martes, 10 de diciembre de 2013

EL RINCÓN DE JUAN LÓPEZ

Juan y Engracia Marín






Estamos sentados al lado de la chimenea del bar ‘El Rincón’ y, cuando voy a hacerle la entrevista, Juan López me dice: “¡Es que estoy muy ‘cortao’, tú!...”. Nada, nada, tú tranquilízate. Al cabo de unos minutos, veo que Juan se ‘encarrucha’, coge carrerilla y se lía a pegarle capotazos al toro. La verdad es que cuando lo oigo en la cinta unos días más tarde, veo que se expresa bastante bien: dice lo que tiene que decir, sin pelos en la lengua. Y además, se nota que le sale de dentro del alma, como si fuera una confesión.

    –Nací en el 48 en Los Evangelistas, y recuerdo cuando bajaba al cine de Manolo, pues entonces valía a tres pesetas el gallinero. Pero allí se pasaba mucho frío. Y luego, con los amigos me daba unos interminables paseos por la calle Mayor, o bien nos íbamos al bar de Faustino. Llevábamos unas cabezas de conejo y unas botellas de vino, y allí cantábamos, bailábamos y cogíamos un buen pelotazo. Y, envalentonados, salíamos a la calle y nos acercábamos a alguna muchacha que nos gustara. Y que ésta te respondiera “pero,  ¿adónde vas, tío?”. Años más tarde, subíamos a Galera en bicicleta pero nunca hicimos ‘na’. Siempre íbamos al baile, ¡pero nadie quería bailar con nosotros! El caso es que subíamos todos los sábados y domingos, pero ya solamente a beber vino del país. Y lo único que conseguí fueron muchos porrazos en el camino de vuelta, en aquellas noches de ‘yelo’ y lluvia. Y hasta perdí un zapato en el Puente de Hierro de Galera. La última vez que estuve allí fue en el 71, con Emilio, ‘el Chache’. Después de hartarnos de vino, recuerdo que salimos de allí a las doce de la noche. ¡Y llegamos a Castilléjar a las diez de la mañana, del otro día! Con la que estaba cayendo y el barro que había en el camino, nos caímos muchas veces. Y bueno, empecé a trabajar, emigré y me hice soldador. Hasta que me caí de un andamio, desde una altura de dieciséis metros, en Crevillente (Alicante). Y me quedé parapléjico en una silla de ruedas. Antes de todo esto, me había ido con un amigo a un pueblo de Cuenca, donde conocí a una vecina suya y nos hicimos novios. Yo le escribía cartas desde Alicante –como la cantante Cecilia-, o cogía el tren y me presentaba en Cuenca. Luego seguí viéndola durante la mili y, cuando tuve el accidente, le pedí montones de veces que me dejara por mis circunstancias. Pero ella no quiso dejarme. Creo que entonces me salvó la vida, pues yo continuamente tenía la idea del suicidio en la mente. Había cumplido veintiún años y sabía que jamás iba a volver a caminar. Y bueno, ella tuvo muchos más cojones que yo y consiguió que nos casáramos, cosa que yo no quise en ningún momento.



El monólogo discurre sosegado junto a la lumbre, y ahora Juan está en uno de esos momentos en que se siente seguro de lo que dice. Pero, cuando se quede solo, es posible que se líe a pensar, a pensar, y a pensar... Y claro, eso no es bueno. Sin embargo, eso ocurre cuando se está sentado en una silla de ruedas (y sin estar sentado también): entonces la dichosa silla no la tiene uno debajo del culo, sino encima de la cabeza. ¡Por montera! Se podría decir que la dichosa silla sirve para todo, pero no aprovecha para nada; y además, pesa lo suyo, como el plomo. ¡Ahí está el misterio! Porque, cuando uno anda, va para arriba y para abajo, entra y sale; esto y lo otro.... Entonces mueves los pies mientras que a la cabeza le va dando el aire y te vas fogueando. Pero, cuando ‘te regalan’ un cacharro de éstos de por vida y te amarran a él, entonces la cosa cambia un montón... ¡Es tan difícil querer a una silla de ruedas y hablarle en susurros, en esos momentos de soledad, cuando el ánimo está por los suelos!... Como si fuera tu sempiterna compañera. Pero Juan, en medio de la penumbra de su mente, ve cómo el mundo sigue andando con sus miserias y completamente ajeno a su paraplejia.



