Contemplar la salida y las
espectaculares puestas de sol, desde los Cerros de Medina, con las primeras luces
de las cuevas titilando a lo lejos, oír el repique de las campanas de la
Catedral el domingo al mediodía, tomarte unos churros para desayunar, comprar
una hogaza de pan o medio quilo de boquerones en la pescadería, después de
estar guardando cola, tomarte una cerveza acompañada de unos callos con
garbanzos en el bar Cervantes, o darte un paseo por la acera del cauce seco del
rio Guadix, es algo que no tienen todas las ciudades. Hace unas semanas fui al Mercadillo
del Sábado –un espectáculo de frutas, verduras y ropa–, en esto llegó un hombre
de unos cincuenta años y empezó a escoger los tomates del puesto, de manera que
le dije bastante irritado: “¡Pero, hombre, con el contagio que hay y tocando
los tomates! Además, yo he llegado antes que usted”. Ante el chorreo que le
vino encima, no tuvo más remedio que reconocer la evidencia y, cuando se
marchó, le dije al del puesto: “Ya sabemos que los tomates pasan por cincuenta
manos, pero que los manoseen aquí también”. El tío del puesto asintió pero no
dicen nada a los manoseadores porque
saben que pierden a un cliente y, lo que es peor, es ya una costumbre
convertida en ley en algunos puestos.
Otro día fui a una nave del
Polígono Industrial, donde estábamos varios hombres en el interior haciendo
cola, guardando la distancia y con las mascarillas puestas. En esto, entró un
joven, sin mascarilla, y al poco empezó a toser. Cuando me marchaba, no pude
evitarlo y le solté: “¡Sin mascarilla y tosiendo!”. Pero el tipo se despachó
así: “Hay algunos que saben mucho de leyes”. Entonces, le dije sin pensarlo: “¡No
tienes vergüenza, si te empeñas llamo a la policía!”. El joven no se achantó
aunque respondió en voz baja: “¡Pues, llámala”. En la tienda nadie abrió la
boca y los empleados menos, cuando había riesgo de contagio y más en un local
cerrado. Para no complicar las cosas, preferí no contestar y me marché. Esto también
ocurre en Guadix, a pesar del contagio que hay.
En la avenida Mariana Pineda, donde
confluye con la calle Manuel de Falla, hay un semáforo que no lo ves hasta que
estás a varios metros porque lo tapan las ramas de un árbol. Aquí es fácil que pueda
ocurrir un accidente en cualquier momento. El Ayuntamiento podía hacer una
rotonda en este cruce, se ahorraría los cuatro semáforos (más otros dos con
desviación a la izquierda) y los vehículos no tendrían que estar esperando
muchos minutos. Entrando a Guadix por el Oeste, desde la A-92, desde el
Supermercado Dani hasta el Mercadona (la salida hacia Alcudia), he contado
catorce semáforos, varios con desvío lateral. La avenida Medina Olmos está “sembrada
de semáforos” (varios de ellos cada cincuenta metros más o menos), por lo que es
lenta la circulación en la calle más comercial de Guadix. Sin embargo, para
recorrer los 2,5 kilómetros de la calle Real de Málaga, de Las Gabias (desde la
entrada a la salida, en dirección a la Malahá), hay cinco semáforos (tres veces
menos), de manera que la circulación es fluida, aunque es posible que el
tráfico sea más intenso en Guadix, al ser cabeza de comarca. Pero aquí parece
que el tiempo se ha detenido, y más ahora con la pandemia y la crisis económica,
en que los comercios cierran y la juventud emigra, porque no tiene futuro.
Guadix, tan lejos y tan cerca,
donde Pedro Antonio de Alarcón aparece ensimismado en el parque, a veces con
una paloma posada sobre su cabeza (la paloma es un símbolo de Guadix, como la
Plaza de las Palomas), en esa estatua que tuvo que hacerse por suscripción
popular porque las autoridades de entonces no reconocieron al eximio escritor.
Guadix es un conjunto histórico, todavía no reconocido oficialmente, donde
conviven el centro noble y los barrios pobres, como en tiempos de los Reyes
Católicos. Pero al final acabas amando a esta tierra roja, de arenisca y
arcilla, de cuevas centenarias y monumentos históricos que se caen a pedazos,
mientras que el guadijeño te ofrece una conversación cálida.
Copio
este párrafo de la página de Facebook, de la fundación “Richard H.
Driehaus Architecture Competition”, del 14 de julio: “Primer
premio del Concurso de Arquitectura 2019-2020 – Guadix. La propuesta
seleccionada para obtener el primer premio por el jurado ha sido Pisando la
Tierra, de la que son autores los arquitectos Alfonso Zavala Cendra y Ramón
Andrada González-Parrado, con la colaboración de José María Fernández Amor y
Álvaro Romero Sancho. La propuesta destaca especialmente por la reordenación de
la Plaza Pedro de Mendoza, que devuelve el protagonismo al principal acceso
histórico a la Alcazaba, así como por la naturalidad con la que este
acceso restituido por medio de la construcción de una serie de plataformas en
varios niveles. El jurado señaló también la calidad de la solución propuesta
para la manzana residencial hoy en ruinas, donde se ponen magistralmente en
práctica las formas y los materiales propios de la tradición accitana, con un
resultado perfectamente acorde con la identidad del lugar”.
Hay que
celebrar que el entorno de la Alcazaba de Guadix haya obtenido el primer premio,
pero la fundación sólo paga el diseño del proyecto, pues la financiación para
llevarlo a cabo habría que buscarla en las instituciones. Hasta ahora, ningún
proyecto premiado por la fundación ha sido llevado a cabo, seguramente por su elevado
coste. El proyecto remodela la plaza
Pedro de Mendoza, que sirve
de entrada a la Alcazaba por el sureste. En el antiguo Seminario se haría un hotel mientras que la iglesia de San Agustín se convertiría en un salón
para eventos; se construirían también viviendas unifamiliares y comunitarias
entre las calles Amezcua e Ibáñez. Cuesta
poco soñar en medio de las ruinas de la Alcazaba y del antiguo Seminario. La imagen del estado actual del
entorno de la Alcazaba es del Centro de Estudios Pedro Suárez. Guadix te atrapa
con el encanto de sus paisajes, por sus monumentos históricos y sus tradiciones,
a la vez que te duele el estado de abandono en que se encuentra por la inacción
de los políticos y por las escasas inversiones que recibe.
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