jueves, 25 de diciembre de 2025

LA MEMORIA PERDIDA

 



“¡Ramón, hace tiempo que quiero preguntarte una cosa! ¿Cuál es la nación de los gitanos? Porque todo el mundo tiene su nación y yo no sé cuál es la mía. Sólo es interés por saberlo”. Y Ramón Jiménez, el joven bibliotecario, le entrega un libro: “Aquí te lo explica todo”. A uno le sorprende la humildad de Concha Heredia, y de ella podría decirse mismamente lo que cantaba Imperio Argentina de Antonio Vargas Heredia, el gitano: que es flor de la raza calé. Pero Concha no quiere que Ramón le haga una foto, porque dice que sale mu mal.

–En la Nochebuena, yo pongo mi potaje gitano (garbanzos con bacalao) y luego los moniatos, ja, ja, y el remojón, que se hace con aceitunas, cebolletas, cascos de naranjas y bacalao. ¡Y a cantar villancicos y a pasarlo bien con la familia! De la panadería me traigo dos taburetes y dos tablas de pan, y pongo mis dos mesas en dos habitaciones. Este año pasado nos juntamos unas cuarenta personas. Mi marido Juan Córdoba, que en gloria esté, era tratante de animales y también iba a escardar. Aquí donde me tienes –dice Concha con ese orgullo gitano–, me casé en el 1939 con diecisiete años; y hoy tengo cinco hijos, quince nietos y once bisnietos. Aunque a mi hija pequeña la tengo desepará...

–El mulo que tiene tinteros en los dientes (roales negros) es porque todavía está fresco para trabajar. Pero con 16 años tiene los dientes planos, y ya no le para el grano en la boca  –dice Felipe Sánchez el Mediaúva, que de caballerías entiende un rato–. Y claro, al no masticarlo, lo caga entero. Entonces el mulo ya está viejo para morirse. Antes había muchos gañanes en los cortijos que sabían arrear bestias, pero todos aprendíamos de los gitanos para curarles las mataúras. Yo me fui de gañán con mi tío y, como él no tenía dinero, compró una yunta de mulos viejos; así estuve hasta que me casé a los treinta años. Trabajaba de sol a sol y me pagaba un duro, pero yo he tenío que aprender de la vida porque mis padres me dejaron huérfano de chico. Y te advierto que sé cuando la gente habla de oídas o por experencia...

Felipe Sánchez y Salvador Solera

Felipe, con su gorra ladeada, le da un aire al marqués de las Marismas Luis Escobar; aquel personaje inolvidable y dicharachero de ‘La escopeta nacional’, de García Berlanga. Pero confiesa que lleva mucho mundo corrido y penado, y hasta estuvo trabajando en un barco mercante.

–De la Pascua bien poco te puedo hablar, pues las he pasado solo. ¡Ésa es la verdad! Y también porque la Navidad no ha existido para los pobres. En cambio, los ricos han sido siempre unos engurruñíos, porque ellos tenían el dinero y no lo gastaban –al poco cambia de tercio–. Pero yo voy delante de la vida diez o doce años, porque estoy pensando en lo que puede pasar... Mira que te diga, en tiempos de mis padres las personas no se casaban por amor, sino que lo hacían por apaños. Arreglaban el ennoviao porque los suegros, a lo mejor, tenían una burra... ¿El marrano? El marrano de San Antón iba y se metía solo en el corral por la noche, porque aquí en Gabia había marranos que sabían más que las criaturas...


