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Foto Ideal |
Cuentan que los romanos dedicaron el mes de mayo en honor de la diosa Maya, la cual era hija de Atlante y madre de Mercurio. Con el Cristianismo, el mes de mayo fue dedicado a la Virgen María y concretamente el día tres, a la Invención de la Santa Cruz. Sin embargo, allá por el año 1883, el gobernador de Granada prohibió que las mayas –majas que presidían los festejos- pidieran en las calles para las cruces. Y a partir de aquí, la Fiesta de la Cruz comenzó a decaer. Por aquellos años, J. Giménez-Serrano escribe sobre Granada: Allí como hay tantas flores se celebra la venida de las flores, y cuando llega mayo repartiendo alegría se festeja á tan deseado señor con una función de lo más bueno, eligiendo para tan laudable objeto el día de la Cruz. Y prosigue diciendo: Muchas he visto... ¡Ay! pero ninguna como la celebrada en casa de la tía Tarasca, flor y nata de las viejas de buen temple.
Luego cuenta
que todos se lanzaron al jaleo y puesto
el baile á cuatro. Y lo describe como el tumultuoso ruido de tanta
desenfrenada castañuela, el rasgueado de las guitarras, la agitación de los
danzantes y las armoniosas voces de los cantores: Con ese cuerpo garboso / y esa cara de zandunga / tiene osté muertos
más hombres / que manda Isabel Segunda. Años más tarde, en 1924, el Ayuntamiento de Granada concede diferentes
premios a los altares levantados. El primer premio, de 125 pesetas, se lo
lleva la cruz de la calle Solares. Y el segundo premio va para la placeta del
Ochavo y la calle del Reñidero. El tercero, para la Casa de la Lona. Y el
séptimo consiste en un vestido donado por los almacenes La Paz para la calle
Jarrería. Con la Dictadura de Franco, las Cruces dejaron de celebrarse. Pero,
en 1964, resurgen si cabe con más brío y entusiasmo. Y ello fue debido a que Antonio Gallego Morell –quiero tener un recuerdo para él–,
entonces delegado provincial de Turismo, dio el
pregón de las Cruces a través de la radio. Y de paso, se levantó una cruz en la Casa de los Tiros.
Recuerdo que, en los
años sesenta, mi padre me daba una paguilla de dos reales a la semana. Ahora
bien, si era una festividad grande como el
Día de la Cruz, la paga era doble. Entonces dos reales eran cinco perras
gordas, pero con aquella moneda agujereada en el bolsillo de mis pantalones
cortos, yo me sentía alguien. Si, un poner, era sábado, me iba a la plaza del Caudillo –en donde tenía
lugar el mercadillo de quita y pon–,
a echar una ración de vista. Y así, dentro de lo que cabe, podía elegir entre
comprarme dos caramelos o unos trozos de palo dulce. Pero lo normal era que me
acercara al puesto de la tía Maria la
Garbancera, una vieja vestida de luto que siempre me preguntaba lo mismo: ¿Cómo te ñamas, nene? Y cuando le decía
mi nombre: ¿Y qué te pongo, nene? Póngame asté dos reales de garbanzos torraos.
Y me llenaba un cajoncillo de madera hasta los bordes, y luego yo me metía los
garbanzos torraos en el bolsillo. Y
así me pasaba la tarde royendo.
Pero recuerdo que las Cruces de Mayo era una fiesta
especial, pues en cualquier rincón te encontrabas un altarico, como surgido por
encanto. Al principio, las cruces
empezaron en los patios y casas de vecinos. Éstos levantaban sus altares y los
coronaban con una cruz de claveles rojos y blancos, y los adornaban con mantos
de encajes y mantones de manila, velos y cintas. Alrededor, ponían macetas de
geranios, cacerolas de cobre y platos bonitos. Pero, más tarde, pasaron de los
patios de las viviendas a las calles y a los escaparates de las tiendas.
