domingo, 28 de enero de 2024

ESTA NOCHE OS EXTRAÑO, de Inma García Liñán

Inma con sus padres y hermanos. 1978 
 



Esta noche os extraño.

Me acuerdo de niña, jugando en la placeta.

Mi madre, pendiente de llamarme cuando empezaban los dibujos,

me ponía la merienda y me peinaba dulcemente.

¡Ay, sus ojillos verdes!

Ella entera era como el color del mar, turquesa, verde, azul, lo iluminaba todo.

Mi padre, tan cariñoso, me sentaba en su regazo y me acariciaba.

Contaba con mi admiración, era mi pasión, mi modelo.

¡Ay, sus ojillos marrones!

Me sentía tan feliz que no quería crecer y estar siempre junto a ellos.

Quería ser siempre niña, sin cortar el cordón umbilical, porque me hacía estar segura y protegida.

Pero el golpe de la muerte de mi padre y formar tan jovencilla una nueva familia, se llevó de golpe mi niñez, la seguridad, la protección...

Pero me dejó la fuerza para ser yo, la que protegiera a mis hijos y a mi madre.

Un día mi madre se volvió niña.

Ahora era yo quien le preparaba la merienda, le ponía la televisión y la peinaba dulcemente.

Una noche me llamó, me dijo que estaba feliz y que se iba con mi padre. Entonces vi cómo su vida se escurría entre mis manos y su corazón se paró. Por un momento miré mi ombligo, pensando que el cordón se había cortado definitivamente.

Pero no fue así, sigue intacto, ni con sus muertes se ha roto pero con mi muerte se romperá.

En ese instante, cuando se rompa, recordaré mi niñez y que siendo huérfana tantos años no dejé de amaros.

 Posdata: He hecho algunas correcciones al escrito original.


Comentarios en Facebook.

Hombre. Muy bonito, Inma. Con mucha ternura y sensibilidad. 

H. Precioso relato, 

Leandro . Tan real que parece sacado de una novela

H. Inma, solamente decirte que eres una luchadora y que fuiste una grandísima hija. Te mando un fuerte abrazo

H. Cuanto me gustaría que esa dulzura para con los padres volviera.

Inma García Liñán. Gracias a todos

Mujer. Qué bonito Inma! Nunca mueren mientras los llevemos en nuestro corazón 

M. Precioso, Inma, así es la vida. ¿No has pensado escribir? Creo que harías un best seller. 

Inma García Liñán. Gracias, de verdad. No sé escribir, ya me gustaría, solo son pensamientos del alma.

M. Escribe a Amazon, seguro que te informan y antes de nada registra tus escritos.

H. Bonitos y profundos sentimientos que comparto también yo con mis añorados padre y madre. Siempre se echan de menos.  Qué lindo relato

María Del Carmen García Liñán. Que bonitas palabras, recuerdos pasados, te quiero

Inma García Liñán. Yo te quiero más

M. Qué bonitas tus palabras, Inma, tu historia y tu amor hacia tus padres. 

M. Inma, buenos días. Lo siento de todo corazón. Recibe un beso enorme y mucho ánimo

Inma. Ya hace tiempo que murieron, era recordándolos. Gracias

M. Eso no lo sabía cariño pero entonces el relato que has puesto es precioso vale un óleo para ti mi niña venga hasta luego un besito

M. Que recuerdos tan preciosos tienes de tu niñez y de tus padres. Se nota que eres una persona sensible y cariñosa. Un abrazo fuerte, amiga!

H. Precioso, Inma, ! Que guapa eres!

H. Me siento feliz y privilegiado por haber podido compartir muchos de esos recuerdos que has desempolvado, que están ahí como páginas escritas que han sido tapadas por otras más recientes, pero que de vez en cuando gusta releer para revivir tan buenos momentos, aquellos maravillosos años. Un fuerte e intenso abrazo.

sábado, 27 de enero de 2024

HIJOS DEL TIEMPO

Saturno devorando a su hijo. Goya

 

Cronos simboliza el transcurso del tiempo y se le representa con el aspecto de un anciano con barba, pero empuña una guadaña con la que va segando lo que encuentra a su paso. La mitología griega nos dice que, a medida que nacían sus hijos, los devoraba para que no lo destronaran. Sin embargo, los seres humanos no pensamos en el paso del tiempo, yo diría que ni siquiera nos interesa. Sólo nos preocupa la felicidad inmediata, el triunfo personal o que se cumplan nuestros deseos. Por eso, las desgracias y la muerte siempre nos cogen desprevenidos, pues creemos que vamos a ser felices y eternos.

