viernes, 16 de diciembre de 2016

LA CASA DE LAS MUÑECAS, DE ENCARNITA







El 14 de diciembre quedé por la mañana en la casa de Encarnita Guerrero López, una maestra jubilada que nació en Jérez del Marquesado y que ha ejercido la docencia en Granada. La conozco desde hace varios años y con cierta frecuencia nos cruzamos en la calle. Varias veces me había dicho de enseñarme la colección de muñecas que tiene, pero por diversos motivos lo fuimos posponiendo. En 2008 publicó el libro La memoria revivida. Juegos y recuerdos, editado por la Copistería Serrano, y me lo regaló en 2009. En la dedicatoria pone: A mis hijos, Marinieves y Antonio, que cuando eran pequeños y les contaba algunas aventuras de mi infancia, me llamaban ‘Antonita la Fantastica’. Y en los Agradecimientos cita a su marido, Antonio Vallecillos, a su hija y a una larga serie de amigos que con gran ilusión han recordado y recopilado muchísimos juegos y canciones de nuestra infancia… A las madres jóvenes de Jérez que han participado. A los que con gran generosidad han buscado fotos en su baúles, y en general, a todos a los que he recurrido para que me contaran algo de esos años y lo han hecho con mucho cariño. Gracias a todos.

Copio también este párrafo de la contraportada del libro, y entonces nos haremos una idea de cómo es Encarnita: No sé cómo puede vivir quien no lleve a flor del alma los recuerdos de su niñez. Esto lo escribía Unamuno y lo recordaba el cronista Juan Bustos, en un artículo publicado en el periódico Ideal, a propósito de la fiebre por los ‘revival’ provocada por la vuelta de la célebre Mariquita Pérez. Pues bien, en torno a este fetiche iconográfico, voy a intentar recordar mis juegos, mis juguetes y mis vivencias de infancia, como si se tratara de uno de estos juegos: la Ruleta, pero al revés.

En La memoria revivida vienen fotos antiguas de Jérez, con paisajes, personajes y oficios de aquella época, otro capítulo lo dedica a fotos y a libros de la escuela. El capítulo 5, habla de una selección de juguetes y toda una serie interminable de juegos infantiles, de los años cincuenta y sesenta, así como de las canciones que los niños cantaban en la escuela. El capítulo 6 está dedicado al avión norteamericano, que se estrelló en la Sierra de Jérez, en la falda del Picón, el 9 de marzo de 1960, donde por esas casualidades no hubo que lamentar víctimas, pero los jerezanos se destacaron por su valor al rescatar a los heridos, pues con apenas medios, los bajaron por las laderas de nieve. Después del rescate, Encarnita nos recuerda: La gente salió a recibirlos a la carretera, a lo ‘Bienvenido Mister Marshall’, como en la película de Berlanga. Pero en este caso los americanos no pasaron de largo. Venían en el pesado helicóptero que se había llevado del pueblo a los atrapados en la nieve durante el invierno. Bajaron y recorrieron las calles del pueblo, saludando a unos y otros, respondiendo a los aplausos. Y luego agasajaron a los vecinos con un banquete con aperitivos extraños…

Decir que el embajador de los Estados Unidos, en España, vino a Jérez y se paseó por sus calles para dar las gracias a los jerezanos por su generosa ayuda en el rescate, ya que contribuyeron a que se salvara toda la tripulación del avión. También menciona la coronación de la Patrona La Tizná, en septiembre de 1965, a la que los jerezanos le tienen una gran devoción. El libro finaliza así: Y don José María –el párroco– echaba el resto, tirando de repertorio, conjurando con su palabrería todos los resortes de su sermonería barroca, hasta provocar como nunca el éxtasis en la muchedumbre enardecida que llenaba la plaza y las calles, enarbolando banderas y pañuelos blancos.

Volviendo al principio, Encarnita me llevó a su Casa de las Muñecas y, cuando entré, tuve la impresión de estar en el País de las Maravillas. Nunca había visto cosa igual: el comedor y una habitación llenos completamente de muñecas, utensilios, casitas, encajes, vestidos y toda clase de muebles infantiles… En la habitación no cogía un alfiler y eché una foto desde la puerta (las fotografías están colocadas según las voy describiendo): a la izquierda hay tres estanterías llenas de muñecas pequeñas y grandes, con maletines y estuches, y al lado de la ventana hay dos mapamundis, de los años sesenta, que pertenecieron al Colegio de la Presentación de Guadix. Algunas de las muñecas son Mariquitas Pérez, que salieron en los años cuarenta. Junto a la pared del fondo hay dos pupitres antiguos, de diferente tamaño, con lapiceros, tinteros y plumines, donde varias muñecas con gorros están sentadas. En el rincón hay un bebé en el tacataca y al lado una muñeca con un cochecito de bebé. Algunas muñecas son alemanas, del siglo XVIII, y otras son francesas, lo que da idea de su valor, junto a estuches de tazas de café. La mayoría de los juguetes y utensilios, Encarnita los ha comprado en las tiendas de antigüedades. Al lado de la puerta hay varias estanterías y, de la pared, cuelgan varios maletines de la escuela, de los años sesenta. En el suelo destacan dos caballos de cartón, de los que usaban en los estudios fotográficos para retratar a los niños. En otro estante destaca la cocina, con su horno y un panel con sartenes y cacharros. Al lado hay también dos pequeñas cocinas, con varios fuegos, de las primeras de butano. En un rincón un muñeco oficia la misa, en el altar, “son hostias de verdad, que recorté” –me dice Encarnita–, y alrededor hay niños y niñas, vestidos de primera comunión.



A continuación pasamos al comedor, aquí Encarnita abre un armario y me va enseñando toda clase de ropa, que ella misma ha confeccionado, para sus mil y una muñecas. Me enseña trajecillos de niño, pololos (bragas antiguas) de mujer, sayas, una chaquetilla como la que llevaron los infantes en la boda del rey Felipe VI, vestidos con encajes y muchos gorros para sus quecas. También me muestra cajas y maletines, con encajes y pañuelos, varios paraguas del siglo XIX, de los que llevaban las señoritas (nobles) de la clase alta, un maletín de la escuela, con dibujos dorados, de los años cincuenta y un sinfín de objetos. Junto al balcón, dos muñecas grandes están sentadas en una mecedora y en un sillón y, encima de una estantería, tiene varios maniquís pequeños, adornados con chaquetillas y vestidos de mujer.

En la pared derecha del comedor hay una casita de juguete, de tres plantas, con sus ventanas y balcones enrejados, que se los hicieron en el Albayzín. Por dentro, las habitaciones están completamente amuebladas, con muñequitas y hasta con lámparas. Una preciosidad. Al lado, en las estanterías repletas, hay tebeos antiguos y dibujos con muñecas recortables, recuerdo que se vendían en los años cincuenta. Enfrente destacan varios estantes, con toda clase de cacharros de cocina. Más allá se ven libros de la escuela, de principios del siglo XX y de los años cincuenta y sesenta, como la Enciclopedia Álvarez, el Catón y de ediciones facsímiles. A un lado hay dos bustos: de un chino y un africano, que eran las huchas que antiguamente los curas les daban a los niños para que pidieran por la calle, en el Día del Dómund (para las misiones).

Debajo de la estantería se ve una foto del maestro de Jérez del Marquesado, rodeado de niños, algunos sentados en el suelo. Es de los años cincuenta, cuando todavía no había escuela en el pueblo. Al lado aparece una muñeca vestida con el uniforme de la Presentación de Guadix. En el suelo hay dos muñecas, sentadas en un baúl pequeño y, encima de una mesa, se ven muchas figurillas vestidas con los trajes regionales. En otra estantería destacan tiovivos, un muñeco alemán y una caja con un tren de la marca Rico, un Pinocho fabricado en Londres y la famosa caja de Juegos Reunidos. Señalar que sólo he descrito lo principal y que, en Jérez, Encarnita tiene más muñecas y juguetes. Me dice que a su hija Marinieves le gusta la colección y será la que cuide de ella. Cuando se lo comento, Encarnita me responde que no quiere hacer ninguna exposición en Granada, ella misma es la que borda y confecciona los vestidos, sayas y gorros de sus muñecas. Me cuenta que hay compañeros y amigos que han visto su colección y han derramado lágrimas, pues se han criado con estos juguetes. Es un mundo mágico y fantástico el de Encarnita, y las imágenes hablan por sí solas.






domingo, 27 de noviembre de 2016

70 ANIVERSARIO DE MANUEL DE FALLA



















El compositor Manuel de Falla murió en Alta Gracia (Argentina), el 14 de noviembre de 1946, pero el setenta aniversario de su muerte ha pasado casi desapercibido en España,  para que todo siga igual. Con el IX Festival Manuel de Falla, de cerca, el 29 de octubre comenzaron en Granada los XXII Encuentros Manuel de Falla y se extenderán durante todo el mes de noviembre, con talleres, conciertos y exposiciones de pintores en diferentes centros de Granada. Este mes, además, es el centenario del estreno de Noches en los jardines de España y de la muerte de Enrique Granados, amigo íntimo del compositor, así como del 140 aniversario del nacimiento de Falla. La Alianza Francesa de Granada y la Fundación Archivo Manuel de Falla han organizado la exposición Manuel de Falla y París –desde el 20 de octubre hasta el 24 de noviembre–, en la Biblioteca de Andalucía que, junto con la Biblioteca Provincial, colaboran en la exposición. Ésta ha sido de libros, documentos, carteles de estrenos de óperas, billetes de tren, carnés de socio de la Biblioteca de París y de alguna sociedad de música, casi todo en idioma francés. También se expusieron fotografías del compositor gaditano, durante sus estancias en la capital francesa, así como fotos dedicadas de Ravel, Picasso, Stravinki y otros. Se ha completado el evento cultural con la celebración de un ciclo de Cine, música y poesía y de un concierto de piano. En Cádiz y Córdoba están haciendo también algunas actividades y conciertos, recordando la figura de Falla, pero en un plan bastante discreto.

