Me encanta
esta foto del maestro don Emilio Carmona, rodeado de sus alumnos de
Castilléjar, a comienzos de los años sesenta, por la naturalidad con la que han
salido. Yo no llegué a tenerlo de maestro pero, cuando tenía siete u ocho años,
iría atrasado en la escuela y mis padres decidieron que me diera algunas clases
particulares en su casa, durante el verano. Don Emilio era amable y paciente, las
clases resultaban amenas aunque apenas recuerdo algunas anécdotas. En una
ocasión me preguntó: ¿De qué color es el caballo blanco de Santiago?, incluso
me repitió la frase pero yo no supe responderle porque la pregunta tiene su
truco. Otro día, don Emilio me habló de Cascorro, un poblado de Cuba, donde se
encontraba un fuerte español. En 1896, el soldado español Eloy Gonzalo se
arrastró con una lata de gasolina hasta la casa donde se encontraban los
insurrectos que les atacaban, le prendió fuego y regresó a su posición. Esto
hizo que la prensa española de entonces lo convirtiera en el héroe de Cascorro.
En la Enciclopedia Álvarez recuerdo que venía un dibujo del soldado, con su
lata de gasolina, y una reseña de su hazaña. Desde entonces, nunca he oído
hablar de este héroe en los libros de historia, los historiadores españoles aún
hoy pasan de puntillas sobre el Desastre de 1898, con la pérdida de las últimas
colonias de Cuba, Filipinas y Puerto Rico. España ya no se recuperó y se encerró
sobre sí misma. Pero ahí está su obra, su cultura y su lengua en diecinueve países
de Hispanoamérica.
Los alumnos que aparecen en la fotografía con el maestro creo que tienen entre once y doce años. En aquellos años, los pueblos y las casas estaban llenos de niños, pues los matrimonios solían tener cuatro o más hijos. Hoy, en cambio, la situación se ha invertido, pues los pueblos se han cargado de pensionistas –precisamente, estos chavales de la imagen han llegado o están llegando a la edad de la jubilación–, mientras que escasean los niños, pues en España ya hay más defunciones que nacimientos.
Manolo Martínez Puerta colgó la fotografía en junio pasado y escribió en Facebook: Bueno, os pondré los nombres de los que me acuerdo empezando por arriba, a la izquierda: José Maeras, Andrés de Vicentón, Juan Fresneda, ?, Carlos Durán, Manolo Gómez, Miguel Morenilla, Antonio el de Iluminada, Miguel el Coscón, José Lózar y Serafín Encinas. Sentados, por la derecha: José Luis el del herrador, Carpintero de Juan, ?, Quico el Moro, Manolo Rodríguez, el de Antonio el barbero, Tomás Pinteño, Manolo Martínez y Ramón Martínez, y por supuesto el maestro es Don Emilio, un gran maestro. La interrogación quiero decir que no me acuerdo del nombre, el 1º sé que vivía en la Sacristía, y el 2º vivía en el molino del Duque. Carlos Durán hace este comentario: Hola, Manolo. Una reliquia, cuántos recuerdos evoca, los niños de nuestra generación, la clase de Don Emilio, prácticamente los recuerdo a todos. Y Don Emilio, el mejor maestro que tuve. Recuerdo cuando algunas tardes nos leía la novela de ‘Lassie’ el perro cazador. Un hombre inteligente y humano.
He leído los nombres y, al observar sus caras, he reconocido a veces con dificultad a algunos de aquellos compañeros de colegio (han cambiado bastante, pues aquí está su imagen original). A muchos de ellos no los he visto desde la infancia y a otros me los he encontrado en algunas ocasiones, en el pueblo, pues la inmensa mayoría tuvieron que emigrar a Cataluña y a otras regiones. Da vértigo pensar que la mayoría de estos niños son ya abuelos. Carlos Durán me dice que la foto es de 1965 y que posiblemente está hecha en el patio de las antiguas escuelas públicas. Con anterioridad, allí se encontraba la Tercia, donde antiguamente almacenaban el grano para pagar los diezmos. El edificio de las escuelas fue derribado y hoy se encuentra el Ayuntamiento en el mismo solar. En Zújar pasó igual, el antiguo edificio de la Tercia fue destinado a escuelas públicas.
No me canso de mirar esta foto, aunque yo no aparezco, pues creo que estaba internado en el colegio. A Andrés, el de Vicente, lo he saludado en las fiestas de agosto (no lo veía desde que éramos niños), tiene el mismo semblante y parece que los años no han pasado por él. También he estado con Manolo Martínez, que se conserva bastante bien, lo mismo que Carlos Duran al que saludé el año pasado. Sin embargo, José Lózar falleció hace dos años, y Ramón Martínez hace más tiempo. Varios niños han salido sonriendo, pero llama la atención la naturalidad con la que posan todos, la misma que se aprecia en el maestro –apoya el codo en un alumno, mientras posa la mano en el hombro de otro–, pues les infundía confianza. En las fotografías de aquellos años, los maestros solían salir con cierto empaque y los niños con el gesto serio. A don Emilio le envié esta imagen y le pedí que me diera sus impresiones, o contara algo para el artículo que yo quería escribir, pero no me ha contestado.
En cuanto a la imagen de las Escuelas creo que no es de 1940 (se construyeron por esos años), pues los vestidos de las mujeres, con sus mandiles, y de las niñas que aparecen, indican que es de los años sesenta. A la derecha, y a continuación de las Escuelas, se aprecia colgado en la pared el anuncio circular de Teléfonos, que era de color azul e indicaba que allí se encontraba la centralita. En aquella época, en Castilléjar, habría unos diez teléfonos, de dos cifras: la farmacia tenía el número 16. La fotografía de los alumnos la hizo mi padre Leandro (la de las Escuelas posiblemente también), pues era el único fotógrafo del pueblo en aquellos años y se nota la mano de un profesional.
Recuerdo una
anécdota con Pepe Lózar. Yo tenía unos 16 años y el tendría un año más, aquel
domingo habíamos bebido más de la cuenta en el bar del Totovío y Pepe me propuso,
cuando ya estábamos achispados, que fuéramos a comer cerezas a un bancal que
hay cerca de la Fuente del Cuco. Era ya de noche y, por las Eras Bajas, fuimos
al Puntal de San Juan y luego andamos por la carretera, que entonces era de
tierra, podía habernos atropellado alguno de los pocos coches que circulaban.
En el camino íbamos riendo y diciendo tonterías, pero, cuando llegamos nos
dimos cuenta que las cerezas estaban verdes... Quiero recordar que nos
escurríamos por un ribazo y caíamos al suelo, aunque nosotros no dejábamos de
reír. Poco después, emprendimos el camino de regreso. Cuando llegué a mi casa,
todos estaban acostados y yo no atinaba a subir por las escaleras.
Nota: Isabel, la esposa de don Emilio, falleció hace más de un año.