A decir verdad, me pidieron que escribiera un libro sobre el pueblo de Gabia y aquello me lo tomé como un reto. Pero, lo que son las cosas, al final acabé pagándolo de mi bolsillo. En unas páginas he intentado describir lo que cuentan los gabirros, los secretos de los viejos rincones y aquello que te sugieren los paisajes. Y cuando todo esto lo recoges en una novela de costumbres, entonces empiezas a ver el pueblo como si realmente hubieras nacido allí, y a los personajes como si los conocieras de toda la vida. Todo lo demás es accesorio, pues no debe uno esperar gran cosa: hay gente que te anima y también hay quien no te mira bien.
Granada Hoy le dedicó una página al libro |
A
Manuela ‘la Merguiza’ la retraté
ante la puerta de su humilde patio, mientras me hablaba de su vejez y de sus
‘escaparrones’ en vinagre: Bueno, yo
rebusco aceitunas pa verdes y pa el aceite, y voy a por jigos. ¿Dónde? Pues,
donde hay. Gabriel ‘el Pajarillo’
todavía recuerda con nostalgia a sus cabras: Empecé de pastor, pues entonces había muchos por aquí. Estaban Paco el Machacao, Pedro Cayetano, Paco el
Merguizo, Miguel el del Concejo, mi padre Gabriel era también cabrero, Pepico el Garrota y su hermano
Gabriel, y José el Mauro. Cuando me despido del octogenario Enrique Vargas, ‘el manijero de la
cuadrilla de segaores’, le digo que el libro estará en un par de meses: ¡Ah, para entonces yo creo que viviré!
El poeta Carlos Nieto se volcó con los más débiles, pero en la Navidad
pasada me confesaba: Creo mucho en Dios,
a pesar de que me está haciendo la puñeta con el Parkinson. Maribel Lázaro, concejala de Izquierda
Unida, recuerda que al principio,
cuando vine al pueblo, tenía la sensación de que la democracia se acababa en
Hipercor. Le gustaría hacer muchas cosas, pero cada día la veo más
desengañada. Nieves Capilla es otro
personaje que uno ya no sabe si es real o de novela, sin embargo el otro día vi
que me sonreía: Mi niñez ha sido bonica
de juegos, pero pobre. Nosotras hacíamos nuestra Candelaria y nuestro San Antón
con palos de tabaco, en la placeta de la Guisa. Frasquito Capilla, después de cantarme unas coplillas de los años
20, me llama por teléfono: ¿En qué página
dices que vengo yo? Mientras tanto, su
hermano Adolfo apura los últimos días de su vida. En fin, el caso es que,
cuando el editor José Rienda me
entregó los libros de Gabia, la memoria
perdida, y los acaricié con mis manos, me di cuenta de que el parto había
sido doloroso, pues llevaba en el cuerpo no pocos disgustos y algún que otro
insulto. Sin embargo, los personajes cobraban vida y bullían por sus páginas, y
entonces fue cuando se me quitaron todas las pesadumbres de encima. ¡Pobres de
aquellos pueblos y ciudades que depositan su porvenir en un equipo de fútbol,
pero no tienen quien les cuente ni escriba su historia o intrahistoria! ¿Quién
se acordará de ellos así que pasen cien años?
Hace un par de meses entré en una librería de viejo y, de casualidad, vi en el mostrador El segundo hijo del mercader de sedas, del desaparecido Felipe Romero. En otra librería también compré hace unos días El florido pensil, de un tal Andrés Sopeña; pero fue al abrirlo cuando leí esta lacónica dedicatoria: Regalo de Eloy J. 1996. Y en la misma página, lleva pegada una etiqueta: Librería Técnica. Ciudad Real. En unos pocos años, la novela ha pasado por no se sabe cuántas manos y ha recorrido ciudades. ¡Cuántos secretos e historias sentimentales encierran los libros entre sus prudentes páginas! Por eso creo que ahora es el tiempo de leer, y a ellos los pongo por testigos ante el juicio de Dios.
Mi agradecimiento a la alcaldesa Meri, el Día del Libro, 23 de abril de 2022 |
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