El pasado día 21 de
febrero de 2006, me enteré de la muerte
de José Antonio Carrascosa Castilla, a través de una nota necrológica de su
familia en el periódico Ideal. Cuando la leí, me costaba trabajo creerlo, por
lo que llamé a la Delegación de Medio Ambiente y aquí me sacaron de dudas. José
Antonio estuvo ingresado un mes en el hospital a causa de una bronquitis, luego
la enfermedad se complicó, lo entubaron y al final murió en la UCI el 16 de
diciembre pasado, con cuarenta y tantos años. ”Era muy cumplidor y un buen
compañero, y hacía favores a la gente”, me dijo un funcionario que lo trataba a
diario.
Solía llegar temprano
al trabajo, a las 7:30 de la mañana, en su turismo Polo de color blanco y,
últimamente, le costaba bastante trabajo andar –cojeaba desde hacía años– a
causa de una enfermedad degenerativa: “Sé que al final me está esperando una
silla de ruedas”, me decía, ya resignado, cuando trabajábamos en la Agencia del
Medio Ambiente, en la Gran Vía, hará de esto unos diez años. Entonces salíamos
juntos a desayunar y ya iba con su paso cansino y torpe, pero nunca lo veías
quejarse. Durante los meses de verano se le acumulaban sobre la mesa centenares
de solicitudes de quemas de rastrojos, pero se ocupaba de llevarlas al día y de
avisar a los guardas para que estuvieran presentes durante la quema. Recuerdo
que el trabajo se me hacía agradable con José Antonio en aquella pequeña
oficina del AMA y, de vez en cuando, esbozaba una sonrisa, en medio del hastío
de su vida.
Poco antes de irme a otra
Delegación, tuvo el detalle de grabarme seis cedés de música antigua, con
canciones de los años cuarenta y cincuenta: ésa música que sin querer te
transporta a la época de tus padres o, en el mejor de los casos, te abre de par
en par las ventanas de tu infancia: ‘Ojos verdes’, de Concha Piquer –apoyada en
el quicio de la mancebía–, ‘Mirando al mar’, ‘El barrio de Santa Cruz’, ‘Dos
cruces’, ‘Angelitos negros’... ¡Cuánto habré disfrutado oyendo estas canciones románticas,
pues él fue quien me aficionó a ellas! De manera que podemos decir que toda una
época se va con José Antonio Carrascosa.
Un compañero suyo me
dice que “quizá le faltaron ánimos para seguir viviendo”, pero también es
cierto que el destino se ensañó con él. Y me informa que en la oficina del
Infoca quedan algunas pertenencias suyas, como unas botas y algunos cedés de
música antigua, mientras exclama entristecido: “¡Nos hemos quedado sin él!”. Y
tanto. Creo que la mejor dedicatoria que podríamos escribirle sería: “Aquí, en
medio de estos papeles y solicitudes, trabajó el agente de Medio Ambiente, José
Antonio Carrascosa, mientras veía cómo su vida se iba apagando”. La humildad y
la generosidad fueron el lema de su vida.
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