Recuerdo que aquel gélido día, del 21 de enero del 2003, Granada se despertó huérfana con la muerte del historiador Antonio Domínguez Ortiz. Como un suspiro han pasado ya once años y, tras las frases solemnes y sentidas del día del entierro, ¿qué recuerdo nos queda del ilustre investigador? En fin, ya se sabe que las alabanzas son huecas y grandilocuentes, pero la memoria suele ser corta. Por aquellos días, el historiador Juan Pablo Fusi definía así a Domínguez Ortiz: “Su sencillez y falta de pedantería lo convierten en un ejemplo de intelectual”. La escritora Pilar Mañas lo recordaba como un hombre que nos explica la Historia con la sencillez de los sabios. Y la académica e historiadora, Carmen Iglesias, señalaba que “es un maestro irrepetible. Supo hacer accesible al gran público su trabajo de años en los archivos”.
En el año 2000, Domínguez Ortiz
publicó su último libro, España, tres milenios de
Historia; pero en
el prólogo ya advertía: “Escribo estas páginas, con cierto aire de testamento
literario... responden a una necesidad, satisfacen unas aspiraciones, llenan un
vacío; el vacío que deja la ausencia de una auténtica enseñanza histórica en
los actuales planes de estudio de la enseñanza obligatoria”. Y se quejaba de que
el nuevo plan de enseñanza era malo, “porque ha destruido la personalidad de la
Historia, que se ha metido dentro de un área de Ciencias Sociales”. Lo
ilustraba con el ejemplo de que tenía más importancia la Revolución de Asturias
que la pérdida de América. Pero, a continuación, añadía: “Eso es un absurdo
total. Lo importante de la Historia de España es aquel período en que ésta es
universal, y eso es lo que interesa y lo que los extranjeros aprenden”. Como no
podía ser menos, reivindicaba las tradiciones de los pueblos, pues decía que se
había creado “una polémica artificial” con la Toma de Granada.
¿Por qué los granadinos –pregunto
yo–, tenemos que renunciar a nuestras tradiciones o avergonzarnos de nuestro pasado
histórico? ¿Acaso renuncian a sus costumbres y fiestas ancestrales los árabes,
hebreos, ingleses...? Todos los pueblos procuran conservarlas bajo siete llaves
y, si no, ahí están las conmemoraciones de las batallas de Trafalgar, Normandía,
Waterloo...., con su aire festivo: lanzando vivas y pegando
unos cuantos cañonazos. Los franceses están muy orgullosos de Carlos Martel –el
abuelo de Carlomagno–, que derrotó a los árabes en la batalla de Poitiers y
detuvo el islam. Cuando Granada fue tomada, el 2 de enero de 1492, toda la
cristiandad celebró la victoria, las campanas repicaron por toda Europa, pues
unos años antes había caído Constantinopla en poder de los turcos.
El Islam fue expulsado
definitivamente de Europa, aunque yo no discuto que los árabes fueron los más
avanzados de su época y que los mejores monumentos de Andalucía los
construyeron ellos, ni pongo en entredicho que estuvieran cerca de ocho siglos
en la Península, que muchos españoles lleven apellidos de ellos y que el 20% de
nuestro vocabulario tenga origen árabe. Hay una época de la historia que me
gustaría vivir para conocer a los personajes de los Reyes Católicos (Fernando
fue el político hábil que incumplía sus promesas, e Isabel destacó por su tesón
y fervor religioso); a Boabdil que ha sido un personaje maltratado por la historia,
y no digamos a Cristóbal Colón, que también murió en la miseria y despojado de
sus títulos. España fue el primer Estado de Europa y Granada le debe mucho a
los Reyes Católicos (quisieron que los enterraran aquí), pero quienes critican la Toma es que no conocen nuestra
historia. Cuando el rey Felipe II miraba el cuadro de sus abuelos, los Reyes
Católicos, exclamaba: “A ellos se lo debemos todo”. Pero es una desgracia que
los extranjeros tengan que reescribir nuestra Historia.
