domingo, 12 de noviembre de 2023

PEQUEÑA HISTORIA DE DOS NIÑOS

 

RFI


Hace unos días, cuando me contaron esta historia, me emocioné y así la describo. Un niño y una niña, de tres años, son amigos porque sus padres viven en la misma urbanización y se conocieron en los jardines de la misma. Aquí es donde juegan y se les ve juntos, él es rubio (llamémosle G), tímido y con cara de bueno, mientras que la niña (A) tiene el pelo castaño y los ojos azules, pero es más espontánea y sociable, a veces, cuando coge a sus amigos de las mejillas casi les hace daño. Parece como si los papeles estuvieran cambiados entre ellos. Los padres me enseñaron fotos de los niños y congenian bastante. En una imagen de hace más de un año, aparecen montados en una motillo de juguete, él está serio con su casco mientras que ella sale sonriendo. En otra foto están con otros dos amiguillos sentados junto a un árbol y, en la siguiente, ambos aparecen sentados en la hierba, sonriendo, mientras que el apacible gato de la urbanización se pasea delante de ellos. En la última instantánea, de hace unos meses, los niños están cogidos de la mano, ella con trenzas y con falda larga, y él con su pelo rizado. Al estar de espaldas, da la impresión de que tienen más edad y se asemejan a una pareja de novios. Hace un año, ellos y dos niños más estuvieron varios meses con una canguro, varias horas por la mañana, y esto les unió más.


 En septiembre pasado ambos fueron a la Escuela Maternal, al tener cumplidos los tres años, pero la norma es que a los que son amigos suelen ponerlos en clases diferentes, será para que no se distraigan... La niña lloró los dos primeros días, incluso le dijo a sus padres que no quería ir a la escuela. Y así estuvo una semana cariacontecida, con lo sociable y juguetona que es. G fue destinado a otra clase y su maestra se dio cuenta de que estaba bastante triste, pero cuando salía al recreo y se encontraba con A entonces jugaban y charlaban entre ellos. De manera que la maestra decidió ponerlos juntos en la misma clase. A partir de entonces, A le dijo a sus padres que le gustaba ir a la escuela y se pueden imaginar lo contento que estaba su amigo G. También me contaron que, hace un año, la niña le decía a su abuelo, al que ve dos o tres veces al año: Abelo, vente. Le cogía la mano mientras que en la otra llevaba un libro con dibujos de animales, se sentaba en la alfombra y le hacía señas para que se sentara junto a ella. Conforme iba pasando las páginas, señalaba un dibujo con el dedo y el abuelo le iba diciendo el nombre de los animales en español: pato, gato, pájaro… Con el abuelo se entiende bien, porque le hace mojigangas con la cara, le saca la lengua o le dice, con voz gangosa: ¿Tú eres buena? Y yo ¿cómo soy? La niña entonces se ríe y disfruta imitando al abuelo: haciendo gestos con los ojos y con la boca, mientras repite sus palabras. Los padres suelen decirle con frecuencia a la niña, doucement (suavemente), para que no corra o haga las cosas bien, pero el abuelo le ha enseñado a decir despacito, y ella lo repite con gracia, ambos se ríen con cualquier cosa o se entienden con la mirada. ¡Ay mi culito!, le dice el abuelo mientras la abraza. El diminutivo lo ha aprendido la niña de su padre.


Los abuelos suelen tener más paciencia con los nietos y posiblemente los maleducan, pues ellos van de visita y no les regañan, mientras que los padres tienen que estar bregando a diario con ellos y esto desgasta mucho, porque los niños pasan de la risa al llanto o hacen una trastada cuando menos te lo esperas. Hay que tener mucha paciencia, ponerse a su altura y jugar un poco con ellos. Pero no siempre es así y a veces los padres no tienen ganas ni tiempo.

Escuela Maternal francesa. El País


Con tres años, acaban de salir de la casa de sus padres y están aprendiendo a convivir con otros niños de su edad, en la Escuela Maternal. G ha llegado a sentirse solo y triste los primeros días, mientras que A lloró algunas veces, hasta que los pusieron juntos en la clase. A ha tenido un hermanito hace unos meses y se ha dado cuenta de que ahora el mimado es él y casi siempre está enganchado a la teta, mientras que ella ha pasado a un segundo plano. Estos cambios los van asimilando los niños, y a veces los sufren en silencio, mientras que cada día aprenden cosas nuevas. Por la mañana van a la escuela y por la tarde juegan un rato en el jardín, algunos días se montan en el carrusel, y conforme pasan los días van aprendiendo términos nuevos con los que se expresan mejor o dibujan garabatos en las hojas de un bloc. Un día, A le soltó a la abuela: Espérate, que estoy hablando con mamá. Le habían repetido tantas veces la frase, que se había quedado con la copla.