En sus comienzos, Manuel de Falla compuso la ópera La vida breve –una evocación musical de Granada– y ganó el primer premio de un concurso, que fue convocado por la Real Academia de Bellas Artes, de San Fernando. En 1907, se marchó a París y dos de los mejores compositores franceses, Claude Debussy y Paul Dukas, le ofrecieron su apoyo. Allí también entabló amistad con los compositores Maurice Ravel y el español Isaac Albéniz. En París estuvo residiendo hasta 1914, donde fue componiendo Cuatro piezas españolasSiete canciones populares españolasTrois mélodies y, sobre todo, Noches en los jardines de España, para piano y orquesta, donde se aprecia la influencia del impresionismo de Albéniz. En enero de 1914 se estrena la ópera La vida breve, en el Teatro Nacional de la Ópera-Cómica de París. Pero en ese año comienza la I Guerra Mundial y Manuel de Falla se ve obligado a regresar a España, aunque realizó frecuentes viajes a París con motivo de estrenos e interpretaciones. En una carta de 1923, dirigida a su amigo el pintor Ignacio Zuloaga, le dice: “Para cuanto se refiere a mi oficio, mi patria es París”.

Noches en los jardines de España fue una pieza concebida a raíz de los dibujos que Santiago Rusiñol le mostró al compositor. “Es una obra que revela claramente, a partir de un punto de vista particular, el dualismo inherente al temperamento y a la conciencia españoles y, por lo tanto, al arte español. La partitura contiene, como quizá ninguna otra, los polos gemelos del encanto moro y de la sensualidad del idealismo intelectual gótico. Los arabescos flotantes, la calidez nocturna y la poesía emotiva se complementan perfectamente con la hermosa arquitectura de la Alhambra”, escribió James Burnett. En 1914 Falla regresa a Madrid, donde se estrenan sus partituras más célebres: la pantomima El amor brujo y el ballet El sombrero de tres picos, que compuso para un encargo de los Ballets Rusos, de Serge de Diaghilev. También es de esta época la Fantasía bética para piano. En 1925, Manuel de Falla estrenó en París El amor brujo. En 1928 fue condecorado, por el Gobierno francés, con la cruz de Caballero de la Legión de Honor, mientras que en 1935 fue elegido miembro de la Academia de Bellas Artes del Instituto de Francia

A comienzos de 1922 fija su residencia en Granada, en la Antequeruela Alta, número 11, y hace amistad con el joven poeta Federico García Lorca. En 1924, ambos organizan el Concurso de Cante Jondo, junto al restaurador de la Alhambra, Hermenegildo Lanz, y otros miembros de la Tertulia el Rinconcillo, en el Patio del Aljibe, de la Alhambra. El concurso lo ganó el Tenazas y se dio a conocer el que sería célebre cantaor de flamenco, Manolo Caracol, que entonces era muy joven. Poco después de acabada la Guerra Civil, Manuel de Falla se exilió en Argentina. Hace años leí una carta de un amigo del compositor, donde recogía aquellos duros momentos en que abandona para siempre el carmen y Granada. El compositor se lleva lo preciso y un vehículo está esperando a la familia, en medio de la triste y dolorosa despedida. Durante el exilio, se solidarizó con los intelectuales republicanos que tuvieron que marcharse de España: Manuel de Falla renunció a los derechos de autor debido a que el franquismo se los bloqueó a los intelectuales. El Gobierno de Franco le ofreció una pensión si regresaba a España, pero Falla, un hombre austero y religioso, vivió gracias a la ayuda de algunos mecenas. Cuando fallece, en 1946, la embajada española con la autorización de su hermana trasladó sus restos a Cádiz, en contra de la voluntad del compositor. Está enterrado en la cripta de la Catedral.



En cuanto al estilo de Falla, se puede decir que es una mezcla del nacionalismo folklorista y de la escuela francesa, adobado con temas, melodías y ritmos andaluces y castellanos. Alfredo Aracil lo definió así: “No sólo las enseñanzas de su maestro, Felipe Pedrell, o la admiración que profesaba por sus amigos Debussy, Ravel, Albéniz o Stravinski formaron parte del mundo de Manuel de Falla (…). No sólo el París antirromántico de principios de siglo, también el romanticismo germano o la música medieval estaban en su cabeza. los cancioneros españoles del siglo XV, la polifonía de Tomás Luis de Victoria, Cristóbal de Morales o Palestrina, los cánticos de la liturgia bizantina, las sonatas para clave de Scarlatti o el piano de Chopin, la música de Beethoven, Wagner, Mahler, Grieg, Mussorgski; todo ello es también parte de un universo musical tan amplio como la cultura y la curiosidad que delatan su correspondencia y apuntes en libros y partituras que fue estudiando a lo largo de su vida (…), como las canciones populares catalanas tejidas por Falla en su descripción sonora de El incendio de los Pirineos en Atlántida…, una referencia geográfica, como es la autocita de un breve fragmento de El amor brujo para señalar la llegada de Hércules a tierras de Cádiz. La inconclusa La Atlántida es el mejor compendio del universo de Manuel de Falla…”.

En Granada se ha conservado el carmen de La Antequeruela, donde vivió, hoy convertido en museo, junto a la Fundación Archivo Manuel de Falla. Aquí guardan parte de su biblioteca, libros, partituras y anotaciones. También, en Alta Gracia han convertido en museo la casa donde vivió. El compositor gaditano dejó escrito: “La música es el arte más joven. No hacemos sino comenzar”. Sin embargo, habrá que pensar que el mejor compositor español se merecía algo más en el setenta aniversario de su muerte. 

sábado, 19 de noviembre de 2016

EL VICIO DE LEER PERIÓDICOS






‘La Codorniz’ fue una famosa revista que se editó en tiempos de Franco y durante varios años de la Transición, hasta que desapareció como tantas otras publicaciones. En 1968 valía 10 pesetas, mientras que en 1975 había subido a 30 pesetas. Fue la decana de la prensa humorística y en la portada venía este famoso eslogan: “La revista más audaz, para el lector más inteligente”. ‘La Codorniz’ fue multada en numerosas ocasiones por la censura y alguna vez secuestrada, por lo que sus colaboradores tenían que hacer malabarismos escribiendo, con el fin de evitar la tijera de los censores. Entre sus directores destacan Miguel Mihúra, el escritor Álvaro de la Iglesia, Cándido... Y entre sus colaboradores figuraron Chumy Chúmez, Miguel Gila, Forges, Antonio Mingote, ‘el Perich’, Máximo, Pitigrilli, etc.

La revista publicó un artículo, con el seudónimo de Vivillo, en octubre de 1975, donde explicaba los secretos “Para entender el periódico”. Aseguraba que, cuando el periódico dice, no van a subir la gasolina y la leche: hay que entender que van a subir la gasolina y la leche. Cuando dice, en la CEE un periódico vale unas quince pesetas: es que va a subir el periódico. Excelente cosecha de patatas: pues van a subir las patatas. Pésima cosecha de trigo: va a subir el pan.

Cuando el periódico anuncia que sube el agua, es que va a subir el vino. Que la epidemia no presenta caracteres preocupantes: es que los médicos están muy preocupados. Hay un nuevo brote de rabia, pues van a morir miles de perros. Subió el coste de la vida un 1,33%, pues, hay que entender que subió la cosa un 13,3%. Las temperaturas, al menos, permanecerán estacionarias: las temperaturas también van a subir. Que en la TVE, a las 21,30 horas, echarán una película interesante: pues, a las 21,30, será sustituida por una película tontorrona. Hay que tener en cuenta que esto se escribió en 1975, año en que murió el dictador Franco, y entonces no había libertad de prensa sino que estaba vigente la famosa ‘Ley de Prensa e Imprenta’ de Manuel Fraga, que daba cierta libertad pero imponía fuertes multas y, cuando la cosa era de mayor envergadura, secuestraba la publicación.