Domínguez Ortiz, siguiendo a Sánchez Albornoz, estaba convencido de que la
unidad de España es algo reconocido desde la antigüedad. Pero, ya en el 2002,
barruntaba el peligro de que se volviera a romper el Estado español: “Con la Constitución que tenemos hay amenaza de
resquebrajamiento, porque fomenta las divisiones, las autonomías y los
particularismos. La lección que debemos sacar, es que hemos llegado al límite y
que, más allá, no hay nada más que la destrucción de España”. Y lanzaba un
aviso a navegantes: “Las discusiones sobre ampliar la Constitución, hacerla más
flexible y aumentar las atribuciones a las comunidades, conduce directamente a
los reinos de
taifas”. ¿Hace falta
recordar lo que ya decía el abuelo de Maragall en su tiempo?: “¡Adiós, España!”. El titiritero de Artur Mas quiere la independencia de
Cataluña y Rubalcaba, para salvarle la cara al Partido
Socialista Catalán de Pere Navarro, pide la reforma de la Constitución para
reconocer los privilegios de los catalanes. Once años después, los pronósticos
de Don Antonio
siguen vigentes.
Todos coinciden en que Don Antonio
fue, ante todo, un hombre honesto: “La historia de España está sujeta a
discusión y, a lo único que se puede aspirar, es que las personas de buena
voluntad interpreten las cosas rectamente y no con un sentido partidista, que
es lo que muchas veces sucede”. Incluso se sentía orgulloso de que, Pierre Vilar y él, estaban de acuerdo en casi
todo. El historiador debe ser como el notario que levanta acta del pasado, y no
como esos intérpretes sectarios que se arriman al sol que más calienta. Pero,
cuando uno se pone a releer la Historia de España, te entran ganas de llorar
por los malos gobernantes que ha tenido y que, casi siempre, apostaron a
caballo perdedor. Y sin embargo, cuanto más la conoces, más amas a tu patria.
¡Triste de ti, España! Te sobran salvapatrias
y te faltan gobernantes mediocres, que siquiera tengan algo de sentido común.
Me llamó la atención que la revista
valenciana Historia Social (número 47, de 2003), le dedicara un monográfico a Domínguez
Ortiz –lo tenían planificado para antes de su muerte–, y quizá por ello me
decidí a dedicarle este humilde artículo, a pesar de considerarme un profano de
la Historia. El mejor homenaje que le podemos dedicar se resume en esta frase
del dramaturgo, José
Martín Recuerda, con
motivo de la muerte del historiador: “Fue mi profesor en el Instituto Padre Suárez. Yo era un muchachillo, pero me
hice amigo de él y me enseñó a amar la Historia”. Creo que los granadinos
tenemos una deuda pendiente con Don Antonio, un maestro de la Historia sencillo, sabio y prudente.
¡Ay, de la mi Granada, tan cicatera y sin memoria!
Reproduzco los comentarios de Ideal en Clase, pues se pierden pasado un tiempo.
ResponderEliminarEduardo Pastor Linares, Universidad de Granada,, 24 de enero de 2014
Sencillamente interesantísimo todo. Y además con valores auténticos.
Leandro, 25 de enero
Gracias por sus palabras de ánimo, pues es un tema que suscita controversias. Causa asombro que los españoles no sepamos celebrar nuestras victorias, en este caso ‘la Toma’ supuso la unidad de España. En el Arco del Triunfo de París, figura la batalla de Bailén y de Gerona como una victoria de los ejércitos napoleónicos –yo creo que los franceses ya lo hacen por nosotros- , pero es que los españoles han empezado a celebrar la batalla de Bailén hace unos años. En el siglo XV, la mentalidad de los cristianos era tan intolerante como la de los árabes ahora, por lo que no era posible la convivencia entre las tres religiones como algunos sostienen.