A finales de agosto me acerco a casa de Pepe Marín, donde tiene su
huertecillo y el hombre allí se distrae. Pepe remanece de Iznalloz, de los
Barranqueros, y es algo flamenco. Anda ya por los 66 años, le gusta madrugar
y lo mismo te lo encuentras por el campo con su inseparable Copito, y
con un palo en la mano. El perro está ya, lo que se dice, a punto de cobrar la
jubilación; poca cosa, pero bueno. Yo le digo a Pepe que no merece la pena
mover los papeles. El palo que lleva dice que es, por si se le avienta algún
chucho de esos, “es que ya no te puedes fiar y con esto le doy en los hocicos”.
–¡Mira qué pitorras! –me
dice, señalando unas gallinas pequeñas y negras, que están encima del palo del
gallinero–. Yo aquí tengo mis gallinas y mis gallillos... Ésta que ves con el
cuello pelado, es una gallipava. ¿Y ves ahí los caracoles en ese trozo de
tierra? Tengo una buena banda y les echo hojas de lechuga. Los caracoles hunden
los cuernos en la tierra y ponen huevos. A mí me gustan mucho en salsa, pues mi
mujer hace unas salsillas y están muy buenos. Esta es la churra del
gobernador –en diciendo esto, le aplica el metro a un cactus–, que mide 80
centímetros de largo. Y a este antiguo laurel el Sol lo estroza, ¿no ves
las hojas en el suelo? Esto no cría nada más que hojas
Ahora vamos por un
estrecho pasillo, donde se pueden apreciar cinco largos calabacinos colgando
del aire, y otras tantas calabazas de agua: como las que llevan los negros en
el desierto de África, a modo de cantimplora. Y esto es lo que sorprende del
huerto de Pepe: los calabacinos nacen en la tierra, entre las matas, pero
cuelgan del emparrado como si fueran enormes falos.
–Los calabacinos
tienen 120 centímetros de largo y han nacío junto a las calabazas de agua,
porque han venido huyendo del Sol y buscando el fresco. Tengo uno seco del año
pasado que mide 138 centímetros. Y estas otras calabazas son de adorno, buscas
un corchillo y las llenas de agua. La gente que viene, me dice “¡qué primor de
casa!”. Pero esto tiene su trabajo, aquí entre estas cuatro paeres. A
esto le digo yo picante de adorno –semejantes a los pimientos rojos– y es parecío
a los faroles. Y esta planta es un galán de noche. Aquellas que ves en el suelo
son calabazas de comer, y el año pasado salió una que pesaba treinta kilos por
lo menos. ¡Vamos, Copito!
También
se ven colgando del emparrado unas calabazas pequeñas, que son del mismo color
y tamaño que las naranjas. Parecen bombillas de colores adornando en medio de
las ramas. Pepe el Barranquero también me enseña una higuera grande, que
tendrá unos quince años, y donde los gorriones se comen los higos; las granadas
todavía están verdes. El huerto es bastante vistoso y tupido, y por la mañana
hace un contraste entre sol y sombra, como un invernadero. Pepe ha aprovechado
todos los rincones del huerto y es una delicia estar allí. Luego me cuenta
algunos chascarrillos:
“Su
perra salió a cazar a lo alto del Calvario, / echó la mirá p’atrás
y vio a su novia cagando. / Y dice ‘ahora voy a tirarle un tiro por echar un
rato de risa’. / Y del susto que le ha dao, en la camisa sa
cagao. / Y salta el zocato de su padre: / ‘¡En mi casa que no entre,
tirarle a mi hija cagando, eso lo tengo yo presente!’”. Y este otro viejo
dicho, que será por lo menos de la Edad Media: “¡Si no sirve pa gallo, capallo”.
O aquel hijo listo que le dice al padre: “Tú das el golpe y yo el jipío”. Este
otro dicho también tiene trazas de antiguo: “Montevive está en un cerro y Gabia
en una cañá; y el pobrecito de Híjar en medio de un olivar”. Luego pasa
a hablarme de la juventud:
–Hoy
nadie quiere hacer na, mientras ves a los jóvenes con sus gorrillas, sus
aretes y sus amotos. Antes, los niños llevaban nada más que un baberillo
y los veías con la gurrina y el culo al aire. Y claro, se meaban y
echaban la pella en cualquier lado.
“¡A
ver si para el año que viene siembras pepinos!”, le digo al despedirme. Y es
que como los pepinos, con perdón, los calabacinos colgantes de Pepe el
Barranquero, no se ven todos los días por estos pagos de Gabia la Mayor.
Este
texto lo he copiado tal cual del artículo El huerto de los calabacinos colgantes, de mi libro Gabia,
la memoria perdida (2004), una edición de autor que dediqué a este pueblo
de la Vega de Granada. Pepe Marín falleció en noviembre de 2016, de un cáncer de pulmón, en cuestión de semanas. A veces me lo encontraba por Gabia o sentado en un
banco de la calle de San Isidro, que estaba
cerca de su casa. Allí solía ir por las tardes a charlar con los vecinos,
acompañado de Isabel, su mujer, que ya tenía un principio de alzheimer.
