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Don Bartolomé, don Miguel y don Emilio con alumnos. Años 60 |
Ocho de marzo de 2003. He quedado con don Miguel Lozano en un lugar céntrico de Granada. Llego unos minutos tarde, pero él está allí esperándome como un clavo. Últimamente, he tenido ocasión de charlar varias veces con él y tengo que decir que ha sido ahora cuando he visto la cara amable de este hombre: sencillo, humilde y afectivo. Porque, cuando era maestro en Castilléjar -allá por los años sesenta-, lo recuerdo serio y con fama de duro. Él reconoce que ha sido un hombre con genio, porque le viene de su abuelo; pero ahora, cuando le faltan un par de años para jubilarse, se hace de querer. En la cafetería, le recuerdo lo que dijo en su pregón de la Feria de la Candelaria de Castilléjar, sobre la Hermandad de Ánimas; cuando ésta se pasaba por las casas del pueblo pidiendo el aguilando: “¿Se canta o se reza?”. Lo normal era que se cantara, salvo algún imprevisto. También es digno de mención cuando recordó las dos pagas anuales que entonces recibían los concejales: por la Virgen de la Candelaria se les gratificaba con una vela; y “la otra paga la recibían el Domingo de Ramos, en forma de palma”. Luego, cuando entramos en harina, don Miguel pasa a contarme una conocida anécdota de los años de la posguerra:
–El Grupo Escolar “Francisco Franco” se
construyó estando de alcalde el tío Nicolás Martínez, ‘el Morgano’, en los años
cuarenta. Pero resulta que, al final, el albañil no sabía dónde iban las
comillas dobles junto al nombre de las escuelas, en la fachada del actual
edificio del Ayuntamiento (he suprimido dos renglones, pues uno se quejó que su familiar quedaba en mal lugar). Recuerdo que, a
principios de los sesenta, la prueba de Ingreso se hacía en el Colegio Libre
Adoptado ‘Nuestra Señora del Pilar’, de Huéscar; en la calle Morote. Pues era
una sección filial del Instituto ‘Padre Suárez’ de Granada. Ten en cuenta que,
en aquellos años, Huéscar era un pueblo de señoritos y terratenientes; como que
a las ocho de la mañana ya estaban jugando al dominó en el casino de la plaza
Mayor. Y los demás pueblos de la comarca, pues intentaban imitar al modelo. En
fin, que aquel examen de Ingreso era durísimo, más que un 3º de Bachiller de
hoy. El tribunal lo componían tres profesores y, entre ellos, la cuñada de doña
Paquita Bustos –ésta me enteré que murió en enero de 2003–. La cuñada se
permitía el lujo de preguntarle a un niño de diez años, con tal de ‘quedarse’
con los maestros que estábamos allí: “Me vas a decir las preposiciones que
rigen ablativo”. ¡Ya me dirás tú quién iba a saber aquella pregunteja!
Entonces, la mayoría de los alumnos que se presentaban al examen iban por
libres, porque en Granada solamente había dos institutos: el ‘Padre Suárez’
para niños, y el ‘Ángel Ganivet’ para niñas. Y tengo que decir que algunas
madres, como las de Felipe y Pepe Pinteño, se merecen un monumento por su
sacrificio.
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Don Miguel en clase |
Los años han ido
abriendo surcos en el rostro de don Miguel –como diría el poeta campesino
Miguel Hernández–; pero a veces cuando
cuenta alguna anécdota le brillan los ojos. Yo temía que pusiera algunos
reparos a la entrevista, o a lo que yo pudiera escribir. Pero no. No me dijo
nada. Él me hablaba de todo, con franqueza y sin tapujos; aunque de vez en
cuando me decía, “esto te lo cuento, pero no quiero que lo escribas”. O bien me
insistía: “Yo lo que no quiero es que alguien se pueda sentir herido”. Tengo
que decir que, en las dos horas que hemos estado juntos –él como dicente (el
que dice), y yo como oyente–, han sido semejantes a otro dictado de los suyos.
