viernes, 23 de mayo de 2025

MI PRIMERA COMUNIÓN

 

Primeras comuniones, Castilléjar,1959. Mercedes Domínguez




Cuando hice mi primera comunión, en mayo de 1961, yo tenía ocho años. Recuerdo que unas semanas antes mi madre, Dora, me llevó a Baza y allí en una tienda me probé el traje. Aquel escaparate de maniquís con trajes de primera comunión de niños y vestidos blancos de niñas era todo un espectáculo, era lo más grande que un niño de mi edad podía observar, pues tenía mucha ilusión después de estar un año yendo al catecismo en la iglesia y preparándome para ese día. Era como un sueño.

 Entonces, Baza era para mí la ciudad más grande que había visitado, pero lo que más llamaba la atención al pasear por sus calles céntricas era el enorme zapato de cartón, que estaba colgado en la fachada de un edificio, y que anunciaba Calzados Castillo, con el sobrenombre de el Zapato Grande. Dos años antes yo había ido a Baza con mi madre a la consulta de un radiólogo, que me observó por Rayos X, pero no recuerdo ahora la enfermedad que yo tenía. De regreso al pueblo en el coche correo (así llamaban al autocar de los hermanos Simones, que salía de las cocheras de la plaza de San Francisco, un antiguo edificio que con anterioridad había sido un convento), que hacía el trayecto Baza-Castilléjar-Castril (ida y vuelta), recuerdo que me entretuve jugando con un cochecillo de plástico que me compró mi madre, del tamaño de un euro, en el cristal del autocar. Pero ahora era ya un hombrecillo y estaba ilusionado porque iba a recibir la primera comunión. El caso es que mi madre prefirió comprarme un traje blanco, cuando en aquellos años de comienzos de los sesenta los niños solían llevar trajes de marineros.

Para entender cómo el traje de primera comunión se convirtió en un clásico hay que remontarse al siglo XIX, cuando comenzó la costumbre de que los niños que fueran a comulgar por primera vez se vistieran con un traje nuevo para presentarse dignamente ante el altar, según relata el historiador Juan Eslava Galán: A principios del siglo XX se va imponiendo el traje de color blanco, símbolo de inocencia y pureza, y poco a poco la vestimenta se va complicando. Del traje de calle sin distintivo alguno se pasa a llevar un adorno con una medalla o un brazalete distintivo. Pero en 1954, Galerías Preciados anunciaba en su publicidad  los trajes de fantasía: caballeros de ilustres órdenes militares, almirante… El traje de marinero fue el que más se impuso a partir de los años 50, quizá por ser en su mayor parte de color blanco y más sencillo y accesible para todos. Costaba entre 350 pesetas y 550 pesetas en grandes almacenes, en 1954.

Doña Natalia era la maestra que daba clases en la aldea de Los Carriones y, cuando llegaba al pueblo montada en el remolque del motocarro, de un vecino suyo (ella y dos mujeres venían sentadas en sillas de anea como si tal cosa, por aquella carretera de tierra), solía acercarse a la casa de mis padres pues tenía amistad con ellos. Pero un día me cogió del brazo y me preguntó: A ver, Leandrín, ¿tú a quién vas a recibir? La pregunta me cogió de sopetón y yo no sabía a qué se refería, así que le contesté lo primero que se me vino a la cabeza. Pues, a mis padres, le dije con toda naturalidad. Entonces, doña Natalia (era de lo mejor que he conocido, un alma sencilla) me dijo: ¡No!, tú vas a recibir al Señor, cuando hagas la primera comunión. Yo me pondría colorado, como de costumbre, mientras observé la cara de decepción de mis padres. También recuerdo que en la clase de catecismo, que nos daba Ramona en los bancos de una capilla de la iglesia, había un cuadro siniestro al fondo de la pared donde los pecadores se asaban vivos en el Infierno. Sobrecogía ver sus caras descompuestas en medio de las llamas y aquellas imágenes, en la penumbra de la capilla, surtía efecto entre los penitentes que estábamos allí. Algunas tardes los niños salíamos de las escuelas en fila, en dirección a la iglesia, para ir a la clase de catecismo, entonces algunos pedíamos permiso para ir a orinar y aprovechábamos la ocasión para escaparnos por el callejón de la iglesia.


