Por el olivar venían, bronce y sueño, los gitanos. Romance de la luna, luna. F. García Lorca
La fotógrafa italiana, Gianna Bonacini, publicó el libro Cuevas. Hombres, campos, ciudades, en el año 2002, que fue editado por el entonces Centro de Investigaciones Etnológicas ‘Ángel Ganivet’, de la Diputación de Granada. El libro lo compré en 2010, en una librería de viejo de Granada, por seis euros. Gianna lo cuenta así: Descubrí el mundo de las cuevas de Guadix como una turista cualquiera. Según la guía turística que estaba leyendo, en Guadix había un asentamiento de cuevas: ‘Éstas conservan todavía los trazados y la función original de vivienda. En la actualidad habitan unas dos mil personas, en su mayoría gitanos, integrados en el resto de la población andaluza’. Llevada de la curiosidad, la italiana se introduce en el Barrio de las Cuevas y entonces se ofrece a sus ojos un espectáculo extraño e insólito: casas hundidas y encastradas en la roca de arcilla de un paisaje seco. Extrañas, pequeñas torres blancas, son las chimeneas de las casas.
Sigue diciendo: Me presento, explico mi curiosidad… Su primera reacción es de estupor,
casi divertido. ¿Por qué esta curiosidad por parte de una extranjera? ¿Qué hay
de extraño en vivir aquí? En aquellas gentes sencillas y humildes, con el
rostro cuarteado por el sol, Gianna encuentra hospitalidad y le enseñan las
cuevas, mientras que ella teme violar la intimidad, ese espacio tan íntimo y
personal. Una cuevera le explica que, cuando
nace un niño, se construye una nueva
habitación excavando más en el interior de la tierra. Tony, otra accitana,
le dice que, viviendo en las cuevas, nunca ha tenido la necesidad de tener una
puerta, la vida en las cuevas se desarrolla en gran parte en el exterior o en
la cocina y las habitaciones sólo sirven para dormir. Los motivos religiosos
destacan sobre cualquier otro y los más vistosos son los altares: grandes, llenos de velas y flores. Algunos
de ellos se ceden de casa en casa, cuenta Tony. Es una antigua tradición y es
como una relación fraternal que une a las familias.
A Gianna Bonacini le sorprende que muchos vecinos
se dejaran fotografiar con júbilo, con una alegría interior contagiosa: mientras se entregaban al objetivo,
manifestaban su felicidad, recuerda. También
le llamó la atención los grandes retratos que cuelgan de las paredes, generalmente
son de los difuntos de la familia, o de miembros actuales, pero cuando eran
jóvenes. Sin embargo, lo típico de las cuevas son esas fotos antiguas, con el
gorro de legionario, de cuando los abuelos estaban haciendo el servicio
militar. En la época de nuestros padres, a los ancianos se les tenía más
consideración y de ahí los retratos grandes, aunque esta tradición todavía se
conserva en muchas cuevas. El mejor sitio en la mesa, en la chimenea y en el
recuerdo era para los ancianos, lo propio de la familia patriarcal, y entre los
gitanos destaca la figura del patriarca.
Sin embargo, hoy el clan familiar ha ido perdiendo importancia y, en los pisos normalmente
viven los padres y los hijos, de manera que los cuadros con fotos familiares son
más pequeños mientras que en las paredes se suelen colgar pinturas.
Se produce un cara a cara, una charla entre las
familias de cueveros y Gianna: ella transmite confianza y los vecinos se
muestran tal y como son en su hábitat. El resultado es la naturalidad con la
que salen retratados. La fotógrafa italiana percibe el contraste entre las
antiguas costumbres y lo moderno: al lado de las blancas chimeneas morunas sobresalen
las antenas de televisión, o que algunas cuevas disponen ya de baños y cocinas
con azulejos. Tony asegura que una vez la
gente vivía en las cuevas por necesidad. Hoy es cada vez más una elección. El
sentido de vivir aquí no es el de privarse de ciertas cosas, sino el de tener
algo más, algo que en un piso de ciudad no tendrías jamás. La reclusión de ti
misma, la tranquilidad.
Este magnífico libro de fotografías, en blanco y
negro, apenas es conocido en Guadix, yo tuve ocasión de enseñarlo a varios
vecinos de Los Baños de Graena y dos mujeres se vieron por primera vez en las
fotos donde ellas salían, con motivo de una boda. ¡Guadix, cuántas veces
olvidado por la Administración, a la vez que sus gentes olvidan las obras
buenas que se editan sobre esta tierra dura y reseca, sobre este semidesierto
que dan lugar las cumbres de Sierra Nevada, pues no dejan pasar las nubes para
que descarguen la tan ansiada lluvia. En los agradecimientos, Gianna Bonacini
menciona a Torcuato Hernández Pérez y a
su esposa María…, y a todos los amigos que he encontrado durante mi maravilloso
‘viaje’. Gracias a Torcuato pudo entrar en las cuevas, mientras que él
regresó a lugares que no visitaba desde mucho tiempo atrás y se reencontró con personas, familiares y
amigos. La italiana visitó las cuevas en tres ocasiones y así describe
aquellos momentos: Cada vez que me iba,
Torcuato y su esposa lloraban. Cada vez que regresaba, me abrazaban como a una
hija.
La mayoría de las fotografías fueron hechas en
Guadix, y las restantes en Benalúa, Belerda, Paulenca, Purullena y los Baños de
Graena, entre 1995 y 1998. Guadix tiene una deuda pendiente con Gianna Bonacini
y no sería mala idea que el Ayuntamiento, o alguna entidad privada, montara una
exposición con fotos del libro, invitando a la autora italiana. Para ella sería
un reconocimiento a su excelente labor y, para los accitanos y vecinos de la
comarca, un descubrimiento y un motivo
de orgullo pues retratan a las personas en el interior de las cuevas, en los
años noventa, con las clásicas fotos de la mili o de los nietos, con esos tipos
con gorra y esas ancianas, de los que muchos ya fallecieron. Si tus fotos no son
lo suficientemente buenas es porque no te has acercado
lo suficiente, aconsejaba el fotógrafo húngaro Robert Capa. De Gianna
Bonacini se puede decir que, no sólo entró e iluminó las cuevas con su cámara,
sino que retrató el alma de los gitanos y vecinos de la comarca de Guadix.
Respuesta a Antonio Martínez Lorente:
Vaya mérito el de esta fotógrafa italiana y el poco reconocimiento
Respuesta a Antonio Martínez Lorente:
Vaya mérito el de esta fotógrafa italiana y el poco reconocimiento
Interesante historia Leandro
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