Foto de J. A. Noguera, para la Salve |
¡Salve, Virgen de las Nieves!
Señora:
Pensé que sería difícil, para
quien no es hijo de este pueblo, ponerse a la altura de ellos y hablarte. Pero
me equivoqué, pues basta postrarse ante ti, mirarte a los ojos y entender, en
un solo instante, el amor que aquí te tienen y la devoción que te profesan. Cuentan
las crónicas que tu imagen salió de la gubia maestra de Bernabé de Gaviria a
comienzos del siglo XVII, por encargo del entonces alcalde de Gabia Luis
Sánchez de Castro. Pero es evidente que estabas ya en la mente de todos los
vecinos y que el escultor no tuvo más que seguir la inspiración que le enviaste
desde el Cielo para hacerte, sin duda, a imagen y semejanza de aquella
hermosísima María, Madre de Dios y madre nuestra, que acunó con mimo a Jesús
tras su nacimiento y sufrió tres décadas después el dolor desgarrador de
estrecharlo contra su pecho cuando lo bajaron de la Cruz.
Esos ojos
hermosísimos, esa mirada comprensiva y temerosa, ese gesto de amor sin límites,
esa actitud receptiva para cuantos acuden a tu ermita no pueden ser más que
reflejo exacto de la María Universal que Cristo nos ofreció en la persona del
discípulo Juan, el único de sus seguidores que se atrevió a seguirlo hasta el
Gólgota para consolar a la madre de todos los hombres y mujeres. Unos ojos y
una mirada que cautivan desde el mismo instante en que uno los percibe, como le
ocurrió a aquel marinero que se entretuvo en presenciar tu procesión y sin
conocerte se te entregó para siempre. He subido, Virgen de las Nieves, hasta tu
santuario en compañía de unos buenos amigos; he sentido, allí, esa paz y esa
agradable sensación de plenitud que únicamente pueden percibirse en los lugares
santos; más tarde, en el interior de tu Camarín, te he tenido al alcance de mi
mano pero no me atreví a tocarte. Era tal la emoción que me embargaba al
saberte tan cerca, al pisar donde sólo pisan quienes cada año acuden a sacarte
para deleite y satisfacción de tus hijos, para que se renueve el milagro de la
piedad popular en las calles del pueblo, que me limité a contemplarte, recé un
Avemaría con todo el fervor de que fui capaz y te agradecí, desde lo más
profundo de mi alma, aquella privilegiada e inesperada oportunidad.
Dios te salve, María de las Nieves, Reina y
Señora de Las Gabias, que habitas simbólicamente en el cerro donde se asienta
tu santuario pero estás en realidad en todos y cada uno de los corazones de tus
hijos.
Llena eres de la gracia de Dios, de
belleza, de amor, de ternura infinita que derramas a manos llenas sobre tus
hijos, entre los que me cuento.
El Señor es contigo y a través de ti
con todos los que te profesan devoción y veneración, los que con puntualidad a
veces o con espontaneidad las más de ellas, acuden a postrarse a tus plantas y
te hacen partícipes de sus alegrías y sus penas, de sus logros y sus
frustraciones, de sus iniciativas y sus metas, encontrando en todos los casos
el ánimo que necesitan, el consuelo que les reconforta, el impulso que les
anima, el cariño y la luz sin los que se sentirían perdidos.
Bendita Tú eres entre todas las
mujeres porque fuiste la elegida para ser la Madre de Dios y te convertiste con
Cristo, tu divino Hijo, en corredentora de los hombres y mujeres de este mundo,
en guía y refugio de la humanidad entera, en faro y norte, referencia y orientación.
Y bendito es el fruto de tu vientre,
sagrario de Dios vivo, fértil tierra donde germinó la semilla divina, sumisa y
sencilla portadora del más grande don que el Señor ha concedido al género
humano: su Hijo hecho carne para enseñarnos el camino del amor, por la vía de
ofrecer su propia vida para nuestra redención.
Santa María Madre de Dios y madre de
los hombres y mujeres de esa tierra, y madre también de cuantos acuden a ti en
demanda de favor, confiados en tu desprendido amor que sabes derramar con
generosidad.
Ruega por nosotros ante tu divino
hijo, Jesús, que nada puede negarte, y no tengas en cuenta nuestra condición de
pecadores, nuestra insistencia en no seguir sus consejos de amor y paz entre
los hombres y mujeres del mundo con buena voluntad; a pesar de que nos
empeñemos en profundizar las diferencias entre los seres humanos y, por ende,
las diferencias entre los países.
Ahora
y en la hora de nuestra muerte, para que mientras vivamos jamás nos falte tu
consuelo, tu apoyo y tu ayuda, pero también que cuando desaparezca nuestro
cuerpo mortal, vaya el alma a habitar en tu compañía los eternos parajes
celestiales. Así sea.