 Hará unos quince años, saltó la noticia en el Reino Unido de que los huevos de algunas granjas estaban contaminados y producían enfermedades a quienes los consumieran. Los países de la Unión Europea tomaron las medidas oportunas y alertaron a la población, pero el ministro del ramo en el Reino Unido, para que no se hundiera la producción de huevos, salió en la televisión negando los hechos y diciendo que se podían consumir sin ningún peligro. El resultado fue que tres británicos murieron a causa del consumo de huevos. El Gobierno pensaría: ¿Qué nos importa que haya riesgo para las personas, si logramos que no se hunda la producción?

Lo único que consiguieron fue salvar las ventas durante unos días más, pero, a costa de la vida de unos ciudadanos. Si ocurriera esto hoy en una democracia occidental, el ministro tendría responsabilidad penal por engañar a sabiendas, además de poner en riesgo a la población. En España fue peor, con el “aceite de la colza”, a comienzos de la Transición. El ministro de Sanidad, Jesús Sancho Roff, calificó la alarma que generó como “un bichito”, para que la gente no dejara de consumir aquel producto hecho de mezclas de aceites de oliva y del que usaban para los automóviles. El resultado fue que fallecieron unas veinte personas y resultaron incapacitadas unas mil y pico. La intención de Vivillo con su artículo era avisar de que las noticias que salen en la prensa, no siempre son fiables ni están contrastadas, y más en aquella época en que no se podían publicar las noticias que eran previamente censuradas por el Régimen. Hoy los medios procuran no caer en el descrédito que les supone dar una noticia falsa y, lo que es peor, tener que ser denunciados en el juzgado por los perjudicados.

También se da mucho el caso de una persona que lee un periódico al día y permanece siempre fiel al mismo, podemos deducir que su vida transcurrirá sin grandes sobresaltos y hasta es posible que disfrute de una larga jubilación. Estará bien informado y, si es algo crédulo, creerá todo lo que le dicen. Esta persona siempre estará mejor informada que la que sólo ve las noticias por televisión. Ahora bien, cosa diferente es cuando se leen dos periódicos al día y se comparan las noticias. Entonces uno ya no sabe a qué carta quedarse… ¿Quién está diciendo la verdad? He ahí el dilema. Tendrá que ser un lector avisado y con fundamento, si quiere descubrir los gazapos. Los médicos aconsejan que, si uno quiere evitar problemas de subidas de tensión o de infartos cerebrales, se debe de leer el periódico afín, esto es, el de sus amores.

Leer más de dos periódicos al día es nocivo para la salud, aparte de la miopía y de los sofocos que pueden generar. Para estos casos, recomiendan siempre llevar una vida tranquila y leer sólo la letra gorda, que suele venir con estos titulares o parecidos: “Pablo Iglesias promete que si llega al poder subirá el salario mínimo y aumentará el gasto social”. Y entonces volvemos a lo mismo, a lo que ya nos avisaba Vivillo al principio: pues, que a otro día sube el pan veinte céntimos. “Rajoy promete que, si lo dejan gobernar, bajará el IRPF”: a otro día, la Unión Europea le recuerda que tiene que hacer un ajuste de 5.000 millones de euros para equilibrar el déficit. A Pedro Sánchez se le ocurrió decir que tenía un plan (un pacto secreto con Podemos y los independentistas para gobernar): a los pocos días, la plana mayor del PSOE le montó un congreso y Pedro se quedó sin plan. Y así nos hemos pasado todo un año, oyendo en la prensa, radio y televisión que si Pedro decía que “no es no” y que Rivera quería ser su pareja. Y ahora nos espera otro año, oyendo en los medios las sandeces y los disparates que suelta el impresentable de Donald Tramp. Digo yo que este tipo tendrá que adaptarse al mundo, y no que el mundo se adapte a él.

Hace poco, un amigo me comentaba sobre una emisora de radio: “Cuenta las noticias de forma parcial”. El caso es que yo también pensé lo mismo de la emisora que él escuchaba. El tema va así: una emisora es afín al socialismo, ya que los gobiernos autónomos socialistas invierten su buen dinero en publicidad, de manera que lo suyo es darle palos a la derecha, por sistema, y hacerle propaganda a la izquierda. La otra cadena es afín a la derecha y ocurre tres cuartos de lo mismo, pero al revés. Y algo parecido se puede decir de otros medios de comunicación. En Alemania, Francia o Reino Unido los medios son independientes de los partidos políticos, pero en España algunos más bien son dependientes, sea porque dependen de la publicidad o bien porque son de ideología afín. Yo suelo oír varias emisoras de radio y cada una ofrece a veces una versión diferente de los hechos, o te va vendiendo la burra.

Se cuenta la anécdota de un ministro de Franco, que le estaba diciendo al público lo bien que se vivía en España y un ciudadano le interrumpió: “Pues yo he viajado por España y no es como usted dice”. Y el ministro, ni corto ni perezoso, le espetó: “Pues, viaje usted menos y lea más los periódicos”. Vivillo no iba descaminado.

http://en-clase.ideal.es/2016/11/19/leandro-garcia-casanova-el-vicio-de-leer-periodicos/

sábado, 5 de noviembre de 2016

"CUEVAS", DE GIANNA BONACINI








Por el olivar venían, bronce y sueño, los gitanos. Romance de la luna, luna. F. García Lorca



La fotógrafa italiana, Gianna Bonacini, publicó el libro Cuevas. Hombres, campos, ciudades, en el año 2002, que fue editado por el entonces Centro de Investigaciones Etnológicas ‘Ángel Ganivet’, de la Diputación de Granada. El libro lo compré en 2010, en una librería de viejo de Granada, por seis euros. Gianna lo cuenta así: Descubrí el mundo de las cuevas de Guadix como una turista cualquiera. Según la guía turística que estaba leyendo, en Guadix había un asentamiento de cuevas: ‘Éstas conservan todavía los trazados y la función original de vivienda. En la actualidad habitan unas dos mil personas, en su mayoría gitanos, integrados en el resto de la población andaluza’. Llevada de la curiosidad, la italiana se introduce en el Barrio de las Cuevas y entonces se ofrece a sus ojos un espectáculo extraño e insólito: casas hundidas y encastradas en la roca de arcilla de un paisaje seco. Extrañas, pequeñas torres blancas, son las chimeneas de las casas.

Sigue diciendo: Me presento, explico mi curiosidad… Su primera reacción es de estupor, casi divertido. ¿Por qué esta curiosidad por parte de una extranjera? ¿Qué hay de extraño en vivir aquí? En aquellas gentes sencillas y humildes, con el rostro cuarteado por el sol, Gianna encuentra hospitalidad y le enseñan las cuevas, mientras que ella teme violar la intimidad, ese espacio tan íntimo y personal. Una cuevera le explica que, cuando nace un niño, se construye una nueva habitación excavando más en el interior de la tierra. Tony, otra accitana, le dice que, viviendo en las cuevas, nunca ha tenido la necesidad de tener una puerta, la vida en las cuevas se desarrolla en gran parte en el exterior o en la cocina y las habitaciones sólo sirven para dormir. Los motivos religiosos destacan sobre cualquier otro y los más vistosos son los altares: grandes, llenos de velas y flores. Algunos de ellos se ceden de casa en casa, cuenta Tony. Es una antigua tradición y es como una relación fraternal que une a las familias.




A Gianna Bonacini le sorprende que muchos vecinos se dejaran fotografiar con júbilo, con una alegría interior contagiosa: mientras se entregaban al objetivo, manifestaban su felicidad, recuerda. También le llamó la atención los grandes retratos que cuelgan de las paredes, generalmente son de los difuntos de la familia, o de miembros actuales, pero cuando eran jóvenes. Sin embargo, lo típico de las cuevas son esas fotos antiguas, con el gorro de legionario, de cuando los abuelos estaban haciendo el servicio militar. En la época de nuestros padres, a los ancianos se les tenía más consideración y de ahí los retratos grandes, aunque esta tradición todavía se conserva en muchas cuevas. El mejor sitio en la mesa, en la chimenea y en el recuerdo era para los ancianos, lo propio de la familia patriarcal, y entre los gitanos destaca la figura del patriarca. Sin embargo, hoy el clan familiar ha ido perdiendo importancia y, en los pisos normalmente viven los padres y los hijos, de manera que los cuadros con fotos familiares son más pequeños mientras que en las paredes se suelen colgar pinturas.