                                                 Recordatorios


                                                       


La noche de la víspera mi madre me advirtió que, después de cenar ya no podía comer hasta que comulgara al día siguiente, pasadas las doce horas. El caso es que los niños llegábamos a la misa medio mareados: de dormir mal, de tener el estómago vacío por el ayuno, de las advertencias de nuestros padres, de los nervios de unos y de otros... El caso es que alguno se mareaba con tanto trajín. En la iglesia nos colocaron a los niños en las primeras filas de los bancos, de manera que parecíamos unos angelitos con nuestros trajes y vestidos blancos, allí reunidos (los niños a un lado y las niñas a otro, como mandaban los cánones). Mientras tanto, nuestros jóvenes padres nos miraban de reojo y se sentían orgullosos de nosotros porque ya parecíamos unos niños más formales, les dábamos menos disgustos y estábamos más guapos. Seguramente, los niños cantaríamos esta canción en la larga ceremonia, que me ha venido a la mente mientras escribía estas líneas y que tantas veces he oído:

Cantemos al amor de los amores,
cantemos al Señor,
Dios está aquí, venid adoradores adoremos
a Cristo Redentor.

Gloria a Cristo Jesús,
cielos y tierra bendecid al Señor;
honor y gloria a Ti,
Rey de la gloria, amor por siempre a Ti,
Dios del amor.



En la foto de mi primera comunión llevo la cruz de Santiago, bordada a la altura del pecho, junto al crucifijo de mi madre colgado de una cadena (lo he encontrado estos días), de manera que con la guerrera abotonada y las hombreras con hilos de oro, yo parecía un caballerito de la Orden de Santiago, como el pintor Diego Velázquez, el novelista Francisco de Quevedo y tantos otros personajes célebres. En las manos tengo el misal y al fondo aparece enmarcada la foto de mis abuelos paternos. Aquel día vendí pocas estampas pues me daba corte pedir, a pesar de que siendo monaguillo pedía por el pueblo, con la hucha, en el Día del Domund. Quiero recordar que recaudé en propinas 2,50 pesetas, esto es, diez reales de entonces, lo que valía la entrada al cine. Al aperitivo que mis padres dieron en casa asistieron doña Natalia y el maestro don Emilio Carmona, y las vecinas Nati e Isidora. Hace unos meses, mi paisana Dorita me envió esta copia de la estampa de mi primera comunión: La encontré en el misal de mi madre, me dijo. Seguramente tu madre me compró una estampa y la guardó, le respondí, agradeciéndole el detalle. Al año siguiente, a mi madre se le ocurrió lavar el traje de primera comunión y como es natural encogió, de manera que ya no pude ponérmelo más (yo había crecido), pero aprovechó para la primera comunión de mi hermano Carlos. Quiero tener un recuerdo para aquellos niños que celebraron la primera comunión, pero sus padres no pudieron comprarle un traje como a nosotros. 



Publicado en Ideal en Clase 

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viernes, 16 de mayo de 2025

RECUERDOS DE LA FERIA DEL LIBRO, DE 2009

 

Noticias. Feria del Libro de Granada

He encontrado estos apuntes que tenía olvidados de la Feria del Libro, de Granada, en el año 2009, por eso creo que merece la pena recordarlos porque el tiempo no pasa en vano.

“Me paso por la Feria del Libro y saludo al presidente de CajaGranada, Antonio María Claret y, sin más preámbulo, le digo que el Teatro Isidoro Maíquez –un poeta de Cartagena y paisano suyo–, no es el nombre más apropiado para el Centro Cultural Memoria de Andalucía. Antonio me explica los motivos que ya expuso en su artículo de opinión y me dice convencido que el poeta vivió en Granada los últimos días. Un nombre ideal –le replico– hubiera sido Max Estrella, el personaje de ‘Luces de bohemia’, de Valle-Inclán, donde cuenta la última noche del desdichado poeta Alejandro Sawa. Antonio María Claret tendrá sus razones pero ya me dirán ¿qué hace un poeta de Cartagena en el Centro que representa la memoria de todos los andaluces? Como lo tengo a mano, saludo a Rafael Escuredo que está sentado en la Caseta de Firmas con su libro Te estaré esperando. Le digo a modo de entradilla: No todos los días puede uno saludar al que fue el primer presidente de Andalucía. Entonces me cuenta que ya no escribe la columna en El Mundo, que eso de escribir todas las semanas un artículo ata mucho. Le informo que en la Delegación de Gobernación hay una exposición de las primeras elecciones autonómicas andaluzas, con fotos de los políticos y con las listas electorales de los partidos. ¡Cómo ha cambiado el rostro de Escuredo desde los años ochenta, cuando lo veías tan joven y con los pelos rizados!