–Pues bueno, me casé de blanco. Yo no soy muy creyente, pero mi novia me dijo que no le quitara la ilusión de ir a la iglesia vestida de blanco; y me pareció que debía transigir en algo y darle ese capricho. Me casé y me vine al pueblo. Fui inmensamente feliz y siento no haber ‘vivío’ con ella antes del accidente que me dejó inválido. Pero murió a los dos años y creo que pasó conmigo lo peor de mi vida, porque yo me casé antes de que me dieran el alta del hospital. Entonces, yo no estaba adaptado a salir a la calle y a relacionarme con la gente en una silla de ruedas, porque me tiré tres años y medio encerrado en un hospital de Madrid. Tanto los médicos como las enfermeras me crearon una burbuja muy protegida y, después, cuando salía por Madrid, siempre iba con ellos. Yo entonces tenía el mundo que ellos me habían creado. Pero, volver a Castilléjar recién casado y en una silla de ruedas, fue una situación bastante terrible. Y bueno, cada momento, cada día que pasa, me duele mucho no tenerla a mi lado para compartir todo lo que yo pude haberle dado. Sin embargo, no se lo pude dar nunca, porque estuvo poco tiempo conmigo. Tras su muerte, me tuve que habituar a la silla de ruedas. También he sufrido en mis carnes la marginación de la gente, aunque paso mucho de ella. Los que fueron mis amigos de la infancia me ven y siempre me hacen un saludo, pero como lejano y de cumplimiento. Y si comparten conmigo un café o un vaso de vino, es por lástima; es como si, aparte de estar en una silla de ruedas, yo tuviera también algún coeficiente mental bastante bajo. ¡Cosa que no es así! Entonces paso de todo el mundo y no demuestro nunca que estoy triste; y cada noche y cada día, pues me acuerdo de mi mujer. Te diré que he tenido oportunidad de rehacer mi vida con alguna muchacha. Pero, cuando he estado próximo a hacerlo, a dar el paso para compartir mi vida, mi soledad y mis palabras con otra persona, siempre aparece el recuerdo de mi mujer –y matiza-. ¡Siempre me viene el recuerdo! ¡Ella es como la sombra que alarga su brazo desde donde esté!



Parece un ‘Volver a empezar’, como la película de José Luis Garci, donde trabajaba el desaparecido Antonio Ferrandis. Pero, ahora, Juan López va entreteniéndose con los recuerdos que se le escapan como el agua entre las manos: en esos momentos compartidos con su malograda Maricarmen. Y tras los titubeos iniciales, habla como quien hace tiempo lleva las cosas guardadas y te abre el corazón: corazón ‘herío’. Afirma que tiene amigos que viven con la ilusión de que encuentren el remedio –o el milagro–, que los libere de la tiranía de la silla de ruedas. Pero él está ya a vueltas de todo y cree que morirá sentado. Aunque hace unos años me confesaba sus esperanzas de poder andar algún día.

      –Yo no creo en el más allá, pero Maricarmen siempre me impide que yo pueda compartir mi vida con otra persona... Porque yo sigo queriéndola a pesar de que murió en el 77. ¡Es como si la tuviera todavía! Y cuando salgo a la calle, pues me pinto la cara como pueda hacerlo un payaso en una función. ¡Porque la vida continúa! Pero yo llevo dentro mucho más dolor que alegría, aunque creo que lo disimulo muy bien; y por otro lado, la gente se ríe bastante conmigo –y matiza–, aunque no de mí. Pero, vamos, por mi forma de estar y de comportarme, es un dolor oculto que yo llevo dentro. ¿Qué cómo ando ahora? Pues, aparentemente y de cara a los demás, muy bien; pero en mi intimidad, entre las paredes de mi casa, realmente estoy bastante ‘hundío’. Ando de depresión en depresión, aunque nunca nadie me lo nota. Y luego..., pues tarde o temprano tendré que buscar ayuda médica y de pastillas para seguir viviendo. Vivo con mi madre, que tiene 84 años y está muy mal de salud; y por eso me estoy manteniendo más o menos, llevando una vida normal. Pero el día que se muera mi madre, ¡no sé!... –Juan se queda un momento pensativo y, al poco, prosigue diciendo-: Podía explicar muchas más cosas, pero lo he ‘resumío’ porque no creo que yo sea lo bastante importante como para que llene páginas y páginas en un libro. Mi vida no tiene importancia para nadie, excepto para mí, aunque ya te digo que podría entrar en muchos detalles –y con ese orgullo, concluye diciendo-: te he contado muy poco para lo que realmente puedo contar...



     Cuando Juan termina de hablar, le digo “y la función continúa, ¿no?”. Pero, lo que son las paradojas de la vida, el desigual reparto de suertes y la tornadiza rueda de la Fortuna: su hermano Manuel tiene una reluciente Harley-Davidson esperándole a la puerta, ¡como una jaca alazana! Mientras que a Juan, el andamio alicantino le regaló un sillín con sus dos ruedas, ¡como una penca mula cuatralba! No hace falta que entres en detalles ni nos cuentes más cosas, Juan. Porque nunca podremos comprender a quien está amarrado a una silla de por vida. Pero, ‘cucha’ que te diga, te podrán inmovilizar el cuerpo pero tú tienes que liberar tu mente.