Gianna Bonacini hizo fotos de una familia comiendo, de pie y alrededor de la mesa; de una novia sonriendo, entre las cortinas de encaje, a la entrada del dormitorio iluminado, por lo que da la impresión de que la novia sale de la oscuridad; fotos de algunas tumbas de la familia, excavadas en la cueva. Aquí se produce una identidad entre la cueva y la tumba, como hace dos mil años solían hacer los iberos, que enterraban a los familiares en un agujero hecho dentro de la choza. Esa abuela gitana que mira de frente a la cámara, mientras su imagen se refleja en el espejo de la cómoda del dormitorio, que se encuentra repleta de retratos de familia, lo mismo que la paredes, donde cuelgan también los utensilios de bronce. Fotografías de niñas, vestidas de primera comunión; de una novia bajando de la cueva, que viene acompañada de la familia y va camino de la iglesia. Nadie mejor que esta fotógrafa italiana ha retratado la intimidad de estas familias gitanas, en la cocina y en el dormitorio de la cueva; los niños jugando a la pelota o al corro de la patata, en la placeta; el cuevero encalando la fachada; el viejo sentado a la puerta de la cueva, en la silla de anea; la abuela con el nieto en brazos; paisajes de las cuevas de Guadix…

Se produce un cara a cara, una charla entre las familias de cueveros y Gianna: ella transmite confianza y los vecinos se muestran tal y como son en su hábitat. El resultado es la naturalidad con la que salen retratados. La fotógrafa italiana percibe el contraste entre las antiguas costumbres y lo moderno: al lado de las blancas chimeneas morunas sobresalen las antenas de televisión, o que algunas cuevas disponen ya de baños y cocinas con azulejos. Tony asegura que una vez la gente vivía en las cuevas por necesidad. Hoy es cada vez más una elección. El sentido de vivir aquí no es el de privarse de ciertas cosas, sino el de tener algo más, algo que en un piso de ciudad no tendrías jamás. La reclusión de ti misma, la tranquilidad.





Este magnífico libro de fotografías, en blanco y negro, apenas es conocido en Guadix, yo tuve ocasión de enseñarlo a varios vecinos de Los Baños de Graena y dos mujeres se vieron por primera vez en las fotos donde ellas salían, con motivo de una boda. ¡Guadix, cuántas veces olvidado por la Administración, a la vez que sus gentes olvidan las obras buenas que se editan sobre esta tierra dura y reseca, sobre este semidesierto que dan lugar las cumbres de Sierra Nevada, pues no dejan pasar las nubes para que descarguen la tan ansiada lluvia. En los agradecimientos, Gianna Bonacini menciona a Torcuato Hernández Pérez y a su esposa María…, y a todos los amigos que he encontrado durante mi maravilloso ‘viaje’. Gracias a Torcuato pudo entrar en las cuevas, mientras que él regresó a lugares que no visitaba desde mucho tiempo atrás y se reencontró con personas, familiares y amigos. La italiana visitó las cuevas en tres ocasiones y así describe aquellos momentos: Cada vez que me iba, Torcuato y su esposa lloraban. Cada vez que regresaba, me abrazaban como a una hija.

La mayoría de las fotografías fueron hechas en Guadix, y las restantes en Benalúa, Belerda, Paulenca, Purullena y los Baños de Graena, entre 1995 y 1998. Guadix tiene una deuda pendiente con Gianna Bonacini y no sería mala idea que el Ayuntamiento, o alguna entidad privada, montara una exposición con fotos del libro, invitando a la autora italiana. Para ella sería un reconocimiento a su excelente labor y, para los accitanos y vecinos de la comarca, un descubrimiento y un  motivo de orgullo pues retratan a las personas en el interior de las cuevas, en los años noventa, con las clásicas fotos de la mili o de los nietos, con esos tipos con gorra y esas ancianas, de los que muchos ya fallecieron. Si tus fotos no son lo suficientemente buenas es porque no te has acercado lo suficiente, aconsejaba el fotógrafo húngaro Robert Capa. De Gianna Bonacini se puede decir que, no sólo entró e iluminó las cuevas con su cámara, sino que retrató el alma de los gitanos y vecinos de la comarca de Guadix. 





Respuesta a Antonio Martínez Lorente:
Vaya mérito el de esta fotógrafa italiana y el poco reconocimiento 

lunes, 24 de octubre de 2016

FERNÁNDEZ CASTRO, EN EL OLVIDO









“Para mí Granada lo es todo. Me podría definir como un amante que siente a su ciudad muy metida en la sangre, en el corazón”.

El pasado 30 de septiembre hizo cuatro años que murió el escritor José Fernández Castro, en medio del mayor olvido. ¡Quién lo diría! Él no andaba en los cenáculos literarios y eso, a la larga, se paga. La coherencia y el ir de independiente por la vida tienen su precio. Francisco Izquierdo, recientemente fallecido, decía que fue un gran enamorado de Granada, a quien le dolían los atropellos que se cometían en ella. “La pena es que aquí nunca fue reconocido literaria ni políticamente”. Arcadio Ortega opinaba que siempre quiso ser la conciencia de la historia reciente, y eso le acarreó muchos malos ratos. “Fue un francotirador que siempre estuvo solo, muy solo”. Y Antonio Enrique se deshacía en elogios: “Fernández Castro es el escritor mas honesto y la persona más decente que he tenido ocasión de conocer”.

Escribió 16 libros, pero se quejaba de que en Madrid –ese rompeolas– no se acordaran de él. En realidad la culpa fue suya, porque tuvo la oportunidad de irse y no lo hizo: “Estaba muy anclado en Granada y pudo más mi sentido realista de la vida”. Tuvo muchas dificultades para publicar en los años sesenta, en tiempos de la Dictadura de Franco. Las mismas que tuvo años después con la democracia, debido a su espíritu crítico. Nada más leer su nombre, sus mismos compañeros del PSOE que estaban en el consejo editorial lo rechazaban, y aún hoy se le sigue ninguneando. En aquel entonces, publicó unos artículos a favor de la conservación de la Vega y en contra de la circunvalación, que promovía el alcalde Antonio Jara.

“Desde tiempo inmemorial, Granada, herida por insaciables especuladores con cara de ‘progreso’, lanza gritos que pocos oyen… Y una vez más, Granada, muchos, apenados, tiraremos nuestra pluma inútil”. La frase lo dice todo –¡cuánto me recuerda a Villar Yebra!– de este defensor y guerrillero, que no podía ser otra cosa, remaneciendo de La Peza. Fue un intelectual comprometido, un escritor decente, un hombre honesto y sencillo; y en estos amarillentos días otoñales sus libros rezuman humanidad. José Moratalla le prometió dedicarle una calle, pero ya han pasado cuatro largos años. Es sabido que los políticos leen poco, se desgastan mucho y sobre todo se les llena la boca cuando hablan de Lorca, mientras las promesas se las lleva el frío viento de los aniversarios. Pero tampoco vamos a ir de pedigüeños por la vida, porque la mejor calle de un autor son sus obras y los lectores.


Baste recordar que, en La Peza, lo nombraron hijo predilecto y le dedicaron una calle. Y otra de sus calles lleva el nombre de su primer libro: ‘La sonrisa de los ciegos’, fruto de su contacto con ellos, ya que fue interventor-delegado del Consejo Superior de Ciegos. “Nunca imaginé –decía– que a mí, Joseíco para mis paisanos, me nombraran hijo predilecto de mi pueblo natal. Resisto a creerme un escritor profesional, o que nací para espigar laureles. Siempre me consideré un narrador atípico, un guerrillero literario, ansioso de testificar los gestos humanos dignos de salvarse del olvido…”. Como digo, sus libros fueron el testimonio de un hondo deseo de comunicación humana, más que de afán literario. Y él mismo confesaría que “ha vivido intensamente, superó peligros, amó y fue amado”. Rafael Guillén escribió que “Fernández Castro fue en Granada el punto exacto en el que se encontraron la generación que padeció la Guerra Civil y la generación nuestra, la de los desamparados niños de esa guerra”.




Fue además un autor fecundo, pues escribió poesía, novela, ensayo, teatro, artículos… Entre sus libros destacan la novela ‘La tierra lo esperaba’ –quizá su mejor obra–, que fue publicada en la colección Austral y le abrió muchos caminos; ‘Balada de amor prohibido’ recibió el premio Ángel Ganivet; el intenso poemario ‘Antes del último instante’; las biografías de ‘Alejandro Otero’ y ‘Juan José Santa Cruz’; la obra de teatro ‘A la sombra del árbol de los besos’… De ahí que su familia se queje del poco interés de los movimientos culturales y de los organismos oficiales: Ayuntamiento, Junta de Andalucía y antiguo Gobierno Civil, donde trabajó de funcionario. Olvidando la lucha de Fernández Castro por el patrimonio artístico y cultural de Granada, hay que destacar su ayuda a personas de cualquier signo político, su honradez y trato humano.


Siempre habrá algún voluntario de la ‘cofradía de la mesa camilla’, quien cada 30 de septiembre, como siempre, escriba unos versos. Cuesta poco recordar, aunque uno no tuvo el placer de conocer a este ilustre lapeceño; pero Benjamín, cual hijo más pequeño, me pidió que escribiera algo sobre la olvidada figura de su padre. ¡De sobras sabía este incansable quijote que la tierra lo estaba esperando! Y sin embargo, no puedo evitar imaginarme a Fernández Castro subiendo por la cuesta de San Gregorio, a eso del mediodía, en busca del carmen del Alba, con su gorra terciada y su andar cansino. Y en su recuerdo, vaya esta frase de su libro ‘El hombre al que mató la música’, precisamente publicado unos meses antes de morir: “Las cumbres de Sierra Nevada brillan sobre la neblina de la mañana. Y más cerca, tras la cenefa oscura de la Vega, se divisan las colinas de la Alhambra. Un pájaro aletea en su pecho”. 



