Hace un
par de años, mi amigo Juanjo Martínez,
de Huéscar, me enseñó el libro, (sic):
Examen
de las aguas medicinales que se hallan en el Reyno de Granada, editado
en Almería, en 1824, y escrito por el doctor Juan Bautista Solsona, primer médico honorario de los Reales Egércitos. La obra se la dedica al Excmo.
Señor don Narciso de Heredia y Begines,
conde de Ofalia, con estas frases pomposas: “El deseo de contribuir con mis
escasos conocimientos químicos a la conservación de la salud pública, me
condujo a sacrificar una considerable parte de mi tiempo e intereses en hacer
repetidas experiencias y observaciones sobre la naturaleza, y los diferentes
usos de las aguas medicinales del Reyno, de cuyo laborioso análisis y
verdades que de él se derivan, presenta un compendio instructivo este pequeño
tratado, que tengo la honra de elevar respetuosamente, a las manos de V.E…,
para que con las luces de los demás Profesores, adquieran la estensión, y produzcan la utilidad (…). Nuestro Señor guarde la importante vida de
V.E. muchos y felices años. B.L.M. (besa la mano) de V.E. Su mayor servidor”.
Algunas
palabras, que señalo en cursiva, vienen así escritas en el libro. En el prólogo,
el autor dice que, cuando analizó por primera vez los baños de Sierra Alhamilla, en Almería, ofreció a
algunos amigos examinar las fuentes que se encuentran en el reino de Granada, y que antes no habían
sido analizadas por ningún profesor. Y esto lo hace para evitar los largos
viajes, los considerables costos, “como porque sus precisas incomodidades
pueden hacer que facilísimamente pare el negocio en tragedia”. El médico advierte
que la mayor parte de los enfermos que se destinan a las aguas medicinales,
cualquiera que tenga algunos rastros de sensibilidad, no podrá menos de
compadecerse, al verles arrastrados por los caminos, sufriendo las fatigas…,
“pues no hay paciencia que baste para tolerar el abandono e inconsideración de
muchos facultativos, que no se detienen, ni piensan para destinar a sus
enfermos más que por los rumores y noticias vulgares”. Y explica que, con el
deseo de procurar remedio a tamaños males, recorrió las fuentes de más nombre,
como las de Manilva, Casares y Hardales,
que son templadas y frías, en el
obispado de Málaga, y por el contrario, calientes o termales, las de Alhama, Graena, Alicún, Baza y Sierra
Alhamilla.
Juan Bautista sigue
diciendo: “En efecto, no han sido vanas mis esperanzas, habiendo hallado, en lo
poco que he podido recorrer, aún más de lo que buscaba, en dos o tres fuentes
junto a Baza, otra cerca de Castilleja (puede que se refiera a la fuente del Cuco, situada en la antigua carretera de Benamaurel, que se encuentra en completa ruina debido a las obras de la nueva carretera), y tres o quatro en las cercanías de Galera, siendo todas parecidas a las de
Hardales”. También examinó las
fuentes de Lanjarón y de la Malá.
El
capítulo I trata sobre las fuentes de Galera,
de la situación y fertilidad del terreno: “La villa de Galera perteneciente a los Señores Duques de Abrantes…, ha tenido la desgracia, así debe llamarse, de
que a pesar de lo mucho que se nombra en la historia del Rebelión, nadie ha tomado en boca sus fuentes medicinales (…).
Saliendo, pues, de Castilleja para Galera a la legua y media se encuentra
uno de los más ricos manantiales, que me parece he visto, de fuentes Hediondas,
después del de Manilva; pero en tan
mala situación, que no puede aprovecharse sino a costa de mucho gasto, y también
porque nace en sitio desierto, al pie de un terrera enorme, debajo del camino,
y tan cerca del río, que a poco se mete en él”. Por la descripción que hace del
lugar, creo que habla de la fuente que hay en el Cortijo del Cura, una vez pasadas las cuevas del Mosco. Un metro más abajo de la fuente Hedionda (suelen llamarle la Dionda) pasa la acequia del Botero,
donde vierte el agua sulfurosa, mientras que el río Galera discurre mucho más
abajo. El autor añade que, en las inmediaciones de Galera, hay cinco o seis fuentes que se le parecen, aunque con
menos caudal. Una se encuentra en la balsa
de Felipe Pérez, otra debajo del caño, la siguiente en el camino de Cabrerizo y una más en la balsa llamada de Cañas, ya en el camino de Orce, todas ellas situadas en un terreno fértil. Luego escribe una
extensa relación de vegetales, que son más comunes por las inmediaciones de las
fuentes.
El
capítulo II lo dedica a las observaciones físicas de las fuentes: “Las
referidas fuentes de Galera se
parecen todas en aquel insoportable hedor a huebos
podridos que despiden, y da a conocer su vecindad bastante antes de llegar a
ellas; asemejándose también por aquella babaza que comienza a soltar el agua
luego que sale al descubierto, pone blanco el suelo por donde corre, como las
demás cosas que toca, y arden, si enjutas se hechan en la lumbre, despidiendo aquella llama azul y hedor
sofocante que da el azufre cuando se quema”. Dice que el agua de debajo del
caño, si se mira al través de la luz en una botella, está muy clara, aunque su
color tira a zarco, y nadan en ella, aún cuando está en reposo, muchos glóbulos
unos mayores que otros. “Agitada hace alguna espuma; causando esplosión al destapar la botella y sin
dar más olor que el común hediondo, ni más gusto que el azufre… Las dos fuentes de Cabrerizo y la de debajo del
caño, que son sobre las que hice más experimentos, tienen los mismos doce
grados de calor sobre cero en la escala de Reaumur”.