Recuerdo aquellos comienzos de los años ochenta, con la Reforma Agraria que nunca se llevó a cabo, a pesar de la presión de los jornaleros de Sánchez Gordillo. Manuel Manaute era aquel consejero de Agricultura que parecía tener la culpa de todo (también fue alcalde de El Arahal, pero falleció hace varios años). Recuerdo la figura ilustre del ministro de Cultura, del Gobierno de Adolfo Suárez, Manuel Clavero Arévalo, autor de la famosa frase café para todos (autonomía para todos). También al abogado granadino, que fue Defensor del Pueblo, Manuel Jiménez de Parga (ambos fallecidos), y de tantos otros políticos a quienes tanto debemos.

Feria del Libro de 2019. Granada Digital


En las casetas de la Feria del Libro saludo también al pintor David Zaafra, que firma su libro ilustrado Leyendas de Nueva York, al Defensor del Ciudadano, Melchor Sáinz-Pardo, y al periodista de Ideal, Enrique Seijas. Por la tarde llamé por teléfono a Jesús Valenzuela y me respondió como siempre: ¡Hombre, compañero! Y es que ambos estudiamos el bachiller en el Seminario de Guadix. Luego me pasé por el Bar Las Tapas de Valenzuela y ya me contó que está intentando localizar a los que pasamos por el Seminario en los años sesenta para reunirnos y celebrarlo. Me recuerda a muchos compañeros, varias veces descuelga de la cornisa del bar una foto, donde aparecemos los seis cursos del bachiller con los curas, y se la enseña a varios conocidos que están tomando copas en el bar, y hasta llama por teléfono a un cullarense que está en Melilla de juez. Cuando hablo con éste, me recuerda que hace cuarenta y tantos años que no nos vemos. ¡Qué barbaridad! Jesús Valenzuela está nostálgico, pero yo no me doy cuenta en esos momentos. Hablamos de los jesuitas de Guadix, algunos han muerto ya y otros tienen ochenta y tantos años. El internado en el Seminario era bastante duro pero a casi todos nos sirvió para sacar una carrera, pues entonces era el más barato al estar subvencionado por el Estado. Jesús Valenzuela siente también nostalgia de la política y le aconsejo que no vuelva, pues no merece la pena, pero tiene el gusanillo royéndole las tripas. La política le ha dado más de una corná y ya vemos cómo los va dejando tirados en las cunetas. Me despido de este guerrillero de pelo arisco y sonrisa afable, y quedamos en ir localizando al personal para reunirnos. Le conté esta anécdota, de cuando estaba de concejal de Cultura y Deporte: Un día le dije al alcalde José Moratalla, ‘a ver si tratas bien a Jesús Valenzuela, pues estuvimos estudiando juntos…’. No recuerdo cuál fue su respuesta, pero sí que me puso la mano en el hombro. Noto que nos vamos haciendo viejos a pasos largos mientras que en la cornisa del bar también tiene prendidos sus recuerdos de la política”.

David Zaafra, Melchor Sáinz-Pardo y Enrique Seijas fallecieron hace varios años. En octubre de 2016, unos sesenta exseminaristas conseguimos reunirnos en Guadix, sin embargo Jesús Valenzuela falleció en 2018. Y de los padres jesuitas que tuvimos en el Seminario de Guadix, solo viven los más jóvenes. Los años pasan rápidamente, casi sin darnos cuenta, mientras que van desapareciendo de la escena amigos y conocidos. Nadie podía pensar que compañeros de mi edad iban a fallecer en unos años, por eso al final solo nos quedan los recuerdos marchitos y la mirada nostálgica.