Servicial y de confianza como Pepe Morales, ya no se encuentran hoy día: “En llegando la Navidad y Semana Santa, la familia Villanova Ratazzi, propietaria de la fábrica de harinas –hoy desaparecida– repartía alimentos y mantas a los más necesitados. Entonces, el que pillaba un nabo ya tenía la merienda apañada”. Luego cuenta la anécdota de que, cuando las mujeres trabajaban haciendo manillas (manojos) de hojas de tabaco, se metían debajo una lata de sardinas llena de ascuas para calentarse: “Al braserillo de picón le decían el querío”. Risas y lágrimas. Pepe se acuerda, como si la estuviera viendo, de cuando la Hermandad de las Ánimas iba pidiendo por las casas: “Rigores tocaba el acordeón de botones y llevaba siempre un cigarro liao colgando del labio, mientras que el Recotines iba todo vestido de rojo: ‘A las ánimas benditas no se les cierra la puerta, / que diciendo que perdonen / se van ellas tan contentas... Ánimas benditas de mi corazón, / a Dios te lo pido con mucha razón’”.

Carmen Polo recuerda cómo en los años cincuenta las gabeñas iban hasta la cuesta del Chapiz a comprar cordeles, con los que luego hacían sogas de cáñamo y de pita: “Para acá veníamos cargadas de cordeles, y para Granada de sogas. Seis reales nos pagaban por un kilo de sogas, y 20 pesetas por un velo de tul bordado a mano”. Luego recita aquellas coplas populares que Carmen tanto oía de chica: “No te cases con ningún agramaor, / porque tienen la vista cansada / de tanto mirar al sol. / Y sin embargo los tejeros / ¡válgame la cruz de Dios! / porque cuando llega la semana / ya no les queda ni un botón”.

Pepe Morales. Foto Ruiz Junco
Encarna González nació en Gabia Chica, que tiene su encanto: es como esas alquerías decimonónicas que entonces se hallaban diseminadas por la extensa Vega de Granada: “De niñas íbamos a casa de los abuelos a que nos dieran una perra gorda, y te ponían tu plato de dulces. En mi casa hacíamos vigilia el 23 de diciembre, y el 24 mi padre siempre mataba un choto”. En aquellos años todo el mundo hacía matanza y, cuando iban a hacer la morcilla, era costumbre invitar a los vecinos: “Mis padres mataban dos marranos y una cabra para hacer chorizo –y añade Encarna–. Es que con la carne de la cabra, el chorizo sale más bueno. Al mes lo metían en una orza, cubierto de aceite; en cambio, las salchichas se enterraban en la paja. Así la matanza te duraba un año”.

El primer juguete de Nieves Capilla fue una aguja, un ovillo y un trapo: “Con eso me hice mi primera muñeca, que luego rellené con serrín. La Nochebuena nos daba mucha alegría, porque mi padre trabajaba de panadero en la Tahona, y era la única noche del año que cenábamos juntos”. Nieves recuerda aquellas Navidades de su niñez con mucho frío: “A las seis de la mañana, decían en la Ermita de la Virgen de las Nieves la misa del aguilando, para que la gente pudiera luego irse al campo”. Y confiesa con añoranza que, “durante la misa, un coro de mujeres cantaba villancicos...”. ¡Pero aquellos eran otros tiempos, compañero!

 Cuando Sebastián Beltrán el Ramales está bien, se acuerda hasta de los años veinte.

–Parece mentira, pero antes celebraban las fiestas del Corpus en el Salón. Recuerdo que estábamos todos embobados viendo la montaña rusa, cuando me birlaron diez pesetas del bolsillo. ¡Vaya! El primer jornal que eché me dieron tres pesetas. Y cuando ya escardaba como un hombre, dijo el capataz, amos a darle el peón (la peonada). Entonces los chaveas no teníamos adonde ir y, cuando Marianico Pertíñez daba la voz, nos íbamos a escardar y te pagaba un duro –y añade, como quejoso–. “Tóos se han muerto y yo soy el más viejo de Gabia, quitando a la tía... Mi hermano estaba comiéndose el bocadillo y ¡pom! se cayó al suelo”.

