Sánchez y Torra en la Moncloa |
En
1934, el médico y Premio Nobel, Santiago Ramón y Cajal, escribió un artículo
quejándose de los nacionalismos vasco y catalán de España: “Deprime y entristece el
ánimo, el considerar la ingratitud de los vascos, cuya gran mayoría desea
separarse de la Patria común. Hasta en la noble Navarra existe un partido
separatista o nacionalista, robusto y bien organizado, junto con el
Tradicionalista que enarbola todavía la vieja bandera de Dios, Patria y Rey. En
la Facultad de Medicina de Barcelona, todos los profesores, menos dos, son
catalanes nacionalistas; por donde se explica la emigración de catedráticos y
de estudiantes, que no llega hoy, según mis informes, al tercio de los
matriculados en años anteriores. Casi todos los maestros dan la enseñanza en
catalán con acuerdo y consejo tácitos del consabido Patronato, empeñado en
catalanizar a todo trance una institución costeada por el Estado”. A
continuación, desenmascara a los independentistas: “A guisa de explicaciones
del desvío actual de las regiones periféricas, se han imaginado varias
hipótesis, algunas con ínfulas filosóficas. No nos hagamos ilusiones. La causa
real carece de idealidad y es puramente económica. El movimiento desintegrador
surgió en 1900, y tuvo por causa principal, aunque no exclusiva, con relación a
Cataluña, la pérdida irreparable del espléndido mercado colonial. En cuanto a
los vascos, proceden por imitación gregaria. Resignémonos los idealistas
impenitentes a soslayar raíces raciales o incompatibilidades ideológicas
profundas, para contraernos a motivos prosaicos y circunstanciales”.
Durante
la II República se aprobaron los estatutos de autonomía de Cataluña, el País
Vasco y Galicia, pero fueron suspendidos por la Dictadura de Franco. Durante la
Transición, se reconocieron las 17 autonomías actuales y el problema
nacionalista catalán resurgió con el presidente Jordi Pujol (Tarradellas entonces lo
tachaba de banquero ladrón), que, en los años 90, ya decía que Cataluña “es una
nación”. Tiempo después se inventó el eufemismo de la “inmersión lingüística”
en las escuelas –la mayoría de la enseñanza se daba en catalán–, para acabar
denunciando que “España nos roba”, precisamente en la época que toda la familia
Pujol más robaba a los catalanes. Era cuando Marta Ferrusola, la esposa de Pujol, decía:
“No se puede salir al parque porque está lleno de castellanos”. Hoy habría que decir que
está lleno de africanos, pues este año ya han entrado por las costas españolas
unos 30.000 en pateras. Pujol ha sido el patriarca del nacionalismo catalán y
su obra la continúan sus acólitos: nombró presidente a Artur Mas y este se
retiró nombrando al concejal Puigdemont, que se encuentra exiliado en Belgica,
tras proclamar con la boquilla la República
catalana. Esto es algo que los nacionalistas catalanes tienen que hacer
cada 50 años para sentirse que ellos som
una nació, como Inglaterra o más. El
general Espartero y el presidente Azaña opinaban, en cambio, que había que
bombardear Barcelona cada 50 años.
Santiago
Ramón y Cajal, en su artículo, les echaba en cara la historia, las afrentas y
la ingratitud: “¡Pobre Madrid, la supuesta aborrecida sede del imperialismo
castellano! ¡Y pobre Castilla, la eterna abandonada por reyes y gobiernos!