Posdata: este artículo salió publicado en Ideal, el 12 de octubre de 2004. Hace unos años, el alcalde de Granada, José Torres, le dedicó una calle en la ciudad de los periodistas al escritor lapeceño. José Fernández Castro falleció en el 2000.





Comentario: Antonio, como no me deja el blog, te contesto por aquí. Miguel Ríos tuvo que marcharse porque en Granada no hubiera conseguido triunfar


lunes, 17 de octubre de 2016

EL ENCUENTRO





Foto de los seminaristas en 1967


El sábado, día 15, nos reunimos en el parque de Pedro Antonio de Alarcón, de Guadix, unos sesenta antiguos exseminaristas y sacerdotes, que estuvimos en el Seminario en la década de los años sesenta. Allí se encontraba el antiguo rector del Seminario, Leovigildo Gómez Amézcua, y el padre espiritual Manuel Cantero. Entre los antiguos alumnos había bastantes docentes, tres párrocos de Guadix y el resto dedicados a diferentes profesiones, pues no hay que olvidar que el Seminario era el internado más económico en aquella época, aunque también el más disciplinado, pero los años cursados nos sirvieron para que pudiéramos sacar una carrera en la facultad o dedicarnos a una profesión.

Para la inmensa mayoría de nosotros habían pasado más de cincuenta años desde que no nos veíamos, esto es, desde que éramos adolescentes o jóvenes. La idea de reunimos surgió entre Antonio Montes –se ha jubilado de comandante del Ejército– y yo, pues hacía poco que nos habíamos conocido a través de Facebook y fuimos entablando amistad. Un antiguo alumno colgó una foto del curso, del Seminario, y entonces empezaron a acudir antiguos compañeros con sus comentarios, y aquí empezó todo. Como vi muy animado a Antonio, le dije que buscara algún restaurante por el Marquesado, donde pudiéramos pasar un rato agradable con los antiguos compañeros del Seminario. “Primero contactamos con la gente, aunque seamos diez, y después buscamos un sitio adecuado”, era nuestra idea. En la casa de Antonio, fue donde decidimos que era mejor reunirnos en Guadix, pues muchos iban a venir de ciudades lejanas. Entonces, llamamos a Jesús Valenzuela –candidato en las últimas elecciones a la Alcaldía de Guadix– para que se ocupara de buscar un restaurante. Y Luis Ambel, profesor jubilado y sicólogo, se ofreció para gestionar con el concejal del ayuntamiento la visita al Seminario y a la Alcazaba.

Después de contactar por Wassap, por Facebook y por el móvil con unos y otros para convencerlos, el encuentro tuvo lugar en el parque. Este lugar tan emblemático era, precisamente, al comienzo de cada curso, donde solíamos enjugar las últimas lágrimas, medio escondidos entre los setos, antes de subir las calles que nos llevaban al antiguo Seminario, hoy cerrado y en completo estado de ruina, lo mismo que la histórica Alcazaba, que fue residencia de El Zagal. Pero el tiempo pasa y va arruinando cuanto toca. Algún cura nos decía entonces que teníamos murria, al ver nuestra cara de penitentes. En aquella época solíamos comernos el bocadillo, acompañado de una gaseosa, en la desaparecida Bodega Castañeda, que tenía unas enormes tinajas donde envejecía el vino. La bodega estaba en la calle Baza, donde paraban aquellas destartaladas autedias que iban dando botes en los baches de la carretera. La despedida a la familia, los traqueteos de las autedias (cinco horas duraba el trayecto para algunos) y la entrada al Seminario, durante todo un trimestre, contribuían a que el día del comienzo de curso fuera para nosotros el más triste del año.

Luis Ambel proponía que lleváramos una galleta (como las que usan los militares) en la camisa, para identificarnos después de tantos años sin vernos, mientras que yo le decía de broma que era mejor ponernos el bonete en la cabeza (lo llevaron los seminaristas de años anteriores a nosotros). El caso es que Luis, con buen criterio, compró unas etiquetas adhesivas donde escribimos nuestro nombre para no tener que pasarnos el día pregonando quiénes éramos. No andaba descaminado, pues unos días antes ocurrió que, estando Luis, Antonio, Juan J. Gallego y yo en mi oficina de trabajo, se presentó de improviso un desconocido y no atinábamos quién podía ser, hasta que por la traza le dije: “¡Tú eres Rivas!”, aunque ya no me acordaba de su nombre.

Después de media vida sin vernos no sabías lo que te podías encontrar esa mañana, por eso el encuentro fue muy emotivo. Yo llegué a la puerta del parque a las 11 horas y vi un corrillo de gente, pero como no conocí a nadie seguí para adelante hasta que alguien voceó mi nombre. A muchos compañeros era difícil reconocerlos, después de tanto tiempo. Los años nos habían cambiado tanto la fisonomía, que costaba trabajo reconocer a los chavales de entonces. Éramos unos adolescentes espigados que corríamos como bisontes, pero los años nos han regalado quilos y canas de más, mientras que el trabajo y la familia nos fue desperdigando por diferentes ciudades, provincias o regiones de España. Después de los pertinentes saludos y abrazos, durante una hora, emprendimos la subida al Seminario pasando por el histórico Arco de San Torcuato y ascendiendo a la Plaza de las Palomas (hoy, plaza de la Constitución), donde solíamos quedarnos embelesados, mirando a través de los cristales, los famosos felipes y los ricos dulces de la antigua pastelería La Oriental. Pero aquellos pasteles no estaban a nuestro alcance. 



Subimos por el antiguo Hospital Real para desembocar en la calle Barradas (antiguamente, Puerta Alta). Ante nosotros se ofrecía el vetusto y enorme edificio del Seminario, con su espadaña al cielo y con un portón marrón que conducía a un hermoso patio con arcadas  y ventanales, con su pozo en el centro y entonces poblado de macetas. Las cuidaba Juan, el portero, que solía entonar zarzuelas para matar la soledad. En este entrañable patio –hoy ofrece un aspecto desolador, pues crecen las higueras– era donde nos hacían las fotos de cada curso, donde los sábados formábamos antes de salir de paseo por los alrededores de Guadix y donde recibíamos a los escasos familiares que venían a vernos. Dependiendo de la época del año, el patio era para nosotros la antesala del Seminario o de la calle. Toda aquella época de privaciones y de disciplina forman parte de nuestro pasado, mientras que hoy gozamos de mayor bienestar y comodidad, pero los estudios y la enseñanza que recibimos nos sirvieron para defendernos en la vida.

Jesús Valenzuela, Leandro y sus esposas. 11/2018









Nuestros lejanos recuerdos de entonces se fundieron con la realidad de hoy y, por unas horas, regresamos de nuevo a la ciudad de Guadix: con tristeza vimos el antiguo Seminario, que se encuentra en completo estado de ruina, lo mismo que la Alcazaba (desde que la compró el Ayuntamiento está cerrada) donde jugábamos al futbol, con una especie de botas de tela, mientras sentíamos el tañido cercano y solemne de las campanas de la Catedral. Aquí nos hicimos unas fotos para el recuerdo (en las escaleras de la Alcazaba solían hacernos la foto de todos los cursos) y después comimos en un conocido restaurante, donde tuvieron unas palabras de agradecimiento los antiguos superiores y algunos exalumnos. En media jornada hemos compartido recuerdos entrañables y anécdotas que teníamos olvidadas, con los  compañeros del Seminario que a la mayoría nunca los hubiéramos visto de no reunirnos, por lo que ésta es la agradable sensación que nos ha quedado. Las caras quizá han cambiado,  pero en el fondo seguimos siendo los mismos y el encuentro ha sido como un viaje a aquellos años de la adolescencia. Benito García Liñán, accitano aficionado a la escultura, tuvo el detalle de obsequiarnos, con una lámina diseñada por él, a cada uno de los asistentes. También quiero tener un recuerdo para varios compañeros, profesores y superiores que fallecieron durante estos años.




Reproduzco este escrito, publicado en Accitania, Diario Digital, sobre el 20 de octubre

Por Leovigildo Gómez Amezcua. 