Sebastián asegura que entonces era costumbre ver a la novia a través de las rejas de la ventana, pero “a mí me dieron la entrá” -aunque ya el abuelo no está para muchos trotes-. “¡Estoy hecho una mierda y ya no valgo para nada! Con noventa y seis años que tengo se me ha pasao tóo por la historia, me dice al despedirse, mientras se pasa la mano por la frente como dando a entender que no se acuerda de nada. Sebastián es el único sobreviviente de la fallida experiencia del colectivismo agrario, en la Gabia republicana de 1933.

De lejos, la torre de la iglesia de la Encarnación es como el minarete de una mezquita, alzándose orgulloso por encima de los tejados rojizos. Mientras que el suave y dulce tañido de las campanas se desparrama por los verdes campos de la Vega, y trepa hasta la montaña mutilada de Montevive; donde un guarda jurado me prohíbe el paso. Han destruido el paisaje sagrado de Gabia, la montaña de color cobre al sur de Granada: “Montevive era como los pechos de una mujer”, me decía una gabiense. Pero ya casi nadie se acuerda de esto.

 Este artículo fue publicado en Ideal, el 24 de diciembre de 2002; y recibió el tercer premio de los Relatos de Navidad. En 2004 publiqué la novela Gabia, la memoria perdida, donde los gabirros entrevistados van contando la historia de su vida, "personajes sencillos, sufridos y curtidos en la tierra", como escribió Francisco Gil Craviotto en el prólogo. No quedan ejemplares de la novela.

Felipe Sánchez ‘el Mediaúva’ falleció en octubre del 2006 y José Lechuga también murió ese año. Carmen Bertos, la abuela de Gabia, murió a finales de febrero de 2004. Sebastián murió pocos meses después, en el 2003. También nos dejaron José Franco, Salvador Solera y Manuel López ‘el Chupa’, en diciembre de 2004, a los pocos días de fotografiarlo. Ellos ya forman parte de la intrahistoria de Gabia y la mayoría de ellos han fallecido. 

Añado ahora estos apuntes que no salieron entonces:

Concha Heredia:

“¿Quieres que te diga un villancico? ¡Amos a ver!: La Virgen va caminando por una montaña arriba / y, al vuelo de la perdiz, / se le ha espantao la mula. / Agacha la rama y coge limones, / y dale a la Virgen de los más mejores”.

Felipe Sánchez:

 Yo aprendí el caló en una casa de putas, en el bar de los Tres Hermanos, y toda la esa de Granada se juntaba allí, ¿me entiendes? Allí iban de todas las clases a buscarse la vida y yo estaba de encargao en el bar, donde transitaban los amolaores (los que hacían el amor).

Sebastián Beltrán:

¿El cortijo? “Del cortijo de La Jara apenas me acuerdo; sé que íbamos por la mañana y veníamos por la noche, unos diez kilómetros entre ida y vuelta”. Luego recuerda aquellos años de miseria en que la gente andaba con una mano delante y otra detrás. Hace unos cinco años que le dio una trombosis cerebral: no andaba, ni hablaba, ni siquiera podía comer. “Me quedé hecho un penco”, confiesa. Pero se recuperó en un año y pico con un andador. La hija dice que ha enterrado a todos los hermanos y primos. Cuando termino, Sebastián se apoya en mí tratando de salir a la calle; y en un gesto amistoso, me despidió en la puerta de su casa.

Carmen Polo asegura que en Gabia había una mujer que hacía unos roscos muy grandes, y la hija le decía: “Mama, con otros dos roscos como ésos, nos quedamos sin masa...”.







2 comentarios:

  1. Excelente relato de las vivencias de gentes sencillas, en años dificiles de miserias y penalidades, donde se valoraba lo bueno más insignificante.

    ResponderEliminar
  2. Sebastián, son recuerdos de la posguerra y de los años cincuenta y sesenta. La gente vivía en la extrema pobreza, te hablan de la perra gorda, de los nabos y del trabajo de sol a sol. Fue el tiempo que le tocó a nuestros padres y fueron felices a su manera

    ResponderEliminar