Antigua estación de Jaén |
Dedicado a Rocío y Oliver
En las sofocantes
tardes de verano de Jaén, una patulea de chiquillos jugaba como si tal cosa
entre los raíles del Tren del Aceite,
que venía de la estación de Espeluy. A comienzos de los años ochenta, sobre las
19 horas, resoplaba la renqueante locomotora mientras que sus vagones se
ondulaban al bordear la ladera del monte. Al pasar cerca de las primeras
viviendas de Jaén, el maquinista lanzaba pitidos que se desparramaban por el
inmenso y sediento olivar para que la gente se apartara de las vías. Y cuando
el tren llegaba por las Fuentezuelas,
los niños que jugaban a la pelota en un pequeño descampado se apartaban de la
vía y contemplaban el cansino y lento trotar del convoy, mientras algunos
saludaban a los escasos pasajeros, que se asomaban por las ventanas para
contemplar el paisaje monótono de los olivos.
Era todo un
espectáculo ver pasar el Tren del Aceite,
aunque para los que vivíamos cerca se había convertido en una rutina diaria,
que rompía la cadencia de la tarde. Pero un día, a mediados de la década de los
ochenta, el casi centenario tren de la línea Jaén-Espeluy dejó de chirriar y de
resoplar por la vía. Lo habían retirado de la circulación y los niños ya no saludaron
más a los pasajeros, mientras que los vecinos y viandantes no se asomaron más a
los balcones para verlo trotar como un viejo potro por la vía. Poco tiempo
después, una cuadrilla de trabajadores levantó los raíles y los dejó por allí
tirados, junto a los maderos y los enormes tornillos. En los días siguientes,
apareció la pezuña de una máquina que sin compasión extrajo toneladas de tierra
y las piedras de la vía. Y a continuación, vinieron las máquinas que nivelaron
el terreno.
Unas semanas
después las potentes y ruidosas máquinas se marcharon, dejando un paisaje
dantesco de tierra amontonada y caminos de polvo o de barro, según la época del
año. Seguidamente, empezaron a llegar furtivos motocarros que descargaban
escombros y toda clase de cachivaches en el descampado. Poco tiempo después, ya
eran camiones y furgonetas los que descargaban cascotes de las obras, ante la
impotencia de los vecinos y el asombro de todos. De manera que, donde antes
crecía la hierba, donde se oían las voces
de la chiquillería y donde paseaban los viandantes, de la noche a la mañana lo
habían convertido en una inmensa y maloliente escombrera de color ocre, que
llegaba hasta las puertas del Instituto de Formación Profesional. Todos fuimos
testigos mudos de aquel desastre medio ambiental. De forma insensata habían decidido
cambiar la naturaleza y el paisaje, que servía de decorado al cansino paso de
aquel tren romántico, que se deslizaba por el olivar, arrancando la vía a la
vez que dejaban un enorme estercolero. Eran los años de la Transición y entonces
no existían organizaciones ecologistas que protestaran, ni el pueblo tenía suficiente
conciencia para movilizarse ante aquel desastre, lo cierto es que nadie se
movió ni dijo nada.
Sin embargo, aquí
tiraron la casa por la ventana como siempre y España quedó exhausta y
arruinada. Fue un gran error cerrar numerosas líneas férreas deficitarias,
porque decían que España no las podía costear, y luego se gastaron hasta lo que
no teníamos en juegos y exposiciones florales. El mandatario socialista se
había propuesto cambiar la imagen de España en el mundo y no sé si lo
consiguió. Al rebujo de aquellas obras faraónicas, empezó también el auge de la
construcción de manera que los pisos llegaron a doblar el precio en poco tiempo.
Pero, volviendo a Jaén, fue tanto el destrozo que hicieron en la antigua vía del
Tren del Aceite, que desecaron para
siempre la pequeña fuente que había en aquel paraje, de forma que sólo ha
quedado en su recuerdo el nombre de las
Fuentezuelas.
Posdata: no he podido encontrar fotografías del Tren del Aceite.
Muy bonito el artículo, me ha traído recuerdos y a día de hoy es interesante conocer aquella historia.
ResponderEliminarDe casualidad encontré unos apuntes míos sobre lo que ocurrió y fui observando en la vía, durante aquellos meses frenéticos, en que los vecinos vimos cómo el paisaje cambiaba de un día para otro. Estaba también la fábrica de anís 'El Castillo', al final de la Avenida de Barcelona, pero tuvo que cerrar por la proximidad de las viviendas.
ResponderEliminarQué pena con el devenir de nuestros trenes más queridos.
ResponderEliminarCon la supresión de la línea Guadix-Baza-Almendricos, o llevándose el agua del pantano del Negratín a Córdoba y Sevilla dejaron a nuestras comarcas en la Prehistoria, en vez de invertir en ellas
ResponderEliminarTú mismo lo has dicho, invirtiendo en Córdoba y Sevilla a costa de Granada; si hasta nuestra Alhambra son los centralistas de Sevilla quienes la manejan. Para llorar.
ResponderEliminarLos granadinos son negativos y poco emprendedores, de manera que Granada figura en los últimos lugares en renta per capita. Cetursa se lleva las ganancias de Sierra Nevada y la Alhambra. Ambas las gestiona la Junta desde Sevilla y así nos va, a los granadinos no se les ocurre reclamar lo que es suyo
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