“Mis más lejanos recuerdos de niño tienen sabor de
tierra... Mis primeras emociones están
ligadas a la tierra y a los trabajos de campo”. F.G.L.
Monolito en el Barranco de Víznar |
Alguna vez le dije a Juan de Loxa que, “a Lorca le hubiera gustado la muerte que tuvo”. Él no podía imaginar que su vida iba a terminar en tragedia, como sus dramas de Yerma, Bernarda Alba o Bodas de sangre. Es más, creo que el fusilamiento y entierro de Federico servirían de título para su mejor obra no escrita: ‘La leyenda del poeta de Granada’. Comienza en la Colonia de Víznar (aquí se encontraba el molino de ‘las Pasaeras’ y, unos metros más abajo, puede verse hoy ‘la Casita de Papel’, donde estuvo parando Agustín Penón), con el trasiego de las camionetas descargando a los condenados a muerte, como si fueran ganado. Los conducían a una habitación de la planta baja y aquí permanecían hasta que les daban ‘el paseíllo’: “Y a las nueve de la noche / le cierran el calabozo, / mientras el cielo reluce / como la grupa de un potro”. En un momento dado, el guardia Tripaldi le dijo a Lorca que, si se arrepentía, sus pecados le serían perdonados. A continuación, le ayudó a rezar el ‘Yo pecador’: “Mi madre me lo enseñó todo, ¿sabe usted?, y ahora lo tengo olvidado”, le contestó el poeta.
Hace unos 30 años
que, en el Barranco de Víznar, hay una singular cruz en el suelo, hecha con
piedras y piñas, y adornada con ramos de flores. Entre las piedras se
encuentran algunos papeles doblados, que contienen poesías y frases de las
familias de los fusilados. En el 2001, el Ayuntamiento de Víznar construyó en
el Barranco como un anfiteatro y, no hará un mes, que la Iglesia ha clavado
allí una cruz blanca, de unos 7 metros de altura. “Lorca eran todos”, reza una
placa recordando el genocidio. Pero habría que añadir: “Todos eran españoles”,
tanto las víctimas como los verdugos. Desgraciadamente siempre ha sido así en
España, porque parece ser que todavía no hemos superado el concepto de tribu,
que decía Estrabón.
“Por aquí no se
podía pasar. Subíamos desde las eras del pueblo y cuando fusilaban se veían las
lucecillas de los disparos”, contaba el octogenario Antonio Fernández, que a la
sazón tenía 15 años. El rumor que se oye por este lugar se debe a la acequia de
Aynadamar, no sin razón llamada ‘Fuente de las lágrimas’, que fue construida
hace mil años por los árabes. En el sangriento frente de Badajoz, Pemán le
pidió al Caudillo una nota oficial sobre el fusilamiento, pero éste le
contestó: “Pero, hombre, José María, ¿qué importancia tiene un poeta, más o
menos, cuando está en juego una guerra?”. Franco, en su megalomanía, erigió el
monumento al Valle de los Caídos –como Napoleón, el Arco del Triunfo de París–
creyendo que, con unos renglones en la Historia, pasaría a la posteridad. Otros
excavaron las fosas del Barranco para devolvernos a las cavernas. Pero no
sabían que el monumento, las fosas comunes, los nichos de los fusilados y las
tapias de los cementerios iban a ser la conciencia de todos los españoles.
Gerardo Ruiz,
concejal de IU, de Medio Ambiente, en el Ayuntamiento de Víznar, me dice que su
padre le indicó a Agustín Penón el lugar donde podía estar enterrado Federico.
En agradecimiento, le regaló los lujosos zapatos que llevaba: “Eran negros, con
la suela de cuero resbaladiza, y los llevé puestos hasta los años setenta –recuerda el concejal Gerardo, y
añade–. A Penón lo recuerdo de chico, como algo que se me escapa”. La leyenda
del poeta continúa por el viejo camino de Víznar a Alfacar –estos días de
agosto, los vecinos suelen pasear por aquí al caer la tarde–, y se pierde junto
a un solitario olivo, donde dicen que fue fusilado al amanecer. Pero el día que
encuentren los restos de García Lorca, iremos a rezarle una oración a su tumba,
por donde llora la ‘Fuente de las lágrimas’.
Cuentan que, en las
noches de luna llena de agosto, se oye el murmullo de las ánimas por ‘los
Pozos’ del Barranco de Víznar. En este triste paraje se echa de menos un
monolito y, de aquí a unos años, para cuando los españoles nos reconciliemos
con nuestro pasado, habría que incluir en una lápida de mármol los nombres de
todos los fusilados. Y ya me despido, con estas frases del poeta en Madrid:
“Estos campos se van a llenar de muertos. Está decidido. Me voy a Granada y que
sea lo que Dios quiera”. Señor, dales el descanso eterno...
Publicado en La
Opinión de Granada, el 18 de agosto de 2006
Posdata: A finales de julio de ese año, me acerqué a ver la Exposición en la
Casa de los Tiros, un homenaje a García Lorca en el setenta aniversario de su
muerte. Allí se encontraba filmando un equipo de televisión, del programa
Informe Semanal, y según me dijeron saldrá el sábado diecinueve de agosto.
Grabaron las fotos de la Exposición, sobre todo, la del ‘Grupo de prisioneros
en La Colonia de Víznar’. Todos ellos aparecen con el mandil de masones, y con
las palas y espuertas para su trabajo de enterrar a los fusilados. Hablando en
privado con el jefe del programa, me confesó que Ian Gibson no quiso venir a
Granada para entrevistarlo, pues aquí suelen criticarlo. “Sí, le dije, Granada
sigue siendo una ciudad provinciana donde la envidia está a la orden del día.
Es más, si García Lorca viviera hoy, hubiera tenido que salir de aquí por
piernas”. El poeta se quejaba de que en Granada “se encontraba la peor
burguesía del mundo”.
El 18 de agosto de
1976, con motivo del cuarenta aniversario de la muerte del poeta, un grupo de
escritores subió hasta el Barranco de Víznar para depositar una corona de
flores. Copio de Ideal la noticia de entonces: “…al grupo de escritores, unos
veinte aproximadamente, se sumaron unos niños. En el lugar había colocada una
gran cruz, hecha con piñas por alguna persona que ha querido de esta manera
recordar al poeta granadino. En nombre de este grupo, Juan de Loxa leyó un
poema al anochecer”. Acompañaron al acto, los poetas José García Ladrón de
Guevara y Rafael Guillén, entre otros. También protagonizaron, el cinco de
junio, de ese año, el acto “El 5 a las 5”, en Fuente Vaqueros, en recuerdo de
la fecha del nacimiento de García Lorca. Franco había muerto en noviembre de
1975 y España seguía siendo una dictadura.
Cuando me
encontraba en el anfiteatro, del Barranco de Víznar, sentí como si me llegara un
mensaje de alguien, como diciéndome, “que estamos aquí”. Tuve una sensación
extraña, pero es que en este paraje sagrado te sientes sobrecogido. El dilema
ahora es: ¿buscamos los restos del poeta entre la inmensidad de 2.000
granadinos fusilados?
'Lorca, el último paseo'
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