lunes, 31 de agosto de 2020

CIEN AÑOS DESPUÉS








El 13 de abril, Jesús Martínez Lorente me escribe este mensaje por Facebook: “Hola, tengo una cosa de tu padre, cuando vengas al pueblo, búscame”. Bastante extrañado, le respondo: “Gracias, Jesús, ¿puedes decirme de qué se trata?”. Y me dice: “De un cuaderno de madera y por dentro está el nombre de tu padre. Estuve pintando hace bastantes años en las cuevas del Mosco, me hizo gracia y lo guardé. Mándame el teléfono tuyo y te mando las fotos”. Jesús me envió dos fotos por wasap, donde se ven dos tablas de madera con el nombre y los apellidos de mi padre escritos a lápiz. Un tanto desconcertado, le escribo: “Reconozco esa letra de mi padre, cuando era joven. ¿Encontraste las tablas en la cueva del Mosco, que un familiar vendió a un inglés?”. Y me responde: “Sí, estuve pintándola y me hizo gracia”. Quedamos en que nos veríamos en septiembre u octubre, cuando yo fuera a Castilléjar. Ambos tenemos amistad por Facebook, pero no nos conocíamos, aunque conozco a su hermano Antonio desde la infancia. La mañana del 26 de agosto me paso por el pueblo y decido llamar a Jesús, aunque aquellas tablas no acababan de convencerme. Quedamos en el bar “El Rincón” y, después de saludarnos, me entrega el cuaderno de madera. Yo pensaba que era de mayor tamaño pero me quedo sorprendido cuando lo veo, porque es bonito y original.



Jesús confiesa que lo ha guardado durante veinte años, “porque me llamó la atención”. “Se nota que te gusta guardar las cosas y luego el detalle que has tenido conmigo, esto no lo hace cualquiera”, le digo a modo de bienvenida. Hablamos de las fotografías de mi padre, me cuenta que es pintor y que fue a Granada a pintarle el piso a un paisano. Congeniamos pronto, porque Jesús es claro y sencillo, me habla de su madre, de noventa y dos años, que tiene demencia senil, de sus hijas y de que cada año hay más viviendas vacías en el pueblo. El cuaderno de madera es de 15 por 23,5 centímetros (el tamaño de un libro, un poco más grande que una octavilla) y con un grosor de 1,5 centímetros. Tiene unas correas de cuero que van clavadas con puntillas: una larga, que abraza las maderas y se abrocha con una hebilla, pero, como le falta la otra correa, fue sustituida por tres trozos de cuero, cortos y bastos, que van clavados también. De manera que, al abrir las tablas, parecen las tapas de un cuaderno, con la madera pulida. En una cara tiene dibujos decorativos, una balaustrada y unos pinos de color marrón con el fondo dorado, y la otra cara tiene el fondo marrón.


                                              


 En la parte interior de una tabla, viene escrito a lápiz “Leandro García Domínguez”, por dos veces. La letra de abajo es más del doble de grande que la de arriba y se nota que es posterior porque tiene mejor caligrafía. Las he comparado con otros escritos de mi padre, de cuando era joven, y es igual. Es una letra bastardilla, parecida a la que viene en el libro “Lectura de manuscritos”, de la editorial Saturnino Calleja, que compró mi bisabuelo Leandro a finales del siglo XIX, o principios del XX, y que yo conservo. En mi infancia, aparte de los deberes de la escuela, yo tenía que copiar el texto de la página cuarenta y ocho de este manuscrito, en una plana que diariamente tenía que presentarle a mi padre: “Como comprendo que el hombre público no se pertenece en muchas ocasiones, y que a veces tiene que sacrificar los más puros sentimientos en aras del deber…”. ¡Cuántas veces habré copiado estos renglones! Por cada día que no escribía la plana, mi padre me castigaba con doble ración. Precisamente, en esa página y en dos más vienen copiados a lápiz el nombre y los apellidos de mi padre, con la misma letra que la del cuaderno de madera. Por eso, estoy convencido de que a él también le echaban una plana diaria, de la misma página, para que aprendiera a escribir bien, con esa letra inclinada que estaba tan de moda en aquella época. Mi padre me contaba que, cuando era niño, un maestrillo (tendría algunos estudios) se pasaba por el cortijo de San José y le daba clase a varios niños, creo que le pagaban dos o tres pesetas al mes. Esto fue por los años veinte, del siglo pasado, ya que nació en 1919. 




