia. El
matasellos indica la fecha del 11 de agosto, por lo que ha tardado 16 días en llegar
a mi buzón, con los tiempos que corren. No hace mucho fui a quejarme a la
estafeta de que el cartero pasaba por el barrio una vez a la semana. En Correos
están con los ajustes de plantilla y el servicio está como a principios del
siglo XX. La propaganda que utiliza Correos es la siguiente: las cartas a la
capital tardan un día, a la provincia, dos y al resto de España, tres.
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