 Hace dos semanas, unos amigos hicimos un sendero por los campos de Saleres, en el Valle de Lecrín. Al finalizar fuimos al pueblo y nos llamó la atención una casa que tenía el zaguán y el patio adornados de fotografías y cuadros antiguos, colgados de las paredes. Parecía un pequeño museo. Le pregunté a la dueña, una mujer de unos sesenta años, y nos dijo: Esta casa era de mis suegros, yo me crié en esta calle, unas casas más arriba, de manera que conozco a mi marido desde que éramos unos críos.

 Sin embargo, no sabemos el futuro que les espera a estos niños, ni siquiera lo que nos puede pasar a nosotros mañana. También puede ocurrir que los padres de alguno de ellos se trasladen a otra localidad y los niños pierdan el contacto, pero al verlos en las fotografías jugando en los jardines y en la escuela, durante el recreo, parece que la vida les sonríe. Al abuelo a veces le entraba la nostalgia y le decía a su hijo: Cuando la nieta tenga diez años, yo ya tendré ochenta. A mis abuelos apenas los conocí, pues no vivían en el pueblo de mis padres. Con este aumento de las temperaturas, cada año, y con la situación que vive el mundo, ¿qué futuro le puede esperar a estas criaturas? Al final se consolaba pensando que la vida tiene muchas alternativas y hay que vivirla.  Me conformo con que sea feliz el día de mañana, decía el abuelo.

IDEAL EN CLASE: 

https://en-clase.ideal.es/2023/11/11/leandro-garcia-casanova-pequena-historia-de-dos-ninos/?fbclid=IwAR0LW7K3hrUlcMWM-oeLRHJpAb63rKDT3a1D_gmrz9MfpczrOeO9O13Um-Q


jueves, 2 de noviembre de 2023

EN UN HOSPITAL DE PARÍS

 




He estado una semana en París con mi mujer, para conocer a mi nieto de dos meses. Varias veces hemos ido a la Escuela Maternal para llevar o recoger a su hermana de tres años, en un municipio de la región Isla de Francia, que limita con el Distrito de París, y ya nos conocíamos el camino de memoria. La niña salía a las cuatro de la tarde y a veces sus padres (ambos son profesores de Educación Física en sendos liceos) la llevaban al carrusel (antes lo conocíamos como el tío vivo), donde se encontraba con algunos amigos y vecinos de su edad. En la urbanización conocimos a varios amigos de mi hijo y con las esposas de ellos nos cruzábamos algunas frases: il chante flamenco, le decía yo bromeando a una vecina, porque el bebé lloraba mucho. Los franceses son corteses cuando te conocen y entonces te pasas el día diciendo bon jour o au revoir y ellos te responden con buenos días o bon giorno, en italiano, y merçi para arriba y merçi para abajo. Muchos te saludan en la urbanización o bien la vecina te pregunta si vas a entrar en el edificio, para abrirte la puerta. Aquello es un barrio de casas bajas, cada una con su pequeño jardín, donde vive la clase media alta, y lo que sorprende es que no oyes a ningún perro ladrar ni las bocinas de los coches, y en la urbanización tampoco se escucha a nadie hablar alto. Los españoles somos más escandalosos, pues España tiene ganada fama de ser uno de los países más ruidosos del mundo, mientras que los franceses son discretos y hablan bajo. Yo también les digo que España le gusta mucho a los extranjeros, por nuestra forma de ser abierta, sobre todo Andalucía. Hay cosas buenas aquí y en Francia, cada país tiene sus costumbres, así como también tienen su lado malo. A los parisinos no les gusta vivir en París, porque es una ciudad muy grande y demasiado cara (de las más caras de Europa), tanto en alimentos (un kilo de tomates vale cuatro euros o más), como en vivienda. Un piso de segunda mano, de 114 m2, vale más de 600.000 euros y otro de unos 70 m2, unos 400.000 euros. Los parisinos tienen fama de ser unos malafollás (como los granaínos) y también porque se creen el centro de Francia, ya que la Región de París, la Isla de Francia, es la que más produce del país y tiene un nivel más alto Es una sociedad multirracial y en el municipio se ven a muchos negros, sobre todo en los oficios que no quieren los franceses, y a pocos magrebíes.

