El domingo, 29 de junio, se cumplen 114 años que nació el escritor francés, Antoine de Saint-Exupéry, con tal motivo recupero este artículo dedicado al autor de 'El principito':
Muchas veces me había preguntado, como todo el mundo, por la misteriosa desaparición del aeroplano ‘L’intransigeant’, del escritor francés Antoine de Saint-Exupéry, autor de ‘El principito’, una obra cumbre de la literatura contemporánea: ¿fue un accidente y el mar se tragó el avión, o lo derribó la aviación alemana? En 1988, un pescador encontró cerca de la costa de Marsella una pulsera que había pertenecido al escritor, y que era un regalo de su mujer Consuelo. Diez años después, en 1998, aparecieron los restos del avión que pilotaba Saint-Exupéry, en la misma área geográfica donde se había perdido el contacto por radio, gracias a la labor del submarinista Luc Vranell y del buscador de tesoros de guerra, Lino von Gartzen.
Ellos fueron
precisamente quienes lograron arrancar la confesión al piloto alemán Hors
Rippert, de 88 años, de manera que la noticia ha saltado a los periódicos de
todo el mundo a mediados de marzo: él mismo derribó el avión del escritor,
durante la mañana del 31 de julio de 1944, por lo que no se ha llevado el
secreto a la tumba. Hors cuenta, con todo lujo de detalles, en su libro ‘El
último secreto’ (Ediciones Rocher), cómo derribó, con su caza ‘Messerschmidt
ME-109’, el avión ‘Lightning P38’ donde viajaba precisamente el mito de su
adolescencia, reconvertido en piloto del ejército aliado. La conciencia y el honor
le hicieron exclamar al alemán: “Ya pueden dejar de buscar, fui yo quien abatió
a Saint-Exupéry. El aparato estaba a 3.000 metros debajo de mí, cerca de
Marsella. Nada más verlo, me dije: ‘Si te acercas un poco más, te voy a
reventar’. Le disparé y le alcancé. Cayó en picado hacia el agua. Nunca vi al
piloto”.
El aviador alemán,
héroe de la ‘Luftwaffe’, trata de justificarse como puede: “Tardé muchos años
en sospechar que yo derribé el avión de Saint-Exupéry. Para mí fue un episodio
bélico sin más, un lance de la guerra. Después comencé a leer noticias sobre la
desaparición. El año, el mes, el día y la zona geográfica, la costa de Toulon
coincidían con la misión que yo emprendí. Y siento mucho que así fuera”. El teutón
había leído muchos de los libros de Saint-Exupéry, especialmente los de
juventud, que estaban dedicados a la experiencia de los pilotos aéreos, como
‘El aviador’, ‘Correo del Sur’, ‘Vuelo nocturno’. Pero, en el fondo, se veía en
el papel de verdugo: “Me negaba a mí mismo que fuera yo quien lo derribó. Me
engañaba. Pero también me parecía injusto llevarme el secreto conmigo. Por
honor a la historia y por honor a Saint-Exupéry”. Te pones en su lugar y debe
de ser horrible cargar esa muerte sobre la conciencia, así como despertarse
cada mañana con la misma pesadilla. El viejo Hors quizá ha esperado demasiado
tiempo, cuando le queda poco para morirse, pero habrá pensado aquello de “más
vale una vez colorado, que ciento amarillo”. Ahora, tras su confesión pública, podrá
dormir algo más tranquilo el resto de sus días, pero el secreto lo ha tenido guardado
en el baúl cerca de 64 años. Toda una vida.
El libro de Hors
Rippert aparecerá estos días en las librerías francesas –seguro que será un
éxito–, mientras que los periódicos se han hecho eco de los pormenores de su confesión,
que cierra para siempre el enigma literario más famoso de la II Guerra Mundial.
En cuanto a la obra de ‘El principito’ –es un canto a la amistad, al heroísmo y
a la responsabilidad–, cada año se venden en Francia 300.000 ejemplares y ha
sido traducida a 180 idiomas. Desde su publicación, se han vendido 80 millones
de ejemplares de la fábula del muchacho, ocupando el tercer puesto en los
hábitos de lectura de los franceses, detrás de ‘La Biblia’ y de ‘Los
Miserables’, de Víctor Hugo. En la dedicatoria de ‘El principito’ podemos leer:
“Todas las personas mayores han sido niños antes (pero pocas lo recuerdan).
Corrijo, pues, mi dedicatoria. A Leon Werth cuando era niño”. Da la impresión como
si Saint-Exupéry se hubiera inspirado en el prologuillo de ‘Platero y yo’,
donde el poeta moguereño, Juan Ramón Jiménez, parece jugar al escondite: “Advertencia
a los hombres que lean este libro para niños”.
Copio un párrafo de
‘El principito’: “A la luz de la luna, miré su frente pálida, sus ojos
cerrados, sus mechones de cabellos que temblaban al viento y me dije: ‘Lo que
veo aquí, es sólo una corteza. Lo más importante es invisible (…). Lo que me
emociona tanto en este principito dormido es su fidelidad por una flor, es la
imagen de una rosa que resplandece en él como la llama de una lámpara, aún
cuando duerme…’”. En el aeropuerto de Toulouse, hay una placa que recuerda al célebre
piloto desaparecido, Antoine de Saint-Exupéry: “Por haber despegado del
aeropuerto, cuando trabajaba como correo en la línea que comunicaba Francia con
Senegal y por haber hecho feliz a la gente”. Aquí, en Granada, sin ir más
lejos, tenemos la leyenda del poeta, que fue fusilado cerca de la fuente de
Aynadamar –la fuente de ‘Las lágrimas’–, pero todavía no ha aparecido. Y uno se
pregunta: “¿Cuándo se desvelará el misterio y sabremos dónde enterraron a
García Lorca?”.
Este artículo se
publicó el 27 de marzo de 2008, en el diario 'La Opinión de Granada'.
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