De mi infancia recuerdo estas anécdotas: por San Juan, era costumbre que mi familia paterna se reuniera en la cueva del abuelo y, un año, se le ocurrió que entre mi primo y yo le sacáramos los minutos y los segundos que llevaba vividos. Total, que estuvimos más de una hora haciendo cuentas de multiplicar y, como las matemáticas no eran mi fuerte, mi primo ganó la partida, mientras que mi abuelo se rascaría el cogote, pensando: ¡Joer, pues no sabía yo que he vivido tantos millones de segundos! La otra anécdota es que mi padre tenía un precioso reloj de arena en la estantería de su laboratorio de fotos. Era pequeño y de cristal –se rompía nada más mirarlo–, pero yo me entretenía viendo cómo pasaba la arena de arriba abajo, por aquel estrecho cuello de botella. Hasta que un día se me cayó de las manos… Con un palillo de dientes, uní por dentro el cuello roto del reloj de arena y de lejos parecía que no había pasado nada. Sin embargo, mi padre vería la trastada que hice y no dijo esta boca es mía. En otra ocasión, cuando tendría yo nueve años, una noche estábamos charlando mis padres y hermanos en el  comedor de la casa y estábamos contentos pero, en un momento dado, me dio por pensar en el futuro: habían pasado los años y mi madre había fallecido. Todo ocurrió en un instante, como si fuera una visión, el caso es que los ojos se me inundaron de lágrimas. Me salí del comedor y mi madre, extrañada de mi espantada, me preguntó pero logré echarle una excusa.

Parece que fue ayer, pero la vida pasa volando: hace ya veintinueve años que mi madre falleció. No obstante, el tiempo es siempre el mismo y permanece ahí agazapado, a la espera de los acontecimientos. Somos nosotros los que pasamos de largo, como aves fugaces que vuelan sobre la raya del horizonte al atardecer, o como hormigas indefensas cruzando la carretera. El año tiene doce meses –cada vez se hacen más cortos, por la rutina de los días, del trabajo y de hacer siempre lo mismo–, que son veinticuatro quincenas o cincuenta y dos semanas, el caso es que uno tiene la sensación de que todo discurre demasiado rápido. Las semanas pasan en un soplo y no digamos la brevedad de los días. Desde hace años, tengo copiada esta frase de Concepción Arenal, que recibió el título de Visitadora de cárceles de mujeres: El tiempo es corto, pero no se aprecia ni se mide sino según la cantidad y profundidad de las impresiones que se reciben.

William Shakespeare, con su aguda y certera visión, lo define así: El tiempo es muy lento para los que esperan, muy rápido para los que tienen miedo, muy largo para los que se lamentan, muy corto para los que se divierten. Pero para los que aman, el tiempo es eternidad. La película Candilejas cuenta la historia de una bailarina y de un payaso –el señor Calvero es el trasunto de Charlot–, que, desde la amargura del fracaso personal, dice a sus amigos: Sabía que todo saldría bien, el tiempo es un gran actor y siempre da con el final perfecto… Recuerdo que yo medía la estatura de mis hijos, para ver lo que iban creciendo, y anotaba a lápiz los centímetros en un armario. Y sin embargo, hoy ya tienen cuarenta y tantos años. El filósofo Voltaire, ya viejo y desengañado de la vida, harto ya de tantas luchas y destierros, decía: Al final, acaba uno cultivando el jardín. Salvo la amistad, pocas cosas tienen importancia ya, incluso cultivar el jardín. El poeta Manuel de Góngora, con su ironía, escribió en De la brevedad engañosa de la vida: Mal te perdonarán a ti las horas, / las horas que limando están los días, / los días que royendo están los años. Y ya lo dice el juramento de Hipócrates, el patrón de los médicos: La vida es corta, el aprendizaje largo, la ocasión fugitiva, la experiencia engañosa y el juicio dificultoso.