En esto, le dije a Jesús: “Las vueltas que da la vida, este cuaderno de madera se lo compraría mi bisabuelo a mi padre por los años veinte, en Huéscar. Y resulta que cien años después, tú me lo entregas. Esto solo lo hace una buena persona, como tú”. Aunque me confesó que había comprado dos ejemplares, de mi último libro, “Leandro: Castilleja de los Ríos en blanco y negro”, le regalé otro y se lo dediqué. Antes de despedirse, me dijo: “Podías escribir algo sobre esto”. A mí no se me hubiera ocurrido, pero se lo prometí a Jesús


En el cuaderno de madera, mi padre guardaría algún librillo, como el manuscrito, y la libreta donde hacía los deberes, lo extraño es que él nunca nos dijo nada, aunque conservo un tintero antiguo con un tapón de corcho, que encontré colgado en la pared de la cueva de mi abuela, y que será también de aquel tiempo. Son muchas las casualidades y coincidencias que nos unen con nuestros seres queridos, a pesar de que hace cuarenta y dos años que falleció mi padre. Familiares y conocidos me han entregado a veces fotografías y recuerdos de mis padres, años después de haber fallecido. No hace un mes, una prima de Galera me envió fotos de mi padre cuando hizo la mili en Larache (Marruecos), y una paisana de Castilléjar me dijo que su tía estuvo casada con mi tío abuelo materno, que era de Orce, y que vivieron en Barcelona. Conservo una fotografía de la citada tía con una niña (la guardé cuando falleció mi madre), sabía que eran de la familia pero ignoraba quienes eran. 

A unos quinientos metros de la cueva donde Jesús encontró el cuaderno, está la cueva de Las Paleras –llamada así porque tiene unas chumberas delante–, donde mis padres se casaron, en 1947. A aquel lugar le llaman las cuevas del Mosco y están en el camino que va del Cortijo del Cura a Galera, por encima de la acequia del Botero. Por aquí solía traernos mi padre a mi hermano Carlos y a mí, en su moto bultaco, a echar la mañana en los bancales, al lado de las cuevas y tierras que pertenecieron a mis bisabuelos y que me traen recuerdos imborrables. El pasado año hizo cien años del nacimiento de mi padre y en el mes de septiembre estuve en la cueva de mi primo Manolo, en el Cortijo del Cura, prensando la uva y haciendo mosto. Desde el cerro de su cueva me quedé asombrado viendo a lo lejos las casas de Castilléjar, las sierras de Castril y de Marmolance, la carretera de Huéscar, la vega y los Barrancos, y entonces pensé: estos son los paisajes tan bellos que mi padre contempló en su infancia.



viernes, 14 de agosto de 2020

INTRODUCCIÓN: CASTILLEJA DE LOS RÍOS

 




Vista de Castilléjar, años sesenta. Foto Pili Fernández
 

 



Copio una parte de la Introducción de mi libro, "LeandroCastilleja de los Ríos en blanco y negro.                                                         



La intención de editar este libro ha sido para reunir una mínima parte de la obra dispersa de mi padre, el fotógrafo y cartero Leandro García Domínguez (1919-1977). Hizo miles de fotografías, en blanco y negro, que varias generaciones de castillejaranos entre los años cincuenta y setenta han sabido conservar como el paño en el arca. Y al mismo tiempo, quiero dedicarle este libro como un reconocimiento a su labor, aunque Leandro nunca imaginó que esas fotos, en blanco y negro, cobrarían tanta importancia con el tiempo, pues hoy las conservan los hijos y los nietos de los retratados (…). Tengo que decir que han sido numerosos castillejanos los que me han recordado anécdotas de mi padre, o que me han dado las gracias por esas inolvidables fotos que hizo y que hoy son como piezas de museo. También han sido muchos los paisanos y amigos a quienes les he regalado alguna foto de mi padre, y al revés: me han entregado desinteresadamente retratos de aquella época y me han dado una alegría inmensa, al ver a conocidos, que fallecieron hace tiempo y los tenía olvidados, incluso a familiares, o paisajes ya desaparecidos. Hace años, me decía Maricruz Domínguez, una prima de mi padre, “llevo un año con la foto en la cartera esperando a ver si te veía”, o Dori Carasa que me envió otra, en ambas estoy con mi padre y mi hermana y tendré poco más de tres años. Cuando contemplo esas fotos parece que estoy en el limbo, pues yo tendría poco más de dos años. Los años pasan pero las fotografías permanecen.

