Empiezan acosando al compañero de clase, en los servicios del instituto, luego graban en el móvil una agresión a un pobre diablo y terminan la faena quemando viva a una mendiga indefensa, que duerme en un cajero de Barcelona. Todo esto lo llevan a cabo chavales de gente bien, para reírse un rato, cuando se fuman unos porros. Casi sin darnos cuenta, hemos pasado de los ‘crímenes de sangre’ de la España profunda, al sadismo grabado de hoy y a los asesinatos por pura diversión. Antaño, cuando ‘La Codorniz’, leíamos a Margarita Landi, en el semanario de sucesos ‘El Caso’, con todo lujo de detalles: “la mató de un hachazo, envenenó a su marido con matarratas, ‘el Lute’ y ‘el Medrano’ asesinan a un joyero…”. Y me vienen a la memoria los crímenes del cortijo de los Galindos, en la provincia de Sevilla, allá por los años 70, aunque nunca llegó a descubrirse al autor de la matanza. El malogrado escritor, Alfonso Grosso, escribió un libro sobre el tema, aventurando quién podía ser el asesino. O bien los asesinatos de ’el Jarabo’, un famoso psicópata que acabó encomendándose al garrote vil.
Estos días, uno se entera en la
prensa del asesinato de la granadina, Dolores Santiago, que ocurrió en Palma de
Mallorca, en 1977, y posteriormente fue emparedada en el sótano de la
lavandería de unos apartamentos. Sin embargo, el crimen ha prescrito y nada se
puede hacer contra el presunto autor, Pepe ‘el Mallorquín’, que anda ya por los
80 años. También hemos leído, horrorizados, cómo Ricardo Suárez, en plena ciudad
de Sevilla, le vació dos cargadores a un conductor, porque atropelló levemente,
con el vehículo, a su hija de siete años. En su descargo, el homicida alegó que
estaba borracho cuando lo acribilló a balazos.
Un informe de la Guardia Civil
asegura que, la tasa de criminalidad en 1965 era de 91 delitos por cada 100.000
habitantes, mientras que en 1998 había pasado a 273 delitos. Los casos se
triplicaron. Y la Fiscalía informa que, en el 2004, se cometieron en España
tres millones de delitos, algunos menos que en el año anterior. Pero si la cosa
la extrapolamos a Granada, podemos echar las campanas al vuelo: aquí tenemos a
48,6 delitos por cada mil habitantes, por lo que –agárrense– estamos por debajo
de la media nacional, que anda en 49,4, y también de la media andaluza. ¿Quién
se va a creer esto, cuando Granada ha sido –después de Sevilla y Málaga–, la
ciudad que más delincuencia tenía? Y si no, que se lo pregunten a los vecinos
del Albayzín –ya no está Francisco Izquierdo para contarlo–, o bien a los japoneses,
que ya no trepan a la plaza de San Nicolás para echarse fotos. Decía Borges, en
los años 80, que “la democracia es un abuso de la estadística”. Hoy, más que un
abuso, es un arma que los políticos utilizan para maquillar su incompetencia. Que
nos come la delincuencia: pues le encargamos al CIS una encuesta, de quita y
pon, que demuestre con cifras que con Franco vivíamos peor: “¿Está usted de
acuerdo que antes…?”.
Todo cambió a partir de los
crímenes de Puerto Hurraco, en 1990 (con la venganza de los hermanos
Izquierdo), y el caso de las tres jóvenes de Alcásser: “Ha cambiado la
brutalidad con que se actúa. Antes había carteristas (recuerden a Tony Leblanc,
en ‘Los tramposos’). Luego aparecieron los sirleros, con el arma blanca. Pero
hoy cada vez hay más armas de fuego”, afirma el periodista de sucesos, Francisco
Pérez Abellán. En el asunto doméstico, creo que el asesinato de Ana Orantes, a
causa de la alarma social que provocó, dio lugar a la mal llamada ‘Ley contra
la Violencia de Género’, donde la mitad de los españoles hemos dejado de ser
iguales ante la ley. Hace unos días, se dio el caso en Jaén de un homosexual al
que su pareja intentó agredirle con un hacha. El denunciante se apostó, ante la
Delegación para la Igualdad y Bienestar Social, para exigir la misma ayuda que
reciben las mujeres maltratadas.
Sin embargo, el Instituto
Andaluz de la Mujer no ha querido saber nada del asunto, con la excusa de que “no
hay recursos establecidos para este tipo de casos”. Esto me recuerda a una
directora del IAM, que solía poner un cartelón anunciando el número de mujeres
que habían muerto a causa de la violencia doméstica; pero se le olvidaba poner
los muertos del sexo opuesto. Los hombres ni siquiera merecían figurar en las
estadísticas: mismamente lo que hacía Billy ‘el Niño’ con los chicanos
balaceados. Los valores han cambiado para el periodista Pérez Abellán: “Reina
lo material sin cortapisas morales que coarten los impulsos al crimen. La
delincuencia se ha sofisticado y, en 30 años, el crimen ha cambiado más que en
dos siglos”. Es lo que decía un chaval, criticando a sus compañeros que
quemaron viva a la mendiga de ‘la Caixa’: “Ha sido una violencia gratuita”. En
fin, hemos pasado del atraco con navaja en la esquina, a los chicos de la
gasolina y las sádicas agresiones a los mendigos. Sólo nos queda recordar a la
sociedad, a los padres y a los profesores –deberían de tener más sensibilidad
con el acoso escolar– los versos de José Hierro: “Lo has olvidado todo porque
lo sabes todo”.
Posdata: La indigente María del Rosario Endrinal Petit
murió quemada viva en el interior de un cajero automático de ‘la Caixa’, en
Barcelona, y estos días han sido condenados los tres menores que ocasionaron su
muerte. Uno de ellos la roció con gasolina y le prendió fuego, mientras se reía.
Antes, la mendiga llevó una vida de distinción como secretaria de lujo,
precisamente en ‘la Caixa’. Los vecinos del casco antiguo del barrio de Sants,
en Barcelona, son los últimos testigos de su historia de éxitos que acabó en
una larga agonía.
Trasladándonos a hoy,
están los famosos casos de Anabel Segura (fue secuestrada y asesinada poco
después, a pesar de ello los secuestradores exigieron un rescate a la familia
durante un año). La joven María Teresa Fernández, que desapareció
en Motril, en el año 2000, este caso apenas sale en la prensa. La sevillana Marta
del Castillo, violada y asesinada, aunque la Policía todavía no ha encontrado su
cadáver. Todos ellos son casos de violencia gratuita.
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