Un amigo sacerdote, que ya falleció, me decía: La vida es como un rollo de papel higiénico, los últimos metros corren más de prisa. Y termino con el poeta Ovidio: El tiempo corre y silenciosamente envejecemos, mientras los días huyen sin que ningún freno los detenga. Si uno se detiene y hace un alto en el camino, comprobará que la vida es un soplo, un suspiro, un bostezo en la larga historia de la humanidad. Por eso, cuando queramos acordar, estaremos tumbados y mano sobre mano, el mundo seguirá su curso y cada cual irá royendo sus ansias. Y lo cierto es que la vida pasa, pero no sabemos vivirla. Sólo nos queda el consuelo del Carpe diem, quam minimim credula postero, del poeta Horacio, que se traduce como: Aprovecha el día de hoy; confía lo menos posible en el mañana. La metáfora de la vida es que, al final, el tiempo –el dios Cronos– acaba devorándonos a nosotros, a sus propios hijos.

IDEAL EN CLASE: https://en-clase.ideal.es/2024/01/26/leandro-garcia-casanova-hijos-del-tiempo/?fbclid=IwAR1Y0d9FnAcmNirB5mBMOweIH1y5lNifBR49yRRpGxrXUZp2w-k0zPqh3hI

miércoles, 3 de enero de 2024

ENCUENTROS EN LA NAVIDAD II

 

Fuente de las Batallas


A Luis lo encontré de casualidad hace un año tomando el sol en una placeta. No nos veíamos desde hacía más de cinco años, cuando coincidimos una mañana en el hospital donde trabajaba. Nos conocíamos de niños, pues éramos vecinos aunque no amigos, cuando su padre trabajaba en el Ayuntamiento de… Recuerdo que a finales de los años cincuenta, falleció una hermana mía, a los quince días de nacer. Aquella tarde, cuando regresamos del cementerio de enterrarla, Luis tuvo el detalle de invitarme a jugar con él en su terraza, donde tenía los juguetes, mientras que yo apenas tenía. Como es natural le dije que no. Unos años después, sus padres se marcharon del pueblo y se vinieron a Granada. Un paisano me lo presentó cuando ya éramos cuarentones (yo no lo hubiera conocido), él trabajaba en un hospital y yo en la Biblioteca de Andalucía, de manera que nos veíamos de tarde en tarde. Pero esa mañana de primavera lo noté algo cambiado. Me dijo que hacía un año, cuando iba por la calle, sintió que el brazo izquierdo se le paralizó: Cogí un taxi y fui a Urgencias, pues me di cuenta que era un infarto. Estuve yendo a rehabilitación durante meses y ya puedo mover el brazo, me he recuperado bastante. Pero Luis sigue fumando porque el vicio le puede y cada vez que nos vemos recordamos anécdotas y personajes de la infancia, el caso es que nos reímos pues es campechano y sano. Me doy mis paseos, me cuido lo que puedo y así voy tirando, me dice.

El pasado 28 de diciembre nos vimos por la Acera del Darro y Luis dijo de sentarnos en un banco de la Fuente de las Batallas, pues posiblemente necesitaba descansar del paseo. Le conté que varios paisanos habíamos hecho un sendero por Guadix y luego comimos por allí. Ya no estoy para esos trotes, pero a diario hago mi recorrido por las calles de Granada. Apenas me acuerdo de la gente del pueblo, pues mi familia se vino cuando yo tenía tres años para Granada, y aquí es donde ha transcurrido mi vida, me dijo Luis. Yo le confesé mi temor: Estamos en la edad de merecer, en la edad de los médicos, como dicen algunos. Y así cada año que pasa vamos a peor. En esto, apareció de casualidad su hermano pequeño y nos despedimos. Antes de la Navidad llamé a Luis por teléfono (tener un detalle con los amigos cuesta poco), pero estaba en Almería, y cuando pasen las fiestas me pasaré a echar un rato de charla con él.