Ella, despojada primeramente de sus libertades, bajo el odioso despotismo de Carlos
V, ayudado por los vascos, sufre ahora la amargura de ver cómo las provincias
más vivas, mimadas y privilegiadas por el Estado, le echan en cara su
centralismo avasallador. No me explico este desafecto a España de Cataluña y
Vasconia. Si recordaran la Historia y juzgaran imparcialmente a los
castellanos, caerían en la cuenta de que su despego carece de fundamento moral,
ni cabe explicarlo por móviles utilitarios. A este respecto, la amnesia de los
vizcaitarras es algo incomprensible. Los cacareados Fueros, cuyo fundamento
histórico es harto problemático, fueron ratificados por Carlos V en pago de la
ayuda que le habían prestado los vizcaínos en Villalar, ¡estrangulando las
libertades castellanas! ¡Cuánta ingratitud tendenciosa alberga el alma primitiva
y sugestionable de los secuaces del vacuo y jactancioso Sabino Arana y del
descomedido hermano que lo representa! La lista interminable de subvenciones
generosamente otorgadas a las provincias vascas constituye algo indignante. Las
cifras globales son aterradoras. Y todo para congraciarse con una raza (sic)
que corresponde a la magnanimidad castellana (los despreciables ‘maketos’) con
la más negra ingratitud. A pesar de todo lo dicho, esperamos que en las
regiones favorecidas por los Estatutos, prevalezca el buen sentido, sin llegar
a situaciones de violencia y desmembraciones fatales para todos. Estamos
convencidos de la sensatez catalana, aunque no se nos oculte que en los pueblos
envenenados sistemáticamente durante más de tres decenios por la pasión o prejuicios
seculares, son difíciles las actitudes ecuánimes y serenas”.
Hoy
tenemos a Pedro Sánchez, el peor presidente de la democracia en España
(más irresponsable que Zapatero, que ya es decir), al que han bastado
unos días de Gobierno para comprobar su incapacidad e ineptitud. En tres meses
de Gobierno todo ha empeorado (la emigración, la economía y el problema
catalán, donde ya se vive la ruptura) y, en vez de aplicar el artículo 155 en
Cataluña, por las amenazas intolerables del presidente subalterno Quim Torra –dice
que va a atacar al Estado y a sacar los presos
políticos a la calle, con el Parlamento catalán cerrado, como hicieron Hitler y Maduro–, Sánchez va a
aprobar la celebración de un referéndum para el autogobierno de Cataluña, para
congraciarse con los nacionalistas y con los de Podemos, porque depende de sus
votos para gobernar. Es un Gobierno de títeres
y bandazos.
Cajal
finaliza su artículo proponiendo una solución al nacionalismo, aunque ya
barruntaba el peligro que suponía para España: “No soy adversario, en
principio, de la concesión de privilegios regionales, pero a condición de que
no rocen en lo más mínimo el sagrado principio de la Unidad Nacional. Sean
autónomas las regiones, mas sin comprometer la Hacienda del Estado. Sufráguese
el costo de los servicios cedidos, sin menoscabo de un excedente razonable para
los inexcusables gastos de soberanía. La sinceridad me obliga a confesar que
este movimiento centrífugo es peligroso, más que en sí mismo, en relación con
la especial psicología de los pueblos hispanos. Preciso es recordar –así lo
proclama toda nuestra Historia– que somos incoherentes, indisciplinados,
apasionadamente localistas, amén de tornadizos e imprevisores. El todo o nada
es nuestra divisa. Nos falta el culto de la Patria Grande. Si España estuviera
poblada de franceses e italianos, alemanes o británicos, mis alarmas por el
futuro de España se disiparían. Porque estos pueblos sensatos saben sacrificar
sus pequeñas querellas de campanario en aras de la concordia y del provecho
común".
La
causa de los independentistas de hoy sigue siendo la económica, como en 1934:
Cataluña quiere tener un Concierto Económico,
como el País Vasco, para pagar menos al Estado, y un Estatuto de Autonomía (no
lo votó ni la mitad de los catalanes) con algunos artículos que el Tribunal
Constitucional declaró inconstitucionales. Este Estatuto es el que Sánchez quiere
someter a referéndum en Cataluña, así como aprobar los Presupuestos Generales prescindiendo del Senado, saltándose la ley. Por eso, cuanto antes
convoque elecciones este titiritero de la política, apoyado por quienes quieren romper España,
será mejor para todos. Pero habría que preguntarles a los independentistas de raza superior, de estas dos autonomías privilegiadas que reciben más inversiones que las demás: ¿cómo es posible que el País Vasco reciba más de lo que da al Estado, que España sea el mercado de Cataluña y que, en agradecimiento, desprecien a todo lo español?
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