La novela Te esperaré en la Alcazaba, (2013), del escritor Antonio Medina Guevara, fue finalista
del Premio Hispania de novela
histórica. Ha escrito otras novelas y cuentos que han sido
publicados en España, Colombia, México y Estados Unidos; también fue unos de
los fundadores de AEAGRA (Asociación de Escritores del Altiplano y de
Pozo Alcón), hoy prácticamente desaparecida. La novela nos recuerda que en 1609
se adopta en España la expulsión de los moriscos, incluso los que han sido bautizados.
Esto produce un auténtico drama, pues familias enteras se ven obligadas a abandonar
España rumbo a África. El autor reconoce que “la novela es una suma de cuentos,
leyendas, prosa poética…”. Señalar que es una historia novelada, donde una
familia de moriscos ve cómo en varias oleadas les van invadiendo los “cristianos
viejos”. “Este libro es la historia contada por un
muchacho de la villa de Zújar sobre lo que pudo pasar y sentir una familia
morisca de las muchas que vivieron en este lugar a finales del siglo XVI y
principios del XVII. Lo que debieron de sentir al verse obligados al destierro,
imaginar cómo serían sus vidas en los años anteriores a su expulsión”. El autor
confiesa que esto empezó en una conversación con su amigo Francisco Arredondo (historiador zujareño), en el verano de 2012: “Parecía
como si el legado tan impresionante que nos dejó la dominación árabe y los
mismos moriscos a los parroquianos y a los que tienen la obligación de
preocuparse por todo eso, no les importara”. La novela está basada en
personajes reales de la villa, que han sido documentados por el historiador.
Hay que
señalar que muchos lugares de Zújar (Cuxar
en árabe) conservan los nombres de aquella época: barrios como los de Abatel, Alquería y San Leandro. El lugar Harasmontari,
Sima-Xarea, la Alanda, la Alcazaba, que está derruida, así como el
impresionante y eterno Cerro de Jabalcón.
Calles y lugares cargados de historia con su sabor morisco y fuerte
personalidad. En el capítulo I, La
llegada de Isabel, el padre previene al joven Fernando de los repobladores cristianos, que “compraban a cambio de
favores o dinero, lo que de siempre es nuestro… Y venían a despojarnos a
nosotros, a los que despectivamente llaman ‘moriscos’
de todas nuestras tierras y haciendas después de tantos siglos”. Unas páginas
más adelante, una familia de Pozo Alcón
llega a Zújar y el protagonista se queda mirando a una muchacha: “Cuando ella
cruzó la plaza y entró en el lugar de culto, yo la seguí como un perro sigue a
su amo… ¡Y cómo giró su cabeza y clavó su mirada en mí, con la intensidad de un
rayo azul! En el capítulo III, Mi madre, Fernando se ha quedado prendado de la cristiana: “Desde que vi de cerca a Isabel por primera vez, me extrañó que
una cristiana oliera así de bien… Ella enamoraba con todo lo que tocaba, miraba
y hablaba. Isabel era perfecta… como
mi madre…”.
En otro
momento, la nostalgia del protagonista deja entrever el cariño de Antonio Medina por su
tierra: “Solo puedo recordar momentos felices cuando
veo en mis pensamientos a mi pueblo, a su vega y sus fuentes, al río que anda
serpenteante por entre valles de riqueza, al cielo, que casi siempre brilla en
destellos de azul, al cerro que nos saluda con su imponencia cada vez que lo
vemos o recordamos, a mi padre y abuelo que me enseñaron mil cosas…”. En el capítulo VI, “La llegada del Inca”, Fernando narra una historia que le
contó su abuelo. Llegó a Zújar Garcilaso
de la Vega, el famoso poeta de Cuzco y el primer capitán mestizo, por el
camino que viene de Wadi-Ash (Guadix). Se dirigía a las Alpujarras con la tropa donde se
habían sublevado los moros en 1568 y,
de paso, nos recuerda algunos hechos del asedio a Galera, por los soldados de don
Juan de Austria. El capítulo VII, La muerte de mi abuelo,
describe la toma de la Alcazaba de
Zújar por los Reyes Católicos:
“¡Aquella fue una batalla de las que hacen historia!”, ellos creían que era
inexpugnable, pero, después de una semana de lucha memorable, fue conquistada
por los cristianos. Sin embargo, a los moriscos vencidos se les permitió
recoger sus cosas y marcharse: “…la caravana más honrosa que recuerdan estas
tierras, partió a Baça (Baza) llena de
orgullo por haber parado al ejército más poderoso de la historia…, donde fueron
recibidos como héroes. Cuando al final también cayó Baça y la rendición ya fue un hecho, los vencedores también se
comportaron con los vencidos y celebraron unos torneos…”.
