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Aurelio y Mercedes, en Galera. Abril de 2009 |
"¡Qué giro!", me decía mi tía cuando iba a visitarla.
Cuando
terminó la Semana Santa,
pensé que la semana siguiente iba a ser
crucial para mi tía Mercedes García. Llevaba cerca de veinte días,
en la UCI del hospital de Cartagena, y la mantenían sedada y con ventilación
mecánica. Abría los ojos de vez en cuando, reconocía a sus familiares y como esto
parecía impresionarla, los médicos la volvían a sedar. Antes de ingresarla en
el hospital, apenas comía y no tenía ganas de nada, creo que me voy de viaje, le
dijo con ironía a su marido Aurelio Gómez. Al día siguiente de celebrar el cumpleaños del nieto, la llevaron
al médico. Éste dispuso de inmediato su traslado al hospital, donde la
ingresaron en la UCI. Yo llamaba con frecuencia por teléfono a los hijos,
interesándome por la salud de Mercedes. El lunes, 5 de marzo de 2010, Aurelio me llamó por teléfono y me dijo que se encontraba estable, pero que él veía pocas posibilidades de que se
recuperara y saliera bien, abría los ojos y al momento los cerraba. Nadie me
había hablado tan claro hasta el momento, pues siempre me decían que se
encontraba estable y que la mantenían sedada.
Yo me había librado un poco de mis
preocupaciones y ahora podía pensar en mi tía, pero fue entonces cuando me
asaltó aquel pensamiento traidor pues ningún enfermo puede durar mucho en ese
estado de sedación: Esta semana va a ser
crucial para mi tía. El martes 6, mi
teléfono móvil sonó unos minutos antes de las 19 horas. Era la nieta Mercedes –su nombre es en recuerdo de su abuela y bisabuela–
y, sin más rodeos, me comunicó la muerte de mi tía. Lo estaba esperando –le contesté torpemente–. Desde que Aurelio me dijo cómo se encontraba Mercedes. Fue
entonces –porque nuestro cerebro no da para más y no es capaz de ver más allá
de nuestras narices–, cuando me di
cuenta por primera vez en mi vida de lo que valía aquella mujer y de lo que significaba
para mí (con mi tía Carmen, la
hermana de mi madre, me pasó lo mismo hace un año: no se me cayó la venda de
los ojos hasta que falleció). Mercedes,
de 85 años, fue una mujer humilde, cariñosa y fiel a sus principios. La
última vez que la vi fue el 17 de agosto de 2009 y ya había pegado un bajón
enorme. Apenas hablaba, pues no se ponía el audífono, y estaba muy torpe. La recuerdo lavando los platos en la pila
del patio y también hacía la comida en la cocina que tenía bajo el chambao del patio, en vez de
utilizar el mueble de cocina que habían comprado hacía unos años.
Parecía
que Mercedes había vuelto a sus orígenes, en las cuevas donde se crió y vivió casi
siempre (luego me
enteré que había dejado de tomar las pastillas que la relajaban), pero como
estuve bastante atareado haciéndole unas chapuzas, se me pasó echarles unas
fotos. Mercedes estaba alicaída y,
cuando me despedí de ella, tuve la impresión de que era la última vez que nos veíamos.
Fueron los dos últimos días que pasé en su casa de Galera, pero me traje como recuerdo
las fotos más antiguas que tenían de la familia, para sacarles una copia. Los dos teníamos esa timidez de la familia
(como mi padre y su hermana Carmen), que nos impedía acercarnos más y, cuando
ya volaron sus cuatro hijos, su vida fue un estar pendiente de la delicada
salud de su marido; era el prototipo de
la mujer callada y sacrificada, como nuestras madres y abuelas. Cuando era
una niña, sus padres le decían (ella me lo contó así): Los hombres tienen que ir a la escuela para que, cuando vayan a la mili,
le escriban cartas a sus padres. Y mientras tanto, las mujeres se dedicaban
a las faenas de la casa. Sobre las nueve de la noche de ese martes llamé por
teléfono a Aurelio, pues se había
quedado en San Javier, ya que los últimos días no había ido al hospital
porque se encontraba bastante resfriado. Le di el pésame, le dije que había
llamado a varios familiares y noté que estaba entero.
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En el Cortijo del Cura, julio de 2007 |
Aquella
noche velaron el cadáver en el hospital de Cartagena y, sobre las trece horas
del día siguiente, el coche fúnebre con una caravana de coches llegó a Galera. La
imagen era desoladora: toda la familia alrededor, los cuatro hijos destrozados y el
ataúd con el cuerpo de Mercedes entrando en su casa por última vez. Me fijé en Aurelio y estaba llorando (por
primera vez en mi vida lo vi completamente derrumbado, pues parecía el hombre impasible,
como si las circunstancias no le afectaran), lo abracé y le dije con
lágrimas en los ojos que tenía que ser fuerte; seguidamente, fui dando el
pésame a los hijos y familiares. Poco después contemplé
el cadáver de mi tía Mercedes: parecía que estaba dormida y su rostro conservaba
la dulzura y la bondad de siempre. A veces la muerte desfigura la cara de
las personas, sobre todo cuando fallecen de infarto, dejándoles una mueca
trágica a causa del fuerte dolor que sintieron. Pero Mercedes no llegó a enterarse de la muerte, pues estuvo sedada
durante veintiún días.