Pero lo que me trae aquí es otro tema. Yo había tenido dos mareos, sin perder el conocimiento, y la tarde del 22 de octubre decidí ir al Servicio de Urgencias del Hospital Antoine Béclère, del municipio de Clamart (en el folleto viene como uno de los hospitales públicos de París), pero mi hijo me avisó que allí pasaría varias horas. Nos llevó a mi mujer y a mí, le explicó al que estaba en información lo que me pasaba y se marchó. Entregué la Tarjeta Sanitaria Europea y poco después la doctora me tomó la tensión, me sacaron una gota de sangre y me pusieron una pinza en el dedo índice. Llamó a mi hijo por teléfono para preguntarle, pero este no lo cogió, se notaba que la doctora estaba alterada, pues los pasillos estaban ocupados las camas de los enfermos, y las dos pequeñas salas estaban atestadas de pacientes. Habíamos llegado a las 17:45 horas y sobre las 20 horas pregunté al que estaba en información, buscó a una sanitaria que hablaba español y me explicó que había muchos pacientes. A las 21 horas, el de la ventanilla me respondió que solo había uno delante de mí, pero media hora más tarde viendo que no me llamaban le pedí el libro de reclamaciones: Aquí no tenemos libro de reclamaciones. Entonces le dije: Quiero hablar con el director o con el jefe de servicios. Me respondió: No están. Sacó un folleto informativo y me señaló el teléfono de Secrétariat para que llamara al día siguiente, donde me informarían. En esto, pasó otra doctora y me dijo que ella estaba sola para todos los enfermos, que me dirigiera a información. Hablé de nuevo con la sanitaria y me respondió que había casos más graves que el mío, entonces le contesté: No queda ningún enfermo de los que había, cuando llegué a las 17:45 horas, y tu compañero me ha dicho a las 21 horas que solo había uno delante de mí. ¿Todos los enfermos están más graves que yo? La sanitaria ya no respondía a mis preguntas.

Casas del barrio con su jardín


Alguien llamó entonces al vigilante de seguridad y se colocó al lado de la puerta de la consulta de la doctora, y cerca de mí, haciéndome gestos de que si yo intentaba entrar, el me iba a trincar. El de seguridad parecía un pistolero de salón, con cara de recluta, mientras yo hablaba con la sanitaria sin alzar la voz ni alterarme. Como estaba ya molesta, me dijo que tardaban varias horas en atender a los enfermos y me advirtió, así no vas a conseguir nada. Viendo el panorama que tenía por delante, llamé a mi hijo para que nos recogiera en el coche. Ya no había camas en los pasillos y las salas no estaban tan llenas. Yo había pedido el libro de reclamaciones, o hablar con el director o el jefe de servicios, y se les ocurrió llamar al vigilante de seguridad para enseñarme las normas del hospital. Mientras mi hijo venía a recogerme, la doctora lo llamó por teléfono y le dijo: Si su padre sigue en esa actitud lo expulsaré del hospital y no estará tan enfermo, cuando quiere poner una reclamación. Este era el razonamiento obtuso de madame doctora: como está enfermo, no está en condiciones de poner una reclamación porque altera al personal o el funcionamiento del centro.

Se pone una reclamación cuando uno no está conforme con el trato o porque no le atienden. Ya en casa, mi hijo soltó una palabrota para definir a aquel hospital que ya conocía, pero esta es la Sanidad y el trato que me han dispensado en una ciudad de los alrededores de París, en la patria de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Parafraseando a los Hermanos Marx, habría que decir: Estos son los derechos de la porra que tenemos aquí, para el que se atreva a quejarse, y si no le gustan será expulsado del hospital. Después de pasar casi cinco horas en dos pequeñas salas, llenas de pacientes, me marché sin el informe médico, pero, eso sí, la factura se la cobrarán a la Seguridad Social española. Al día siguiente, mi hijo llamó al teléfono de Secrétariat (la secretaría), pero no contestó nadie. En la fotografía, contrasta la arquitectura modernista del citado hospital y sorprende su tamaño –la famosa grandeur francesa– con que haya una sola doctora de guardia para atender a los pacientes de urgencias, en la tarde del domingo. Y es que en Francia no atan a los perros con longaniza.

Siete días después, el domingo 29, fui al Hospital Comarcal de Guadix (con pocos medios y personal), sobre las doce horas, porque seguía con los mareos. Me recibieron al momento, me tomaron la tensión, me hicieron un escáner y un análisis de sangre. En menos de dos horas, tenía el informe en la mano donde no habían encontrado nada anormal y tengo que decirlo: encontré amabilidad y toda clase de explicaciones de la doctora y de las sanitarias que me atendieron. Cierto que otras veces se ha dilatado la espera, pero el trato siempre ha sido bueno.

Ideal en Clase:

https://en-clase.ideal.es/2023/11/01/leandro-garcia-casanova-en-un-hospital-de-paris/?fbclid=IwAR3yJJchnPLH5jxC6Rl6TUfpxJf0v3dZ628XWPPwRzTIzhTR9gYrW7Kl3hI