Rezada la oración
me asomé al mirador de tu casa y admiré la belleza de una Vega en trance de
desaparición por la acción depredadora del hombre, la hermosura de un paisaje
sin igual con el que Dios quiso distinguir a los granadinos, respiré el aire
limpio de un lugar santo y oí el silencio propio del respeto con el que te
visitan tus hijos. ¡Qué bonita es Granada desde aquí!, pensé; pero con serlo, y
no sólo desde allí, influye en la percepción del visitante tanto tu cercanía
como la certidumbre de que sólo con pensar en ti se siente uno seguro,
tranquilo, lleno de paz y de amor.
Sólo con
llamarte Madre,
mi corazón se estremece,
mi alma vibra de gozo
y hasta el tiempo se
detiene.
He venido hasta tu lado
para postrarme a tus
plantas,
para ponerme en tus
manos
y rendirte un homenaje
de admiración y de fe,
de cariño, de fervor;
un homenaje sincero,
de sentimientos
profundos,
con el que darte las
gracias
por tus desvelos, tu
amor,
tu protección infinita,
tu aliento y dedicación.
Porque Tú eres para mí, Madre,
para tus hijos devotos,
fuerza cuando nos
cansamos,
faro y guía si nos
perdemos,
luz cuando andamos a
oscuras,
consuelo en la
frustración,
compañía en la alegría
y compañera incansable
generosa en el amor.
Por eso, Reina y Señora,
orienta a este exaltador
para que sepa encontrar
las palabras adecuadas,
el verbo más apropiado,
la frase más elocuente,
el piropo más sonado,
con los que expresarte,
sin rodeos ni
artificios,
esa devoción sincera
que como buen hijo tuyo
Enrique Seijas |
hacia tu divina gracia;
para ser el portavoz,
con la debida
elocuencia,
de ese cariño infinito,
ese fervor y esa fe
que
Gabia te manifiesta.
Más tarde leí
sobre tu historia, acerca del empeño de todo un pueblo por tenerte como
Patrona, de cómo tus hijos te llevan en el corazón y se reprochan incluso no
acudir a tu lado con la asiduidad que te mereces para compensar, humildemente,
tus desvelos protectores. Y recordé las palabras que uno de ellos te dirigió,
Virgen de las Nieves, con las que enseguida me identifiqué y hago por tanto
mías:
Sé que no la merezco,
recuerdo que me decía,
porque no vengo, como
quisiera,
a verla todos los días;
porque no soy como Ella
desea,
porque no llevo el amor
de Jesús como bandera.
Yo bajaba los ojos,
seguía,
sabiendo que me
escuchaba,
y hasta guardaba
silencio
sin atreverme a mirarla;
dejaba pasar el tiempo
hasta sentirte en el
alma,
y cuando tras un buen
rato
alzaba al fin la mirada,
la Virgen me sonreía,
recuerdo que me contaba,
o al menos yo lo notaba;
no te preocupes, oía,
no te preocupes por
nada;
estés donde estés, no lo
dudes,
siempre me tendrás al
lado,
basta que pienses en mí
y que eleves la mirada.
Por eso en tiempos
perdidos,
cuando la noche me
embarga,
recordando esas palabras
una oración me ha bastado
para encontrar el
sosiego,
volver al camino recto
y recuperar la calma.
Por eso también, Virgen
mía,
hasta tu casa he venido
para postrarme a tus
plantas,
para decirte te quiero,
para mirarte a los ojos
y agradecer que jamás,
a pesar de mis errores,
dejes
vacía mi alma.
Y al oírlas,
después de mirar de nuevo a tu Camarín y admirar el horizonte, me prometí a mí
mismo que volvería.
Enrique Seijas Muñoz, Periodista
Enrique Seijas escribió, o más bien compuso, ¡Salve, Virgen de las
Nieves!, por la amistad que nos unía, para mi libro Gabia, la memoria perdida (2004), y
hoy, con motivo de la procesión de la Virgen de las Nieves Coronada, quiero que los
gabirros conozcan esta prosa poética a la vez que reivindico la memoria del
bueno de Enrique. A veces me lo encontraba en Granada, o lo veía en el Colegio de Gestores Administrativos, y echábamos un rato de charla donde me hablaba de varios libros
que tenía pendientes de escribir, o me contaba alguna que otra frustración. Sin
embargo, Enrique falleció de un infarto
el 5 de julio de 2012, a los 67 años. Fue delegado del diario Ideal en Almería
y después pasó por las redacciones de Jaén y Granada. Años después, el Ayuntamiento de Granada dedicó un parque
en su memoria, en el Barrio de los Periodistas. Enrique escribió también
más de cincuenta pregones sobre la
Semana Santa y no hace falta decir que Gabia
le debe una Salve, que precisamente leyó en la iglesia de la Encarnación, de
Las Gabias, en 2005.
Comentarios de Facebook:
ResponderEliminarMiguel Ángel Vilchez. Un grande mi añorado amigo Enrique, que se nos fue muy pronto. Dep allá donde este.
Leandro. Quizá he tardado tiempo en reconocer su salve y su amistad