 Por eso gustan tanto esas imágenes de antaño, en blanco y negro, porque nos transportan a nuestra infancia, a la época de cuando nuestros padres eran jóvenes y Castilléjar era todo el mundo conocido para nosotros. Hace poco, contemplaba una foto en que mis padres están con la familia de Juan el molinero (tenía unas hijas muy guapas), en una alameda, compartiendo una comida en un día festivo. Yo tendría unos seis años y mi padre andaría por los cuarenta, el caso es que se me saltaron las lágrimas pues añoro aquella época de la infancia. Últimamente les escribí a conocidos y amigos del pueblo a ver si tenían fotos antiguas para este libro, bastantes me las proporcionaron generosamente mientras que otros ni me contestaron. Así es la vida (…). ¿Quién no se hizo una foto con Leandro, en aquella época en que era el único fotógrafo del pueblo y siempre estaba disponible? Fue un autodidacta, yo lo recuerdo leyendo libros de fotos y montando su peculiar laboratorio, al lado de la puerta de entrada de la casa (y del portal, donde repartía las cartas sobre las siete de la tarde), que mis padres tenían en la calle del Rosario, número cinco. Es una pena que no haya quedado alguna imagen de esos repartos de cartas, con la gente apelotonada en el portal esperando oír su nombre. Eran cientos de emigrantes los que escribían a sus padres, con mucho sentimiento, desde Cataluña, Francia o Alemania (…). Con el tiempo, Leandro se convirtió en un fotógrafo que se conocía el oficio y recuerdo que los “catalanes” –los emigrantes que venían en las vacaciones y en la Feria de Septiembre– le compraban sobre todo las postales con los paisajes tan bonitos y pintorescos del pueblo, para enseñarlas en Cataluña: la vega y los ríos Guardal y Galera, los Barrancos, las cuevas y las eras, las calles y plazas, los barrios de Los Evangelistas, San Marcos o Santo Domingo, la ermita de Santo Domingo, la iglesia de la Concepción, las plazas del Caudillo y Nueva, la calle Mayor... Las postales las tenía expuestas en una pequeña vitrina de madera.

 Recuerdo que La gente venía a hacerse fotos para el carné de identidad y, al comienzo del curso en las escuelas, a veces le hacía fotos a cada uno de los niños. En fin, mi padre siempre andaba con la máquina en ristre, ya que lo suyo era vocación por la fotografía. Espero que os gusten las fotos en blanco y negro, con los capítulos siguientes: “Las escuelas y los niños”, hoy muchos de ellos son abuelos; en “Personajes”, la mayoría de las personas mayores que salen retratadas fallecieron; Castilléjar se ha ensanchado y su aspecto ha cambiado bastante, por eso lo llamo “Paisajes ya desaparecidos”; en “Leandro”, vienen algunas fotos de familia, y reservo otros capítulos para las “Fiestas” y los “Trabajos” del campo y la costura. Entonces las calles eran de tierra, no había agua potable ni luz eléctrica en todas las viviendas, la mayoría de los habitantes vivían en cuevas y sólo se veían unos cuantos coches y motocicletas, mientras que los animales de carga se utilizaban para el campo; nada se tiraba entonces y la gente era más humilde y solidaria con los demás, por la noche, las mujeres y hombres se sentaban a la puerta para charlar con las vecinos (…). Finalmente, tengo que decir que estas fotos tan entrañables que hizo mi padre, quitando alguna que otra, son de las más antiguas del pueblo y ya forman parte del patrimonio y de la memoria colectiva de Castilléjar (…).  El topónimo Castilleja de los Ríos es la mejor definición del pueblo y para mí es de los más bonitos de la provincia de Granada: Castilleja viene de castillejo, fortaleza pequeña, y De los ríos, por el Guardal y el Galera. El ejemplo lo tenemos en Castro del Río o en Castril de la Peña. Por eso, en homenaje a mi padre y como reivindicación del pueblo, he titulado el libro, “Leandro: Castilleja de los Ríos en blanco y negro”.

