jueves, 8 de noviembre de 2012

GABIRROS, QUE SE FUERON EN SILENCIO

Calle Real de Málaga, de Rafael Gurrea









Felipe Sánchez falleció en octubre del 2006, pero hasta hace unos meses no me enteré de su muerte. A veces me lo encontraba tomando el sol en la calle Real de Málaga, o sentado a la puerta de su casa, pero era una delicia hablar con él, pues no habrá en Gabia otro conversador como Felipe. ¡Cuando te cogía ya no te soltaba, él disfrutaba como un niño contándote historias, pasando de un tema a otro! Entresaco un párrafo de ‘La soledad de Felipe ‘el Mediaúva’ –estaba solo y por eso necesitaba hablar–, en el libro ‘Gabia, la memoria perdida’: “Mira que te digo, antes de entrar en la escuela, ya sabía yo escribir y entonces me pusieron con el grupo de los grandes. Cuando llegué a mozuelo, yo me juntaba con ellos para aprender a defenderme. A los maestros me los afusilaron, pero me enseñaron a ser honrao y luego a ser económico, ¿sabes? A saber tener un duro y a vencer todos los oficios que se presentaran por delante. Yo ahora estoy peor que nunca, tengo mi pensión pero la soledad es la peor enfermedad que hay. Te dan ideas de..., por eso yo no entiendo de Pascua ni de diversiones. Salgo a la esquina de la carretera y me vengo p’acá, y estoy solo –cada vez tiene la gorra más ladeada–. Esta casa la he hecho yo y en las escrituras figuro como vitalicio, por lo que no me pueden echar…Uno se siente que quiere volver a la juventud, pero ya no se puede… Yo aprendí el caló en una casa de putas, en el bar de ‘Los Tres hermanos’, y toda la esa de Granada se juntaba allí, ¿me entiendes? Allí iban de todas las clases a buscarse la vida y yo estaba de encargao en el bar, donde transitaban los amolaores (los que hacían el amor)”. En la foto, Felipe sale acompañado de su vecino Salvador Solera –ambos vivían en la calle Juan XXIII–, que falleció en abril de 2005. Este año también nos dejó Pepe ‘el Cojo’, que vivía en el Barrio de Piniche.
José Lechuga murió en el 2006, y esto fue lo que escribí sobre él: “Noto que Lechuga ya no tiene muchas ganas de hablar, ni está para muchos trotes pues se cansa pronto. Cuando me despido le digo que se cuide, que hay que cobrar la paga durante mucho tiempo. ‘¡Sí, por lo menos hasta Navidad! Yo ya no me encuentro bien...’, me contesta. A Lechuga te lo puedes encontrar por la calle Real a las 7:30 de la mañana, o a las cinco de la tarde pegando muletazos. Son paseos de voy y vengo: o va p’allá o viene p’acá, según te lo encuentres de frente o de espaldas. Él asegura que hace bastante ejercicio: ‘Dos kilómetros p’arriba por las mañanas, y otros dos p’abajo. Y por la tarde hago lo mismo, ¡quieras o no, eso es bueno para la circulación!’, me dice convencido. Sin embargo, cuando hablo con unos y con otros, noto que a Lechuga lo quieren en Gabia”. En agosto del pasado año, también falleció ‘el Modas’, al que por las tardes veía subir de la caseta, de la antigua Estación del Tranvía; tenía fama de ser un hombre servicial y él era el alma de la caseta.

