domingo, 22 de noviembre de 2015

FRANCIA, UN BUEN VECINO


Mercado en Périgueaux 






He estado varias veces en Francia, en París y en el Departamento de Burdeos (la Gironda), y estas son las impresiones que he ido sacando aunque puedo estar equivocado. En las carreteras secundarias y en una autovía de Burdeos apenas se ven señales de tráfico, ni siquiera las de curvas peligrosas, la circulación es fluida y la máxima velocidad permitida en Francia es 130 km. En cambio, en España, ocurre todo lo contrario: las carreteras están literalmente sembradas de señales de tráfico mientras que la máxima velocidad permitida es 120 km. En la A-92, de Granada a Sevilla, se encuentra uno señales de velocidad a 80, 90 y 120 de forma continua y caprichosa, de manera que a veces no te da tiempo a reducir la velocidad. ¿A qué vienen tantas señales, de disminución o aumento de velocidad, en tramos rectos y con visibilidad, al mismo tiempo que los radares en las carreteras españolas se han multiplicado en los últimos años? No queda otra explicación que el afán recaudatorio de la Dirección General de Tráfico, que ha reconocido que el pasado año las multas han aumentado bastante. Pongo un ejemplo: la cuesta de las Pedrizas, en Málaga, es uno de los puntos negros en España, en cuanto a multas de tráfico. Bajando o subiendo la cuesta se encuentra uno constantemente la señal de 80, cuando se puede ir perfectamente a 100 en muchos tramos, de manera que tienes que ir pisando el freno porque el turismo se embala solo.
Hace unos meses, un vecino me decía: “Me han echado dos multas yendo a Málaga, una al ir y otra, al volver”. Resulta que han abierto una autopista que nace en la Cuesta de las Pedrizas y llega a Málaga, para que sea rentable, nada mejor que poner multas a mogollón en la carretera para que el conductor se vaya por la autopista. Y en las ciudades no digamos, tenemos el ejemplo de Granada que recauda más que las ciudades de Málaga y Sevilla juntas, creo que unos 16 millones de euros el pasado año. Es sabido que Granada está sembrada de trampas (de cámaras), cuya finalidad es cazar al conductor. En Francia se ven arboledas y bosques por muchas regiones –sobre todo en Burdeos–, porque los han respetado o los han plantado. Y sin embargo, en España no han hecho otra cosa que talar los árboles, y así nos encontramos con los paisajes desérticos de Castilla y de Andalucía, en que apenas se ve un árbol en el horizonte. Esto decía el naturalista Félix Rodríguez de la Fuente: “Pero el paso implacable de los siglos, el fuego, el hacha, la agricultura, el pastoreo abusivo hicieron desaparecer, una tras otra, las más importantes de nuestras selvas (…) El paso del tiempo fue transformando la selva del águila imperial en la estepa de la avutarda”.
 En España recalificaron muchos terrenos rústicos para hacerlos edificables, y han construido pisos y chalés, donde apenas se ven zonas verdes. Era tanta la connivencia entre ayuntamientos y promotores, que el terreno valía la mitad del precio de la vivienda. En Francia, los pueblos y ciudades se han ido agrandando pero han respetado la vegetación y los bosques que había, de manera que los chales y las urbanizaciones conservan en sus jardines árboles que fueron plantados hace cincuenta años. Las viviendas se integran con la naturaleza y no dañan al medio ambiente. Un chalé allí puede costar unos 120.000 euros, lo que vale un piso aquí. De forma que un trabajador en Francia puede comprarse o construirse una casa o un chalé, con jardín, mientras que en España tiene que optar por un piso. En las ciudades españolas un piso nuevo valía entre 150 y 200.000 euros, aunque con la crisis económica el precio de la vivienda ha bajado un 40%. Debo aclarar que en París, la ciudad más visitada del mundo, los precios de los pisos o de los alquileres están por las nubes y es más cara que cualquier ciudad alemana.