El pasado día 15 de octubre, medio centenar de antiguos alumnos del Seminario Menor de Guadix, procedentes de distintas localidades y pertenecientes a cursos de los años 1960 y 1970, se reunieron en nuestra ciudad para celebrar una convivencia. Y lo primero que hicieron fue visitar el lugar donde había cursado sus estudios. Algunos de ellos eran sacerdotes; la mayoría eran seglares con distintas profesiones: maestros, médicos, escritores, abogados etc. A pesar de la advertencia previa que se les hizo, su impresión fue muy negativa, porque encontraron un edificio en ruinas: muebles destrozados, habitaciones destartaladas, escaleras rotas y mucha suciedad. Peor fue cuando subieron a la Alcazaba, que había sido campo de recreo para los seminaristas. Tras pasar con mucha cautela el endeble puente que la une al edificio, hallaron una gran explanada cubierta de matorral, sin las paredes que las separaban del exterior y con algunos torreones hundidos.
A pesar de ello, disfrutaron recordando sus tiempos de estudiantes y obteniendo innumerables fotografías. Después se trasladaron a la Catedral y desde allí se dirigieron a un restaurante para  culminar su visita a Guadix con una excelente comida. Algunos estuvieron acompañados por sus esposas. La sobremesa se prolongó hasta las 6 y media de la tarde. Durante ella se pronunciaron discursos, se contaron anécdotas y hasta se presentó un libro por su propio autor. La despedida fue muy emotiva. Pero a todos les quedó un amargo sabor de haber encontrado un edificio histórico, que fue adquirido por el Ayuntamiento a principio de siglo, y que ha sido materialmente abandonado por los sucesivos regidores municipales que ha habido desde entonces.

¿Cuándo llegará la hora de que tal situación se solucione? La respuesta está en los que actualmente nos representan democráticamente.







Esta foto desencadenó el encuentro, la colgó Juan Quintana, yo la compartí de J. Valenzuela y aquí empezó todo
Don Rafael Machado, con sus alumnos.Detrás está la Escuela Preparatoria. 
1965. Foto de Roberto Balboa

Verano de 1964, no sé dónde está hecha esta foto, de Hortal Marcos




Se borraron todas las fotos y he añadido dos

Fotos de Carmen Lomas, de Jesús Valenzuela y de Leandro

Respuesta al comentario del padre Manuel Cantero, pues este artilugio tiene sus atranques y sus cosas: 
Me ha costado trabajo describir por encima ese día. Al final decidí meter fotos para que reflejen lo que fue esta emocionante jornada para cada uno de nosotros. Van ya 471 lecturas en el blog y subiendo
Respuesta al comentario de Unknown, Agustín J. Carmona. Según dices pasaste algunos años en el Seminario, incluso plantaste y cuidaste pinos (por lo que deduzco que eres anterior a nosotros) y que te hubiera encantado estar con nosotros. Espero que vengas en caso de que nos reuniéramos de nuevo
Respuesta al comentario de Esperanza Sandoval. Gracias por estar siempre ahí, amiga Esperanza. Siempre te alegras de saludar a un conocido al cabo de los años, imagínate que lo multiplicas por unas cincuenta personas, al cabo de cincuenta años sin vernos. Fue toda una sorpresa y un acontecimiento porque la mayoría no nos reconocíamos. Salió mejor y vino mucha más gente de lo que podíamos esperar y gracias a todos por esas 1662 lecturas. Mereció la pena.
Comentario 21/10/16: Sin duda el Seminario era el colegio más disciplinado en aquellos años de los sesenta, pero también era el que daba la mejor enseñanza en la provincia de Granada, después del Instituto Padre Suárez.
Comentario 25/10/16: Estábamos desperdigados por esos mundos y Guadix ha vuelto a unirnos, unos y otros se han quedado con los teléfonos y direcciones de los compañeros de antaño. Esto nos animará a volver a repetir el encuentro, pues no esperábamos que saliera tan bien. Van ya 2015 lecturas. Jesús Valenzuela se ocupó del Wassap, de la comida y de los pimientos. De Antonio Montes y Luis Ambel sólo decir que son dos buenos elementos.

domingo, 9 de octubre de 2016

LAS CUEVAS DE GUADIX, DE CARLOS ASENJO















El escritor Carlos Asenjo Sedano publicó Las cuevas. Un insólito hábitat de Andalucía Oriental, en 1990. La obra no está dividida en capítulos, sino que al final tiene unos apéndices documentales y está centrada principalmente en Guadix. En la contraportada nos indica que “frente a un urbanismo que tiende a su estructura vertical, fálica, de poder y dominación, aparece este hábitat con una estructuración diferente, horizontal, claro símbolo de la pasividad y lo femenino, que enlaza con lo más típico de la simbología de las tierras del Sur…”. Continúa diciendo que “los moriscos esperaban el viejo protagonismo… ahí también, como en África, se guardan las llaves de las viejas heredades, de los cármenes, de las munyas, de los marchales…”.
El libro me ha encantado por diversos motivos. Hace unos años, me compré una cueva en Guadix y es cuando te das cuenta de que vives en un barrio de infraviviendas, donde falta lo esencial: el agua del grifo no tiene la potencia suficiente porque el depósito tenían que haberlo edificado en un lugar más alto, de manera que los cueveros de varios barrios tenemos que comprarnos un motor para tener agua caliente. Mi calle es de tierra, en un tramo de unos cuarenta metros, por lo que se levantan polvaredas o hay barro, dependiendo de la estación del año. Tampoco barren la calle, que es de piedras y de cemento, a pesar de que los vecinos pagamos los impuestos como los demás. ¿Para qué la vamos a barrer o asfaltar, dirán en el Ayuntamiento accitano, si siempre han vivido así? A través de un escrito de los vecinos, le pedimos al concejal de Obras que mudara unos metros el poste de luz, acercándolo a tres viviendas para que tuviéramos más iluminación durante la noche porque es escasa. La respuesta del concejal por el móvil fue: “Mover el poste de sitio unos metros cuesta dinero”. Sin embargo, un electricista nos dijo que ni siquiera tenían que añadir cable. El caso es que robaron en una cueva e intentaron robar en otra, aprovechando la oscuridad. Me contaba la presidenta de una asociación de vecinos que tuvieron que pasar varios meses y pedirlo varias veces, para que sustituyeran una bombilla fundida en la rotonda. Los solares cercanos están llenos de escombros y sin bombillas en las farolas, muchas están rotas, y así podía rellenar varios folios.
Ante tanto abandono, me acuerdo de esta frase del historiador de Freila, Gabriel M. Cano, en la introducción de su libro La comarca de Baza, editado en 1974: “La comarca de Baza sólo era un pieza tributaria donde no había qué invertir. ¿Para qué? ‘Son gentes sin remedio, descendientes de moros, que viven en cuevas y no les gusta el trabajo’. Y así se ha llegado a una situación de extremo subdesarrollo (...) y, sobre todo, por medio de la emigración, que en los últimos veinte años ha reducido a la mitad los efectivos demográficos”. A parecidas conclusiones llega el historiador Carlos Asenjo, en su investigación sobre las cuevas de Guadix, aparte de que ha ido hilvanando los hechos históricos que están a la vuelta de la esquina. Entonces te das cuenta de cuánto tenemos en común con el legado árabe de ocho siglos, y que pervive en nuestros días.
El historiador asegura que, cuando los Reyes Católicos conquistaron Guadix, en 1488, “no existían cuevas que formaran un determinado núcleo urbano”. En 1490, se ordenó que los musulmanes salieran de la ciudad amurallada y de sus arrabales, y se concentraran en una aljama o morería que se constituía ad hoc en el alejado barrio de Santa Ana. Y a continuación, se repobló  la ciudad de cristianos. Sin embargo, los moriscos simulan las prácticas del cristianismo y acaban por construirse ahí su propia habitación  de grupo, “despreciados por todos”. La época en que parece tener lugar el uso de la cueva está ligada a la guerra granadina de los moriscos, durante 1568-1571. Con la derrota, fueron expulsados del reino de Granada a otras tierras del Norte. Según el historiador, Julio Caro Baroja, debieron salir de este reino de Granada unos treinta mil vecinos, mientras que en Guadix salieron 1.720, equivalentes a unas 8.600 almas aproximadamente. Antes de la guerra, en la ciudad la mitad eran cristianos viejos y la otra eran cristianos nuevos o moriscos. En España había que conseguir la unidad política y religiosa, lo que provocó las sucesivas expulsiones de los moriscos y de los judíos, pues estamos ante una sociedad atrasada e intolerante. Carlos Asenjo apunta que “acabó por sentar unas poderosas bases de resentimiento colectivo contra los moriscos, que siendo vencidos y pobres, con el tiempo se iban alzando otra vez con el poderío económico de la tierra, al margen de la Iglesia y de los nobles”. Esto es, compraban las tierras de sus antepasados que les habían sido arrebatadas por los repobladores, pues los cristianos no sabían sacarles provecho. “Son frecuentísimos los hechos que demuestran el asalto de las casas y propiedades moriscas al solo efecto de tomarles la propiedad. Un hecho que con la expulsión y nuevo reparto, tras el año 1574, alcanzará su ratificación plena”.
González Palencia escribe que “…está probado que por 1609 los moriscos de Granada, Murcia y Jaén, ayunaban durante el Ramadán y celebraban la Pascua de los alaceres, por todo el mes de septiembre, durante el cual… dejaban transcurrir el tiempo sin oír misa, entre bailes y zambras, en los que aparecían ataviados con los más vistosos trajes y aderezos de que disponían, y a los niños que engendraban en dichos lugares les llamaban dichosos o bienaventurados”. Por otro lado, Henriquez de Jorquera y Méndez Silva, a finales del siglo XVI, anotan más de cuatrocientas cuevas en el arrabal que indudablemente, para entonces lo mismo que para hoy, constituye un número llamativo y destacable en el conjunto del elemento urbano. Con este dato, Carlos Asenjo llega a la sorprendente conclusión que “el resultado de aquella gran operación que fue la expulsión tuvo una finalidad más económica que social y religiosa aunque aparentemente estos dos aspectos fueran el gran ruido tras lo que aquella se camuflaba”. Nos topamos siempre con el trasfondo de la economía, que ha provocado sistemáticamente las revoluciones y los grandes movimientos humanos.
En el siglo XVIII, la Asamblea de los Obispos del Sureste –Granada, Jaén, Guadix, Almería…– se reunió para estudiar los muy frecuentes casos en que los moriscos casados dejaban a sus legítimas esposas para tomar otras, escándalo nunca visto y que llegó a preocupar en la Corte. Incluso Cervantes decía que “entre ellos no hay castidad ni entran en religión ellos y ellas; todos se casan; todos se multiplican; porque el vivir sobriamente aumenta las causas de la generación…”. Otro historiador apuntaba que “casaban sus hijos de muy tierna edad, pareciéndoles que era sobrado tener la hembra once años, y el varón doce, para casarse. Su intento era crecer y multiplicarse”. Esto mismo se practica hoy día en Palestina y en muchos estados árabes, y no digamos la poligamia, tan arraigada en el islam. Es más, los cristianos siempre vieron con preocupación y temor cómo se multiplicaban las comunidades de los moriscos. Los versos de Juan Rufo son elocuentes: “ellos bien reservados destos daños / teniendo a cuatro niños en tres años”. Mientras que Asenjo recoge aquel viejo refrán: “Habiendo chocho y cueva… ¡que llueva!”.
Bastantes de aquellas mujeres moriscas, “como muchas de hoy –pero muy especialmente desde 1600 acá– tenían fama de ser hechiceras y de echar el mal de ojo”, prácticas que fueron condenadas por el Tribunal de la Inquisición. Otro tema es el rapto de la novia, “la ida o llevada de la novia, casi exclusiva del lugar, no hay más explicación que buscarle analogías con las costumbres moriscas, de arrebatamiento de la novia al lugar conyugal, posiblemente con raíces premusulmanas”, nos dice el autor. Lo normal del rapto es que acabe en matrimonio formal, aunque nunca fue reconocido por la Iglesia. Me contaba un conocido, de las cuevas de Guadix, que se llevó a su novia porque sus padres no veían con buenos ojos su relación y conozco bastantes casos como éste.
En cuanto al carácter de los moriscos, fray Alonso Fernández dice: “… que eran callados, sufridos, vengativos en viendo la suya. Su trato común era trajinería y ser ordinarios de unas ciudades a otras. No se supo siquiera emparentar con los cristianos viejos…”. Por otro lado, Caro Baroja sostiene que, según la opinión general, el morisco era un individuo inculto, incluso cerril. Un individuo con ciertas habilidades técnicas y manuales, pero indocto. Los sabios, los jueces, los santones de aquella comunidad eran despreciados por los prelados, letrados y hombres de pluma de las épocas de Carlos V y Felipe II, por todo lo cual la plebe urbana morisca, con frecuencia, fue ridiculizada y zaherida.


