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Domingo de Resurreción, en Castilléjar, año 1964 |
En Huéscar no se salvó ni un santo, pues en la Guerra Civil destruyeron todas las imágenes de la Semana Santa. Después se produjo un aumento de hermandades, porque esta ciudad ha sido siempre muy religiosa, y hoy llama la atención el lujo y el tamaño de los pasos, asegura Vicente González Barberán, historiador del Centro de Estudios Históricos de Granada y del Centro de Estudios Pedro Suárez de Guadix (falleció en marzo de 2023). Sin embargo, señala que todos los días de la Semana Santa salen los mismos pasos, hay una tendencia a pasear las imágenes y, por otro lado, se mezcla la devoción con la pitanza: la gente sale del bar para ver el paso de la procesión. Destaca que también se ha producido una influencia sevillana, porque de nunca se han cantado saetas en las procesiones. Vicente González publica artículos en revistas, principalmente sobre historia del nordeste de Granada, no cobra por sus conferencias y se siente orgulloso de ser Hijo Adoptivo de Huéscar. Cientos de miles de fichas, bibliografías, archivos de prensa, artículos de revistas, doce mil libros..., debidamente clasificados, ocupan literalmente todos los rincones del piso donde desarrolla su labor de investigación: Es el trabajo de toda una vida, me dice cuando nos despedimos.
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San Juan Evangelista. Cofradías de Huéscar |
Jaime
Dengra Uclés ha hecho un buen
trabajo sobre las procesiones de Huéscar, recogido en el libro Semana
Santa en Granada (Ediciones Gemisa): La mañana del Viernes Santo es digno de contemplar este paso (San Juan
Evangelista) frente a la puerta mayor de Santa María, donde allá atrás,
agrupadas, las fachadas seculares recogen la luz sonrosada del amanecer.
Más adelante, se lee al pie de una foto: Dos
largas llamas iluminan al Santísimo Cristo de la Expiración, y dos largas
llamas lo escoltan. Luego centra su atención en el Santo Sepulcro: Hay olores de incienso cuando el trono del
Sepulcro aparece bajo el arco renacentista de San Pedro, en Santa María la Mayor.
Y en un lenguaje poético, añade: Hay
silencio y susurros quebrados únicamente por el maestro de ceremonias... En otra fotografía, se aprecia la entrañable imagen del Nazareno avanzando
hacia la cuesta del Paseo. En el siguiente pasaje, escribe Jaime: El paso de la Oración del Huerto deja aromas de romero en la tarde del
Jueves Santo. Y en otra pincelada, destaca que de la ermita de la Soledad sale la cofradía de la Virgen, portando la
cruz de guía entre faroles de plata. Es Viernes Santo.
Uno,
entonces, mira las fotos de los años sesenta y los recuerdos vienen solos:
acuden a mi llamada. Me vienen recuerdos
de la infancia, de aquellas semanas santas tristes, cuando éramos un puñado de
niños que andábamos por allí en medio -estorbando siempre y pillando algún
que otro coscorrón-, y nos quedábamos asombrados, observando el silencio de las
procesiones con nuestros ojos grandes, limpios, inocentes; y nuestras manos
metidas en los bolsillos de los pantaloncillos cortos. Eran días que olían a cera, a matracas y a imágenes dolorosas. Era
el tiempo del potaje de garbanzos con bacalao, de los roscos fritos y del
inolvidable arroz con leche que mi madre solamente hacía por aquellos días.
Miro las fotos de aquellos hombres con pantalones anchos de pana, chaquetas
largas y camisas blancas, sin corbata; llevando
en unas simples andas la imagen de la Virgen del Rosario o del Crucificado, por
la calle Mayor de Castilléjar. Sin más música que el redoble de dos
tambores, y sin más luces que la que despedían los cirios y las velas. Eran las
procesiones de la sencillez y de los cantos, muy lejos del colorido y de la
trompetería de hoy. Era el tiempo de la
España oscura y devota. Era la España del tío Salomé: con sus alpargatas de
cáñamo y la fe inquebrantable del campesino, portando orgulloso un farol al
lado del paso.
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Paso de la Virgen del Rosario, años 60 |
Recuerdo
que siempre salía el sol el Domingo de Resurrección, en Castilléjar, que ese
día celebra el Encuentro de la Virgen con el Resucitado. En
aquellos años sesenta, no cabía un alma en la
antigua plaza del Generalísimo. Y Leandro,
el fotógrafo, siempre andaba por allí, como diciendo: ¡A ver, vosotros, apretujaros un poco más! Y hasta la Virgen parecía estar nerviosa: ¡Tened cuidado y no corráis mucho!
Luego, cuando él veía que los anderos habían hincado la rodilla por tres veces
en el suelo -un instante antes de que salieran corriendo al encuentro-, apretaba el gatillo de su flamante Yashica.
Como siempre, todo ocurría en un abrir y cerrar de ojos. Pero la fotografía
atrapaba el momento, captaba la tensión del
ambiente y la expresión de las caras. Y con el Encuentro llegaba el repique de campanas, los aplausos de unos
y las lágrimas de otros. Y al final, casi todos los castillejaranos
aparecían retratados respetuosamente detrás de la Virgen y mirando al
fotógrafo, como si éste fuera realmente el
Resucitado. Pero en estos días, cuando uno contempla estas viejas fotos, comprueba, entre sorprendido y emocionado,
que el paso del tiempo ha transformado todo aquel ceremonial en un nostálgico
retrato de familia.
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