Pero con la diferencia que ahora los nervios en los hígados los tenía él, y que
a veces parecía un alumno a quien fueran a examinar. Yo solamente me limitaba a
copiar, pero él sabía que ahora lo iban a examinar en el pueblo. ¡Precisamente
él que siempre ha ejercido de examinador!... ¡Pero la vida a veces tiene
estas paradojas!
Sin embargo, he disfrutado oyéndolo; y
creo que a él le ha pasado otro tanto contando anécdotas. Tenía muchas ganas de
hablar de Castilléjar, porque habían quedado muchas cosas en el tintero. Y se
nota que esa época la lleva dentro, muy dentro del alma. Y todos esos recuerdos
de sus años jóvenes, los ha tenido ‘guardados’ nada menos que durante
veintisiete años –la tercera parte de una vida–. Porque, al cabo de tanto tiempo, uno ya no espera nada
y menos aún que reconozcan tu labor. Pero dicen que los pueblos tienen la
memoria larga y a las personas todavía les quedan sentimientos: “¿Usted quiere
pronunciar el pregón de la Feria de la Candelaria?”. “¿Cómo dice? ¿Que si
quiero qué...”. Bastó una simple llamada telefónica del entonces concejal de
Cultura, Andrés Jiménez, para que el corazón le diera un vuelco, mientras los
recuerdos se agolpaban en la mente. Por eso, sus dieciséis años en Castilléjar
–muchos de ellos como director del Grupo Escolar– no podían caer en el olvido, habían dejado huella:
centenares de alumnos pasaron por su clase, toda una generación de
castillejaranos, algunos ya con cincuenta y tantos años. Porque dieciséis años
no son nada, pero es mucho al mismo tiempo, como diría Carlos Gardel. Ahora,
mientras habla, don Miguel se va entreteniendo en las anécdotas y en los
pequeños detalles:
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Los tres maestros |
–Alguna que otra vez, Jesús Martínez
–el marido de la maestra, doña Carmen Montero– me preguntaba: “¿Cuánto te han subido de sueldo este
año?”. Y cuando satisfacía su curiosidad, me respondía: “¡Eso suponen dos
álamos míos!”. En febrero, cuando estuve en el pueblo, se me acercó una mujer y
me dijo, “yo fui alumna suya”. Y entonces le pregunté: “¿Influí algo en ti?”. Y
va y me responde: “Sí. Recuerdo que una vez dijo en clase, ‘vengo indignado
porque acabo de escuchar el asesinato del Himno a la alegría de Beethoven (se
refería a la versión que por entonces cantó Miguel Ríos y que de paso lo lanzó
a la fama)’”. Mira, el día del pregón hacía mucho frío en el colegio, y me fijé
en uno que estaba por allí preparando la cuerva: “¡A ti te tengo yo en una foto!”.
Y sorprendido, me responde: “Y ¿cómo es que me ha recordado?...”. Más tarde, se
acercó Luis ‘el Sotero’ y se puso a mi lado: “¡Anda, pero si tú eres el
alumno más malo que yo tenía!”. Y luego le pregunté por la edad: “Tengo ya 53
años... Mi hermano Antonio está allí, lo que pasa es que le da vergüenza
acercarse”.
El antiguo director de las escuelas de
Castilléjar va desgranando los recuerdos, pero lo cierto es que ha venido
impresionado del pueblo. La gente se ha volcado con él, y no esperaba este
recibimiento por la puerta grande. Ambos llegamos a la conclusión de que el
castillejarano es sencillo y hospitalario. La primera vez que me encontré a don
Miguel por Granada –creo que en enero pasado–, le dio mucha alegría porque mi artículo de Ideal ‘Las
viejas escuelas’ le había gustado. “Escritos como éste le llegan a uno”, me
dijo. A mí también, porque unos meses más tarde lo premió el Colegio de
Gestores Administrativos y la Asociación de la Prensa de Granada, Jaén y
Almería. A esto hay que añadir que dos niños del Colegio Público ‘Los Ríos’ lo
leyeron el 23 de abril, en el ‘Encuentro de Escritores’ de Castilléjar. El caso
es que don Miguel me invitó a un café, pero al final pagué yo: “A cuenta de la
deuda histórica que los alumnos tenemos con los maestros”, le recordé. Allí me
pidió que lo tuteara y el caso es que me
ha costado mi trabajo.
