Emigrantes, en la estación de Baza. 1978 |
A
principios de los años sesenta tenía yo unos diez años y, por las tardes, me
entretenía en quitarle las fajas de papel a los cuatro o cinco periódicos, que
entonces llegaban a mi pueblo. Venían
siempre con un día de retraso, en la vieja autedia
de los Simones de Baza, por aquellos caminos carreteros de polvo y de tierra.
Recuerdo que eran el ABC, el YA y PUEBLO de Madrid, el PATRIA e IDEAL de
Granada. Me aficioné pronto y, a través de ellos, me asomaba al mundo y me
enteraba de lo que ocurría al otro lado de los cerros: el asesinato de Kennedy en 1963, o la muerte del Papa Juan XXIII. Por las mañanas,
sonaba por RNE en Murcia –porque las
emisoras de Granada no se oían en la comarca del Altiplano– la pegadiza melodía
de Protagonistas, nosotros, y por Radio Jaén daban el tostón los
machacones anuncios de gaseosa La
Revoltosa, o bien entre los novios se juraban amor eterno: Para la niña que yo más quiero... El parte
de las dos y media (las noticias, el nombre venía de los partes de guerra que
daban a diario) se oía siempre en la vieja radio de mi casa y lo anunciaba la
marcha cuartelera de la banda del tirirí:
Su excelencia, el jefe del Estado...
En
el gallinero del Cine de Manolo me divertía con las ocurrencias de Pepe Isbert
–siempre con su boina–, en medio del ruido de las cáscaras de pipas y algún que
otro pescozón de los zagales. Y por entonces, todos los niños de España
queríamos parecernos a Joselito. Pero, con el tiempo, el pequeño ruiseñor se fue quedando
retaco y cabezón, mientras todos los demás crecíamos como Dios manda y haciendo
cola para que nos dieran una bolsa de leche en polvo americana, que se te
quedaba pegada en el cielo de la boca. En España, entonces el ministro López Rodó aprobaba el Primer Plan de Desarrollo
y un periódico valía dos pesetas. En Granada solamente se podían estudiar
cuatro carreras: Derecho, Medicina,
Farmacia y Filosofía. En el Altiplano se sembraba la remolacha y el cáñamo,
el esparto se cogía por arrobas mientras que la emigración clandestina era una
auténtica sangría: había que ver aquellas escenas dramáticas donde las
familias quedaban deshechas para siempre.
En
las frías mañanas de invierno nos formaban en el sombrío patio de las escuelas
y, mientras se izaba la bandera, todos los niños cantábamos el Cara
al sol: ...que en España empieza
a amanecer... Recuerdo también que me costaba horrores aprender aquellos
conceptos huecos y grandilocuentes de la Enciclopedia del maestro Álvarez: El tercer mandamiento de la Iglesia es
comulgar por Pascua florida. Y cuando nos desmandábamos, don Pedro, el maestro, que era algo
sordo, ponía las cosas en su sitio: nos arreaba unos cuantos correazos y
sanseacabó. En aquella época mi padre era el
corresponsal del Patria en el pueblo –el carné lo guardo como una
reliquia–, pero sospecho que nunca llegó a enviar ninguna crónica. Entonces
–como Luther King–, yo tenía un
sueño: enviar un apasionado escrito al periódico sobre algún partido de fútbol
o un evento local: Ayer tuvo lugar en
Castilléjar un reñido y emocionante encuentro de fútbol...
Pero
allí no se movía ni una mosca y el sueño jamás se cumplió. Entonces me
consolaba escribiendo a máquina la aventura que nos suponía cada partido de
fútbol. Si el partido era en Galera,
hacíamos unos dieciséis kilómetros en bicicleta por caminos de herradura,
jugábamos a la pelota y regresábamos de noche, a veces con la rueda pinchada y
la bicicleta al hombro. Llegábamos reventados, pero siempre lo hacíamos
cantando para que nos oyeran. Y por las noches, matábamos la afición oyendo Radiogaceta
de los deportes; y un buen un día, en el viejo estadio de Los Cármenes, no podía creer lo que
estaba viendo: allí estaban pasándose la
pelota Amancio, Pirri, Gento, Velázquez..., a escasos metros de donde yo
estaba.
Comida en el campo. Castilléjar,1965 |
Pero aquella tierra de frontera está siempre abandonada a su suerte: donde los jóvenes
tienen que emigrar, porque no hay trabajo; donde los pueblos se están quedando
casi vacíos, porque el tiempo parece haberse detenido; y donde antes se
extendía la vega hoy amarillean los rastrojos, porque ya no están las manos de
escarcha del campesino que la cultivaba. Cuando
llegas a Baza, junto al Cerro de Jabalcón, destaca a lo lejos el alma de emigrante de la madre Sagra,
que estos días de primavera luce su toquilla blanca.
Publicado
en Ideal, el 26 de abril de 2002 y en mi libro Artículos del Altiplano y de
Granada (2014).
Posdata. En la foto de la estación de Baza, en la bolsa de plástico de la joven se lee: Castillo, El zapato grande, Baza.
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