De la novela, ‘Diálogos en la tierra de los ríos’ (2003), de Leandro García Casanova



Posdata: Juan recibió algunas críticas por esta entrevista que le hice, yo también recibí dos críticas por otras semblanzas, aunque en general ‘Diálogos’ tuvo muy buena aceptación en todos sitios, pues procuré no juzgar ni criticar a los demás, sino que traté de reflejar la intrahistoria (las pequeñas historias) de un pueblo, a través de mis recuerdos de la infancia. Sin embargo, no entiendo las críticas a Juan, teniendo en cuenta el accidente que tuvo, que lo dejó impedido en una silla de ruedas, y la pérdida de su mujer Maricarmen. ¿Tan difícil es ponerse en su lugar e intentar comprender siquiera un poco su situación de inválido? ¿O lo criticamos encima por lo que dice o deja de decir?

 A nadie le gusta estar en un hospital –al menos la mayoría tiene la oportunidad de que le den el alta–, o perder a un ser querido, y menos aún estar amarrado a una silla de ruedas de por vida, sin poder andar ni hacer muchas cosas que los demás sí podemos. En la entrevista, Juan se expresa libremente y da rienda suelta a su sinceridad, manifestando sus inquietudes, el sufrimiento que lleva dentro y afrontando la dura y cruel realidad del día a día. No ofende a nadie, sino que dice cómo se siente en la silla de ruedas, sin poder desplazarse, ni siquiera salir del pueblo para compartir sus problemas con otros impedidos como él. Sí, sin poder llevar una vida normal como sus paisanos y como todos nosotros. No hace falta decir que eso es muy duro.

 Ni a mí ni a nadie nos gustaría estar en esa situación, pues me faltarían fuerzas para sobrellevarla y posiblemente echaría de menos la comprensión y la ayuda de los demás, que es el problema de siempre, que nunca nos ponemos en el lugar del otro. Sólo nos importa lo nuestro y no somos capaces de ver lo que ocurre más allá del tabique de nuestra casa y de solidarizarnos con el prójimo o el vecino de al lado.



Estas frases las decía Irene Villa, el otro día, en una entrevista en televisión:

“Las barreras mentales son las más difíciles de saltar. Ya hemos llorado bastante. Hay que reírse de uno mismo. La autoestima lo es todo, pero hay que trabajarla”.


Juan López falleció el 27 de abril, tras una larga enfermedad. Con él se va un amigo y un ejemplo de la lucha por la vida. Esto es lo que me cuenta Mariquilla Galvez, pues chateaba con Juan López : "Hola buenos días pues si yo se lo que hablaba cómico, además es que tengo las conversaciones en el mesenger, y el lo tenia claro de que algo malo tenia, por la químico que le estaban dando que desvía que se ponía malísimo y que a cada un dos por tres tenía que estar en urgencias porque se le atoraba una sonda que creo que tenia,y como te digo están ahí las conversaciones, y me lo decía que lloraba mucho, y la ultima conversación que tuve con el me lo dijo que estaba llorando, yo trataba de animarlo, no le decía, no tu no tienes nada, sino que trataba de decirle que luchara, que los milagros existían...".
Ahora descansa en paz. Van más de 600 lecturas, a primeros de mayo

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4 comentarios:

  1. Hola Leandro, voy viendo algo de lo que aquí tienes puesto, que es bastante, y mira por donde e visto lo de Juan,se te parte el alma de ver lo que cuenta, y eso es la pura realidad, a parte de lo que le pasara, la vida sigue y no es normal que pasemos y le digamos adiós por compromiso,
    Juan no se como explicarme pero en esta vida tenemos tropezones muy gordos,
    Juan no lo veas de ese punto de vista, en esta vida tenemos que pasar tragos amargos de los que no lo pasan, ni sedan cuenta de los demás, por eso siempre que uno pueda tragar sin ayuda de nadie, es lo mejor, por lo menos te haces mas fuerte pero tu solo, por momentos me has acojonao, es duro lo tuyo tio, y hay estas que es lo que cuenta, lo ademas ni mires ni pienses, que vendrá solo. Juan un abrazo que sabes que no es de compromiso, lo dicho hasta el verano, que tenemos algo pendiente.

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  2. Acabo de ver tu comentario, Antonio Martínez, y veo que comprendiste a Juan López. Él expresó con valentía el sufrimiento que llevaba dentro y muchos nos quedamos admirados de su entereza y sinceridad

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  3. Perdón no había pasado por a qui hace tiempo,, pero ya solo para decirle que de buen viaje y que nos espere que iremos a acompañarle y a terminar lo previsto, es semana santa dejemos pendiente algo, cosas de fotos pero bueno de ilusión también se anda el camino, Juan era claro conciso, nos dejaba ni una coma por poner amas las adornaba las palabras, le venia de atrás, cuantas veces se reía del mundo con 20 años el y el chache, cuando se juntaban en un bar era la atración de todos, espero que donde este sea igual por lo menos tea tenia y tendrá, , que descanse en paz.

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  4. Ha hecho falta que Juan se muriera para que muchos habláramos y nos acordáramos de él, cuando precisamente se quejaba de que lo teníamos olvidado. Así es la vida, hasta que no te mueres no vienen las alabanzas y los recuerdos

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