sábado, 8 de septiembre de 2018

LA VERDAD SOBRE LOS INDEPENDENTISTAS







Sánchez y Torra en la Moncloa






En 1934, el médico y Premio Nobel, Santiago Ramón y Cajal, escribió un artículo quejándose de los nacionalismos vasco y catalán de España: “Deprime y entristece el ánimo, el considerar la ingratitud de los vascos, cuya gran mayoría desea separarse de la Patria común. Hasta en la noble Navarra existe un partido separatista o nacionalista, robusto y bien organizado, junto con el Tradicionalista que enarbola todavía la vieja bandera de Dios, Patria y Rey. En la Facultad de Medicina de Barcelona, todos los profesores, menos dos, son catalanes nacionalistas; por donde se explica la emigración de catedráticos y de estudiantes, que no llega hoy, según mis informes, al tercio de los matriculados en años anteriores. Casi todos los maestros dan la enseñanza en catalán con acuerdo y consejo tácitos del consabido Patronato, empeñado en catalanizar a todo trance una institución costeada por el Estado”. A continuación, desenmascara a los independentistas: “A guisa de explicaciones del desvío actual de las regiones periféricas, se han imaginado varias hipótesis, algunas con ínfulas filosóficas. No nos hagamos ilusiones. La causa real carece de idealidad y es puramente económica. El movimiento desintegrador surgió en 1900, y tuvo por causa principal, aunque no exclusiva, con relación a Cataluña, la pérdida irreparable del espléndido mercado colonial. En cuanto a los vascos, proceden por imitación gregaria. Resignémonos los idealistas impenitentes a soslayar raíces raciales o incompatibilidades ideológicas profundas, para contraernos a motivos prosaicos y circunstanciales”.

Durante la II República se aprobaron los estatutos de autonomía de Cataluña, el País Vasco y Galicia, pero fueron suspendidos por la Dictadura de Franco. Durante la Transición, se reconocieron las 17 autonomías actuales y el problema nacionalista catalán resurgió con el presidente Jordi Pujol (Tarradellas entonces lo tachaba de banquero ladrón), que, en los años 90, ya decía que Cataluña “es una nación”. Tiempo después se inventó el eufemismo de la “inmersión lingüística” en las escuelas –la mayoría de la enseñanza se daba en catalán–, para acabar denunciando que “España nos roba”, precisamente en la época que toda la familia Pujol más robaba a los catalanes. Era cuando Marta Ferrusola, la esposa de Pujol, decía: “No se puede salir al parque porque está lleno de castellanos”. Hoy habría que decir que está lleno de africanos, pues este año ya han entrado por las costas españolas unos 30.000 en pateras. Pujol ha sido el patriarca del nacionalismo catalán y su obra la continúan sus acólitos: nombró presidente a Artur Mas y este se retiró nombrando al concejal Puigdemont, que se encuentra exiliado en Belgica, tras proclamar con la boquilla la República catalana. Esto es algo que los nacionalistas catalanes tienen que hacer cada 50 años para sentirse que ellos som una nació, como Inglaterra o más. El general Espartero y el presidente Azaña opinaban, en cambio, que había que bombardear Barcelona cada 50 años.