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Maestros del Colegio Los Ríos, de Castilléjar. 1974 |
–Esta profesión tiene su briega, pero
luego quedan los recuerdos. Yo llevo cuarenta y tantos años en la enseñanza, y
te puedo decir que es una profesión hermosísima –y puntualiza–: en la medida que tienes éxito o te
sientes más identificado. En cambio, ahora ser maestro es más difícil porque
los niños reciben más influencia de la calle y de los medios de comunicación.
¡Pero merece la pena! Está en función de cómo te identificas y, también hay que
tener ‘auctoritas’; es decir, la capacidad de influir moralmente, sin
imposiciones. Y sobre todo, motivar a los alumnos. Es un problema de
comunicación y, por eso, tiene que haber una corriente afectiva. Sin embargo,
más de uno se preguntará: ¿De qué depende que un alumno aprenda? En primer
lugar, están los factores intelectuales. Luego, juega mucho la voluntad y el
esfuerzo personal. Pero, básicamente, va a depender de los valores afectivos,
porque a lo mejor el niño se ha identificado con un determinado profesor... Yo
siempre digo que ha habido tres personas que han influido en mi vida: mi primer
maestro fue mi abuelo, don Manuel Lozano; y es probablemente la persona que yo
más he querido. Fue maestro en Castilléjar durante la guerra y aquí acabó por
quedarse ciego; porque, entre otras cosas, daba las clases de adultos sin
apenas luz. Luego está don Miguel Peinado, que fue párroco de la iglesia de El
Salvador en el Albaicín; y murió siendo obispo de Jaén. Recuerdo que le escribí
una carta y me respondió de su puño y letra. Y por último, está el inspector de
enseñanza, Amando Francés, que más tarde fue el agregado cultural de la
embajada española en Londres. Él fue quien tiró de mí para dirigir un colegio
en Londres. La segunda vez que me llamó por teléfono, me dijo: “La suerte no
llama dos veces en la vida”. Mi nombre era conocido porque hicimos algunas
actividades en Castilléjar y esto me catapultó a Inglaterra... Mi padre era
practicante en Baza durante la guerra, pero se vino a Castilléjar ya enfermo de
tifus. Lo encerraron en la cárcel de Huéscar y luego lo trasladaron al Hospital
de San Lázaro en Granada, donde finalmente murió.
A este hospital llevaban a los tuberculosos y creo que lo cerraron en los
años sesenta. Me dice que apenas le queda tiempo para nada, mientras que en el
pueblo tenía tiempo para todo. Aquí, además de las clases en las escuelas,
dirigió algunas obras de teatro y un coro infantil. Y me recita de memoria y en
latín ‘El canon infantil’ (compases que se repiten): “Laudate pueri dominum. /
Laudate nomen domini (Alabad niños al Señor. / Alabad el nombre del Señor). / A
un niño pequeñito se lo llevó la muerte / y los niños cantaban de esta suerte:
/ Kyrie eleison”.
–En el pueblo, yo temía no tener otra
preocupación intelectual que estar esperando a ver si llovía, o tener que irme
al casino. ¡Eso era lo que más me preocupaba! Pero creo que conseguimos
entonces crear un cierto ambiente cultural. Estuve en Castilléjar desde 1960 a
1976 y enseñaba Lengua y Francés. Recuerdo que a los de 8º de E.G.B. les daba
‘Técnica de dinámica de grupo’, que era cómo saber participar en una mesa
redonda. Pero lo que yo enseñaba en la escuela era interpretado (por las
autoridades locales) como algo subversivo o como una crítica. En fin, que eran
años difíciles..., y me fui a Inglaterra por salir del pueblo.
