Ganivet pintado por Ruiz Almodóvar |
Como todos los años, me he acercado al viejo cementerio de San José a rezarle a mis padres, a visitar las tumbas de los amigos y, de paso, a echar un rato con Ángel Ganivet, el de ‘Granada la bella’. Él se alegra mucho cuando me ve aparecer y allí pasamos largas horas charlando como viejos amigos, aunque han pasado ya 115 años de su trágica muerte: “Voy a hablarte de Granada, o mejor dicho, voy a escribir sobre Granada unos cuantos artículos para exponer ideas viejas con espíritu nuevo, y acaso ideas nuevas con espíritu viejo”. Cuando el de la Cofradía del Avellano empieza así, yo me quedo escuchándolo como embobado:
“Para embellecer una ciudad –siguió diciéndome– no
basta crear una comisión, estudiar reformas y formar presupuestos; hay que
afinar al público, hay que tener criterio estético, hay que gastar ideas”. Y ya
fue directamente al grano: “Empecemos por el alumbrado. Cómo crees tú que es
más bella Granada: ¿alumbrada con aceite, con gas o con luz eléctrica? Ten en
cuenta que la luz eléctrica se lleva hoy la palma y todas las ciudades se
aprestan gozosas a recibir la nueva luz”. Entonces le recordé la anécdota de
que, cuando se inauguró en Granada el alumbrado de gas, los partidarios del
aceite pusieron el grito en el cielo y apedrearon las farolas, incluso
persiguieron a los alumbradores. “Allí –le dije–, hubo unas escaramuzas entre
los tíos del gas contra los zascandiles del candil que, afortunadamente, no
fueron a mayores”. Pero, ahora, Ganivet adoptó ese aire taciturno, que tanto le
caracteriza:
–Yo llegué a Finlandia y vi que era muy triste, que
nevaba sin parar y hacía mucho frío en la calle. Mi casa estaba cerca del mar,
en un sitio que a mí me pareció semejante a la Alhambra, a los Mártires: un
bosque, cuyos árboles estaban muertos y enterrados en nieve, cerca de un mar
inmenso. El bosque era la Alhambra, el mar la Vega y el balcón de mi casa, el
balcón del Paraíso. En tan poco propicias circunstancias, tuve necesidad de
hacer algo para matar el tiempo y fragüé mis catorce artículos. Uno por día,
pero quedaron reducidos a doce.
Traté de sacarlo de su pesimismo, y le pregunté: “Oye, Ganivet, cada vez que llega un partido al Gobierno de España, lo primero que hace es sacarse de la manga su ley de Educación, y así llevamos ya seis leyes en 27 años. Pero lo cierto es que los españoles estamos a la cola en Educación y somos el hazmerreír de Europa. Tú, ¿qué piensas de esto?”. Pero ni siquiera me dio tiempo a terminar: “En España se han creado cátedras de gimnasia a expensas del Latín; pronto se crearán escuelas de telefonistas a expensas de la Facultad de Filosofía. Si un maquinista llega a descubrir una válvula de seguridad, cerramos la mitad de las universidades; y si cualquier desocupado, por casualidad, descubre la dirección de los globos, nos dedicamos todos a volatineros...”. “Está visto –le interrumpí– que las Humanidades en el futuro sólo van a servir para recoger el polvo de las bibliotecas, y poco más”. Como sé que es un buen conocedor de los aguadores, le pedí que me hablara de ellos, pero no me atreví a decirle que apenas si corre un hilillo de agua por la otrora famosa fuente del Avellano, que, como decía el poeta, "límpida y riente corre en verano”.
Traté de sacarlo de su pesimismo, y le pregunté: “Oye, Ganivet, cada vez que llega un partido al Gobierno de España, lo primero que hace es sacarse de la manga su ley de Educación, y así llevamos ya seis leyes en 27 años. Pero lo cierto es que los españoles estamos a la cola en Educación y somos el hazmerreír de Europa. Tú, ¿qué piensas de esto?”. Pero ni siquiera me dio tiempo a terminar: “En España se han creado cátedras de gimnasia a expensas del Latín; pronto se crearán escuelas de telefonistas a expensas de la Facultad de Filosofía. Si un maquinista llega a descubrir una válvula de seguridad, cerramos la mitad de las universidades; y si cualquier desocupado, por casualidad, descubre la dirección de los globos, nos dedicamos todos a volatineros...”. “Está visto –le interrumpí– que las Humanidades en el futuro sólo van a servir para recoger el polvo de las bibliotecas, y poco más”. Como sé que es un buen conocedor de los aguadores, le pedí que me hablara de ellos, pero no me atreví a decirle que apenas si corre un hilillo de agua por la otrora famosa fuente del Avellano, que, como decía el poeta, "límpida y riente corre en verano”.