 (…). Quiero mostrar mi agradecimiento a quienes me han prestado fotografías para este libro, unos han colaborado con más y otros con menos, los enumero por orden alfabético: Antonia Moreno, ‘Arcoiris’, Antonio “el Solicita”, Ángeles Triguero, Carlos Durán, Carmen Martínez Lorente, Cirilo Vico, Conchi Román, Custo Pinteño, Dori y Josefa Carasa, Felipe Heras, Fernando Triguero, Flora y  Mari Román, Francisco Arán, Javier López, Justo García, Luís Dengra, Manolo Martínez, Mari Zambudio, Pablo Zambudio, Pepe Pinteño y Pili Fernández.

Posdata: el libro se vende en Castilléjar: en El Ecomuseoel Estanco y la Panadería de Blas. En Granada: Librería Don Bosco, calle Melchor Almagro, 9; Papelería Atalaya, Camino de Ronda 101; Hiperprensa, en Pintor Zuloaga 5. En Guadix, Librería Pipperen Plaza Chuchilleros, 4. Y en Huéscar, Librería Conchi Jesama, en calle Morote, 16. 


lunes, 3 de agosto de 2020

GUADIX, ENTRE EL ENCANTO Y EL ABANDONO





Contemplar la salida y las espectaculares puestas de sol, desde los Cerros de Medina, con las primeras luces de las cuevas titilando a lo lejos, oír el repique de las campanas de la Catedral el domingo al mediodía, tomarte unos churros para desayunar, comprar una hogaza de pan o medio quilo de boquerones en la pescadería, después de estar guardando cola, tomarte una cerveza acompañada de unos callos con garbanzos en el bar Cervantes, o darte un paseo por la acera del cauce seco del rio Guadix, es algo que no tienen todas las ciudades. Hace unas semanas fui al Mercadillo del Sábado –un espectáculo de frutas, verduras y ropa–, en esto llegó un hombre de unos cincuenta años y empezó a escoger los tomates del puesto, de manera que le dije bastante irritado: “¡Pero, hombre, con el contagio que hay y tocando los tomates! Además, yo he llegado antes que usted”. Ante el chorreo que le vino encima, no tuvo más remedio que reconocer la evidencia y, cuando se marchó, le dije al del puesto: “Ya sabemos que los tomates pasan por cincuenta manos, pero que los manoseen aquí también”. El tío del puesto asintió pero no dicen nada a los manoseadores  porque saben que pierden a un cliente y, lo que es peor, es ya una costumbre convertida en ley en algunos puestos.

Otro día fui a una nave del Polígono Industrial, donde estábamos varios hombres en el interior haciendo cola, guardando la distancia y con las mascarillas puestas. En esto, entró un joven, sin mascarilla, y al poco empezó a toser. Cuando me marchaba, no pude evitarlo y le solté: “¡Sin mascarilla y tosiendo!”. Pero el tipo se despachó así: “Hay algunos que saben mucho de leyes”. Entonces, le dije sin pensarlo: “¡No tienes vergüenza, si te empeñas llamo a la policía!”. El joven no se achantó aunque respondió en voz baja: “¡Pues, llámala”. En la tienda nadie abrió la boca y los empleados menos, cuando había riesgo de contagio y más en un local cerrado. Para no complicar las cosas, preferí no contestar y me marché. Esto también ocurre en Guadix, a pesar del contagio que hay.