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Grupo Escolar "Francisco Franco", años 50
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No quiere que yo escriba esta última
frase porque puede ser mal interpretada, pero pienso que cada cual está en su
derecho a progresar en la vida. Y en este plan, cualquiera se puede imaginar el
ambiente asfixiante del pueblo, en aquellos años de miseria, represión e
incultura. Por aquel entonces, don Pedro, el cura, hizo una ‘limpieza general’
de santos y de pinturas en la iglesia, y quitó las dos columnas salomónicas que
estaban junto al sagrario. Sin tener en cuenta las costumbres y las tradiciones
de siglos, o el patrimonio del pueblo. Lo cierto es que el cura tuvo sus más y
sus menos con don Miguel, y el caso fue bastante sonado. Pero éste no quiere
hablar del asunto, alegando que don Pedro murió hace tiempo. Sin embargo, estas
‘crónicas de un pueblo’ ya forman parte del anecdotario o de la intrahistoria
local. Don Miguel fue, lo que se dice, un testigo fiel y privilegiado de su
tiempo; pero, desgraciadamente, entonces corrían malos tiempos para la cultura
y para todo.
En su pregón recuerda que, recién
llegado al pueblo, encontró un libro de la época de Carlos III. Estaba en las
dependencias de la antigua Hermandad de Labradores –por detrás del antiguo
Ayuntamiento–, “y en el
que aparecía un pequeñísimo dibujo de lo que entonces era el perfil de nuestro
término municipal... Tal vez se tratara del
Catastro del Marqués de la Ensenada”, que data de 1752.Y
añade que, un tiempo después, cuando quiso revisar el libro, “ya había desaparecido,
junto con algunos papeles y legajos”. Alguien debió de tirar aquellos viejos e
inservibles papeles de los archivos, que reposaban en aquel cuartucho de la
Hermandad de Labradores. Y de una tacada, Castilléjar se quedó sin Historia y
sin la memoria de siglos: ya no sabremos nunca de dónde vinieron ni cómo se
llamaban los repobladores. Quiénes fueron nuestros padres, ni las clases de
suertes (lotes de tierras) que les tocaron entonces. Y esos apellidos que se
repetían, como Zambudio, ¿eran quizá de Zamudio, en Vizcaya? ¿Y los Abellán,
Ibar, Iriarte, Vergara, Uribe, Navarro, Carasa...? No hay nada más que coger la
Guía Telefónica.
Y de nuevo, como
tantas otras veces, nos dejaron con el Alzheimer, lo que se dice con una mano
atrás y otra delante. Peor aún que huérfanos de padre y madre: sin papeles y
sin pasado. Pero de seguro que el libro diría: “Y dicho término linda por
Lebante con la villa de Galera, por el Sur con la de Benamaurel, digo...”.
¿Tendremos que esperar a que algún día un estudioso o castillejarano avispado,
de casualidad, descubran unos viejos papeles donde menos se lo pueda uno
imaginar; o bien en algún archivo parroquial o en el de Simancas...? Mis ojos
no lo verán y hasta el buen cura Rafael Carayol –su último trabajo fue precisamente
‘Castilléjar: moriscos y cristianos’– se nos fue para siempre, en la Navidad
del 2001. La luz del día le sorprendía descifrando el castellano antiguo en los
archivos. Pero aquí saquearon el asentamiento argárico de la Balunca y las
cuevas de la Morería; luego tiraron los papeles de lo archivos municipales, y
luego siguieron con los santos de la iglesia...
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En el Cine Teatro de Castilléjar, años sesenta |
–Los alumnos han sido
mi vida, a veces voy por la calle y de pronto me para alguien. ¿Se acuerda
usted de mí? ¡Pues, claro que me acuerdo!...