Conforme
avanzaba la tarde, fueron viniendo vecinos de El Cortijo del Cura –mi bisabuelo
paterno se instaló en esta pedanía en 1902 y estos parajes me traen muchos
recuerdos–, de Castilléjar (algunos paisanos me recordaban de la escuela), de Galera, de Huéscar y de Orce… Aurelio suspiraba junto al ataúd de Mercedes y decía: ¡Qué
poco tiempo nos queda de estar juntos! Ellos se llevaron bien y, como decía una vecina, Mercedes nunca
discutía con nadie. A las 18:30 la
comitiva fúnebre salió en dirección a la iglesia, que se llenó de gente, mientras
que la calle también estaba a tope. En los entierros de los pueblos, los
vecinos acuden en masa, cierran la casa o dejan las tierras, y van a la iglesia
a decirle el último adiós al difunto. Es una tradición que todavía no se ha perdido
–a diferencia de la ciudad, donde vivimos más deshumanizados– y era
impresionante ver cómo acudía gente de todas partes. Los entierros son sagrados para ellos, como si fuera un deber moral. El
párroco dedicó unas palabras a Mercedes en el sermón: cuando iba a
visitarla a su casa y cómo estaba siempre pendiente de su marido, cuando se
encontraba enfermo, incluso mencionó los nombres de algunos nietos a los que
conocía.
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De novios en Huéscar, años 40 |
Firmé en el Libro de condolencias y anoté esta breve frase, la primera que se
me vino a la mente, yo creo que fue mi subconsciente: Siempre fuiste como una madre para mí. Con Mercedes se marcha toda una época –la de mis padres y de mi
infancia– y ella fue la que me contaba las historias de la familia, como ocurre
en la novela de Gabriel García Márquez, ‘Cien años de soledad’. Mi vida es como una novela, me decía mi tía Mercedes. Fue como la
abuela que, al calor de la lumbre, te cuenta cómo eran mis padres de jóvenes y
luego de recién casados, la vida miserable en el campo que llevaron mis abuelos y
bisabuelos, así como los grandes y pequeños acontecimientos de mi familia paterna. Entre el año 2009 y 2010 me quedé más
huérfano que nunca: se marcharon mis dos tías (ellas me querían) y es que las
mujeres son más afectivas y el sentimiento es mayor.
Posdata.
Mi tío político, Aurelio Gómez Laguna, falleció el 21 de mayo de 2013.
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Comentarios de Facebook, de Leandro:
ResponderEliminarEncarna Varón: entrañable relato
Flora Román: En tu relato se ve el sentimiento y el valor familiar que tiene
José Pinteño: Está bien recordar a los que se nos han adelantado, porque al final, a todos nos espera el mismo camino. Y el relato aparte de bien expresado, muestra un cariño especial por ellos.
Leandro: cuando llegaba y saludaba a mi tía, siempre me decía, ¿qué giro? esta expresión es propia de galera, orce y el cortijo del cura
Arturo Rodríguez: Historia de tu familia escrita con mucho sentimiento...
Comentarios de Facebook, de Galera, pueblo de Granada:
Ángel Gómez: Buenos días, mis padres
Yogui Monge: Mi tía Mercedes y mi tío Aurelio , cuántos recuerdos , gracias
Pepi Martínez: Muy apañados
Carmela Pérez: Qué bien que están
Emilia López M. Es por donde tenía la tienda Clemente, un hermano de Cirilo, el de la cafetería, que está en frente de la Iglesia. Y Candida, que también tuvo la tienda frente al hospital… En la tienda de Clemente vivimos nosotros unos pocos años, desde que se jubiló mi padre hasta que se murió. 8 años.
Emilia López M. Si. Ya me sitúo. Me ha recordado tu tía a mi madre, mis padres murieron los dos de cáncer… Pues igual que mi madre. El funeral fue todo un cúmulo de loas hacia ella por su saber estar, paciencia y resignación ante la enfermedad.
Leandro: Van 458 lecturas
Comentarios de Amigos de Huéscar
Miguel A. Rodríguez G. Hermosa y sentimental historia Leandro. Identifico la foto de tus tíos en Huéscar exactamente en la calle San Cristóbal delante del antiguo convento de las monjas de La Consolación en días de feria. Se ven las casetas de turrón y quincalla que entonces hacian las delicias de quienes las visitaban
Leandro: Gracias por la descripción que hace, yo pensaba que era por el mercado de Santa Adela. La joven (a la derecha) que acompaña a mi tía Mercedes es la madre de mi primo Juande Portillo
Angelita Puentes: Hermosa fotografía
Leandro: tendrá cerca de ochenta años
Marisa Juárez: Eran los dos extraordinarios ,buenísimas personas .bonita foto… En Galera y en el Cortijo del Cura , soy amiga de la Loli y el Angel ,y a ellos los conocía muy bien.
Arturo Rodríguez comenta en Facebook: Historia de tu familia escrita con mucho sentimiento...
ResponderEliminarY mi respuesta: Eso es lo que me salió del alma
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