Como vemos, los cristianos y los moriscos  eran como el aceite y el agua, dos culturas, dos religiones, dos razas, dos mentalidades, en definitiva, dos mundos diferentes. Esta apreciación mía tiene validez hoy y me acuerdo de esta anécdota que leí hace tiempo: los moriscos granadinos estaban más lustrosos porque guisaban con aceite, mientras que los cristianos lo hacían con manteca. En cuanto a los moriscos del Cenete (el Sened, la tribu de los cenitas) y de las Albuñuelas, “se decía que eran de los más pulidos en el trato, mientras que las gentes de Guadix, según Casiri, quizá por ser pobladores con alguna sangre de la tribu de los Beni Sami, tan conocida por su carácter pendenciero, siempre, hasta hoy, han sido gentes más feroces, por utilizar una expresión de los cronistas de la Reconquista”. Tierra de violencias y arrebatos, de pendencia y resentimientos, anota Carlos Asenjo. En este sentido, el obispo fray Antonio de Guevara escribió a su colega, el obispo de Tuy, entonces presidente de la Real Chancillería: “… la gente de esta tierra no es como la de la vuestra, porque son agudos, astutos, resabidos, disimulados y versutos”.
Según Aznar Cardona, los oficios de los moriscos eran sobre todo tejedores, sastres, sogueros, esparteñeros, olleros, zapateros, albéitares, colchoneros, hortelanos, recueros, revendedores de aceite… Y para Caro Baroja, los dos tipos de vida opuesta, el morisco y el cristiano viejo, muy bien podían simbolizarse en los albañiles o alarifes, el de los moriscos; y el de los canteros, los cristianos viejos. (…). “Y si investigáramos los oficios ejercidos en los últimos trescientos años por los hombres de la cueva veríamos como casi todos están incursos en la reseña de Aznar Cardona”.  
El Catastro del marqués de la Enseñada, de 1753, recoge que entonces había en Guadix 655 cuevas, de las que 546 estaban en el casco de la población y 109 fuera de él. En 1777 será tenido por un barrio, o un conjunto de barrios, que se ha ido formando y estructurando completamente al margen de la ciudadela, en lo político y en lo religioso. Los documentos de la época afirman que “son estas gentes personas o familias que sólo producen ofensas a ambas majestades, sin el menor respeto o temor a la justicia”. Aquí el escritor accitano precisa que, “no muy alejado del otro concepto que antaño se tenía de la Morería o del gueto”.
Rafael Aynat, el corregidor de Guadix y protagonista de El sombrero de tres picos, en un manifiesto a la Corona, pone el dedo en la llaga y nos deja este testimonio: “Es imponderable el perjuicio tan físico, como político, y aún moral, el que se experimenta en dicha ciudad por hallarse a la circunferencia de ella, y envueltas en un número casi infinito de pequeñas cañadas, montes terrosos de corta elevación… hasta setecientas familias encerradas en las cavernas de la tierra, con muy poca o ninguna ventilación, oscuras, mucha humedad, y de rara naturaleza, las cuales, por un concepto general, siendo de extraño domicilio, han ido sucesivamente, por causas tal vez no honestas, refugiándose en dichos parajes (…), habiendo acreditado la experiencia no pocas veces que siendo el receptáculo de malhechores de ambos sexos, y de todas partes, se hace, si no imposible, sí muy difícil su averiguación por la facilidad de ocultarse y desaparecerse… Pero sí debe expresarse que siendo el carácter natural de los habitantes, indolente, inaplicado y de poco aseo, abunda la ciudad en mucha miseria y en mayor hediondez, con especialidad casi todos los habitantes de las cuevas, los cuales (…) se revuelcan en el letargo y abundan en la embriaguez, y, como paralíticos, están incapaces de dar un paso, ni mover las manos, para otro objeto que el de recibir cuanto les dan, siendo fácil de inferir la inmoralidad y pernicie de costumbres…”.
Al hilo de esto, Asenjo escribe: “El cantonalismo secular, el individualismo, la inexistencia de normas, lo que entendemos por iberismo misterioso, tienen, pues, aquí, su expresión máxima, como fenómeno que ha prescindido del tiempo, como expresión estática de la sociedad”. A veces, cuando yo llego a Guadix, tengo la impresión de que estoy en el siglo XIX, tal es el atraso: calles estrechas y mal asfaltadas, una circulación caótica pues se conduce mal (y yo el primero), el enorme paro que se ceba en la ciudad y, sobre todo, la falta de limpieza en los barrios de las cuevas, en parte por dejadez de los cueveros y también por el secular abandono del ayuntamiento. El tiempo parece que se ha detenido en Guadix, al contemplar los edificios del centro, en un verdadero estado de ruina. Guadix se cae a cachos, pienso, los cables y las antenas de televisión se enseñorean en las almenas de la Alcazaba, en medio de la indiferencia o la aceptación de la población. Y en cuanto a la mentalidad de muchos, sirva lo que me contaba un cuevero hace unos meses: “Pasó uno de ésos y me robó la leña de la puerta, yo lo vi a lo lejos pero para qué lo iba a denunciar, si no sirve de nada”. Esta resignación y este fatalismo nos llevan al siglo XIX y, sin embargo, hoy día en las cuevas se producen los robos con total impunidad.
El historiador sostiene que  casi todas las cuevas eran un refugio de moriscos –los del éxodo–, de manera que por los años de 1727 y 1728, el Tribunal de la Inquisición hizo aquí una redada de cueveros que todavía practicaban sus ritos mahométicos. “Y ello viene ratificado por la supresión de la parroquia accitana de la Magdalena, aquella que fue templo hispano-godo, y después mozárabe, y más tarde Mezquita de los Renegados…, en la reforma de curatos que se hizo en el Obispado de Guadix, por el año 1792”. En 1770, con el rey Carlos III, las cuevas empiezan a pagar la contribución y son clasificadas por barrios, “en donde la Cañada de los Gitanos se va constituyendo como un núcleo marginal dentro de las mismas cuevas”. Asenjo Sedano señala que el arte de la alfarería es esplendoroso, pues es una herencia de los moriscos y llega a la conclusión de que la cueva era siempre una actitud de espera ahíta de reivindicar la propiedad de la casa, del terruño, de lo ancestral como posesión de los antepasados. “Las cuevas, así, se convertían palpablemente en un testimonio urbano de la reivindicación subconsciente. De hecho (…), no pocas familias moriscas, aparte de conservar las llaves más o menos simbólicas de ellas –y al efecto recuérdese a León el Africano tenían enterrados en los patios o en los cármenes de ellas no sólo tesoros más o menos valiosos, sino también los otros tesoros más añorados de los recuerdos familiares, de las gestas tribales, de los proyectos de futuro”.
Los tesoros escondidos de los moros han estado muy arraigados en el subconsciente de los españoles, tanto es así que un niño del Altiplano llegó a derribar, él solo, una atalaya morisca, de unos veinte metros de altura, en los años sesenta, porque alguien le dijo que allí había escondido un tesoro. El escritor accitano afirma que, en la época posterior a la guerra morisca, y sobre todo después de su expulsión de estas tierras, se observa una desbordante situación de auge de la esclavitud que va a coletear hasta la llegada del siglo XIX. Prácticamente, en todas las casas existían uno o varios esclavos. Pero la cosa no quedaba aquí, sino que a muchos esclavos se les marca con fuego en la carne, como a las reses. Y en cuanto a las mujeres, “a las esclavas, con frecuencia se introducen en el terreno de la relación erótica con el amo, a veces soltero, otras veces clérigo, otras casado y mal avenido con su esposa legal (…). Los moriscos que han regresado y que unos de grado y otros por fuerza, no tienen más remedio que entrar en el juego de la esclavitud legal para eludir el duro trance del exilio”. En el siglo XIX, se produce la abolición de la esclavitud con la Constitución de 1812, pero serán los cueveros los que sirvan a los señores de la ciudad, trabajando en el campo los hombres mientras que las mujeres servían en las casas de los señoricos. Salvando las distancias, las cuevas siguen proporcionando una mano de obra barata a los señoritos de hoy.