En Périgueaux (Burdeos), una ciudad de unos 30.000 habitantes, la gente se saluda cuando pasea por el campo o por las afueras. Y en un cementerio cercano he visto varias tumbas de españoles republicanos (o sus descendientes), o de emigrantes y de sudamericanos. En España el saludo sólo se conserva en los pueblos pequeños y entre la gente mayor. Las palabras merçi y s’il vous plait –con ese tonillo tan característico que le dan– están siempre en la boca de los franceses y por lo general son bastante educados. También es cierto que los parisinos tienen cierta fama de soberbios y malafollás, como los granadinos. En Francia la educación con los niños es más estricta. En España, el niño es el centro de atención de la familia, de los padres, de los abuelos… Allí, como en Alemania y los países del norte de Europa, los niños se crían en guarderías y, cuando dejan de estudiar, se buscan un trabajo y se independizan de la familia. Cuando se casan los padres no les ayudan, como ocurre en España. Así aprenden a valerse por sí mismos. En cuanto a la hora de comer, ellos observan más el protocolo. Si un francés te invita a su casa, te servirá el vino y estará pendiente como recordándote que eres su invitado. Y en los postres siempre habrá queso, pues tienen mucha variedad y es muy apreciado.
Otra cosa que nos diferencia es que ellos están muy orgullosos de su himno nacional, La Marsellesa, y de su bandera –igual que los británicos y norteamericanos–, mientras que los españoles no exhibimos tanto los símbolos de nuestra patria. Las palabras Liberté, Égalité, Fraternité se pueden ver grababas en las fachadas de los colegios y liceos, en los Palacios de Justicia y en los ayuntamientos de Francia, esto ya nos da una idea de lo orgullosos que están los galos de sus derechos y libertades. En los dos atentados del terrorismo islamista en París, contra la revista Charlie Hebdo y el del 13 de noviembre, los franceses formaron una piña y estuvieron al lado del Gobierno. Los hemos visto cantando La Marsellesa cuando salieron del estadio de Francia, donde acababan de estallar tres bombas en las cercanías, y en los días posteriores en la calle y en las concentraciones. Hollande ha declarado el Estado de emergencia –la Asamblea francesa se lo ha prorrogado por tres meses–, donde la policía puede registrar domicilios y detener a personas sin orden judicial. Esto es impensable en España. En cambio, con los atentados en los trenes de Madrid, en 2004, ya sabemos lo que pasó: que si los terroristas eran etarras o islamistas, de manera que la oposición cercó la sede del PP, en Madrid –en el día de reflexión, antes de las elecciones–, en vez de estar todos unidos y al lado de las víctimas... Las dos Españas de siempre, de las que se quejaba Antonio Machado, la discordia eterna entre la derecha y la izquierda, cada una haciendo la guerra por su lado.

Entre los españoles y franceses, como vecinos, hay a veces una relación de amor-odio, debido a que chocan los intereses económicos de ambos países. Francia tiene en España su mercado y lo prueban los numerosos hipermercados y fábricas de vehículos. Creo que es nuestro mayor proveedor y será también uno de nuestros mayores compradores. Conviene recordar que siempre que ha habido inestabilidad política o económica en España, por los golpes de Estado del siglo XIX, por la Guerra Civil, por la crisis de los años sesenta y setenta…, Francia ha sido un refugio o asilo para los españoles, con sus más y sus menos, pero siempre fue el destino prioritario de nuestros exiliados y emigrantes. Hace poco, Francia reconoció que fue un comando, con varios españoles del maquis, el que tomó la emisora de París y anunciaron su liberación en 1945. Y cuando entraron los tanques del general francés Leclerc, en París, algunos llevaban escrito nombres de batallas españolas: Teruel, Brunete… También, en el Cementerio de Père Lachaise de París hay un monolito dedicado los combatientes españoles. El primer ministro francés, Manuel Valls, visitó hace más de un mes un campo de refugiados republicanos españoles y judíos, en el sur de Francia, y lo calificó de autentica vergüenza, por las condiciones inhumanas en que sobrevivieron allí.
Otra de las diferencias es que Francia es un estado centralista, con escasa autonomía en las regiones y con un presidente de la República con amplios poderes. Mientras que España es un estado descentralizado, el estado de las autonomías, con gobiernos y parlamentos que tienen tantas competencias como en un estado federal. Estos días Francia ha sido golpeada por el terrorismo islámico y hay que recordar que ayudó a España con el terrorismo etarra, ambos países son buenos vecinos.
Copio algunas conclusiones de un estudio del Instituto Elcano, que realizó encuestas a ciudadanos de ambos países, en 2014: ‘España–Francia, visiones mutuas’. Comparación entre ambos países:
Los españoles están de acuerdo con los franceses en que Francia supera a España en muchos aspectos: desarrollo económico, poder e influencia en el mundo, perspectivas de futuro, bienes de lujo y moda, ciencia y tecnología, calidad de vida, respeto hacia el medioambiente y calidad democrática. Sin embargo, creen que España es superior a Francia en algunos otros terrenos: atractivo turístico, riqueza cultural, producción artística y calidad de bienes y servicios. Haciendo un balance cuantitativo, Francia “vence” a España con un resultado de 8 – 4


Valoración general:
Aunque ambos países hacen una valoración muy positiva del otro, Francia valora a España mejor que a la inversa. El 90% de los franceses tiene una buena imagen de España, frente al 76% de los españoles respecto a Francia. Algo semejante ocurre respecto a la confianza: los franceses se fían más de los españoles (el 85% los considera fiables) que viceversa (el 75%). Hay que acudir a la historia -lejana o más reciente- y el poso que transmite para entender estas diferencias que no se basan en elementos actuales. Tampoco están de acuerdo franceses y españoles respecto a la semejanza de sus países: los franceses creen que son parecidos o muy parecidos, mientras que la mayoría de los españoles se inclina por pensar que se parecen poco o nada.
Conclusión:
Algo semejante ocurre respecto a la confianza: los franceses se fían más de los españoles (el 85% los considera fiables) que viceversa (el 75%). Aunque coinciden en muchos otros atributos, los franceses asocian a los españoles con atributos ligados a una imagen antigua que corresponde al estereotipo de “lo español” transmitido en el pasado -la emotividad, la tradición, la religión y la solidaridad- mientras que los españoles consideran a los franceses racionales, modernos, laicos y más bien egoístas. Ambos grupos difieren además en la percepción de la semejanza. Los españoles sienten una diferencia mayor entre ambos países que los franceses, o, dicho al revés, hay más franceses que españoles que piensan que España y Francia son similares en general.






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