El
capítulo III trata sobre el análisis de las aguas, con azúcar de Saturno, arsénico,
tintura de agallas, de cúrcuma, de tornasol, con alkalis y ácidos, con muriato barítico, nitrato mercurial y de
plata blanca, de manera que el doctor escribe: “Empleados los reactivos en el
agua de estas fuentes hubo las siguientes resultas: descompone el jabón, y por
poco que se detenga en la de todas una moneda de plata se vuelve dorada, y
luego negra; siendo buena para los riegos y cocer el cáñamo”. El capítulo IV
habla de las virtudes del agua: “Si se cotejan los resultados de estas fuentes
entre sí y con las de Baza y Hardales, desde luego se manifiesta lo
análogas que son: lo mismo que en la cantidad y hasta en el temperamento y
peso”. Y concluye que obra conforme a
razón el profesor que destinase a estas fuentes “a todos los que padecen enfermedades
de la piel como herpes, sarna y lo que se suele llamar fuego del hígado,
erisipelas crónicas, tiña, optalmías,
por inveteradas que fuesen, y demás escoriaciones, tumorcillos y grietas de
cutis, aunque anduviera en opiniones, si tocaban o no en lepra. Otro tanto y
más puede asegurarse en las llagas porfiadas, úlceras y fistolas, sean de la naturaleza que se quiera”.
El médico
sigue diciendo que pueden también usarse interiormente, pues a más de que
aseguran en Galera que bebida la de
debajo del caño, “mueve el vientre con blandura y sin estrépito, en los vicios
humorales de tenacidad, espesura y abundancia propios en el asma, infartas y aún vómicas, particularmente
de la cavidad del pecho y vientre, vendrán muy a cuento”. Finalmente, se
despide con esta petición: “Ojalá depare Dios quien las promueva, y halle
arbitrios de procurar algún albergue (…), y que presto se había de confirmar y estender la noticia de sus virtudes, con
lo que los enfermos, de hasta el reino de Valencia y demás confinantes, necesariamente
la buscarían, logrando los vecinos, que las incomodidades, que suele traer la
concurrencia de forasteros, quedase bien remunerada con el consumo de lo que le
sobra al pueblo, y que pagan a como se pide”. También destaca las ventajas de la
balsa de Pérez, por su situación.
Sólo me queda añadir que, de todas las fuentes citadas que despedían ese olor a
huevos podridos, sólo han quedado como recuerdo la Hedionda, en el camino del Río Castilléjar, y la que hay detrás del hotel, al lado de la presa.
Y anotar que, en el primer cuarto del siglo XIX, a la tierra del Chavico (el ochavo era la moneda con menos valor, en tiempos de los nazaríes) le seguían llamando el Reino
de Granada.
Buen libro debió ser.Supongo que en algún capitulo habla de la de Źújar.Gracias Leandro por difundir la literatura de la salud de esa época.
ResponderEliminarLo miro y te lo digo Elisa.
ResponderEliminarEl autor menciona de pasada los Baños de Zújar, y comenta también el castillo de Benzalema -qué nombre más bonito-, que hoy llamáis la Alcazaba. El libro es una reliquia, pues va nombrando los parajes por donde pasaba, como Jabalcool (Jabalcón), y que han ido variando el nombre con el tiempo
EliminarMuy interesante Leandro, no savia que sirviese para algo este agua pues nadie la toma, sera por el desconocimiento de ella, siempre se a dicho que huele a huevo podrido pero que la gente baya llenas el cántaro no se de nadie por que tenga propiedades medicinales, y puede que sirva de algo pero lo desconozco, pero si lo dice este señor yo no voy a poner en duda sus análisis, de echo cada vez que hay fuente siempre hay minerales desconocidos para uno claro , haci tiempo fui a Andorra y me encontré con una fuente que creo que es de hierro pero no se que clase , eso lo sabrán los experto, un día te la pongo le ice unas fotos, lo dicho de ese agua no e bebido nunca y nop se nada de ella. gracias por la explicación.
ResponderEliminarEn Pórtugos (La Alpujarra) hay una fuente de agua ferruginosa, contiene hierro, y se bebe. Creo que es como la fuente que tú indicas en Andorra. Pero la Hedionda es sulfurosa, puesto que contiene azufre que le da ese olor y color, con sus propiedades curativas
ResponderEliminarVan 2.467 lecturas
EliminarEstoy sorprendido por la difusión del artículo, pues van 3.308 lecturas. Yo apenas le daba recorrido porque es un poco árido, espero que el Ayuntamiento de Galera proteja y conserve estas fuentes históricas. Ver el chorro de la fuente Hedionda, casi escondida en el ribazo, es una maravilla, pero contemplar la famosa fuente del Cuco casi enterrada es una pena. Se podía excavar y sacarla a flote, pues es una reliquia para Castilléjar.
ResponderEliminarVan 4.026 lecturas
ResponderEliminar