viernes, 6 de junio de 2025

TRABAJANDO DE CAMARERO

Postal de Cambrils, años setenta

             



Hace una semana estuvimos cinco amigos durante seis días en el Circuito Cultural de Murcia (con visitas a Cartagena, Mazagón, Águilas, Caravaca…), por el Imserso, con un grupo de cincuenta granadinos de diferentes pueblos de la provincia. Granada podía hacer también un Circuito Cultural por varios pueblos de la provincia pero creo que no está por la labor. Estuvimos alojados en el mejor hotel de Águilas y al irnos le di las gracias a la encargada de recepción, por el buen servicio que habíamos recibido. Después caí en la cuenta de que me olvidé de los camareros del comedor (la mayoría eran chicas jóvenes), que no tendrían los veinte años. Como era autoservicio, se encargaban de retirar los platos de las mesas y de atendernos. Eran discretos y serviciales, de manera que escribiré una reseña del hotel destacando su amabilidad. Yo había pasado por la Comunidad de Murcia en diferentes ocasiones: en una furgoneta pirata, en 1970, para ir a trabajar de camarero a un restaurante de la bella localidad de Cambrils, en la costa de Tarragona, durante dos meses en el verano; hasta cruzarla con mi turismo, en dirección a Barcelona, doce años después. El conductor de la furgoneta hacía el viaje ilegal una vez por semana, de Castilléjar a Cataluña,  lo mismo que un autocar, lo que da idea de la fuerte emigración que hubo en las décadas de los sesenta y setenta, en la provincia de Granada y en general en Andalucía. La furgoneta salía durante la noche y echaba por Jumilla tratando de evitar a la Guardia Civil de Tráfico. Como llevaba una carga de cerezas, mi paisano Jesús y yo apenas podíamos movernos en los asientos. El conductor hizo dos paradas en bares de la carretera para descansar, hasta que llegamos a Cambrils amaneciendo. Aquí nos llevó a un restaurante con fonda, que se encontraba al lado de la carretera nacional Valencia-Barcelona, estuvo hablando con el dueño, un catalán bastante serio (nunca lo vimos sonreír), y nos quedamos a trabajar más de doce horas diarias: yo de camarero y Jesús sirviendo cafés en la barra mientras que el de la furgoneta se marchó al mercado de Cambrils, a vender las cajas de cerezas. A mí me correspondía servir a diez mesas de dos personas, la mayoría eran matrimonios franceses jubilados que no podían disfrutar de unas vacaciones en Francia, pero sí en España.

También había camioneros españoles que dormían en unas casuchas anexas al restaurante. Recuerdo a un español exiliado, que había sido soldado republicano en la Guerra Civil, como tenía la nacionalidad francesa, decía que le pagaban una parte de la pensión en francos antiguos y otra en francos nuevos. Por aquellos años gobernaba en Francia el general De Gaulle cuando se produjo el famoso Mayo Francés de 1968: la mayor revuelta estudiantil a la que se unió la mayor huelga general de trabajadores que ha padecido el país galo. Trabajando de camarero al principio me daba alguna vergüenza mirar hacia las mesas, pero esto desapareció pronto porque tenía que ponerles y quitarles platos, conforme iban comiendo, y no había tiempo para florituras. La comida empezaba a las 12:30 horas y terminábamos rendidos cerca de las cuatro de la tarde, y de nuevo a las ocho de la tarde hasta las diez y media de la noche. Aquello era no parar, entraba y salía de la cocina cargado de cinco platos en las manos, pero como el trabajo era intenso, apenas teníamos noción del tiempo. El dueño, al que yo apodé Demetrio (en venganza porque no teníamos ningún día libre), era calvo, delgado y de escasa estatura, vestía camisa blanca y pantalón negro (llevaba una servilleta que le colgaba del bolsillo del pantalón y le servía para todo) pero, cuando había mucho trabajo, lo sentía a mis espaldas metiéndome bulla: Vamos achicando, que traducido era, vamos sacando los platos vacíos. En la barra atendía también una mujer soltera catalana, algo mayor que el dueño, y convivían juntos. 