–Mira, ése que ves ahí –debió, sin duda, de
confundirse, porque señaló al guarda del ‘Señor del Cementerio’–, es un aguador
de aluvión, que de seguro no sabe llevar la garrafa, la cesta de los vasos y la
anisera. El verdadero aguador se compenetra con estos tres elementos hasta tal
punto, que huele donde tienen sed, pregunta, y con sus pregones despierta el
apetito: “¡Acabaíca de bajar la traigo ahora! ¡Fresca como la nieve! ¿Quién
quiere agua? ¡Nieve, nieve! ¿Qué frescura de agua! ¡De la Alhambra!, ¿quién la
quiere? ¡Buena del Avellano, buena! ¿Quién quiere más?, que se va el tío”.
Yo me reía viendo cómo los imitaba, pero, al pronto,
puso el semblante serio y empezó a hablar del brasero, del velón y del candil
en el antiguo hogar: “Poned un foco eléctrico y una estufa que ilumine y
caliente toda una habitación por igual, y habréis dado el primer paso para la
disolución de la familia…”. Se me hacía tarde, pero antes quise contarle un
secreto: “¿Tú sabes cuál es el mejor negocio que hay en Granada? Pues…, que
donde hay una alameda o un sembrado, te plantan una urbanización”. Y entonces
le recité de memoria la célebre frase suya: “Mi Granada no es la de hoy: es la
que pudiera y debiera ser, la que ignoro si algún día será”. Ganivet se sintió
halagado con esto, pero allí lo dejé, en su triste y blanca sepultura, mientras
musitaba su ‘Canción extraña’: "Yo soy la sombra que corre desolada; /
amor que va ciego y mudo por el mundo, / soñando en la niña blanca... / Dormís
soñando en la muerte / y la muerte está lejana. / Despertad, que ya se acercan
/ las frescas luces del alba”.
Posdata: Ganivet fue nombrado cónsul en Riga (Letonia), en 1898. Tras
una crisis espiritual y abandonado por su compañera sentimental, Amelia Roldán,
cayó en una profunda depresión y le afectó también el ‘Desastre del 98’ (le
habían diagnosticado manía persecutoria). El 29 de noviembre se arroja por dos
veces, desde el barco, al rio Dvina, acabando ahogado en sus frías aguas. En
1925, sus restos fueron trasladados al cementerio de San José, de Granada, en medio de un gran recibimiento. Por eso, cada 29 de noviembre,
la ‘Asociación Granada Histórica’ celebra un acto de homenaje a Ángel Ganivet.
En el 2003 me invitó su presidente, entonces César Girón, y leí un escrito,
después de intervenir el periodista Enrique Seijas. Ese año se hizo una
ceremonia conjunta con la asociación del poeta Manuel Benítez, que está
enterrado a escasos metros del escritor granadino y también falleció por estas
fechas. Recuerdo que fue una ceremonia memorable, en medio del silencio de los
cipreses y el frío intenso de aquella mañana de noviembre.
Interesante la vida de el Sr Ganivet, bonita historia,personas enriquecidas en sabiduría, me da envidia, lo siento Leandro..
ResponderEliminarÁngel Ganivet es el gran olvidado de los granadinos, mientras que García Lorca lo acapara casi todo. Pero la vida es así. Se suicidó el mismo año que nació Lorca
ResponderEliminarClaro que lo que se cuenta de este hombre esta resumido en 4 letras, seria mucho mas interesan saberla mas intensa, claro que Garcia Lorca lo acaparo todo, casi, por que la situación que le pillo fue mas rara o le dieron mas bombo, creo que tampoco fue justo lo que paso con el, y que conste que de Lorca no se nada, e leído lo que el escritor ha puesto en un libro que tengo, no creo que fuera en contra de Lorca.
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