Aunque, a lo mejor, no caigo quién es. ¿A qué te dedicas?, le pregunto
mientras voy recordando algo. En fin, he tenido a miles de alumnos y de algunos
me acuerdo más que de otros. Pero uno los evoca con cariño, porque han sido mi vida. ¡Desde que tenía 21 años!
Al final, lo que me importa es pensar que he podido ayudar a alguien a sentirse
más persona... En cuanto al reconocimiento que he tenido en Castilléjar me hace
sentirme como un chico con zapatos nuevos. Pero ya ves que en el pregón cito a
la mayoría de mis compañeros, porque la obra es del conjunto. Y cuando veo a
los que han sido mis alumnos, siento una humana satisfacción. Los psicólogos
dicen que, al final, la memoria actúa con un sentido selectivo; y por eso
tiende a recordar las cosas agradables. Mira, cuando terminé de leer el pregón,
se me acercó la madre de un antiguo alumno mío y me regaló una bolsa de
mantecados y una botella de licor –como la mujer de los denarios, que
prácticamente daba todo lo que tenía–. También, Javier, ‘el de la Nati’, me regaló
un llavero de la policía. En fin, que son cosas que no se pueden olvidar –y
como reflexionando, me dice–: Pero ahora hay que estar preparado para la
jubilación...
Don Miguel es un hombre que transmite
energía y he de confesar que, después de entrevistarlo, me he sentido con más
moral para escribir el libro. Uno a veces se pierde en medio de todo este
laberinto de letras y páginas –un inmenso campo de letras, que te come la moral–, pero quizá ahora le encuentro más
sentido, porque el libro merece la pena. A veces, conforme don Miguel me iba
contando las cosas, yo las iba anotando de prisa. Pero me las decía como si en
realidad las estuviera reviviendo, y entonces se reía y buscaba en mis ojos la
complicidad. Yo veía que disfrutaba contando cosas, anécdotas y viejas
historias que llevaba guardadas desde Dios sabe cuándo. Don Miguel siempre fue
pequeño de estatura, pero grande de alma; y creo que este albaicinero se ha
reencontrado con la ‘patria de su juventud’, es más, ha regresado a ella. De la
que tuvo que hacer las maletas y emigrar hace 27 años. Al igual que Machado en
Baeza. Hoy, en cambio, se ha dado cuenta que los padres y los viejos del lugar
se acuerdan de él, y que por allí le quieren.
Por eso, cuando nos despedimos, me dice: “¡Ahora sé que voy a ir al
pueblo con más frecuencia!”.
En la siguiente ocasión que lo vi me
contó la costumbre de que, el Sábado Santo era el día en que el párroco
bendecía el agua de la pila bautismal para todo el año. Para ello se utilizaba
el agua del río Galera porque se conservaba muy bien, debido al ácido sulfuroso
de la fuente ‘Dionda’, que se encuentra cerca de Galera. Pero más tarde, quizá
debido a razones de higiene, se utilizaba el agua del Guardal cada vez que
había un bautizo. “Por eso te digo que la mitad de mi familia está bautizada
con agua del río Galera y la otra mitad con la del Guardal”. De esta época
quiero destacar a don Andrés Fernández, que fue mi primer maestro; a don Pedro,
que estaba algo sordo; a don Bartolo, del que recuerdo su humanidad; a don Gabriel
y tantos otros... Alguna que otra vez, don Miguel nos regaló a los alumnos de
su clase unas carpetas con libros. Todavía conservo algunos de ellos, como
‘Haces de luz’, que se define como un “compendio de actividades escolares de
Cuarto Curso Elemental (9 a 10 años). Preparación para Ingreso en institutos de
enseñanza media...”. Y un pequeño libro, ‘Ahora’, que era “la actualidad en
lecturas formativas para escolares de 10 a 12 años”. Al final, don Miguel me
deja unas cuantas fotos del Grupo Escolar.