 Publicado en Ideal en Clase

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jueves, 8 de mayo de 2025

EL DÍA DEL APAGÓN

Una vela para el apagón




El lunes, 28 de abril, se produjo el apagón en España, desde las 12:30 horas hasta las 2 de la madrugada, en el Área Metropolitana de Granada. A todos nos cogió de improviso y gran parte del día me lo pasé pegado al transistor, oyendo varias emisoras. Cerca de trescientas personas se quedaron encerradas en los ascensores, en la Comunidad de Madrid, mientras que en las calles de Madrid, decía el locutor, se veían ríos (mejor sería decir riadas) de ciudadanos esperando el autobús pues el metro no funcionaba por falta de luz. Muchos otros caminaban a pie para ir al trabajo o en busca de su vivienda. Una mujer hizo doce kilómetros andando para ir a recoger al hijo en la guardería, mientras que las calles estaban colapsadas por el tráfico de vehículos, lo mismo que la M-30 y la M-40, ya que los semáforos no funcionaban. En los aeropuertos se cancelaron cientos de vuelos y miles de pasajeros tuvieron que dormir tirados en el suelo, con mantas que les proporcionaron, o entre cartones. Unas 35.000 personas durmieron en las estaciones de trenes de España y la Cruz Roja les prestó la ayuda que pudo. Miles de familias comieron el almuerzo y la cena sin calentar al no tener cocina de butano, los hospitales funcionaron con grupos electrógenos mientras que cinco personas fallecieron en sus domicilios por incendios con las velas o por falta de oxígeno… Nos habíamos acostumbrado al transporte público y a nuestros vehículos para desplazarnos, pero todo estaba colapsado: las calles de las ciudades taponadas y muchos conductores desesperados abandonaron sus vehículos en las carreteras. Tampoco funcionó la red telefónica, por lo que no era posible hacer llamadas ni tener información del móvil. Sin corriente eléctrica, nuestro mundo se derrumbó como un castillo de naipes y, salvando las distancias, muchos nos acordamos de los años cuarenta y cincuenta, del tiempo de nuestros padres y abuelos, aquella época de escasez y de penurias. Precisamente, el progreso y las comodidades que disfrutamos hoy se los debemos al sacrificio y al trabajo de ellos, que levantaron a España, completamente arruinada y devastada por la guerra fratricida, que duró tres años.

Yo daba las gracias porque, cuando regresé a mi casa, un vecino me dijo que hacía un momento que se había ido la luz, de manera que la puerta abatible de la cochera tuve que subirla y bajarla con la mano. Por la tarde me acordé del Golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, al que recordaron después como la tarde de los transistores, ya que Televisión Española no ofreció imágenes del suceso al estar secuestrada por los golpistas. Sólo las radios ofrecían noticias con cuentagotas, pues la información era escasa mientras que los rumores abundaban. Me acordé también de mis padres y de paso de mi infancia, en los años cincuenta. Del quinqué que mi madre tenía a mano porque la luz se iba con cierta frecuencia en el pueblo y más de una noche cenamos en la mesa camilla a la luz del quinqué. Un día estaba yo encima de una cueva y los cables de la luz pasaban por el cerro, entonces se me ocurrió tocarlos y sentí el cosquilleo en las manos de la descarga de la luz, pero entonces iba a 125 voltios. En las calles principales de Castilléjar había alguna que otra bombilla y, en el centro de la plaza, un foco pendía colgado de unos cables. La fábrica de la luz se encontraba por debajo del molino, al lado de la carretera de tierra. El agua de la acequia Descartes la utilizaba durante el día el molino para moler y por la noche iba para la fábrica. A veces la luz se iba o apenas alumbraba, entonces el encargado quitaba la broza que había taponado la rejilla de la acequia, al lado del molino, y la luz venía de nuevo al pueblo. Pero los cortes de luz se producían de vez en cuando y estábamos acostumbrados.

Tapa de los plomos e interruptor de la cama de mis padres

 

Interruptor y enchufe, de los años cincuenta




Recuerdo a mi padre poniendo varios hilos de cobre a los plomos, pues a veces se rompían por la sobrecarga de luz y tenía que cambiarlos por otros nuevos. Los plomos estaban al lado del contador de la luz, en la pared de las escaleras que había a la entrada de la casa. Con la ayuda de una vela, mi padre quitaba la tapa de porcelana de los plomos, donde estaban los hilos de cobre enrollados en los cuatro tornillos (dos en un lado y dos en el otro). Quitaba con un destornillador los que estaban rotos por la sobrecarga y ponía hilos nuevos. En cada habitación de la casa había una bombilla de luz y otras dos en las escaleras y en la entrada. Por Radio Murcia o Radio Jaén (las radios de Granada no llegaban al noreste de la provincia y siempre estuvo abandonada de la mano de Dios) escuchábamos el programa de la mañana Protagonistas nosotros y el parte de las tres de la tarde, como decía mi padre (las noticias), que se anunciaba con una especie de música militar, como si fuera al trote. El nombre venía de los partes de guerra que solían dar por la tarde los bandos enfrentados, durante la Guerra Civil, dando las novedades en el frente. Las radios de válvulas de entonces tenían una lámpara en el interior y, cuando se fundía, se cambiaba por otra por lo que apenas tenían averías. Como entonces no había frigoríficos, el consumo de luz en las viviendas era escaso. Mis abuelos entonces vivían en una cueva y, a pesar de que tenían tierras, se alumbraban con un candil pues la luz, el teléfono (había cinco o seis en Castilléjar) y el agua corriente llegaron al medio rural en los años sesenta, pero a las aldeas llegaron años más tarde.

