viernes, 27 de junio de 2025

UNA VEJEZ AMARGA

Català-Roca:Jóvenes paseando por la Gran Vía de Madrid.


 Un amigo me ha contado esta historia real y yo he tratado de resumirla. 

“Hace unos meses, mi mujer y yo fuimos a visitar a una amiga octogenaria, que vive en un chalé de Jaén prácticamente sola, desde que su marido falleció hará quince años. No hace un año que tuvo una caída en el suelo, por lo que apenas podía moverse en la cama. A esto hay que añadir que le dieron también unos fuertes dolores en el estómago pero no quiso ir a hospital. Nosotros le insistimos pero no hizo caso. Días después se dio cuenta de que tenía la enfermedad del Helicobacter pylori, una bacteria que puede producir gastritis, por lo que un hijo la llevó al médico y le recetó una medicación fuerte, pero le hizo bastante daño. El caso es que, desde que fuimos a visitarla a su casa del pueblo, no hace dos años, ha envejecido mucho y apenas puede andar, aunque va con frecuencia al cuarto de baño arrastrando los pies y dando pasos cortos. Pero lo peor no es esto. Una mujer le atiende durante dos horas diarias, menos los sábados y domingos en que se queda completamente sola. En esas dos horas, la mujer le hace la comida, barre y friega, y también le trae alimentos de un supermercado. Le pone el almuerzo a las once de la mañana y come bastante bien, de esta forma no tiene que levantarse, para calentar y traer la comida a la mesa, unas horas después. Mi amiga podía pagarle algunas horas más y estaría acompañada, pero la pensión de viudedad no le alcanza y se pasa el resto del día sentada en un sillón y casi en la penumbra del comedor. Allí se queda, en medio de muebles antiguos y de recuerdos, portarretratos y fotografías de la familia, pero se duerme con frecuencia. Al anochecer cena un poco y se acuesta.

Le aconsejé que, cuando fuera al cuarto de baño, se ayudara con el bastón y que pidiera un botón de asistencia para mayores por si se caía al suelo o le daba un infarto. Pero ella no suele hacer caso de los consejos: Si el teléfono móvil lo dejas en la mesa camilla, ya me dirás como te caigas en el suelo. Le puse el ejemplo de un conocido que se cayó en el cuarto de baño del piso y lo encontraron al día siguiente, allí tirado y sin poder moverse. La amiga nos contó que la casa del pueblo quiere venderla para repartir el dinero entre sus tres hijos, como sabe que yo he comprado y vendido varias viviendas conforme me trasladaba de un sitio a otro, me preguntó por el precio que podía pedir. Eso va en función de la oferta y de la demanda, si tienes varios compradores puedes subir el precio, pero si nadie se interesa tendrás que bajarlo. Trataré de convencerla para que el dinero de la venta de la casa del pueblo lo utilice para pagar a una cuidadora y que esté más acompañada.

Los hijos están en su trabajo y con su familia, dos están fuera y el tercero almuerza con ella casi todos los días y después se va al trabajo. Por la tarde, antes de marcharnos, la amiga nos dijo que le dolía el pecho porque había hablado demasiado con nosotros, ya que pasa los días completamente sola, y varias veces nos confesó que quería morirse. En su penosa situación yo estaría moralmente hundido, de manera que me quedé impresionado: tener hijos para esto. ¿Es que no puede llevársela alguno a su casa? ¿Por qué no acuden a la trabajadora social para que le busque una mujer de compañía, durante unas horas, o que le solicite un centro de día? Casi incapacitada y en esta situación, de soledad y de debilidad, no va a vivir mucho tiempo. Si por la noche se levanta varias veces a orinar, nada de extraño tiene que le dé un mareo al levantarse de la cama, además, cada día que pase se va a sentir más débil porque al no andar las piernas van perdiendo masa muscular. ¡Con lo andarina y vitalista que siempre ha sido ella! Dos días después de visitarla tuve un sueño muy breve que casi no lo recuerdo: Yo quería echar a correr pero mis piernas apenas podían andar. Puede ser de la impresión que me llevé al verla andar y esta imagen se quedó grabada en mi subconsciente. Recuerdo que ella y su marido se perdían andando en esas sierras de dios y nosotros los acompañábamos a veces, cuando nuestros hijos eran pequeños. Después, al trasladarnos nosotros a otra provincia nos vimos menos pero nunca perdimos el contacto.