Incluso los balcones se engalanaron con claveles. Y en los años setenta, era obligado visitar la cruz de Plaza Larga,
mientras que eran afamados los caracoles de la Plaza Aliatar.
Lo mismo ocurría con las cruces del Campo del Príncipe y
la Plaza de Bib-Rambla, a la vez que sacaban a
la calle aquellos destartalados y sucios mostradores: ¿Qué va a ser? Y te ponían un puñado de habas, tu bacalao o una salaílla. Y con la pandilla, uno se
pasaba toda la madrugada andando para arriba y para abajo, dando vueltas,
porque treinta duros no daban para mucho. Allí algunos andábamos enamoriscados,
pero el amor raramente era correspondido. Sin embargo, hoy Granada amanece
sembrada de hermosas y altivas cruces, que florecen, cual campos de mayo, en
cualquier patio, rincón o placeta. Después de
las intensas nevadas del diez de enero pasado, y de las fugaces imágenes
dolorosas de la Semana de Pasión,
Granada tiene otro color. Se asemeja a una estampa de la primavera gracias
al trabajo de esas mujeres y hombres anónimos. La albaicinera Berta Tarifa canta esta vieja canción que aprendió de su
madre: ¡Cruz de mayo sevillana, / que
en mi patio levanté! / Yo te echaré muchas más flores, / si consigo tu querer.
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Hermandad de la Cruz, Castilléjar |
Los
barrios del Albaicín y del Realejo continúan con la tradición de entonces
–están a reventar de flores–, pero hay que darse un garbeo por las plazas del
Carmen y de las Pasiegas, la Corrala de Santiago y tantas otras cruces, de
rosas y claveles ¡Qué vistosas son las cruces de mayo! Y con
ellas viene el jaleo, el jolgorio y el alboroto, las guitarras y las
castañuelas, el zapateo y las palmas, y los vestidos de gitana bailando al son
de las sevillanas. ¡Y qué bonitas son
las mujeres salerosas y los quereres! Estos
días, Granada es una fiesta en un marco incomparable de belleza, colorido y griterío,
mientras que una marea humana inunda sus imposibles calles.
Hace unos
años, un muchacho tenía puesto el altarico por debajo de la plaza de San
Nicolás, con sus tijeras clavadas en una manzana: ¿Qué significado tiene esto? Y va y me responde: ¡Las ‘estijeras’ son por si alguien le pone
algún pero a la cruz! El pasado mayo subía yo con unos amigos por la calle Varela del Realejo. Pero un niño vestido para la ocasión y, con
su cruz y su cara de pillo a cuestas, nos decía alargando la mano: ¡Un chavico ‘pa’ la cruz! Y es que son
días de claveles y mayas, de vino e ingenio.
Publicado
en IDEAL, el 3 de mayo de 2003
Parte de la información la obtuve gracias a la documentación que me proporcionó la directora de la Biblioteca Pública del Salón, Eloísa Planel
ResponderEliminar3/5 Mariquilla. Si has pintado mi niñez, la has clavado, nosotras, tanto mis primas como mis hermanas y yo hacíamos nuestro altar ayudados por nuestros padres, cómo dices tú con muchos claveles pero también celindas, lo ponían muy bonico y luego nos vestían bien, pero con ropa normal, nos pintaban los ojos y los labios, nos ponían nuestros claveles en el pelo y nuestro mantoncillo, nuestra cestica y el altar estaba en la puerta de mi abuela y todo el mundo que pasaba por allí, tanto los que iban a Plaza Larga, como los que iban para San Cristóbal, le pedíamos "un chavico pa la santa cruz" y luego a la noche los contábamos, los repartíamos y a inflarnos de pipas, cañamones, chicles de bolilla y caramelos. La verdad es que nos lo pasábamos muy bien. Hasta Don Pedro Manjon llegó a darnos el chavico ¿Y tú no te acuerdas del Día de la Cruz que nos pasamos un año la pandilla? Si no te acuerdas o no estuvistes, eso fue de cine la que liamos, siempre me acordaré, qué chulo.
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