Radio antigua de válvulas


El día del apagón me acordé también de las guerras de Gaza y de Ucrania, allí miles de hombres, mujeres, niños y ancianos están sin luz, sin alimentos, entre las ruinas y temiendo los bombardeos, mientras que a nosotros no nos afectan sus desgracias ni los muertos a causa de la guerra. Hace precisamente unos días, hablando del apagón con unos amigos, les comentaba esta anécdota que Ángel Ganivet escribió en Granada la Bella (1896), pues desconfiaba de los nuevos inventos: El antiguo hogar no estaba constituido solamente por la familia, sino también por el brasero y el velón o candil, que con su calor escaso y su luz débil obligaban a las personas a aproximarse y a formar un núcleo común. Poned un foco eléctrico y una estufa que ilumine y caliente toda una habitación por igual, y habréis dado el primer paso para la disolución de la familia. Imaginen los estragos que han hecho la televisión y el teléfono móvil en las relaciones con la familia y con la sociedad, aunque también nos han acercado más. Un locutor de radio decía en la tarde del apagón que vio a un grupo de jóvenes que hablaban más entre ellos. Cada vez hablamos menos y nos aislamos más, no es como antes que toda la familia pasaba las noches alrededor de la mesa camilla o de la estufa, hablando o jugando a las cartas. Otro detalle que observé ese día aciago fue que al ir al acostarme, sobre las doce de la noche, las estrellas titilaban como nunca en el firmamento, era un espectáculo en medio de la más absoluta oscuridad mientras que los perros ladraban a lo lejos en medio de las sombras. Pero la pregunta que muchos nos hacemos es: ¿cuándo vendrá el próximo apagón? Pa cuando venga, ya estamos vacunados, me dice el tío Mínguez.

Artículo publicado en Ideal en Clase.

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sábado, 3 de mayo de 2025

¡UN CHAVICO 'PA' LA CRUZ!

 

Foto Ideal

Cuentan que los romanos dedicaron el mes de mayo en honor de la diosa Maya, la cual era hija de Atlante y madre de Mercurio. Con el Cristianismo, el mes de mayo fue dedicado a la Virgen María y concretamente el día tres, a la Invención de la Santa Cruz. Sin embargo, allá por el año 1883, el gobernador de Granada prohibió que las mayas –majas que presidían los festejos- pidieran en las calles para las cruces. Y a partir de aquí, la Fiesta de la Cruz comenzó a decaer. Por aquellos años, J. Giménez-Serrano escribe sobre Granada: Allí como hay tantas flores se celebra la venida de las flores, y cuando llega mayo repartiendo alegría se festeja á tan deseado señor con una función de lo más bueno, eligiendo para tan laudable objeto el día de la Cruz. Y prosigue diciendo: Muchas he visto... ¡Ay! pero ninguna como la celebrada en casa de la tía Tarasca, flor y nata de las viejas de buen temple.

Luego cuenta que todos se lanzaron al jaleo y puesto el baile á cuatro. Y lo describe como el tumultuoso ruido de tanta desenfrenada castañuela, el rasgueado de las guitarras, la agitación de los danzantes y las armoniosas voces de los cantores: Con ese cuerpo garboso / y esa cara de zandunga / tiene osté muertos más hombres / que manda Isabel Segunda. Años más tarde, en 1924, el Ayuntamiento de Granada concede diferentes premios a los altares levantados. El primer premio, de 125 pesetas, se lo lleva la cruz de la calle Solares. Y el segundo premio va para la placeta del Ochavo y la calle del Reñidero. El tercero, para la Casa de la Lona. Y el séptimo consiste en un vestido donado por los almacenes La Paz para la calle Jarrería. Con la Dictadura de Franco, las Cruces dejaron de celebrarse. Pero, en 1964, resurgen si cabe con más brío y entusiasmo. Y ello fue debido a que Antonio Gallego Morell          –quiero tener un recuerdo para él–, entonces delegado provincial de Turismo, dio el  pregón de las Cruces a través de la radio. Y de paso, se levantó una cruz en la Casa de los Tiros.

