“Mi vida es un bello cuento, ¡tan rica y dichosa! Si de niño, cuando salí a recorrer el mundo, solo y pobre, me hubiese salido al paso un hada prodigiosa que me hubiera dicho: ‘Escoge tu camino y tu meta, que yo te protegeré y te guiaré conforme a las facultades de tu entendimiento y conforme es razón que se haga en este mundo’, no pudiera mi suerte haber sido más feliz”. Con esta frase, resume su vida el escritor danés, Hans Christian Andersen (1805-1875). En el fondo era como un niño grande, bastante inseguro y con esa sensación de sentirse diferente a los demás, que le acompañará durante toda la vida. Era alto, desgarbado y con una nariz enorme. Si a esto le añadimos que era torpe y algo afeminado, nada de extraño tiene que los niños de su edad se burlaran de él y que tuviera una infancia solitaria.
Leemos en ‘El patito
feo: “... pero todos rechazan al último que ha nacido. ‘¡Qué estrafalario y
desgarbado es!’, dicen, picándolo. La madre pata lo defiende, pero, pasados
unos días, incluso ella acaba pensando que sería bueno que se fuera lejos de
allí. Como todos lo maltratan, el patito
feo decide volar por encima de la cerca y huir. ‘No es nada extraño que me
rechacen: ¡soy tan feo!’, se dice, mientras se aleja”. Andersen nació en un barrio miserable de Odense (Dinamarca), era hijo
de un zapatero remendón –que le fabricó un teatrillo de títeres para que
desarrollara la imaginación– y de una
campesina casi analfabeta, que le enseñó el folclore y tuvo fe en su talento.
Su madre quiso que aprendiera el oficio de sastre pero Andersen le suplicó que lo dejara marchar a Copenhague –a probar fortuna–, que para él era la capital del
mundo. “¿Y qué va a ser de ti allí?, preguntaba mi madre. ‘Seré famoso...
Primero hay que pasar penalidades sin cuento, y luego se hace uno famoso’, le
respondía yo. Era un impulso inexplicable el que me arrastraba”, escribió Andersen en su libro ‘El cuento de
mi vida’.
En la capital trabajó de bailarín,
declamador, titiritero, cantante... Pero fracasó en todo. Su vida fue entonces
tan desgraciada como la que describe en su cuento de El soldadito de plomo, a quien le falta una pierna, pues no había
suficiente plomo para repararla. Y cuando el soldadito ve a una bailarina
danzando sobre una pierna, cree que ella también es coja: “¡Sí, de ésta sí me
puedo enamorar!”, pues ingenuamente piensa que ella era de los suyos. Lo cierto
es que se enamoró de algunas damas pero todas lo rechazaron, y aseguran que no
conoció el amor de una mujer. En otro momento, escribe: “Charles Dickens habla en sus novelas de las penalidades de los
niños pobres. Si hubiera visto lo que yo estaba pasando y sufriendo, no lo
hubiera encontrado menos duro o menos digno de un relato humorístico. Hay cosas
en la vida que están tan enlazadas con la vida de otros, que uno no tiene
derecho sobre ellas”. Uno también pasó penalidades sin cuento por ahí, y por eso te
sientes retratado. Andersen fue amigo de Víctor Hugo, de
Alejandro Dumas y de Dickens, pero llegó a considerarse como un personaje
dickensiano y se sintió incomprendido hasta en su propio país.
Al final sus sueños se cumplieron en Copenhague, pues se convirtió en el más
famoso narrador de cuentos, de manera
que cada dos de abril –en el aniversario de su nacimiento–, se celebra en todo
el mundo el Día del Libro Infantil.
De los 160 cuentos que publicó –‘La sirenita', ‘La reina de la nieve’, ‘La
pequeña cerillera’, ‘El ruiseñor’, ‘La campana’, ‘La princesa y el guisante’, etc–,
la mayoría son originales mientras que sus protagonistas, como no podía ser de
otra forma, son los humildes y los desheredados. El cuento que más ha quedado
oculto, donde relató su propia peripecia personal, social y literaria, es ‘El cuento de mi vida’. Fue también
como su testimonio religioso: “La historia de mi vida dirá al mundo lo que a mí
me dice: ‘Hay un Dios que es amoroso y que encamina todo a un buen fin’”,
confiesa en las primeras líneas.
Andersen tuvo fama de ser un autor triste y muy susceptible a las críticas, por
lo que su vida no fue precisamente un cuento de hadas. El caso es que,
mientras observaba distraídamente una conocida foto suya, llegué a esta
conclusión: “Sí, el rostro de nuestro querido Andersen se parece mucho a su
personaje de ‘El patito feo’”. El 4 de agosto pasado se cumplieron 150 años del fallecimiento, de este personaje de cuento.
Publicado en Ideal en Clase.
https://en-clase.ideal.es/leandro-garcia-casanova-recordando-a-hans-christian-andersen/
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