Al quedarse viuda e independizarse sus hijos, a veces salía sola al campo y recogía los envases de plástico que encontraba tirados, los metía en un saco y luego los depositaba en contenedores. Yendo con nosotros lo hizo alguna vez pero a mí me costaba trabajo comprenderla: Te puedes encontrar cualquier bicho en una botella de plástico, le decía. Pero ella es así, una amante de la naturaleza, también es espontánea, por lo que dice lo que piensa pero esto no le gusta a todo el mundo. Estando de visita en su casa del pueblo a veces nos llevó a coger cerezas ajenas. Como venga el dueño, verás, le decía yo en vano. Otro día, en un pueblo cercano de escasos habitantes, cuando acabábamos de llegar a una higuera, cuajada de higos y muchos caídos en el suelo, aparecieron a lo lejos seis o siete lugareños. Venían corriendo, dando voces y amenazándonos con que iban a llamar a la guardia civil. Pero, bueno, ¿por quién nos toman ustedes?, les dijimos. Aquellos botarates vieron a unos extraños cruzar el pueblo en un turismo y nos tomaron por bandoleros.

Nuestra amiga nació después de la guerra, en los años de la pertinaz sequía y de las cartillas de racionamiento, por eso es como el eslabón que conecta con las tradiciones, los refranes y las costumbres de nuestros padres. Su casa está llena de libros, muebles oscuros de su familia, fotos entre los cristales de los armarios y toda clase de antigüedades. Como es generosa,  siempre nos regaló algún detalle: un reloj de pared, de madera, un pequeño tonel de vino, unos colmillos de jabalíes en una panoplia... Ella me recuerda al protagonista de la película El violinista en el tejado: el lechero judío en un pueblo ucraniano que defiende siempre la tradición frente a los novios que van eligiendo sucesivamente sus tres hijas (tradición, tradición, canta una y otra vez), aunque al final triunfa el amor. Sin embargo, hoy su jardín está completamente seco (ni siquiera sale a sentarse en los sillones a contemplar la luz del día y a respirar el aire) y ya no crecen las vistosas flores de antaño, hasta el altivo pino piñonero que plantó en los años ochenta está reseco y abandonado. Después de la visita que le hicimos (nos insistió tanto para que fuéramos a verla), mi mujer y yo hemos hablado con ella por teléfono tratando de convencerla. Se me saltan las lágrimas al verte así, pues somos amigos desde hace muchos años y te apreciamos. Piensa que en unos meses no podrás levantarte del sillón, pues apenas tienes movilidad y prácticamente estás sola todo el día, le digo llevado de la confianza. Pero esta es la respuesta que me dio: No, yo estoy bien en mi casa y no necesito que me acompañe nadie… Sin embargo, le recordé: Pero si nos dijiste varias veces que querías morirte. Mira, a un matrimonio, vecino nuestro, lo recoge diariamente la ambulancia a las 8 de la mañana, lo lleva al centro de día  y lo trae a las 6 de la tarde a su casa. Y es gente que tiene dinero. También veo a diario a mayores del barrio con acompañantes, dando un paseo por las mañanas. Días después, mi mujer habló por teléfono con un hijo y consiguió convencerlo para que hablara con una trabajadora social y solicitara un centro de día o una acompañante para su madre. Pero esto suele tardar casi un año, me confesó el amigo”.

Le pregunto cómo es ella y me dice: Era una mujer campechana y alegre, nunca le faltaba una sonrisa ni un refrán en la boca. Sin embargo, los años de viuda, después la enfermedad y ahora la soledad han conseguido que vea su situación como algo natural. Ahora se encuentra postrada en un sillón, en medio de la indiferencia de unos y de otros. Por eso ha envejecido tanto y su mirada es triste, aunque podía vender la casa y vivir acompañada sus últimos días, pero me temo que hemos llegado demasiado tarde, me dijo un tanto resignado. Yo le contesté, asintiendo: No se puede dejar abandonada a su suerte a una madre, pero tú al menos has demostrado tener sentimientos.