Plaza del Campillo



Sobre las once horas, del 29 de diciembre, voy a una sucursal del Banco de Santander en Granada. Entonces, observo que delante de mí está un antiguo amigo: ¡Julio, quién me iba a decir que te encontraría aquí, después de casi seis años! Me miró de soslayo y dijo: Estoy aquí a ver si cobro este cheque. Le noté el gesto serio y preocupado, pero lo llamaron de ventanilla. Oyendo la conversación que tenía con la cajera, me acerqué mientras Julio decía: En la sucursal me han dicho que no tienen dinero allí y que fuera a la central, que está en Puerta Real. La cajera respondió: Me extraña que en la sucursal le digan que no tienen dinero y le envíen a Puerta Real, cuando esa sucursal es del Santander. Si quiere, le ingreso los 300 euros del cheque en su cuenta y usted lo cobra en dos días. Sin embargo, él exclamó con aire de derrotado: ¡Pero, si es que no tengo dinero! Lo vi preocupado y me ofrecí a acompañarlo a la sucursal de su banco, para solucionar el problema o poner una reclamación. Julio tiene 84 años y era el amigo que siempre estaba dispuesto a tomarse unos vinos al mediodía, con Juanjo y conmigo, cuando estábamos trabajando. Su compañía era agradable porque era un hombre prudente y cercano, y pronto le cogí afecto. Pasamos unos buenos ratos de charla, con aquel excelente vino de la Alpujarra y las buenas tapas que nos ponía Valentina, la ucraniana que llevaba el bar.

 Cuando íbamos por la calle de Recogidas, Julio me dijo que no tenía teléfono móvil, pero le noté algunas lagunas en la memoria y entonces le pedí que llamara a su familia, a ver lo que decía. Me dio un número equivocado y después me dio otro número con el prefijo de Granada, pero de diez cifras. A continuación me confesó que la memoria le fallaba y, como llevaba  el cheque en la mano, le aconsejé que lo guardara en el bolsillo, donde llevaba además otro cheque. En diez minutos llegamos al banco,  en el Camino de Ronda, y una mujer joven me explicó: Julio perdió la tarjeta de crédito y le hemos enviado otra a su domicilio, pero esta sucursal es una oficina y no tiene caja para pagar. Seguidamente, llamó por teléfono a la sobrina de Julio y le explicó el tema de la tarjeta. Después, hablé con la joven aparte y me dijo que la mujer de Julio padecía el parkinson mientras que los hijos no querían saber nada de él, porque en ocasiones se ponía agresivo. Como yo no quería dejarlo solo en la calle, le pedí a la joven que me diera el teléfono y se puso la esposa de Julio. Le expliqué la situación y le dije que lo iba a acompañar hasta el autobús para que regresara a casa: No pueden dejar solo a Julio por Granada, está desmemoriado y lo puede atropellar un coche en cualquier momento al cruzar una calle. La mujer asintió y poco después lo acompañé hasta la parada, donde le di algunos consejos:

Carrera de la Virgen


Julio, tú no puedes ir solo por la calle pues la memoria te falla, no te acuerdas de los teléfonos y estás desorientado, tampoco te acuerdas del número de autobús para ir a tu casa. Tienes que apoyarte en tu familia y te va a ayudar, le dije como amigo. En la familia todo son problemas, fue la respuesta que me dio Julio, mientras observé que tenía la mirada perdida en los edificios de enfrente y que apenas oía por el oído izquierdo. Con su abrigo largo, su sombrero de ala ancha y su aire decidido y taciturno, parecía un personaje de película. Humphrey Bogart no lo hubiera interpretado mejor. Aquello parecía una despedida de amigos, pero esta vez en el Camino de Ronda. Julio sacó de la cartera un billete de diez euros y se dirigió a una tienda cercana para que se lo cambiaran, para el autobús. Yo iba a dejarle unas monedas pero él encontró dos euros en su bolsillo. Con esto tengo, me dijo. Cuando el autobús venía a lo lejos, le di un abrazo de despedida y el correspondió, lo acompañé y le dije al conductor: Está desmemoriado, tiene que bajarse en la Caleta. El hombre lo entendió: No te preocupes. Poco después me reuní con mi mujer y mi hija, que habían ido a hacer unas compras por el centro de Granada y me estaban esperando. En unos años, yo estaré como mi amigo Julio, pensé.

IDEAL EN CLASE:

https://en-clase.ideal.es/2024/01/01/leandro-garcia-casanova-encuentros-en-la-navidad-ii/?fbclid=IwAR3GJvwFhxeZsdkutUODXjvN7cWpNHMWhAQS6QSOGdIc5tmeY1XZzo3dtlY