Antonio Medina |
En el capítulo VIII, Malos tiempos, tras la
guerra de la Alpujarra, se lee: “el
Inquisidor de Baça procuraba
perseguir, reprimir y ejemplificar, para intentar que los cristianos viejos no
pudiesen huir del miedo”, de manera que los moriscos condenados fueron
deportados a un lugar llamado Granadilla.
Sin embargo, Fernando vivía en un
mundo irreal: “Mi padre y mi abuelo se quejaban de que ya nada era igual, pero
a mí me parecía todo lo contrario: que esta tierra ya era y es ¡espléndida…!”. El capítulo X, La cita, lo dedica a los
jóvenes amantes, que pasan una noche escondidos en la Alcazaba.
Tras las
caricias, Isabel lo aparta y le
dice:
–No, no me
pidas eso… Ahora no
–Yo no te
obligaré a nada que tú no quieras… ¡Yo te quiero…!
–Yo seré
tuya…, solo tuya…, pero en la iglesia y de blanco
Da la
impresión de que la felicidad se había hecho para ellos dos: “… Yo creo que
aquella noche nos sonrió la mirada del Jabalcool (Jabalcón)
y nos abrazó la luna a la sombra de los olivos al ver cómo de sus labios a los
míos volaban los besos…”. En el capítulo
XII, Nuestra propia expulsión, los acontecimientos se precipitan: “Llegó
el momento en que todos, absolutamente todos, fuimos desposeídos de todo lo
nuestro a la vez que llegaron nuevas órdenes de nuevas expulsiones”. Al ver que
todo se acaba, los jóvenes enamorados quedan en la Alcazaba.
Entonces, Isabel le dijo llorando:
–¡Si tú te
vas…! ¡Yo me iré contigo…! –repetía y repetía
–Tú no puedes.
Tú no eres la expulsada
–¡Yo te
quiero…! –decía mientras lamía mis labios
Fernando intentó decirle que ya
buscaría la manera de estar juntos: “Después de mil besos seguidos repasamos
los términos de nuestro acuerdo”.
Pasado un tiempo,
el protagonista recuerda la expulsión
de esta manera: “Todos nosotros: mi familia, junto a las demás familias que nos
acompañarían y unos pocos soldados, partimos. Después salieron a vernos algunos
conocidos que se tapaban sus caras (…), y otros, los más, que nos miraban con
un odio infinito y nos lanzaban muecas de placer y victoria”. Martín Álvarez, vecino de un pueblo
de Jaén y antiguo soldado, vio así a los cientos de expulsados de Baça,
en 1576: “Nunca he podido borrar de mi memoria lo que mis ojos vieron aquel
año. Cuando los cierro, veo a una caravana de niños, mujeres y viejos, más
parecidos a mendigos que a personas pudientes”. Lo mismo ocurrió con los
moriscos expulsados de Granada,
salieron escoltados del Hospital Real,
desfilaron por la calle Elvira y tomaron
el camino de Armilla en dirección a la Costa. Los cristianos salieron a las
calles de Granada a contemplar aquel
triste y humillante espectáculo.
Capítulo XIV, El final de todo. Al
cabo de diez lunas llenas, según lo planeado, Fernando regresa a la
Alcazaba para llevarse a Isabel.
Pero Pedro Pérez, el
hijo, su amigo de la infancia, le dice que ella se marchó hace más de un mes
y que lo esperó mucho tiempo… En fin, no vamos a contar el final. Copio este
párrafo del Epílogo: “De manera
romántica, pensemos que puede estar soñando su alma en alguna de las muchas
fuentes de la villa, o yendo a buscar a Isabel
a la de las Doncellas cuando tiene agua, o a la de la Sima, en donde a
veces esperaba a verla llegar con su cántaro a la cadera. A la del Mentidero, donde cuando paso me imagino
a alguien contando historias antiguas o leyendo páginas del Corán…”. Confieso que si Zújar me cautiva es porque ha sabido
conservar los nombres árabes de los barrios y lugares, por las amistades que
tengo allí (entre ellos Antonio Medina y Francisco Arredondo), por
el Cerro de Jabalcón, por sus
fuentes y por la Romería de la Virgen de la Cabeza. El autor reconoce que siempre le ha gustado pensar que, “enterrados en
ese montón de tierra salpicado por grutas y cuevas, que es la antigua Alcazaba, se esconderán tesoros que no
serán de piedras preciosas…, pero seguro que será de innegable valor histórico
lo que ahí habrá enterrado”. Dejemos que siga soñando con estas historias y
leyendas, de su querido Zújar, mientras nos deleita con la lectura de su novela.
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