Recuerdo que, hace varios años, un anciano viudo vivía solo en un piso mientras que una mujer le limpiaba, hacía la comida y lo sacaba a pasear. Pero cuando apenas podía moverse y estaba perdiendo la memoria, los hijos lo convencieron para que ingresara en una residencia que distaba unos kilómetros de Granada. Y poco después llegó a un acuerdo con ellos: vendieron el piso donde vivía e ingresaron el importe en una cartilla para pagarle el internamiento en caso de necesidad. Pero falleció y no hizo falta el dinero. Es evidente que la vejez es la peor etapa de la vida y cuando las personas son más vulnerables: las fuerzas merman, las enfermedades se ceban con ellos y la soledad les deprime. En esta edad están más necesitados de cuidados y requieren más ayuda de la familia, pero los hijos muchas veces no quieren saber nada a pesar de que están viendo el abandono y el estado de necesidad en que se encuentran sus padres. Estos pueden elegir entre vivir solos, con ayuda de una cuidadora, ir a un centro de día o terminar sus días en una residencia pero muchos no pueden pagarla. De cualquier forma les espera una amarga vejez. Conozco a varios abuelos octogenarios (de ambos sexos), que apenas pueden andar o que ya no salen a la calle, pero en su juventud ellas iban vestidas con faldas largas y estampadas, y con esos peinados abultados, como en la fotografía de Francesc Català-Roca, de 1952: Jóvenes señoritas paseando por la Gran Vía de Madrid. Por eso, este artículo va dedicado a las personas mayores con dificultades o que ya no pueden valerse por sí mismas y, lo que es peor, que casi nadie las defiende.

Publicado en Ideal en Clase

https://en-clase.ideal.es/2025/06/25/leandro-garcia-casanova-una-vejez-amarga/?fbclid=IwY2xjawLLUJhleHRuA2FlbQIxMABicmlkETBiYTRhbW1OdlJQTlZxa1lxAR4N8LnJ3aVw5KWKH0lq-pgNkrTSCgRoaVHkbjkgRggGEcS4tOUBFV9Ya3RkZA_aem_KW6TtqI__M6YJIZjMnlllA

viernes, 6 de junio de 2025

TRABAJANDO DE CAMARERO

Postal de Cambrils, años setenta

             



Hace una semana estuvimos cinco amigos durante seis días en el Circuito Cultural de Murcia (con visitas a Cartagena, Mazagón, Águilas, Caravaca…), por el Imserso, con un grupo de cincuenta granadinos de diferentes pueblos de la provincia. Granada podía hacer también un Circuito Cultural por varios pueblos de la provincia pero creo que no está por la labor. Estuvimos alojados en el mejor hotel de Águilas y al irnos le di las gracias a la encargada de recepción, por el buen servicio que habíamos recibido. Después caí en la cuenta de que me olvidé de los camareros del comedor (la mayoría eran chicas jóvenes), que no tendrían los veinte años. Como era autoservicio, se encargaban de retirar los platos de las mesas y de atendernos. Eran discretos y serviciales, de manera que escribiré una reseña del hotel destacando su amabilidad. Yo había pasado por la Comunidad de Murcia en diferentes ocasiones: en una furgoneta pirata, en 1970, para ir a trabajar de camarero a un restaurante de la bella localidad de Cambrils, en la costa de Tarragona, durante dos meses en el verano; hasta cruzarla con mi turismo, en dirección a Barcelona, doce años después. El conductor de la furgoneta hacía el viaje ilegal una vez por semana, de Castilléjar a Cataluña,  lo mismo que un autocar, lo que da idea de la fuerte emigración que hubo en las décadas de los sesenta y setenta, en la provincia de Granada y en general en Andalucía. La furgoneta salía durante la noche y echaba por Jumilla tratando de evitar a la Guardia Civil de Tráfico. Como llevaba una carga de cerezas, mi paisano Jesús y yo apenas podíamos movernos en los asientos. El conductor hizo dos paradas en bares de la carretera para descansar, hasta que llegamos a Cambrils amaneciendo. Aquí nos llevó a un restaurante con fonda, que se encontraba al lado de la carretera nacional Valencia-Barcelona, estuvo hablando con el dueño, un catalán bastante serio (nunca lo vimos sonreír), y nos quedamos a trabajar más de doce horas diarias: yo de camarero y Jesús sirviendo cafés en la barra mientras que el de la furgoneta se marchó al mercado de Cambrils, a vender las cajas de cerezas. A mí me correspondía servir a diez mesas de dos personas, la mayoría eran matrimonios franceses jubilados que no podían disfrutar de unas vacaciones en Francia, pero sí en España.