Asenjo Sedano hace una interesante reflexión sobre la reconquista castellana: se ponen otra vez de moda los cultos viriles, ahora lógicamente cristianos, que se instalarán alrededor de las devociones al Crucificado, a San Miguel, a San Sebastián, a San Pedro y a Santiago. “Hasta que la recuperación vital de la población vencida empieza a revitalizarse con la consiguiente recuperación, otra vez, de las advocaciones femeninas…”. Sigue diciendo que es la dilatada época en que surgen los cultos a las vírgenes de las Angustias en el reino de Granada, vinculadas a una población, la musulmana-morisca, que sólo experimenta angustias. O cuando surge la advocación a la Virgen de la Piedad, en Baza-Guadix, “vinculada a una población morisca ahíta de que se tenga piedad de ella. Y, en la actualidad, como ponen de relieve las romerías a los santuarios del Rocío o de Ntra. Sra. De la Cabeza, ya ha recuperado un muy alto nivel de su tradicional indigenismo, en el que las cuevas, y lo que ellas significan, tienen un papel preponderante”. El historiador llega a la conclusión de que “comienzan a surgir indicios de esa nueva concepción sincrética que, pocos años después, hallará su más escandalosa y famosa formulación en el asunto de Los plomos del Sacromonte de Granada”. En Baza, se va a manifestar en el hallazgo de una imagen enterrada, se supone que muchos años antes por los mozárabes, y que va a ser hallada al grito lastimoso de “Piedad de mí…”, en una clara alusión a la actitud del pueblo musulmán, vencido y perseguido. De manera que relaciona los Libros Plúmbeos del Sacromonte con la imagen de la Piedad, de Baza.
En cuanto al origen o antecedentes del Cascamorras, también nos da su versión personal: “Pero sí hemos podido documentar que, en los últimos años del Guadix musulmán, en el siglo XV, precisamente en el mes de septiembre, en la festividad de los alaceres, tenía lugar en esta ciudad una especie de algazara popular y multitudinaria, en la cual los muchachos se arrojaban los unos a los otros diversos objetos, especialmente frutas maduras…, amén de echarse los unos a los otros a los embalses, acequias, etc., algo que encaja muy bien como antecedente de la fiesta del Cascamorras. Una fiesta, sigue diciendo el autor, que a raíz de la citada Virgen de la Piedad –un claro intento de sincretismo por parte de la población ya morisca–, debió enlazarse con la misma para dar lugar a sus características actuales.
Añade que “con todo, y esto se ve hoy mismo, la fiesta, el rito, no es propiamente de las casas, que siempre han permanecido un poco de espaldas a ella, sino de los barrios periféricos y de las mismas cuevas, lo mismo en lo referente a su escenario geográfico que a la participación de sus protagonistas, singularmente el que encarna la figura del Cascamorras, cuyo traje de policromías enlaza perfectamente con la tradición colorista de que usó y buscó la sociedad musulmana de esta tierra”. Una tía mía estuvo viviendo en Baza durante la posguerra y me contaba que le tiraban tomates y lo que pillaban al Cascamorras, mientras que en Guadix me decía un jubilado que le arrojaban hasta membrillos.
El historiador Caro Baroja opinaba que “… se llegó a borrar de la conciencia, de los que quedaron de la misma raza, el recuerdo de casi toda tradición jurídica, religiosa y social islámica, hasta el punto de que la palabra morisco fue casi desterrada del vocabulario (…). El morisco granadino, en muchos casos, tenía un proceder parecido al de los miembros de cierta sociedad secreta, que no era fácil distinguir del cristiano viejo”. El autor accitano finaliza así: “Un drama, como se ve, muy parecido al que experimentó la comunidad morisca, como lo experimentó también la otra comunidad mozárabe. Y las otras comunidades que le precedieron frente a la agresividad devoradora de la multitud de pueblos extraños que, desde siempre y desde lejos, habitualmente se han dejado caer por estas tierras del sudeste peninsular”. Por este cruce de caminos, diría yo. Ortega y Gasset afirmaba que las razas superiores empujaron a las razas inferiores a las tierras del Sur. Sin embargo, en Guadix, la ciudad natal de Carlos Asenjo, apenas si se conoce este análisis e investigación histórica que hace en su libro. Y de esta manera desconocemos nuestra historia y nuestras raíces, y de dónde vienen muchas de nuestras costumbres, comidas, oficios y fiestas.

         He recogido estos párrafos en los Apéndices, que vienen al final:

Carta del Cabildo catedralicio, al rey Felipe II, sobre la situación de la ciudad después de la expulsión de los moriscos, año 1585: “… de cuya causa los árboles frutales y morales con que se cría la seda, que es la principal renta de este Reino, están tan perdidos que no se puede significar más de remitirnos a los que V. Mgtd. entiende y sabe por lo que toca a sus rentas reales, por lo cual cada día van creciendo más las necesidades, y la población de esta tierra está tan mal asentada que con la poca experiencia que tiene cada día va en mayor disminución”. Tras la expulsión de los moriscos, entre los años 1571 y 1609, el historiador Hurtado de Mendoza escribe en su ‘Guerra de Granada’: “Quedó la tierra despoblada y destruida, vino gente de toda España a poblarla y dábanles las haciendas de los moriscos por un pequeño tributo que pagaban cada año”. 
Promiscuidad de los cristianos viejos o relaciones entre los conquistadores castellanos y los vencidos indígenas. Año 1554. Fuente: Sínodo de las Iglesias de Guadix y Baxa: “Y porque los cristianos nuevos cuando mueren sus difuntos les lavan los cuerpos y los ponen en sus sepulturas boca abajo o de lado, y los pies hacia cierta parte… y aún llevan algunas cosas de comer o de beber a la sepultura (…). La poca fe de los cristianos nuevos se ve en los testamentos que si los dejan testar a su voluntad no mandan cosa alguna por sus almas… Mandamos que sean obligados a dejar por sus ánimas una vigilia de tres lecciones, y la Misa del día del entierro, y un novenario de misas, tres cantadas y tres rezadas”.


 en cuanto a la esclavitud, valga este escrito de 1637: “… Y otro, Dayfala, moro de nación, al cual dice que ha poco dio licencia para ir a la ciudad de Málaga y no ha venido, porque debe andar buscando para su rescate. Es un esclavo de edad de 54 a 56 años, herrado en los dos carrillos con letras que dicen Guadix, el cual, venido que sea… Lo tasó Marcos López –que lo conoce- en 40 ducados”.