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Obra de teatro en Castilléjar, años sesenta |
Posdata. A finales de
los noventa le dio un ictus y salía a pasear con su hija por el barrio Fígares,
donde vivía. A veces me lo encontraba por las calles del barrio, donde mis
padres vivieron sus últimos años. El 25 de enero de 2023, me encontré a don
Miguel saliendo de la plaza de Bib-Rambla, por el Arco de las Orejas, sobre las
10 horas, iba con una carpeta en la mano y harían unos seis grados de
temperatura. Lo saludé y exclamó: Hombre, Leandro. Voy para mi casa que
hace mucho frío. Intercambiamos unas palabras y se despidió pues llevaba
prisa. Cientos de castillejaranos pasamos por su clase, recuerdo sus dictados,
en la lectura de textos nos ponía a unos ocho alumnos haciendo corro alrededor
de su mesa y sobre todo cuando nos regalaba una carpeta con varios libros del Ministerio de Educación. Anoche,
Pepe Pinteño me comunicó su fallecimiento. Sobre las 8:40 horas de hoy llamo a su casa, se pone su
esposa Lola y después hablo con su hija Lola. Me dice que el lunes le dio un
ictus a su padre, lo ingresaron en el hospital y ayer falleció. “Todo ha sido
muy rápido. El entierro será esta tarde en el tanatorio del Cementerio de San
José en Granada, a las 16:30 horas. Te agradezco que hayas llamado”. “El que
está agradecido a tu padre soy yo”, le digo y ya me emocioné. Descanse en paz don Miguel.
Foto de los maestros del Colegio Los Rios, en 1974: doña Luisa, Luis Díaz, Carmen Martín, Carmen Zambudio, Manolo Marín, Jesús Carricondo y Lola Valero. Agachados: Antonio Sánchez, Miguel Lozano y Juan Antonio.
La entrevista viene en mi libro Diálogos en la tierra de los ríos (2003).
Posdata. Le pedí a Lola
Lozano, hija de don Miguel, que me enviara una foto de su padre para que
encabezara el artículo, y el 27 de febrero me contestó: “Hola, Leandro. Como te comenté a mediados de febrero estuve en
Granada y encontré en casa de mis padres fotografías de cuando estuvo en
Castilléjar. Dos de ellas corresponden a actividades realizadas en el teleclub:
una representación de una obra de teatro y un coro formado por chicas vestidas
con trajes regionales. Alguien hizo en los comentarios alguna referencia a esta
actividad del teleclub y me dio mucha alegría encontrarlas. Hay otras dos en
las que aparece mi padre con don Emilio Carmona y otra persona que no sé quién
es. En una de ellas están los tres, mi padre de espaldas. En la otra, mi padre
ya de frente con un grupo de niños. No conozco a ninguno pero seguramente
alguien los reconocerá. La última foto ya es en color y está tomada por Don
Luis en las escuelas nuevas. Las fotos en blanco y negro llevan en el reverso
el sello de tu padre. Espero que lleguen bien y que sean de utilidad. Yo, con
todos los comentarios y la evocación a la figura de mi padre, he abierto la
caja de pandora de una época muy remota y feliz. Un saludo. Lola”.
Gracias por las memorables fotos de los maestros, con los alumnos, y del Cine Teatro de Castilléjar (de los años
sesenta, que hizo mi padre), que ahora ilustran aquella larga entrevista que le
hice a tu padre en 2003, hace veintidós años. Las fotografías nos traen
recuerdos de la infancia y tanto don Bartolomé, como don Emilio y tu padre
forman parte de la historia de Castilléjar. Da recuerdos a tu madre Lola y a tus
hermanas. Leandro
Don Bartolomé Gallego Gómez era de Tabernas (Almería). Fue uno de mis primeros maestros y es la primera vez
que veo una foto suya. Don Emilio Carmona Carranza era de Benamaurel y falleció en 2018.

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Felicitación de Navidad, que me envió don Miguel en 2021

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