También había camioneros españoles que dormían en unas casuchas anexas al restaurante. Recuerdo a un español exiliado, que había sido soldado republicano en la Guerra Civil, como tenía la nacionalidad francesa, decía que le pagaban una parte de la pensión en francos antiguos y otra en francos nuevos. Por aquellos años gobernaba en Francia el general De Gaulle cuando se produjo el famoso Mayo Francés de 1968: la mayor revuelta estudiantil a la que se unió la mayor huelga general de trabajadores que ha padecido el país galo. Trabajando de camarero al principio me daba alguna vergüenza mirar hacia las mesas, pero esto desapareció pronto porque tenía que ponerles y quitarles platos, conforme iban comiendo, y no había tiempo para florituras. La comida empezaba a las 12:30 horas y terminábamos rendidos cerca de las cuatro de la tarde, y de nuevo a las ocho de la tarde hasta las diez y media de la noche. Aquello era no parar, entraba y salía de la cocina cargado de cinco platos en las manos, pero como el trabajo era intenso, apenas teníamos noción del tiempo. El dueño, al que yo apodé Demetrio (en venganza porque no teníamos ningún día libre), era calvo, delgado y de escasa estatura, vestía camisa blanca y pantalón negro (llevaba una servilleta que le colgaba del bolsillo del pantalón y le servía para todo) pero, cuando había mucho trabajo, lo sentía a mis espaldas metiéndome bulla: Vamos achicando, que traducido era, vamos sacando los platos vacíos. En la barra atendía también una mujer soltera catalana, algo mayor que el dueño, y convivían juntos. 


Restaurante Montserrat. Tripadvisor

La mujer del cocinero (ambos catalanes) era camarera, una morena simpática con buen tipo, le gustaba ponerse una falda corta de volantes y se movía contoneando el cuerpo. Tenía la gracia de una mujer andaluza, por lo que era un espectáculo verla salir de la cocina cimbreándose y cargada de platos. El marido era un hombre templado y agradable, pero trataba de disimular los nervios cuando veía que las miradas de los comensales se posaban en su mujer. De ayudante de cocina trabajaba una catalana soltera, de unos sesenta años, regordeta y de baja estatura pero como nosotros éramos dos pipiolos de dieciséis años, a veces nos decía con cariño, ¡fill meu! ¡fill meu! (hijo mío). Le cogimos afecto y guardo un grato recuerdo de ella, en una ocasión al abrir la cámara frigorífica la sorprendí comiendo melocotón en almíbar de una lata grande. Yo también solía abrir algún que otro botellín de cacaolat cuando estaba en el patio, como me recuerda Jesús. Había que aprovechar la ocasión para comer o beber lo que estaba reservado a los clientes, aunque tenías que hacerlo a escondidas. El restaurante se encontraba al lado del matadero de reses, de forma que desde las ventanas del comedor se veía como introducían a la res entre un laberinto de palos. En cuestión de segundos, el matador le arreaba con el mazo de madera un golpe seco en la testuz, de manera que el animal caía de bruces al suelo y luego lo arrastraban. Eso de estar comiendo y ver el espectáculo de cómo sacrificaban a los animales sin contemplaciones, a escasos metros, no era lo más apropiado para el estómago de los turistas y de los camioneros. Otro día recuerdo que, cuando quedaban pocos comensales por la tarde en el restaurante, oímos un fuerte estruendo en los servicios. Después de largos minutos de espera, se abrió la puerta y salió un español, que era cliente habitual de allí. Se ve que el hombre era bastante curioso y tenía la costumbre de subirse encima de la taza del váter, de esa forma evacuaba o hacía de vientre, que se dice de las dos formas. Hasta que la taza se rompió por el peso. Demetrio estaba enfurecido y le echó una bronca de muy señor mío, yo nunca lo había visto así con esa voz gutural. En otra ocasión un viajante llegó tarde a comer, pero el dueño donde hubiera una peseta no le hacía asco. Al final, el viajante pidió de postre melocotón en almíbar pero yo le puse melocotón con almíbar de piña. El hombre se dio cuenta del cambio y me lo dijo buenamente, pero no se quejó al jefe. Cada dos tardes, teníamos dos horas libres y aprovechábamos para irnos a la playa a bañarnos, mientras que algunas noches salimos a ligar a las discotecas de Salou. Como el baile agarrado no se me daba bien y tampoco sabía idiomas para ligar con las extranjeras, me bebía un par de cubatas y sobre las dos de la madrugada nos recogíamos en un cuchitril del jefe, donde casi no podíamos movernos: el dormitorio era un poco más grande que la litera donde dormíamos. 