Santiago Ramón y Cajal, en su artículo, les echaba en cara la historia, las afrentas y la ingratitud: “¡Pobre Madrid, la supuesta aborrecida sede del imperialismo castellano! ¡Y pobre Castilla, la eterna abandonada por reyes y gobiernos! Ella, despojada primeramente de sus libertades, bajo el odioso despotismo de Carlos V, ayudado por los vascos, sufre ahora la amargura de ver cómo las provincias más vivas, mimadas y privilegiadas por el Estado, le echan en cara su centralismo avasallador. No me explico este desafecto a España de Cataluña y Vasconia. Si recordaran la Historia y juzgaran imparcialmente a los castellanos, caerían en la cuenta de que su despego carece de fundamento moral, ni cabe explicarlo por móviles utilitarios. A este respecto, la amnesia de los vizcaitarras es algo incomprensible. Los cacareados Fueros, cuyo fundamento histórico es harto problemático, fueron ratificados por Carlos V en pago de la ayuda que le habían prestado los vizcaínos en Villalar, ¡estrangulando las libertades castellanas! ¡Cuánta ingratitud tendenciosa alberga el alma primitiva y sugestionable de los secuaces del vacuo y jactancioso Sabino Arana y del descomedido hermano que lo representa! La lista interminable de subvenciones generosamente otorgadas a las provincias vascas constituye algo indignante. Las cifras globales son aterradoras. Y todo para congraciarse con una raza (sic) que corresponde a la magnanimidad castellana (los despreciables ‘maketos’) con la más negra ingratitud. A pesar de todo lo dicho, esperamos que en las regiones favorecidas por los Estatutos, prevalezca el buen sentido, sin llegar a situaciones de violencia y desmembraciones fatales para todos. Estamos convencidos de la sensatez catalana, aunque no se nos oculte que en los pueblos envenenados sistemáticamente durante más de tres decenios por la pasión o prejuicios seculares, son difíciles las actitudes ecuánimes y serenas”.


Hoy tenemos a Pedro Sánchez, el peor presidente de la democracia en España (más irresponsable que Zapatero, que ya es decir), al que han bastado unos días de Gobierno para comprobar su incapacidad e ineptitud. En tres meses de Gobierno todo ha empeorado (la emigración, la economía y el problema catalán, donde ya se vive la ruptura) y, en vez de aplicar el artículo 155 en Cataluña, por las amenazas intolerables del presidente subalterno Quim Torra –dice que va a atacar al Estado y a sacar los presos políticos a la calle, con el Parlamento catalán cerrado, como hicieron Hitler y Maduro–, Sánchez va a aprobar la celebración de un referéndum para el autogobierno de Cataluña, para congraciarse con los nacionalistas y con los de Podemos, porque depende de sus votos para gobernar. Es un Gobierno de títeres y bandazos.

Cajal finaliza su artículo proponiendo una solución al nacionalismo, aunque ya barruntaba el peligro que suponía para España: “No soy adversario, en principio, de la concesión de privilegios regionales, pero a condición de que no rocen en lo más mínimo el sagrado principio de la Unidad Nacional. Sean autónomas las regiones, mas sin comprometer la Hacienda del Estado. Sufráguese el costo de los servicios cedidos, sin menoscabo de un excedente razonable para los inexcusables gastos de soberanía. La sinceridad me obliga a confesar que este movimiento centrífugo es peligroso, más que en sí mismo, en relación con la especial psicología de los pueblos hispanos. Preciso es recordar –así lo proclama toda nuestra Historia– que somos incoherentes, indisciplinados, apasionadamente localistas, amén de tornadizos e imprevisores. El todo o nada es nuestra divisa. Nos falta el culto de la Patria Grande. Si España estuviera poblada de franceses e italianos, alemanes o británicos, mis alarmas por el futuro de España se disiparían. Porque estos pueblos sensatos saben sacrificar sus pequeñas querellas de campanario en aras de la concordia y del provecho común".

La causa de los independentistas de hoy sigue siendo la económica, como en 1934: Cataluña quiere tener un Concierto Económico, como el País Vasco, para pagar menos al Estado, y un Estatuto de Autonomía (no lo votó ni la mitad de los catalanes) con algunos artículos que el Tribunal Constitucional declaró inconstitucionales. Este Estatuto es el que Sánchez quiere someter a referéndum en Cataluña, así como aprobar los Presupuestos Generales prescindiendo del Senado, saltándose la ley. Por eso, cuanto antes convoque elecciones este titiritero de la política, apoyado por quienes quieren romper España, será mejor para todos. Pero habría que preguntarles a los independentistas de raza superior, de estas dos autonomías privilegiadas que reciben más inversiones que las demás: ¿cómo es posible que el País Vasco reciba más de lo que da al Estado, que España sea el mercado de Cataluña y que, en agradecimiento, desprecien a todo lo español?


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