En la avenida Mariana Pineda, donde confluye con la calle Manuel de Falla, hay un semáforo que no lo ves hasta que estás a varios metros porque lo tapan las ramas de un árbol. Aquí es fácil que pueda ocurrir un accidente en cualquier momento. El Ayuntamiento podía hacer una rotonda en este cruce, se ahorraría los cuatro semáforos (más otros dos con desviación a la izquierda) y los vehículos no tendrían que estar esperando muchos minutos. Entrando a Guadix por el Oeste, desde la A-92, desde el Supermercado Dani hasta el Mercadona (la salida hacia Alcudia), he contado catorce semáforos, varios con desvío lateral. La avenida Medina Olmos está “sembrada de semáforos” (varios de ellos cada cincuenta metros más o menos), por lo que es lenta la circulación en la calle más comercial de Guadix. Sin embargo, para recorrer los 2,5 kilómetros de la calle Real de Málaga, de Las Gabias (desde la entrada a la salida, en dirección a la Malahá), hay cinco semáforos (tres veces menos), de manera que la circulación es fluida, aunque es posible que el tráfico sea más intenso en Guadix, al ser cabeza de comarca. Pero aquí parece que el tiempo se ha detenido, y más ahora con la pandemia y la crisis económica, en que los comercios cierran y la juventud emigra, porque no tiene futuro.

Guadix, tan lejos y tan cerca, donde Pedro Antonio de Alarcón aparece ensimismado en el parque, a veces con una paloma posada sobre su cabeza (la paloma es un símbolo de Guadix, como la Plaza de las Palomas), en esa estatua que tuvo que hacerse por suscripción popular porque las autoridades de entonces no reconocieron al eximio escritor. Guadix es un conjunto histórico, todavía no reconocido oficialmente, donde conviven el centro noble y los barrios pobres, como en tiempos de los Reyes Católicos. Pero al final acabas amando a esta tierra roja, de arenisca y arcilla, de cuevas centenarias y monumentos históricos que se caen a pedazos, mientras que el guadijeño te ofrece una conversación cálida.

Copio este párrafo de la página de Facebook, de la fundaciónRichard H. Driehaus Architecture Competition”, del 14 de julio: “Primer premio del Concurso de Arquitectura 2019-2020 – Guadix. La propuesta seleccionada para obtener el primer premio por el jurado ha sido Pisando la Tierra, de la que son autores los arquitectos Alfonso Zavala Cendra y Ramón Andrada González-Parrado, con la colaboración de José María Fernández Amor y Álvaro Romero Sancho. La propuesta destaca especialmente por la reordenación de la Plaza Pedro de Mendoza, que devuelve el protagonismo al principal acceso histórico a la Alcazaba, así como por la naturalidad con la que este acceso restituido por medio de la construcción de una serie de plataformas en varios niveles. El jurado señaló también la calidad de la solución propuesta para la manzana residencial hoy en ruinas, donde se ponen magistralmente en práctica las formas y los materiales propios de la tradición accitana, con un resultado perfectamente acorde con la identidad del lugar”.






Hay que celebrar que el entorno de la Alcazaba de Guadix haya obtenido el primer premio, pero la fundación sólo paga el diseño del proyecto, pues la financiación para llevarlo a cabo habría que buscarla en las instituciones. Hasta ahora, ningún proyecto premiado por la fundación ha sido llevado a cabo, seguramente por su elevado coste. El proyecto remodela la plaza Pedro de Mendoza, que sirve de entrada a la Alcazaba por el sureste. En el antiguo Seminario se haría un hotel mientras que la iglesia de San Agustín se convertiría en un salón para eventos; se construirían también viviendas unifamiliares y comunitarias entre las calles Amezcua e Ibáñez. Cuesta poco soñar en medio de las ruinas de la Alcazaba y del antiguo Seminario. La imagen del estado actual del entorno de la Alcazaba es del Centro de Estudios Pedro Suárez. Guadix te atrapa con el encanto de sus paisajes, por sus monumentos históricos y sus tradiciones, a la vez que te duele el estado de abandono en que se encuentra por la inacción de los políticos y por las escasas inversiones que recibe.

 https://en-clase.ideal.es/2020/08/02/leandro-garcia-casanova-guadix-entre-el-encanto-y-el-abandono/?fbclid=IwAR1IG_60TB_wy6cEWyfO6w-ALyPSD5RUeKn2amOYv1ABpJlgqOmkAR7YArU

 Publicado en Nieve y Cieno, en enero de 2021