Carmen Bertos, la abuela de Gabia, también emprendió el viaje al ‘Cortijo de los Múos’, en 2004, nada menos que con 103 años: “Yo nací en febrero o marzo, no me acuerdo bien, ésa es la verdad; porque de fechas a mí que no me pregunten. El caso es que me voy algunas temporadas a Barcelona, pero yo quiero morirme aquí. Ahora ‘me se’ hinchan las piernas –las zapatillas las ha recortado con unas tijeras, más bien las ha desgraciado– y me he quedado algo delgada, porque yo lo que tengo es del riñón. Nunca he estado enferma y el médico me dice que tengo una salud de hierro. En fin, que yo nací en el Tranvía –por la zona del Tranvía– y de lo único que me acuerdo, es que mi mama me puso en una silla “para que tú te manejes sola”, me dijo. ¡He sufrido y he trabajado tanto, que ya no me acuerdo de muchas cosas...! ¡Tanto trabajé y tanto sufrí pa el pago que me han dao!, eso decía un borracho del pueblo. De chica yo era un demonio porque a todos les pegaba y a los niños les cortaba las cejas. Y mi madre no me ha podido pegar nunca, porque he salido siempre al trote... Bueno, pues mi marío y yo estábamos de caseros en el cortijo de ‘Santonino’, y yo echaba –ponlo así– una hora en el camino cuando iba por los mandaos; y luego venía con una carga de treinta kilos a cuestas. ¡Sin más burra ni nada, que lo sabe to Gabia! Muchos nevazos me cayeron en el camino. Y cuando volvía, les ponía de comer a mis siete hijos; después, a las dos de la tarde, me iba a espigar para darle de comer a unos marranillos que tenía, esto en el mes de agosto (…). Ahora tengo 14 nietos y 17 bisnietos. ¡Yo he sufrío y he llorao mucho en el cortijo! ¡Que pregunten por Carmen ‘la Barragana’, que no me he peleao con nadie ni he bebío nunca!...”. Y me confesaba: “Pero me he enterado que, para cuando me muera, algunas mujeres piensan decirle al alcalde que ponga una placa en esta casa, diciendo que aquí vivía la mujer más graciosa de Gabia”. Carmen se quedó con las ganas de su placa, de la que nunca más se supo.
 
Cuando Sebastián Beltrán ‘el Ramales’ está bien, se acuerda hasta de los años veinte. ‘Parece mentira, pero antes celebraban las fiestas del Corpus en el Salón. Recuerdo que estábamos todos embobados viendo la montaña rusa, cuando me birlaron diez pesetas del bolsillo. ¡Vaya! El primer jornal que eché me dieron tres pesetas. Y cuando ya escardaba como un hombre, dijo el capataz, ‘amos’ a darle el peón (la peonada). Entonces los chaveas no teníamos adonde ir y, cuando Marianico Pertíñez daba la voz, nos íbamos a escardar y te pagaba un duro –y añade, como quejoso–. ‘Tos se han muerto y yo soy el más viejo de Gabia, quitando a la tía... Mi hermano estaba comiéndose el bocadillo y ¡pom! se cayó al suelo’. Sebastián asegura que entonces era costumbre ver a la novia a través de las rejas de la ventana, pero ‘a mí me dieron la entrá… ¡Estoy hecho una mierda y ya no valgo para nada! Con noventa y seis años que tengo se me ha pasao to por la historia’, me dice al despedirse, mientras se pasa la mano por la frente como dando a entender que no se acuerda de nada. Sebastián es el único sobreviviente de la fallida experiencia del ‘colectivismo agrario’, en la Gabia republicana de 1933. ‘¿El cortijo? Del cortijo de La Jara apenas me acuerdo; sé que íbamos por la mañana y veníamos por la noche, unos diez kilómetros, entre ida y vuelta’.
La última vez que lo vi: “A veces, me encuentro en la calle a alguno de estos ancianos (me refiero a Sebastián) tomando el leve sol del otoño, el penúltimo sol del otoño. Sebastián murió pocos meses después, en el 2003”. También nos dejaron José Franco y Manuel López ‘el Chupa’, en diciembre de 2004, a los pocos días de fotografiarlo. Ellos ya forman parte de la intrahistoria de Gabia, y que me disculpen si me olvido de algún gabirro desaparecido, pues no dispongo de más datos. Alguna que otra vez, me encuentro con Manuela ‘la Merguiza’. Ya no vive en su casa, pues está enferma y sus hijos cuidan de ella. También veo pasar, con su andar cansino, a Adolfo Capilla; han pasado cerca de 80 años de aquella memorable foto del maestro Francisco Alba con sus alumnos, a la puerta de su casa. No hace mucho me encontré con Antonio López, ‘el Chico del Gato’, y le dije: “Dale recuerdos a tu hijo Pedro”. Y el hombre se me queda mirando y, pasándose la mano por la barba, me responde: “Oye, ¿yo a ti de qué te conozco?”. Antonio ya no se acordaba de que le dediqué una foto y cinco páginas. Creo que mereció la pena recoger en una obra los comentarios y vivencias de estos y otros muchos gabirros, que inevitablemente se hubieran perdido en unos pocos años. Quiero dar las gracias a cuantos compraron el libro, del que ya quedan pocos ejemplares.

Publicado en la revista 'Las4esquinas', en octubre de 2008

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