Hablábamos de política o de cualquier tema y, con la retranca que tenía y el
tono que empleaba, te partías de risa. Siempre tenía buen humor y, con
cualquier cosa que dijéramos, ya estábamos riendo. Pepe era todo amabilidad. Un
día vino a podarme el naranjo y el limonero que tengo en el patio, al cabo del
tiempo, pues se había olvidado de que habíamos quedado unos meses antes. Estar
con Pepe Marín era pasar un rato agradable y, cuando una persona así fallece, es
cuando la valoras y te das cuenta del vacío que deja.
Llamé por teléfono a
su hijo Juan, para darle el pésame, hablamos un buen rato y me contó anécdotas
que le ocurrieron a su padre. Un día estaba trabajando en una obra y le dice el
encargado: “Pepe, que estos dos te van a ‘ayuar’ a hacer el hormigón”. Pero
resulta que uno estaba arriba, dándole al botón del montacargas, y el otro estaba
al lado del grifo del agua, de manera que el trabajo fuerte lo tenía que hacer Pepe.
Hasta que se hartó de echar paletadas de arena y de cemento, para hacer mezcla,
y les gritó: “¡Que me vais a matar, que to el trabajo lo tengo que hacer yo…!”.
En otra ocasión, Pepe
estaba trabajando en Francia –tuvo que emigrar– y se puso a engrasar la máquina
de las ‘papas’, pero se ve que la bomba cogió aire y aquello no funcionaba. Entonces
el patrón vio a Pepe, le quitó la máquina y le dijo de todo menos bonico.
Cuando acabó, Pepe le espetó: “Patrón, ¿vu fini, no?”. Y el patrón le
respondió: “Sí, español”. “Pues…, tú igual, ¿pourquoi no? Y tú también couchon (cerdo)”. Entonces, el patrón
dijo de llamar a los gendarmes, pero Pepe le respondió tranquilamente: “Allí
mejor, no travail (no trabajo), pero que yo no vengo de España a hincharme de trabajar para que encima me insulten”. El caso es que el francés le pidió perdón y
le decía más tarde, “José, beaucoup (muchos) de nervios”. Los trabajadores españoles, que estaban asustados, le decían: “Pero, ¿cómo has tenido valor para decirle couchon al patrón?”. Sin embargo, al año
siguiente el patrón volvió a contratar a Pepe.
La primera vez que fue
a Francia, Pepe trabajó con otros dos paisanos de Iznalloz. Pero estos le daban
las hileras de matas más largas del campo, de forma que siempre se quedaba
rezagado hasta que se dio cuenta y protestó: “Dadme el mismo corte que el que hacéis
vosotros y veréis cómo no iré atrasado”. El caso es que le hicieron varias
faenas, aprovechando que era novato. En otra ocasión Pepe limpió una nave y la
regó, y el patrón, sorprendido, le dijo: “¿Ya finí?”, pues los dos paisanos se
tiraban toda la tarde para hacer el mismo trabajo. “Al año siguiente, el patrón
sólo llamó a mi padre para trabajar”, me dice su hijo Juan.
Me ha encantado leer este artículo, refleja meticulosamente, la gracia un tanto cazurra del campesino clásico, es bueno recordar a estas personas que pasan por nuestra vida dejando su huella. Descanse en paz Pepe, y disfrute de la inmortalidad escrita por ti en estas letras. Un abrazo Leandro y se feliz en este año que empezamos.
ResponderEliminarA Pepe Marín lo veía y parecía que el tiempo no pasaba por él, mientras que Isabel se iba deteriorando a ojos vistas. Falleció en poco tiempo, lo que me hizo pensar en su valía. Y por otro lado, las cosas se tuercen en cuestión de días: su hijo Juan se ha visto sin padre y con su madre impedida, pues está en una silla de ruedas a causa de una fractura y apenas lo conoce. A ver cómo viene este año, Esperanza
ResponderEliminarEl artículo lleva 813 lecturas, sin contar las que pueda tener en Ideal en Clase y Google+
ResponderEliminarCopio estos comentarios de Facebook:
ResponderEliminarMariví Rodriguez:D.E.P. Era un buen hombre.
Me gusta · Responder · Compartir · 2 de enero a las 17:32
Las Cuatro Esquinas En este Año Nuevo 2017, te damos las gracias Leandro por tener este recuerdo tan bonito, para con mi suegro. JOSE MARIN MERINO
Aunque ya no este con nosotros, siempre seguirara vivo en nuestros recuerdos. Era una persona excelente y se hacia querer por todos los que lo conocían.
Gracias nuevamente de parte de mi marido y toda la familia....Ver más
Responder · Compartir · 3 de enero a las 16:13
Leandro Garcia Casanova Pepe Marín se merecía este recuerdo, pues nos trató siempre con afecto, lo mismo que su mujer, Isabel. Un recuerdo para Juan Marín