Recuerdo que, en los años sesenta, mi padre me daba una paguilla de dos reales a la semana. Ahora bien, si era una festividad grande como el Día de la Cruz, la paga era doble. Entonces dos reales eran cinco perras gordas, pero con aquella moneda agujereada en el bolsillo de mis pantalones cortos, yo me sentía alguien. Si, un poner, era sábado, me iba a la plaza del Caudillo –en donde tenía lugar el mercadillo de quita y pon–, a echar una ración de vista. Y así, dentro de lo que cabe, podía elegir entre comprarme dos caramelos o unos trozos de palo dulce. Pero lo normal era que me acercara al puesto de la tía Maria la Garbancera, una vieja vestida de luto que siempre me preguntaba lo mismo: ¿Cómo te ñamas, nene? Y cuando le decía mi nombre: ¿Y qué te pongo, nene? Póngame asté dos reales de garbanzos torraos. Y me llenaba un cajoncillo de madera hasta los bordes, y luego yo me metía los garbanzos torraos en el bolsillo. Y así me pasaba la tarde royendo.

Pero recuerdo que las Cruces de Mayo era una fiesta especial, pues en cualquier rincón te encontrabas un altarico, como surgido por encanto. Al principio, las cruces empezaron en los patios y casas de vecinos. Éstos levantaban sus altares y los coronaban con una cruz de claveles rojos y blancos, y los adornaban con mantos de encajes y mantones de manila, velos y cintas. Alrededor, ponían macetas de geranios, cacerolas de cobre y platos bonitos. Pero, más tarde, pasaron de los patios de las viviendas a las calles y a los escaparates de las tiendas. Incluso los balcones se engalanaron con claveles. Y en los años setenta, era obligado visitar la cruz de Plaza Larga, mientras que eran afamados los caracoles de la Plaza Aliatar.

Lo mismo ocurría con las cruces del Campo del Príncipe y la Plaza de Bib-Rambla, a la vez que sacaban a la calle aquellos destartalados y sucios mostradores: ¿Qué va a ser? Y te ponían un puñado de habas, tu bacalao o una salaílla. Y con la pandilla, uno se pasaba toda la madrugada andando para arriba y para abajo, dando vueltas, porque treinta duros no daban para mucho. Allí algunos andábamos enamoriscados, pero el amor raramente era correspondido. Sin embargo, hoy Granada amanece sembrada de hermosas y altivas cruces, que florecen, cual campos de mayo, en cualquier patio, rincón o placeta. Después de las intensas nevadas del diez de enero pasado, y de las fugaces imágenes dolorosas de la Semana de Pasión, Granada tiene otro color. Se asemeja a una estampa de la primavera gracias al trabajo de esas mujeres y hombres anónimos. La albaicinera Berta Tarifa canta esta vieja canción que aprendió de su madre: ¡Cruz de mayo sevillana, / que en mi patio levanté! / Yo te echaré muchas más flores, / si consigo tu querer.

Hermandad de la Cruz, Castilléjar



Los barrios del Albaicín y del Realejo continúan con la tradición de entonces –están a reventar de flores–, pero hay que darse un garbeo por las plazas del Carmen y de las Pasiegas, la Corrala de Santiago y tantas otras cruces, de rosas y claveles ¡Qué vistosas son las cruces de mayo! Y con ellas viene el jaleo, el jolgorio y el alboroto, las guitarras y las castañuelas, el zapateo y las palmas, y los vestidos de gitana bailando al son de las sevillanas. ¡Y qué bonitas son las mujeres salerosas y los quereres! Estos días, Granada es una fiesta en un marco incomparable de belleza, colorido y griterío, mientras que una marea humana inunda sus imposibles calles.

Hace unos años, un muchacho tenía puesto el altarico por debajo de la plaza de San Nicolás, con sus tijeras clavadas en una manzana: ¿Qué significado tiene esto? Y va y me responde: ¡Las ‘estijeras’ son por si alguien le pone algún pero a la cruz! El pasado mayo subía yo con unos amigos por la calle Varela del Realejo. Pero un niño vestido para la ocasión y, con su cruz y su cara de pillo a cuestas, nos decía alargando la mano: ¡Un chavico ‘pa’ la cruz! Y es que son días de claveles y mayas, de vino e ingenio.

Publicado en IDEAL, el 3 de mayo de 2003

Casa Madre del Ave María
Hospital de Neurotraumatología