Restaurante Montserrat. Tripadvisor

La mujer del cocinero (ambos catalanes) era camarera, una morena simpática con buen tipo, le gustaba ponerse una falda corta de volantes y se movía contoneando el cuerpo. Tenía la gracia de una mujer andaluza, por lo que era un espectáculo verla salir de la cocina cimbreándose y cargada de platos. El marido era un hombre templado y agradable, pero trataba de disimular los nervios cuando veía que las miradas de los comensales se posaban en su mujer. De ayudante de cocina trabajaba una catalana soltera, de unos sesenta años, regordeta y de baja estatura pero como nosotros éramos dos pipiolos de dieciséis años, a veces nos decía con cariño, ¡fill meu! ¡fill meu! (hijo mío). Le cogimos afecto y guardo un grato recuerdo de ella, en una ocasión al abrir la cámara frigorífica la sorprendí comiendo melocotón en almíbar de una lata grande. Yo también solía abrir algún que otro botellín de cacaolat cuando estaba en el patio, como me recuerda Jesús. Había que aprovechar la ocasión para comer o beber lo que estaba reservado a los clientes, aunque tenías que hacerlo a escondidas. El restaurante se encontraba al lado del matadero de reses, de forma que desde las ventanas del comedor se veía como introducían a la res entre un laberinto de palos. En cuestión de segundos, el matador le arreaba con el mazo de madera un golpe seco en la testuz, de manera que el animal caía de bruces al suelo y luego lo arrastraban. Eso de estar comiendo y ver el espectáculo de cómo sacrificaban a los animales sin contemplaciones, a escasos metros, no era lo más apropiado para el estómago de los turistas y de los camioneros. Otro día recuerdo que, cuando quedaban pocos comensales por la tarde en el restaurante, oímos un fuerte estruendo en los servicios. Después de largos minutos de espera, se abrió la puerta y salió un español, que era cliente habitual de allí. Se ve que el hombre era bastante curioso y tenía la costumbre de subirse encima de la taza del váter, de esa forma evacuaba o hacía de vientre, que se dice de las dos formas. Hasta que la taza se rompió por el peso. Demetrio estaba enfurecido y le echó una bronca de muy señor mío, yo nunca lo había visto así con esa voz gutural. En otra ocasión un viajante llegó tarde a comer, pero el dueño donde hubiera una peseta no le hacía asco. Al final, el viajante pidió de postre melocotón en almíbar pero yo le puse melocotón con almíbar de piña. El hombre se dio cuenta del cambio y me lo dijo buenamente, pero no se quejó al jefe. Cada dos tardes, teníamos dos horas libres y aprovechábamos para irnos a la playa a bañarnos, mientras que algunas noches salimos a ligar a las discotecas de Salou. Como el baile agarrado no se me daba bien y tampoco sabía idiomas para ligar con las extranjeras, me bebía un par de cubatas y sobre las dos de la madrugada nos recogíamos en un cuchitril del jefe, donde casi no podíamos movernos: el dormitorio era un poco más grande que la litera donde dormíamos. 

Cambrils, años setenta


A veces nos encontrábamos por Cambrils a un paisano que iba de repartidor de cervezas y gaseosas en un camión pequeño. A pesar de que el trabajo era duro y se le veía cansado, él no perdía el buen humor: Noche que salgo, pichuchazo que doy. Al restaurante también iban a comer algunos catalanes y, cuando entraban, decían: Com va aixo? (¿cómo va esto?). Solían pedir ensalada de primero y filetes de ternera algo crudos, mientras que en Andalucía solíamos comer un plato único de cuchara. Recuerdo una tarde que un español le decía a un francés, convencido de que nuestra industria era mejor: Los automóviles Renault que se fabrican en Valladolid tienen la chapa más gruesa que los que se fabrican en Francia, lo que da idea de hasta dónde llegaba la estupidez. Después de dos meses de trabajo intenso, julio y agosto de 1970, el dueño me pagó cuatro mil pesetas que un día después le entregué en mano a mi padre, a la vez que encendía un cigarrillo mientras que mi madre protestaba en vano: ¡Pero, es que no ves que tu hijo está fumando…! Con el dinero de las propinas le compré a uno un tocadiscos de pilas, varios discos pequeños y el disco grande (longplay se decía entonces) del conjunto musical Fórmula V: Tengo tu amor, Cuéntame, En la fiesta de Blas y otras canciones que sonaban en aquellos días de verano. En julio de 1970 hubo una huelga de la construcción en Granada y, cuando se manifestaban en la Caleta, la policía nacional disparó y murieron tres albañiles. Un monolito recuerda el trágico suceso. He ido recordando anécdotas del restaurante (lo tenía completamente olvidado) y de los compañeros de trabajo, que eran buena gente, por eso algún día me pasaré por allí. Un conocido me dijo que el restaurante lo llevan ahora dos sobrinos de la ayudante de cocina, la que cariñosamente nos llamaba ¡fill meu!, mientras que Jesús y yo conservamos la amistad de entonces. Cambrils, en los años cincuenta, vivía de la agricultura y de la pesca, era sobre todo un pueblo marinero. Comenzó a ser destino turístico en los años sesenta y setenta, pero hoy padece un turismo masivo como tantas ciudades españolas y europeas. El turismo de masas, como lo calificaría Ortega y Gasset.


Artículo publicado en Ideal en Clase

https://en-clase.ideal.es/2025/06/05/leandro-garcia-casanova-trabajando-de-camarero/?fbclid=IwY2xjawKutXVleHRuA2FlbQIxMABicmlkETBEaVU2cEJsUDdaM0hiWmtXAR4n6xKu8T4JTbCZueGbxS2serumxB24JyIBFlz4CxVRXPNHMZaIEOzG5DzBdA_aem_um5CNqsqd7iXZabJxrtjxw