Cambrils, años setenta


A veces nos encontrábamos por Cambrils a un paisano que iba de repartidor de cervezas y gaseosas en un camión pequeño. A pesar de que el trabajo era duro y se le veía cansado, él no perdía el buen humor: Noche que salgo, pichuchazo que doy. Al restaurante también iban a comer algunos catalanes y, cuando entraban, decían: Com va aixo? (¿cómo va esto?). Solían pedir ensalada de primero y filetes de ternera algo crudos, mientras que en Andalucía solíamos comer un plato único de cuchara. Recuerdo una tarde que un español le decía a un francés, convencido de que nuestra industria era mejor: Los automóviles Renault que se fabrican en Valladolid tienen la chapa más gruesa que los que se fabrican en Francia, lo que da idea de hasta dónde llegaba la estupidez. Después de dos meses de trabajo intenso, julio y agosto de 1970, el dueño me pagó cuatro mil pesetas que un día después le entregué en mano a mi padre, a la vez que encendía un cigarrillo mientras que mi madre protestaba en vano: ¡Pero, es que no ves que tu hijo está fumando…! Con el dinero de las propinas le compré a uno un tocadiscos de pilas, varios discos pequeños y el disco grande (longplay se decía entonces) del conjunto musical Fórmula V: Tengo tu amor, Cuéntame, En la fiesta de Blas y otras canciones que sonaban en aquellos días de verano. En julio de 1970 hubo una huelga de la construcción en Granada y, cuando se manifestaban en la Caleta, la policía nacional disparó y murieron tres albañiles. Un monolito recuerda el trágico suceso. He ido recordando anécdotas del restaurante (lo tenía completamente olvidado) y de los compañeros de trabajo, que eran buena gente, por eso algún día me pasaré por allí. Un conocido me dijo que el restaurante lo llevan ahora dos sobrinos de la ayudante de cocina, la que cariñosamente nos llamaba ¡fill meu!, mientras que Jesús y yo conservamos la amistad de entonces. Cambrils, en los años cincuenta, vivía de la agricultura y de la pesca, era sobre todo un pueblo marinero. Comenzó a ser destino turístico en los años sesenta y setenta, pero hoy padece un turismo masivo como tantas ciudades españolas y europeas. El turismo de masas, como lo calificaría Ortega y Gasset.


Artículo publicado en Ideal en Clase

https://en-clase.ideal.es/2025/06/05/leandro-garcia-casanova-trabajando-de-camarero/?fbclid=IwY2xjawKutXVleHRuA2FlbQIxMABicmlkETBEaVU2cEJsUDdaM0hiWmtXAR4n6xKu8T4JTbCZueGbxS2serumxB24JyIBFlz4CxVRXPNHMZaIEOzG5DzBdA_aem_um5CNqsqd7iXZabJxrtjxw